Las naciones en desarrollo pobres deberán alimentar el voraz apetito de los países ricos por biocombustibles a costa de sus propias poblaciones hambrientas, y sufrirán la devastación de sus bosques y su biodiversidad. El fin del petróleo barato y la inminente crisis de combustible han convencido a la Unión Europea y a los Estados Unidos […]
Las naciones en desarrollo pobres deberán alimentar el voraz apetito de los países ricos por biocombustibles a costa de sus propias poblaciones hambrientas, y sufrirán la devastación de sus bosques y su biodiversidad.
El fin del petróleo barato y la inminente crisis de combustible han convencido a la Unión Europea y a los Estados Unidos a abordar en serio su larga «adicción al petróleo», que empeora cada vez más. Pero no piensan en cambiar de hábito sino en engullirse biocombustibles.
Estos combustibles -biodiesel o bioetanol- «neutrales en emisiones de carbono» hacen que hasta los ambientalistas comprometidos se sientan bien por poder incluir en esta propuesta a sus vehículos, ya que no contribuyen a las emisiones de carbono. La quema de biocombustibles simplemente devuelve a la atmósfera el dióxido de carbono que las plantas absorbieron cuando estaban creciendo en el campo.
La dificultad es que sencillamente no hay suficiente tierra arable en la cual cultivar todos los cultivos de biocombustible necesarios para satisfacer el voraz apetito de los países industrializados. De manera que ha comenzado la etapa siguiente de la colonización. Los países industrializados están dirigiendo sus ojos al Tercer Mundo para alimentar su adicción: la tierra está allí para ser tomada ya que la mano de obra barata y los daños ambientales de las grandes plantaciones, de la extracción de los biocombustibles y de su refinación pueden enviarse fuera, exactamente como lo hicieron con la extracción del petróleo crudo.
Brasil ya es actualmente el principal abastecedor de etanol del Reino Unido, y busca aumentar en gran medida sus exportaciones a otros lugares. Las compañías dedicadas al biodiesel han puesto su mira en países de América Latina, África, Asia y el Pacífico, donde pueden también obtener materia prima a precios competitivos.
La empresa DI Oils, con sede en el Reino Unido, pronosticó en 2004 que el mercado mundial de biodiesel crecería un 14,5 por ciento anual, llegando a los 2,79 millones de toneladas para el año 2010. Las operaciones de la empresa en la región Asia Pacífico, basadas en Manila, darán a las autoridades de Filipinas la oportunidad de abastecer la demanda de biodiesel de Japón, China, Corea, Taiwán y Australia. DI Oils está abocado a la jatropha, un árbol de rápido crecimiento y alto rendimiento que puede plantarse en zonas semitropicales en «tierras baldías e irrigadas con aguas residuales». Según su director ejecutivo, la compañía ya tiene plantaciones que totalizan las 267.000 hectáreas en Ghana, Madagascar, Sudáfrica, India y Filipinas, y planea ampliarlas hasta los 9 millones de hectáreas. En octubre de 2005, el gobierno indio anunció una política nacional de compra de biodiesel que permitiría a los agricultores y productores de biodiesel obtener un precio subsidiado de 25 rupias por litro de aceite de jatropha, y para los próximos 5 años pretende destinar un millón de hectáreas de tierra al cultivo de jatropha para suministro de diesel combinado.
El biodiesel también ha proporcionado una salida para la superabundancia de cultivos modificados genéticamente (transgénicos) que los consumidores están rechazando en todo el mundo. El presidente Lula, de Brasil, ha declarado que la soja transgénica se utilizará para los biocombustibles y la «soja buena» para consumo humano. Argentina también tiene planes de transformar la soja transgénica a biodiesel.
La industria del biodiesel dice que para el procesamiento de los biocombustibles habrá que construir grandes plantas de refinería cerca de las zonas agrícolas o los bosques, donde crece la materia prima. El biodiesel tendrá entonces que ser transportado a las estaciones de servicio de la misma manera que el petróleo. La industria del petróleo querrá mantener el control sobre la distribución de los combustibles y realizará acuerdos con esas nuevas compañías, ya que en numerosos casos la cadena de suministros puede ser muy compleja.
El biodiesel es presentado como un negocio en el que todos ganan. Las emisiones europeas de dióxido de carbono disminuyen y los países del Tercer Mundo aumentan sus exportaciones y mejoran la calidad de vida de sus poblaciones rurales. Pero la realidad es otra cosa.
Se dice que durante el crecimiento del cultivo las plantas absorben dióxido de carbono de la atmósfera. Esto es así con respecto a lo que estaba creciendo antes de que se instalara la plantación. Como la industria tiene planes de expandirse exponencialmente, es probable que comenzará a ocupar zonas de bosque primario o secundario, como ya ha ocurrido con las plantaciones de soja. Las plantaciones de soja han desplazado los bosques del Chaco en Argentina y los bosques del Pantanal y el Chaco en Paraguay. Y aún más: la soja ha abatido bosques de la Amazonía, el Pantanal y la Mata Atlántica en Brasil. El saldo neto de dióxido de carbono por lo tanto es fuertemente negativo. Además, se generan otros gases de efecto invernadero como resultado del propio cultivo, el procesamiento, refinamiento, transporte y distribución del combustible. Cada vez parece más probable que los biocombustibles son un contribuyente neto de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Con relación a los beneficios para los productores de los cultivos para biocombustible, pueden llegar a ser muy negativos. En primer lugar, la destrucción del bosque y otra vegetación original ya ha ocurrido; y si esos cultivos fueran a expandirse como se pretende, podrían amenazar la seguridad alimentaria y la soberanía alimentaria de las poblaciones locales, porque los agricultores dejarían de producir cultivos alimenticios para la población y en cambio se concentrarían en producir «combustibles limpios» para Europa. La producción de soja en Argentina aumentaría a 100 millones de toneladas, lo cual implica un enorme costo ambiental y social para el pueblo argentino, tal como el desplazamiento de poblaciones rurales, creciente deforestación y desertificación de los suelos y por lo tanto más hambre e injusticia social.
La agricultura a gran escala, tal como la que se necesita para satisfacer la demanda de biocombustibles, depende en gran extremo de derivados del petróleo tales como fertilizantes y plaguicidas, que, además de producir emisiones de dióxido de carbono, son contaminantes en alto grado. Las predicciones para Brasil son alarmantes, ya que este país podría convertirse en el líder mundial en la sustitución de combustibles fósiles con biocombustibles, con todos los impactos que esto implica. En Brasil, hasta ahora el etanol se ha obtenido de la caña de azúcar, pero la expansión de soja ocurre mientras Brasil experimenta un auge de las exportaciones de etanol de caña de azúcar. Es muy posible que las plantaciones de caña de azúcar y soja compitan por la tierra, lo que haría casi inevitable que se corten más bosques para dar lugar a que se planten ambos cultivos.
Recientemente, el gobierno español de Zapatero anunció que Repsol instalará una planta de biodiesel en la provincia de León. El pronóstico es que la materia prima se obtendrá de cultivos oleaginosos y provendrá de regiones donde la mano de obra y la tierra son baratas y donde se permiten los cultivos transgénicos, es decir, en el Hemisferio Sur. En otras palabras, las naciones en desarrollo pobres serán forzadas a alimentar el voraz apetito de los países ricos por biocombustibles a expensas de sus propias poblaciones hambrientas y a sufrir la devastación de sus bosques y su biodiversidad. Third World Network Features
Sobre las autoras: La Dra. Elizabeth Bravo es bióloga e integra la organización ambiental Acción Ecológica en Ecuador. La Dra. Mae-Wan Ho es la editora de la revista Science in Society (i-sis.org.uk), de donde se tomó el presente ar’ticulo en su versión en inglés (Número 30, verano de 2006).