Tres libros recuperan la historia de «las mujeres del carbón»
Carboneras, Hijos del carbón o ¿Dónde está nuestro pan? son libros que abordan cómo las mujeres formaron parte de la historia de la extracción del mineral.
Ellas se ocupaban de manejar el dinero que entraba en casa para llegar a final de mes, cuidaron de los hijos e hijas, formaron piquetes durante las huelgas, crearon redes de apoyo y se mancharon las manos del carbón que también respiraron. Los verbos se conjugan en pasado porque la industria de la minería en España está a punto de desaparecer, pero las mujeres tuvieron y aún tienen un papel en la historia de la extracción de ese mineral aunque haya pasado más desapercibido que el de los hombres. Aitana Castaño y Alfonso Zapico han sido dos de los autores que han orientado el foco de atención a ese colectivo en su libro Carboneras, que acaba de publicar la editorial Pez de plata.
No han sido los únicos. Casi a la vez se han lanzado varios trabajos que, cada uno a su manera, también tocan el tema, como Hijos del Carbón (Alfaguara, 2020) de Noemí Sabugal o ¿Dónde está nuestro pan? (Marciano Sonoro) de Abel Aparicio. Todos los autores conocen bien el terreno en el que se desarrollan sus historias, no son meros visitantes.
Castaño y Zapico nacieron en la cuenca minera asturiana (en Sama de Langreo ella, en Blimea él) a principio de los 80. Son Los niños de humo, una figura que da título al primer tomo de estas memorias sentimentales de la minería que publicaron hace dos años en la misma editorial. Su biografía está irremediablemente ligada al carbón. En aquel relato se les habían quedado fuera o en un plano secundario algunas figuras vitales para la vida en las cuencas mineras y tenían esa espina clavada.
«Uno de ellos era el de las mujeres», explica Castaño a elDiario.es. «La carbonera es la figura literaria, es la parte por el todo. Pero esas carboneras son un homenaje en realidad a todas las mujeres de las cuencas. Están vinculadas a la mina desde un punto de vista profesional pero también representan a nuestras abuelas, a nuestras madres, a las novias, amantes, hermanas y tías, que vivieron aquí».
La vida en las zonas mineras ha sido muy dura a lo largo de toda su historia y lo sigue siendo porque la muerte planea sobre cada jornada laboral. Mejoró con los años, aunque a base de una lucha laboral férrea y de soportar una represión muy violenta. Sobrevivir a todo eso no habría sido posible sin esas otras figuras que aparecen en el libro, como la del tendero y la del cura obrero. También hay un recuerdo a los emigrantes españoles «que se fueron por motivos políticos pero también por trabajo. Aunque aquí había de sobra, como decía mi abuelo Antonio, para estar en la mina tenías que ser pobre como una rata, porque si no, no entrabas ahí», desarrolla Castaño.
Portada de Carboneras
Las experiencias de los personajes se entrelazan para explicar qué pasó en los pueblos mineros asturianos en la década de los 60 del siglo pasado. Montecorvo del Camino no existía hasta que Alfonso Zapico lo inventó en la ficción para emplazar la Revolución de Octubre del 34 en su serie de libros La balada del Norte y sirve también de escenario de Carboneras. «Hay muchas historias basadas en la realidad. Por ejemplo, se habla de las torturas que sufrían las presas en el franquismo, en los cuarteles de aquí. Había una represión muy fuerte, casi toda vinculada a la política y en especial al Partido Comunista. Esas mujeres tienen nombre y apellido, como la archiconocida Anita Sirgo, a la que todos en estas cuencas adoramos o deberíamos, porque es la memoria viva de lo que pasó en esas décadas o Tina la de la Joécara», sostiene Aitana Castaño.
En Carboneras esos castigos los infligía un general de la Benemérita conocido como Trujillo. «Está basado en una persona que también existió, era Guardia Civil aquí en Sama. Tiene en su haber algo tan indigno como ponerse el bañador para dar palizas a los que tenía detenidos para así no mancharse el traje de sangre. Y todavía existe gente que las recibió. Hay que contar esas cosas, aunque cambié los nombres porque al final no deja de ser una narrativa inventada», declara la escritora.
Dicha violencia se conoció a nivel nacional después de la gran huelga de 1962 y suscitaron gestos de denuncia y solidaridad entre la comunidad intelectual del país. Carmen Matín Gaite, Nuria Espert o Dolores Medio asistieron a una manifestación en la Plaza del Sol de Madrid en defensa de los represaliados, por ejemplo. Y Manuel Fraga, por entonces Ministro de Cultura y Turismo del franquismo, recibió la famosa carta de los 102 intelectuales, pidiendo una investigación acerca de los actos perpetrados por Fernando Caro Leiva, general de la Guardia Civil, entre las que se incluían el maltrato y rapado de pelo o las patadas en el vientre a una embarazada.
La escritora Noemí Sabugal, que acaba de publicar el ensayo Hijos del Carbón (Alfaguara, 2020), también considera que es importante visibilizar ese papel de las mujeres en la historia de la minería. «No todo el mundo conoce el papel que tuvieron en la huelga del 62 cuando se manifestaban en Asturias, que tiraban maíz a los pies de los esquiroles para llamarles gallinas. O esas mujeres que fueron rapadas y que el pintor Eduardo Arrollo dejó plasmadas en unos cuadros que a día de hoy todavía son muy impactantes. Es necesario recuperarlo y recordarlo sobre todo porque su papel ha llegado hasta el final. En el año 2012, cuando se hizo la gran manifestación a Madrid se creó la asociación de las Mujeres del Carbón, de todas las cuencas mineras de España y fue muy importante», comenta a elDiario.es.
Con las manos tiznadas
La presencia femenina en la minería no solo fue periférica, sino que también formaron parte de la plantilla de las minas. Aunque durante mucho tiempo fue de manera solapada, según la actividad que desarrollasen. Sabugal, natural de León y de familia minera, explica que «durante muchas décadas la limpieza y el escogido del carbón dependía de las mujeres. El trabajo por ejemplo en las líneas de baldes también era un trabajo muy feminizado, entre digamos mediados del siglo XX incluso un poquito más hacia atrás, incluso años 30, años 20».
Esos eran trabajos de exterior pero hubo momentos en los que ellas también entraron en el pozo. Cuando el Estado las necesitó, básicamente. «Cuando la guerra aún estaba acabando y en los años de la inmediata posguerra, como muchos mineros habían sido represaliados y estaban en la cárcel las mujeres entraron en el interior de las minas. Lo que pasa que el franquismo siempre reservaba el papel de la mujer al de esposa y madre. No solo en las cuencas mineras sino a nivel nacional. Así que quiso encubrir esa circunstancia y las llamaba ‘productoras’, no mineras», aclara la escritora. También cuenta que «en una presentación se acercó una señora de la zona de El Bierzo y me contó que su madre había estado cinco años trabajando en el interior de la mina porque tenía cinco hijos y el padre estaba preso. Había entrado más o menos en el año 38 o 39».
Abel Aparicio conoció a Libertad Aurora en uno de sus caminos en bicicleta por la zona del Tremor, en El Bierzo. Esa mujer le sorprendió al contarle durante dos horas la historia de su vida. «Me dijo que ellas estaban fuera de la mina porque en teoría y solo en teoría, no podían entrar. En verano de siete y media de la mañana a diez de la noche con media hora para comer. Ellas cobraban seis pesetas y media al día y los hombres justo el doble, 13 pesetas. Cuando una minera se casaba la echaban de la mina por ley porque su labor era la de estar en casa haciendo las labores ‘propias de su sexo'», asegura a elDiario.es.
Abel Aparicio posa junto a su libro ¿Dónde está nuestro pan? Pablo Batalla
Esta historia, el paisaje industrial minero y la orografía de la tierra fueron los tres factores que impulsaron la escritura de su libro ¿Dónde está nuestro pan?, tres relatos sobre la vida en la posguerra y sus miserias. En un principio, Aurora –que fue bautizada como Libertad Aurora, aunque con la victoria de Franco perdió su primer nombre– no quería contar nada de protestas, pero finalmente se abrió. «Eran cinco en la línea de baldes y siempre que llegaba el jefe quitaba a una diciendo que sobraba. Hasta que un día se plantaron, se cruzaron de brazos y dijeron que hasta que no estuviesen cinco fijas no trabajaban más. Y el encargado se puso loco, pero acabó accediendo», relata.
Conseguir un trabajo en la mina en la misma categoría que un hombre se logró poco antes de que empezase el declive de la industria. Como recuerda Noemí Sabugal, «el paso de la mujer a la mina no fue franco sino que se hizo a través de una sentencia judicial del Tribunal Constitucional en 1995. Concepción Rodríguez denunció la evidente discriminación que significaba que no hubieran cogido a ninguna de las ocho mujeres que superaron las pruebas para el millar de puestos que había sacado Hunosa en el año 85. Ahí la mujer volvió a la mina ya como minera, digamos».
«Si tu padre se mataba en la mina, si eras hombre entrabas a trabajar en Hunosa automáticamente pero si eras mujer, no», afirma Aitana Castaño, que también recuerda que «las mujeres tenían también enfermedades derivadas de la mina. Por las carboneras pasaba todo el carbón porque eran las que estaban en el rete eligiéndolo y sufrían muchísimo de silicosis, pero no se les reconocía. A la vulnerabilidad del sector de la minería en los años 40, se le unía la de ser mujer. Además, estaba muy mal visto que trabajasen allí. Las carboneras solían ser viudas o jóvenes sin casar».
¿Era la minería un sector especialmente machista? Noemí Sabugal explica que «esto ya no es que lo diga yo, lo dicen las mujeres que se incorporaron en esos momentos. Al principio muchos mineros no lo entendieron ni lo apoyaron. Pero el machismo en este sector es como el de otros sectores. No quiero pensar cómo pudo ser el primer juicio con una mujer jueza, cuando un hombre tuvo que admitir que esa mujer que estaba delante de él iba a poner la pena».
Las mineras con las que habló Sabugal cuentan que la primera reacción solía ser la ridiculización, pero ahora «aunque el número de mineras siempre ha sido muy inferior al de hombres, en lugares como Asturias, donde siempre ha habido más, ya nadie se sorprende demasiado. Y eso ya es un logro, pero creo que fue tan difícil como en cualquier otra profesión». Según Castaño, «las burradas que se le pueden decir a una mujer en el pozo seguramente son más que en el despacho de abogados. Pero ellas también las sabían devolver, allí no se quedaba parado nadie. Hubo compañeros que les hicieron la vida imposible fijísimo, pero ellas aguantaron el tipo y ahí están. Ellos duros, pero ellas más».
¿Por qué ahora?
Ilustraciones de Aitana Castaño y Alfonso Zapico, autores de Carboneras
Los tres libros han tenido buena acogida. Pero Aparicio, como explica, no esperaba nada de esto: «Hicimos la primera edición y estamos a punto de sacar la segunda. No sé por qué. Entiendo que en León o en Asturias la cosa funcione, pero me están pidiendo libros en el País Vasco, en Madrid, en Extremadura, en Valencia. Soy un autor al que no conoce nadie. Y por ejemplo la editorial Elkar, que distribuye en el País Vasco, Navarra y el País Vasco francés, me ha pedido un montón de libros».
Aitana Castaño, que también ha percibido el notable interés que Carboneras suscita fuera de las zonas mineras, considera que «las generaciones que nos criamos en los años 80 o los 90, cuando empezaba el declive de la minería, nos vemos capacitadas para contarlo ahora, de mejor o peor manera, porque en el fondo creemos que tenemos una especie de deuda con las cuencas». Sabugal comenta que «en el libro utilizo una frase de Novalis que dice que todo el recuerdo es el presente. Si recordamos esas cosas que han ocurrido será nuestro presente, tendremos claro que no hemos llegado aquí a conseguir ciertas cosas por magia ni de repente, sino que ha habido muchas y muchas peleas por conseguir derechos laborales y derechos sociales».
Además, hay que tener en cuenta que el final de la minería tiene una carga simbólica muy importante. Como explica Castaño, «los mineros ya, de per se, están bastante mitificados, son como los toreros pero en versión obrera. Hay una imagen que a mucha gente joven le llegó muy cerca del corazón, que fue la entrada de los mineros y mineras en agosto del 2012 por la Gran Vía de Madrid en la última marcha del carbón. A esa generación que estaba dando puñetazos sociales y políticos encima de la mesa porque no se sentían identificados, aquellas luces fueron como el mito que necesitaban. No deja de ser el fin de una época, la de la minería pero también de muchas cosas. Es un fin un poco ligado a la cultura pop».