A veces una investigación académica tiene sabor a novela de misterio. Ése es el caso de un estudio reciente sobre la industria maquiladora en México y la estrategia global de las industrias trasnacionales en la rama electrónica. La sólida investigación de Kevin Gallagher y Lyuba Zarsky, investigadores de la Universidad de Boston y del Instituto […]
A veces una investigación académica tiene sabor a novela de misterio. Ése es el caso de un estudio reciente sobre la industria maquiladora en México y la estrategia global de las industrias trasnacionales en la rama electrónica.
La sólida investigación de Kevin Gallagher y Lyuba Zarsky, investigadores de la Universidad de Boston y del Instituto Monterrey, respectivamente, explica por qué ha fracasado el modelo para transitar de las maquiladoras ensambladoras a un complejo industrial con alto valor agregado nacional en sus exportaciones.
Un poco de historia es necesario para entender la trama de la investigación. Probablemente el objetivo más importante del Tratado de Libre Comercio para América del Norte era atraer una dosis masiva de inversión extranjera directa (IED). Se pensaba que ésta permitiría salir del estancamiento y, mediante las exportaciones, del déficit crónico en la balanza comercial.
El bajo costo de la mano de obra mexicana favoreció el florecimiento de la industria maquiladora: para el año 2000, más de 50 por ciento de las exportaciones de manufacturas se originaban en esta actividad. Pero la desvinculación de las maquiladoras con el resto del aparato productivo siempre constituyó un tema de preocupación. Después de todo, la maquiladora descansa en un modus operandi que no favorece los efectos de arrastre para promover el crecimiento de toda la economía: importar insumos, ensamblarlos y renviarlos a una casa matriz es sinónimo de exportar mano de obra barata.
Frente a las críticas al modelo maquilador, surgió una hipótesis optimista sobre la evolución de esta rama de la industria. El razonamiento era que las industrias maquiladoras estarían evolucionando gradualmente hacia un incremento importante en el valor agregado de las exportaciones debido a la asimilación tecnológica y mayores eslabonamientos interindustriales. Se llegó así a hablar de una industria maquiladora de segunda y hasta de tercera generación.
Pero el sueño no se materializó. Los investigadores citados se concentran en la industria electrónica porque, se pensó, en ella este proceso de desarrollo industrial sería más rápido. Su estudio se sitúa en los alrededores de Guadalajara, zona en la que esta industria se quintuplicó entre 1994 y 2000 y las exportaciones crecieron 400 por ciento. Las empresas emblemáticas de la industria electrónica se instalaron en la región (Hewlett Packard, IBM, Intel, Lucent, NEC) y fueron seguidas por una segunda camada de empresas contratistas estadunidenses (como Flextronics, Solectron, Jabil Circuit y SCI-Sanmina). Para 1998, la industria electrónica de Guadalajara estaba exportando más de 8 mil millones de dólares y ese desempeño hizo que se comenzara a hablar de Guadalajara como el nuevo «Silicon Valley» del sur, en alusión al famoso valle sureño de San Francisco, donde se concentra la industria de semiconductores y computadoras.
Pero luego vino la crisis de 2000-2003 y casi todas las grandes empresas trasnacionales cerraron sus plantas de producción de computadoras y equipo periférico en Guadalajara, relocalizando sus operaciones en China y otros países asiáticos. Las exportaciones se desplomaron 60 por ciento, la IED sufrió recortes de 123 por ciento y se perdieron de la noche a la mañana 20 mil empleos. Gallagher y Zarsky explican cómo lo único que sobrevivió fue el conjunto de contratistas estadunidenses que habían podido diversificar sus líneas de producción maquilera.
La industria electrónica maquiladora no se recuperó y no se concretó el sueño de construir un complejo industrial con capacidades tecnológicas endógenas. Las entrevistas del estudio revelan que desde principios de los años noventa las grandes empresas trasnacionales adoptaron la estrategia de subcontratar sus operaciones de manufactura y reconfiguraron una industria en tres niveles. En el más alto se ubican los grandes conglomerados (como Hewlett, Dell, IBM) que poseen capacidad de diseño, marcas y redes de comercialización a escala mundial. En el segundo nivel están los contratistas manufactureros que ensamblan componentes para fabricar productos electrónicos diversos bajo contrato con las empresas del primer grupo. El tercer nivel alberga empresas proveedoras de componentes que son las que venden insumos a las contratistas. Estos proveedores son unidades de todos tamaños y, en general, sobreviven con muy delgados márgenes de ganancia.
En su estrategia global, las trasnacionales prefirieron a los contratistas manufactureros con base en California, que a su vez constituyen grandes conglomerados con una red global de proveeduría muy flexible. Estos contratistas ignoraron a la naciente industria de componentes en Guadalajara y para 2004 unas 37 empresas locales, que habían florecido en los noventa, estaban quebrando. Hoy más de 95 por ciento de los componentes utilizados por empresas en los dos primeros niveles son importados. No se materializó la transición desde la actividad ensambladora, basada en salarios bajos, hacia un complejo industrial intensivo en conocimientos sobre diseño y producción.
Al gobierno mexicano esto no parece importarle, pues hace tiempo abandonó la idea de tener una política industrial. De manera ingenua prefirió jugar un juego cuyas reglas no comprendía y cuyos resultados comienzan a sorprenderle. La principal enseñanza del importante estudio de Gallagher y Zarsky es que entrar al juego de la «globalización» sin equipo protector puede ser peligroso.