La mañana del martes 12 de noviembre la sociedad española se dividió una vez más. Mientras parte de la España de los barrios descorchaba el champán reservado para las navidades, la totalidad de la España de los adosados, cerveza de importación en mano, rabiaba frente al televisor: el Partido Socialista Obrero Español y Unidas Podemos […]
La mañana del martes 12 de noviembre la sociedad española se dividió una vez más. Mientras parte de la España de los barrios descorchaba el champán reservado para las navidades, la totalidad de la España de los adosados, cerveza de importación en mano, rabiaba frente al televisor: el Partido Socialista Obrero Español y Unidas Podemos anunciaban un preacuerdo de gobierno. Si la primera llamaba eufórica a sus familiares y vecinos, la segunda telefoneaba indignada a sus contactos en los medios de comunicación. La respuesta no se haría esperar, durante los días siguientes, prensa y televisión abrían la jornada con las portadas pertinentes:
Como ya es costumbre internacionalmente, cada vez que la izquierda se acerca al poder, salta a la palestra el argumento estrella para deslegitimar su presencia en el Gobierno: la caída de los precios de la bolsa. Redes sociales y bares inundadas de verbalizaciones, acompañadas de espumarajos, sobre la catástrofe económica. Un fenómeno de histeria colectiva frente al fantasma del socialismo.
Pero, ¿es tan preocupante una bajada en los precios de la bolsa? ¿Cómo afecta a la economía? Y concretamente, ¿un gobierno de coalición PSOE-UP preocupa realmente a las élites económicas?
Debido al proceso de financiarización de la economía en el que estamos inmersos desde la crisis de los años 70, en la cual la ideología neoliberal de Thatcher y Reagan primó el rendimiento del capital financiero por encima de la economía productiva, es decir, fomentar los beneficios de las actividades especulativas frente a los beneficios del sector industrial o agrícola. De esta forma, la utilidad de las acciones se ha desarrollado, por efecto de la historia y sus caprichos, más en su faceta especulativa que en la función financiera/rentista para la que fueron concebidas. Al ser meros productos financieros/especulativos, la volatilidad del valor de las acciones de una empresa no afecta directamente a la producción, ni en cantidad ni valor, de esta misma, así como sus beneficios. Es decir, mañana las acciones de una empresa de calzado pueden bajar su valor un 10% y la cantidad y valor de las zapatillas fabricadas permanecerá invariable. Si bien esta relación no es unidireccional ni está exenta de excepciones. 1) Si la caída de la bolsa se torna abrupta (crac del 29) o perdura en el tiempo, esto afectaría a aquellos ciudadanos que tienen dinero directamente invertido en bolsa – cifra que se calcula alrededor del 10-12% de las familias españolas– o en fondos de inversión cuya rentabilidad está ligada a la evolución de la bolsa, como podrían ser los planes de pensiones. Lo cual puede acabar incidiendo en una reducción del consumo de los ciudadanos afectados, con la consecuente repercusión económica al resto de la sociedad. 2) Una tendencia a la baja en el largo plazo puede afectar a la capacidad de la empresa para financiar proyectos de expansión o actividades que impliquen el desembolso de grandes cantidades de capital, ya que reduce la capacidad de las operaciones de ampliación de capital. 3) En la dirección opuesta, la variación de los beneficios de una empresa afecta directamente a los dividendos generados por las acciones, generalmente, alterando su valor en el mismo sentido.
De este modo, una variación leve y a corto plazo en los precios de la bolsa no tiene una lectura en lo referente a la economía real de un país. Sin embargo, sí nos posibilita obtener información respecto al estado psicológico de los inversores. Para el caso que nos atañe, la bajada de la bolsa tras el llamado «pacto del abrazo» entre Sánchez e Iglesias, nos permite realizar dos apreciaciones: la primera, los inversores desconfían del nuevo gobierno. La segunda, la bolsa castiga a aquellos que no coinciden con su ideología.
Bruselas sonríe: no habrá desconfianza ni castigo
Desconfianza y castigo. No hay más que realizar un breve repaso al preacuerdo firmado este martes, así como a las declaraciones y gestos de los lideres para comprobar que ambas actitudes desaparecerán en el corto plazo: el pacto de gobierno no inquieta a las élites económicas.
La formación de gobierno parece ligada, entre otros factores, a los designios del Eurogrupo. Muestras de ello son la más que posible revalidación de Nadia Calviño como ministra de economía así como el último punto del preacuerdo: «Justicia fiscal y equilibrio presupuestario. La evaluación y el control del gasto público es esencial para el sostenimiento de un Estado del Bienestar sólido y duradero». Y es que el plan presupuestario estipula que para alcanzar el objetivo de déficit público se deberán recortar aproximadamente 7.800 millones de euros anualmente, los de Unidas Podemos lo saben y no han tardado en enviar un mensaje a los inscritos. Pablo Iglesias se ha pronunciado en una carta pública: «tendremos que ceder en muchas cosas». Preparar a la militancia para asumir dicha contradicción es vital para que la formación rentabilice electoralmente la formación de gobierno.
Si hace un tiempo los gobiernos conformados por partidos a la izquierda de la socialdemocracia podían inquietar a la Comisión Europea, actualmente, tras la doblegación en Grecia de Syriza como demostración de fuerza y la más que sencilla convivencia con el Gobierno portugués, los partidos como Unidas Podemos han dejado de preocupar en la Eurozona. Sin olvidar que, ante la irrupción de una extrema derecha que amenaza con desintegrar Europa -sirvan el brexit, Salvini o Le Pen como ejemplos-, cualquier partido de corte socialista supone un obstáculo menor al proyecto europeo.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, atendamos pues al lenguaje del apretón de manos con el que se anunciaba este preacuerdo: Sánchez coge, Iglesias da. Esperemos que la sincera sonrisa del lider morado nos traiga sorpresas.