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Las raíces intelectuales de la austeridad

Fuentes: EconoNuestra

Hypolitus de Marsiliis fue un estudioso del derecho del siglo XVI reputado entre otras cosas por inventar algunos métodos conocidos de tortura. Uno de ellos consistía en dejar caer pequeñas gotas de agua en la frente de la víctima durante un periodo que podía durar varios días. Este método era inofensivo físicamente, pero insoportable psicológicamente, […]

Hypolitus de Marsiliis fue un estudioso del derecho del siglo XVI reputado entre otras cosas por inventar algunos métodos conocidos de tortura. Uno de ellos consistía en dejar caer pequeñas gotas de agua en la frente de la víctima durante un periodo que podía durar varios días. Este método era inofensivo físicamente, pero insoportable psicológicamente, pues el goteo continuo impedía dormir. Además a los torturados se les privaba de comida y bebida de forma que, aunque instintivamente trataban de alcanzar la siguiente gota con su boca, indefectiblemente fracasaban, lo que les hacía perder la cabeza en pocos días y posteriormente morir de paro cardiaco.

La «austeridad» económica se está administrando de forma parecida a esta tortura. Las gotas en este caso son los continuos discursos que van cayendo uno tras otro, siempre con el mismo mensaje, en un murmullo de letanías incesante. «No hay alternativas, esta es la única opción, hay que apretarse el cinturón…» Las clases dirigentes, los gobiernos, los «expertos» y los rehenes financieros que son hoy los medios de comunicación, hacen que tengamos una opinión pública secuestrada.

La austeridad tiene unas raíces intelectuales que se remontan al nacimiento del liberalismo económico, en el siglo XVII, cien años después de que los reyes franceses adoptaran la tortura de Hypoitus de Marsilis para luchar contra brujas y herejes. El liberalismo económico surge en defensa de los mercaderes y contra el estado de ese momento, es decir contra el poder encarnado en la monarquía. No es de extrañar por tanto que el liberalismo sacralice el mercado, caracterice al estado únicamente como defensor del mismo y además se niegue de manera radical a financiarlo. No obstante, merece la pena recordar a Polanyi cuando dice que el mercado no tiene nada de natural. Transformar a las personas en trabajadores asalariados, asegurar la propiedad privada de la tierra o inventar el capital y preservar su forma monetaria son proyectos políticos que necesitan de una justicia, regulación, implementación, burocracia… Es un extenso proyecto político de los mercaderes para controlar el aparato estatal.

Uno de los primeros teóricos del liberalismo fue John Locke, cuyos escritos fueron propaganda para la nueva clase social emergente a la que pertenecía, los mercaderes, en detrimento de una decadente aristocracia. Aparece con él la tensión entre, por un lado, la necesidad de tener un estado que reprima los estallidos sociales que se derivaban de la desigualdad inherente a la propiedad privada y por otro, el rechazo a financiar esa estructura estatal mediante impuestos. Fundamentó el concepto del derecho a la propiedad privada individual, sin el que hoy no conoceríamos el liberalismo económico. Para Locke la propiedad residía en cada uno de nosotros, concretamente, en la capacidad de trabajo. Modificar el estado natural de las cosas, por ejemplo trabajando la tierra, hace que esos frutos sean de nuestra propiedad. Igualmente, dado que los criados eran propiedad del amo, los frutos de su trabajo también les pertenecía. Hay que tener en cuenta que cuando John Locke imagina el aparato del estado, lo hace imaginando los detentores del poder en ese momento, la monarquía, en contraposición a los mercaderes. De esta forma defiende el derecho a la rebelión de lo que él considera pueblo (mercaderes) contra los gobernantes (reyes) cuando éstos imponen gravámenes injustos y excesivos. Esta dicotomía dura hasta nuestros días, mientras que el estado debe únicamente mantener una estructura para proteger la propiedad privada de aquellos que no la tienen, éste no puede extraer excesivamente recursos de sus súbditos. La austeridad como principio acababa de nacer.

Posteriormente a Locke, otro de los intelectuales que apuntalaron esta concepción fue David Hume. Este prolífico autor generó ideas en diversos campos del pensamiento, entre los que se encuentra la economía política. Su influencia hoy llega hasta el punto de que su teoría del dinero es la que se utiliza en los más modernos modelos económicos de equilibrio general. Hume era enormemente receloso respecto a la deuda pública. Para él, su emisión no tenía límites (hasta ciertos niveles de interés) y además los costes estaban en cierta medida escondidos al repartirse en varias generaciones. Según Hume estas características hacían que todos los gobiernos fuesen proclives a abusar de la deuda pública, de forma que tendrían que ofrecer unos tipos de interés superiores a los vigentes en el mercado, detrayendo recursos de la economía productiva. Este es el famoso crowding-out, un efecto muy conocido en la macroeconomía moderna. Por si esto fuera poco, Hume razonaba que cuando la emisión de deuda fuera demasiado elevada, se tendría también que vender en el extranjero haciendo que otros países poseyeran una parte creciente de los fondos nacionales. Todo esto nos resulta inquietantemente familiar porque los discursos de los recortes, que ellos mal llaman «austeridad», con los que se tortura a los pueblos europeos periféricos hoy en día, son pobres réplicas del pensamiento de Hume, pero réplicas al fin y al cabo.

Mark Blyth, autor del libro «Austerity. The history of a dangerous idea», propone como tercer fundamento de la austeridad a Adam Smith, un filósofo escocés (como Hume) considerado como el fundador de la Economía (Política). Para Smith, la parsimonia o frugalidad natural de los escoceses era la clave del crecimiento económico. De los beneficios de los mercaderes, se ahorraba una parte, y esos ahorros eran los que se prestaban revirtiéndolos otra vez a la economía productiva a través de la inversión alentando el crecimiento. Cuanto más se ahorre, más se invierte y por tanto más austeridad implica más crecimiento. Son las raíces psicológicas de aquellos que ahorran frente a los más pródigos las que permiten a las naciones incrementar su riqueza. Como el ahorro es automáticamente igual a la inversión, la deuda no juega un papel importante en este proceso. El fundador de la economía, Adam Smith, en el libro que es considerado como el primero de la ciencia económica y del capitalismo, «La riqueza de las naciones», que «Allí donde hay gran propiedad, hay gran desigualdad. Por cada hombre rico, tienen que existir por lo menos quinientos pobres, y la opulencia de unos pocos supone la indigencia de muchos» (p. 580 , «Whenever…»), de forma que el estado en la medida en que se constituye para «asegurar la propiedad, en realidad, se constituye para la defensa de los ricos contra los pobres, o para defender a aquellos que tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna» (p. 584 , «Civil government…»). Esta honestidad intelectual se echa en falta en los voceros de los recortes, ya que hoy en día de manera mentirosa e interesada se proponen en aras de la «mayoría» de la población, algo intelectualmente aberrante y socialmente cobarde.

Los discursos de estos tres pensadores fundadores del capitalismo, son los que hoy fundamentan las curas de parsimonia y ahorro a las que se somete a la periferia europea. ¿No son estos argumentos los que santifican el superávit alemán y demonizan el déficit de la periferia? ¿Acaso no tiene el mismo sustrato ideológico decir que los países del sur han «vivido por encima de sus posibilidades»? Lo que no se dice es que esta concepción política y económica de la sociedad, defendía a una clase social concreta en contra de las demás y que, por otro lado, para esa defensa se necesita generar desigualdad y pobreza. Smith defendía el estado mínimo para evitar la quiebra y el default, un estado que se ocupase de infraestructuras, defensa y justicia nada más. Pero sabía qué implicaban sus afirmaciones y cuáles eran las consecuencias sociales que se asumían.

Hace dos años, en 2010, dos de los economistas más influyentes publicaron un trabajo académico donde investigaban la relación entre crecimiento y endeudamiento. El trabajo sostenía que una relación deuda pública/pib por encima del 90% implicaba un crecimiento negativo, es decir, era necesaria la austeridad para contener el crecimiento de la deuda, una conclusión asombrosamente parecida a las de Locke, Hume y Smith. En otras palabras, las conclusiones de dicha publicación académica no eran de dicha publicación académica, sino que eran las premisas de las que intelectualmente parte la clase social domintante: son necesarias curas de recortes masivas. Como es de imaginar este trabajo tuvo un impacto institucional importante, tal y como apuntan sus autores en su propio blog , pues ha sido utilizado política e intelectualmente para apoyar las tesis conservadoras de la «austeridad». «Austeridad» que por otro lado poco tiene que ver con la defendida por los clásicos mencionados, pues hay una excesiva abundancia cuando de salvar a los bancos se trata .

Rogoff y Reinhart son profesores en una de las más reconocidas universidades privadas de EEUU, Harvard. Pero he aquí que otra universidad estadounidense, pública y conocida por tener uno de los departamentos de economía heterodoxa más importantes de los últimos 40 años, publica un trabajo de un alumno, Thomas Herndon, junto con dos profesores donde se mostraba que los dos influyentes economistas, habían cometido flagrantes errores de aritmética básica. Los errores, curiosa o interesadamente, permitían sostener la tesis de la «austeridad», mientras que los resultados con esos errores corregidos publicados por Herndon, concluían exactamente lo contrario . Sin embargo, a pesar de haber recibido incluso mayor atención mediática que el trabajo de los dos eminentes economistas conservadores, apenas ha tenido y va a tener una repercusión institucional. Esta asimetría es paradigmática de la relación de fuerzas que sostienen a una y otra corriente, y refleja que los mercaderes todavía detentan el poder aunque no quieran decir que son mercaderes y que detentan el poder.

«Legitima si puedes, ejerce la coerción si es necesario, y acomódate si no tienes opción», esta frase atribuida a Jurgen Habermas parece ser un código no escrito de las oligarquías. Por ahora vamos por la segunda opción, es decir, nos están aplicando la tortura de Hypolitus de Marsiliis en una lenta agonía que conjuga recortes a escala masiva e inyecciones de liquidez a la banca llamados rescates. La calle tiene la clave de que se pueda revertir la situación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.