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Las relaciones con Colombia y la defensa de la revolución

Fuentes: CMR Venezuela

Las últimas provocaciones organizadas por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez antes de abandonar el poder acusando a Venezuela de apoyar a las guerrillas de las FARC y el ELN y exigiendo una comisión imperialista de «investigación» provocaron una nueva ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países y una escalada de tensión en la frontera. […]

Las últimas provocaciones organizadas por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez antes de abandonar el poder acusando a Venezuela de apoyar a las guerrillas de las FARC y el ELN y exigiendo una comisión imperialista de «investigación» provocaron una nueva ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países y una escalada de tensión en la frontera.

Aunque en los últimos días la presión de sectores del imperialismo, otros gobiernos latinoamericanos e incluso un sector de la propia burguesía colombiana sobre el sucesor de Uribe, Juan Manuel Santos, parecen haber rebajado momentáneamente la tensión, las relaciones diplomáticas entre ambos países siguen por el momento rotas y la preocupación entre sectores de las masas en ambos países y en el propio Presidente Chávez -que ha insistido una y otra vez en su voluntad de impedir un conflicto entre pueblos hermanos- no ha desaparecido totalmente. La última acción de Uribe como presidente ha sido llevar la acusación contra Venezuela ante el Tribunal de La Haya, insistiendo en su ataque y condicionando de ese modo las relaciones diplomáticas de ambos países para el próximo período.

Esta nueva provocación forma parte de una estrategia que el imperialismo y las burguesías colombiana y venezolana mantienen abierta desde hace años. Como hemos explicado en detalle en distintos materiales, a causa de la correlación de fuerzas favorable a la revolución que se mantiene tanto en Venezuela como en el conjunto de América Latina, el imperialismo (al menos un sector mayoritario, ya que en su interior hay divisiones y contradicciones importantes) apuesta como estrategia principal en estos momentos por seguir desgastando a la revolución bolivariana desde dentro mediante el sabotaje económico por parte de los capitalistas (que según el banco Central de Venezuela siguen controlando el 70% del PIB venezolano) y la actuación contrarrevolucionaria y desmoralizadora de la quinta columna burocrática. Estos son hoy sus dos armas principales.

Al mismo tiempo, como también hemos alertado en numerosas ocasiones, mantienen abiertas otras opciones y combinan todas las formas de lucha. Utilizan provocaciones como las de Uribe para amenazar a Venezuela y otros países en revolución, intentar atemorizar a las masas, mantener movilizada y animada a la base social de la reacción y preparar el terreno para otras posibilidades (intervención, posible conflicto con Colombia, magnicidio, golpe, o una combinación de ellas) si la situación las hiciese necesarias y factibles (ya que sus riesgos son enormes y con una correlación de fuerzas como la actual atacar Venezuela más que servirles para acabar con la revolución podría desatar un movimiento revolucionario de masas en toda Latinoamérica).

En cualquier caso, lo primero que ha puesto sobre la mesa este nuevo ataque contra Venezuela es el debate acerca de cómo defender la revolución y qué medidas debe aplicar el gobierno revolucionario para reducir a la mínima expresión el margen de maniobra del imperialismo y las oligarquías latinoamericanas a la hora de intentar una nueva ofensiva contra la revolución, y -en el caso de que pese a todo ésta finalmente se produjese- estar en condiciones de derrotarla con el menor coste posible.

¿Cómo defender a la revolución y cómo no hacerlo?

 

Durante las últimas semanas algunos sectores reformistas y burocráticos no sólo presentaban como inevitable la intervención sino que su única alternativa para hacerle frente era un plan exclusivamente militar basado en la movilización del ejército y la «unidad nacional», haciendo incluso llamados a la burguesía venezolana y la oposición contrarrevolucionaria (que son los primeros que están pidiendo y preparando una posible intervención) a participar en la defensa nacional.

Esto nos parece un grave error. Plantear la defensa frente a una posible intervención imperialista como una tarea de todos los venezolanos por encima de las clases frente a un posible ataque «colombiano» (como si el pueblo colombiano y el gobierno pro-imperialista, los capitalistas, la burocracia y mandos militares del país hermano fuesen lo mismo) es enormemente peligroso y perjudicial para la revolución. En primer lugar, estos planteamientos impiden dejar claro ante el conjunto de las masas quiénes son nuestros auténticos enemigos (el imperialismo, la burguesía colombiana y la propia burguesía venezolana) y quiénes los únicos aliados en los que podemos confiar (los trabajadores y campesinos de Venezuela, Colombia y el resto de América Latina y del mundo). Sobre todo, este planteamiento interclasista y miope impide hacer conscientes a las masas de su enorme fuerza, aprovechar las contradicciones y divisiones internas que existen en el enemigo y encontrar la estrategia correcta para derrotarle.

Otros sectores, incluso muchos activistas honestos del movimiento revolucionario, tienden a presentar la posible intervención imperialista contra nuestra revolución como algo inminente e inevitable. Esta idea refleja una preocupación lógica y un sentimiento positivo entre esos activistas, el de estar alerta y preparados, pero también encierra un peligro: puede trasladar la idea de que haga lo que haga la dirección revolucionaria el imperialismo o la oligarquía pueden intervenir en cuanto lo decidan y cómo decidan, sobrevalorando así su margen de maniobra y poder. Esto también pudiera generar entre los sectores menos conscientes y organizados de las masas un efecto desmoralizador al crear la sensación de que el avance de la revolución antes o después significa un conflicto armado con el imperialismo o la oligarquía colombiana. Sin embargo, ésta no es la única posibilidad en nuestra opinión ni la más probable en estos momentos.

La posibilidad de una intervención, y aún más el posible resultado de la misma, no es algo decidido de antemano, ni el producto únicamente de la voluntad subjetiva de los imperialistas, sino un resultado concreto del desarrollo de la lucha de clases, tanto dentro de Venezuela como a escala latinoamericana e internacional. Esto significa que si intervienen, cuándo intervienen y, sobre todo, con qué fuerza, apoyo social y correlación de fuerzas se encuentran en caso de que intervengan no sólo depende de lo que haga el imperialismo sino sobre todo de qué políticas y plan de acción aplica la dirección de la revolución.

En distintos materiales hemos analizado en detalle las relaciones entre Venezuela y Colombia y los planes imperialistas para intentar utilizar a la oligarquía y el ejército colombiano contra la revolución venezolana. Esos planes vienen elaborándose hace años y seguirán mientras la revolución exista y amenace la hegemonía imperialista y capitalista en el continente. Pero la cuestión a responder es ¿porqué estos planes han tenido que ser aplazados una y otra vez y no han tenido éxito hasta el momento? La causa fundamental no es otra que la extraordinaria movilización y conciencia revolucionaria de las masas en la propia Venezuela y el enorme apoyo y simpatía que la revolución venezolana sigue despertando entre los oprimidos de todo el mundo, y muy especialmente del resto de Latinoamérica. Como ha dicho correctamente el presidente Chávez una intervención contra Venezuela provocaría una insurrección no sólo en Venezuela sino en toda Latinoamérica, que extendería sus efectos además a otros continentes. A ello se une otro factor nada desdeñable: pese a la brutal represión del estado y de los paramilitares contra la izquierda en Colombia, el cerco mediático, etc. la oligarquía colombiana no ha logrado aplastar la resistencia de los trabajadores y campesinos de su país.

Todos estos factores se mantienen en la actualidad y algunos incluso han incrementado su peso. Más adelante volveremos sobre ellos y entraremos en detalle en la cuestión de las perspectivas y la mayor o menor probabilidad de una intervención militar desde Colombia a corto plazo. Por el momento, la primera conclusión de todo lo dicho anteriormente es que el eje de cualquier estrategia para defender la revolución contra los peligros internos y externos que la amenazan pasa no por frenar el desarrollo de la revolución y llamar a los capitalistas y la oposición a sumarse a la defensa nacional sino por acabar con sus últimos reductos de influencia, quitarles todo el poder económico y político que utilizan para sabotear desde dentro la revolución y, lo más importante, movilizar y entusiasmar a las masas obreras y campesinas que constituyen la base social del proceso revolucionario tanto dentro como fuera de Venezuela.

El sabotaje de la economía por parte de los capitalistas y el burocratismo y la corrupción siguen siendo, como decíamos anteriormente, las dos armas más peligrosas de la contrarrevolución, al minar desde dentro la moral de las masas, erosionar el apoyo social a la revolución y permitir a los medios de comunicación imperialistas de todo el mundo explotar nuestras fallas y contradicciones y sembrar la confusión y desorientación entre sectores del movimiento obrero y popular en otros países, empezando por la vecina Colombia.

La mejor manera de evitar un ataque contra la revolución (sea desde Colombia, desde el interior de la propia Venezuela, o desde cualquier otro país), o de que en el caso de que un sector del imperialismo o la oligarquía decidiese lanzar ese ataque pudiésemos derrotarlo de la manera más rápida y con el menor coste posible, es resolviendo los problemas más acuciantes de las masas: inflación, inseguridad, tercerización, déficit habitacional, acabando con la pobreza, creando empleo de calidad, y acabando cuanto antes con la corrupción y el burocratismo (la quinta columna burocrática) y el sabotaje capitalista que impiden resolver dichos problemas y siembran la desmoralización dentro de las filas revolucionarias.

Para ello resulta imprescindible expropiar de manera inmediata todos los bancos, la tierra y las empresas importantes y estatizarlas bajo control obrero y popular. Esto permitiría planificar democráticamente la economía en función de las necesidades sociales y no de los intereses particulares de los capitalistas, o de tal o cual burócrata vinculado a ellos, y resolver los problemas de las masas obreras y populares, que constituyen la base social de la revolución. Acabar con todas las lacras que el capitalismo genera, la gran mayoría de las cuáles lamentablemente todavía subsisten, construir viviendas, generar empleo digno y estable, subir los salarios, luchar exitosamente contra la inflación, inyectaría entusiasmo y moral renovados en las masas.

No sólo el apoyo y la movilización en defensa de la revolución entre las masas en la propia Venezuela aumentaría a un nivel superior incluso al que vimos en coyunturas decisivas como la insurrección contra el golpe de abril de 2002, la resistencia al paro patronal de ese mismo año, la Batalla de Santa Inés por ganar el revocatorio en 2004 o las elecciones presidenciales de diciembre de 2006. El apoyo a la revolución entre los inmigrantes colombianos y de otros países, y entre las poblaciones de esos países hermanos (incluida la propia Colombia), se vería enormemente reforzado. Cualquier intento de la oligarquía de actuar contra la revolución venezolana se vería paralizado por la acción de las masas o, como mínimo, enfrentaría un rechazo masivo que dificultaría enormemente el margen de maniobra del imperialismo y de las distintas oligarquías contra la revolución.

Armar al pueblo, sustituir el actual estado por un estado obrero y acabar con el burocratismo y el capitalismo

Indisolublemente unida a estas medidas políticas y económicas está la defensa militar de la revolución. Pero esa defensa militar también exige llevar la revolución hasta el final y sustituir la actual estructura estatal por otra completamente diferente. Desde la CMR siempre hemos defendido la necesidad de desarrollar el armamento general del pueblo y organizar milicias obreras y populares en todos los centros de trabajo, barrios, etc. Medidas como la extensión de la reserva han sido saludadas por nosotros como un paso adelante en ese sentido y hemos participado en ellas con entusiasmo. Al mismo tiempo, hemos explicado que mientras se mantenga un aparato del estado fuera del control de las masas y un ejército separado del pueblo habrá riesgo de que, enfrentados a un choque decisivo entre revolución y contrarrevolución, sectores de la oficialidad puedan ser utilizados como caballo de Troya de la burguesía y el imperialismo. Lo vimos en 2002 con el general Rosendo y otros mandos militares; lo volvimos a ver en 2007 con Baduel. Como explicaba Lenin, en una sociedad capitalista en la que los medios de producción están mayoritariamente en manos privadas, miles de lazos «visibles e invisibles» unen a sectores de la oficialidad del ejército y de la burocracia estatal con la burguesía y el imperialismo.

La extensión de la reserva debe ir acompañada de la creación de milicias obreras y populares en todos los centros de trabajo y barrios. Estas milicias deben estar sometidas al control de Consejos, asambleas y comités que actúen como células del poder obrero y popular. La otra cara de la moneda debe ser un trabajo revolucionario sistemático dentro del ejército, constituyendo patrullas del PSUV, organizando comités y asambleas de soldados y oficiales revolucionarios. Sólo sustituyendo la actual estructura estatal -incluido la del ejército-, que sigue siendo la misma que creó la burguesía, por un genuino estado revolucionario bajo el control de los trabajadores y el pueblo, es decir: una democracia obrera basada en la elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos (incluidos los militares), en el que estos no cobren más que un trabajador calificado y se vean obligados a responder periódicamente de su gestión ante quienes les han elegido y dónde el propio ejército esté sometido al control de los organismos de poder obrero y popular podrá garantizarse que la defensa de la revolución está realmente en manos del pueblo en armas.

Pero ¿es inevitable una intervención? (Los límites y divisiones internas del imperialismo)

Durante años, los sectores reformistas enquistados dentro del movimiento bolivariano han defendido que la revolución venezolana no podía plantearse tareas socialistas ni acelerar su ritmo porque de hacerlo el imperialismo intervendría militarmente. Los marxistas explicábamos que en la correlación de fuerzas que hoy existe en todo el continente, si lo hiciesen, lejos de acabar con la revolución en Venezuela estarían abriendo las puertas a la misma en otros muchos países latinoamericanos y abriendo un nuevo frente de intervención cuando no han conseguido cerrar ninguno de los que tienen abiertos. Esto sigue siendo completamente cierto y ésa es la causa de que hasta ahora no se hayan atrevido a intervenir de forma directa y militar.

El imperialismo USA está en estos momentos empantanado en Irak y Afganistán y enfrenta graves problemas internos. El primero, una crisis económica que -pese a los datos sobre recuperación que están presentando a bombo y platillo- amenaza la estabilidad del sistema en todo el mundo y podría desembocar incluso en una recaída en la recesión aún más profunda. En cualquier caso, según los mismos burgueses estadounidenses reconocen, la perspectiva para el país más poderosos del mundo es la de nuevos ataques contra los trabajadores y la mayoría de la población, recortes sociales, mantenimiento del desempleo y, como consecuencia de todo ello, incremento del malestar social. Existe un cuestionamiento masivo entre la población estadounidense a las guerras en que la clase dominante gringa se ha embarcado y vemos divisiones crecientes en el seno de la propia burguesía respecto a cómo enfrentar toda esta situación. Estas contradicciones ya se han evidenciado en divergencias tácticas respecto a Irak y Afganistán o en las políticas a seguir en América Latina.

El propio golpe en Honduras, como analizamos desde la CMR en su momento, puso de manifiesto esas divisiones. Obama tenía un plan para tumbar al gobierno de Zelaya utilizando mecanismos formalmente legales y por una vía que cuestionase de un modo menos evidente la imagen de renovación y diálogo que intentaba transmitir. Pero los sectores más duros del aparato estatal del imperialismo yanqui animaron a los golpistas hondureños a actuar, dieron una patada a la mesa y pusieron a Obama ante un hecho consumado. El objetivo era recuperar la iniciativa, enviar un mensaje amenazante a las masas y a los dirigentes reformistas latinoamericanos (así como al propio Obama) y fortalecer la alicaída moral de la base social de la reacción en todo el continente. No obstante, con su actuación lo que hicieron fue desatar el magnífico movimiento revolucionario de las masas hondureñas. Sólo la falta de un partido de masas de la clase obrera con un programa y un método marxista ha impedido un nuevo triunfo revolucionario en Honduras hasta el momento y hecho que el proceso se desarrolle de un modo más tortuoso, contradictorio y prolongado. En todo caso, lo cierto es que lejos de resolver nada de manera definitiva la actuación contrarrevolucionaria ha acumulado más contradicciones y material explosivo en la sociedad hondureña de cara al próximo período.

La situación en Colombia

Aunque el imperialismo intenta utilizar a Colombia como base contra la revolución venezolana y latinoamericana tampoco tienen la situación firmemente controlada y las manos libres para hacer lo que quieran. El país hermano está lejos de ser un Israel latinoamericano. El movimiento obrero y popular colombiano resiste de forma heroica desde hace años y ha protagonizado en los últimos años movilizaciones obreras y populares masivas y de gran combatividad. El potencial para el desarrollo de una alternativa de masas de izquierdas es enorme, como han demostrado las victorias electorales del PDA en la Alcaldía de Bogotá durante los últimos años o incluso (de un modo más distorsionado) la llamada «ola verde» en las últimas elecciones presidenciales.

Los contrarrevolucionarios tampoco han logrado desarrollar un clima de chovinismo contra Venezuela entre la población que pudiese servirles como base sólida para un ataque. Por último, pero no menos importante, la inercia generada por las derrotas del pasado y la falta de una alternativa política ilusionante por parte de los dirigentes reformistas de la izquierda que movilice a la gran mayoría de la sociedad colombiana (que es la principal causa de las victorias de Uribe, al mantener una abstención superior al 50% en todas las convocatorias electorales) resulta una base demasiado endeble. Esta inercia podría romperse en cualquier momento, golpeada por la profunda crisis del capitalismo colombiano y los ataques a sus condiciones de vida que están sufriendo las masas, y convertirse en su contrario.

Un aspecto clave respecto a cómo pueda evolucionar la correlación de fuerzas en la propia Colombia es la política de la dirigencia revolucionaria venezolana hacia las masas colombianas y muy especialmente hacia los colombianos residentes en Venezuela (la minoría nacional más grande con muchísima diferencia, compuesta por millones de personas) Esta ha sido hasta el momento bastante errática. Durante varios años se presentaba a Uribe como amigo y la política era no pronunciarse sobre nada de lo que ocurría en Colombia mientras la burguesía colombiana tenía una estrategia clara que consistía en hacer todos los negocios posibles con Venezuela pero lanzar una campaña sistemática de calumnias y descalificaciones a través de sus medios de comunicación contra el Presidente Chávez y la revolución. Como es habitual, el más lúcido y honesto a la hora de formular las relaciones que Venezuela quiere mantener con Colombia ha sido el presidente Chávez, quien ha insistido en la idea de que ambos pueblos somos hermanos y sobre todo en el último período ha hecho un esfuerzo por diferenciar entre el gobierno reaccionario de Uribe y el pueblo colombiano, que sufre la opresión y represión de ese mismo gobierno más que ningún otro.

Sin embargo, entre algunos sectores de la burocracia se tiende a identificar a la población colombiana como un todo potencialmente enemigo y reaccionario o, en el mejor de los casos, tras hacer llamados formales al pueblo colombiano a la solidaridad con la revolución, en privado se da por bueno el punto de vista que fomentan las burguesías venezolana, colombiana y del resto del mundo, según el cual la población colombiana es reaccionaria, apoya de forma sólida e irrestricta al uribismo, etc.

Como hemos explicado en numerosos materiales los marxistas de la CMR internacional, y nuestras secciones en Colombia y Venezuela, la razón principal de que el uribismo haya podido mantenerse en el poder todos estos años y de que haya ganado distintas convocatorias electorales es la ausencia de una dirección revolucionaria en la propia Colombia que proponga un programa, unos métodos y una estrategia capaces de romper con la inercia del miedo, derrotas y desmoralización del pasado e ilusionar y entusiasmar a las masas. Esto hace que el malestar y deseos de cambio que existen en amplísimos sectores de la población colombiana no encuentren por el momento un cauce. Durante los próximos años se presentarán no una sino varias oportunidades a la clase obrera colombiana para modificar esta situación. La clave será si son aprovechadas ofreciendo una política revolucionaria o siguen siendo desaprovechadas con propuestas reformistas, confusas y timoratas.

¿Cómo ganar a las masas colombianas para la revolución?

Diferenciar entre los anhelos de justicia, paz, una vida digna, etc. que sienten las masas colombianas y los deseos de acabar con la revolución en Venezuela para mantener su dominio y beneficios de la oligarquía debe ser el punto de partida para una política correcta. Sólo así derrotaremos la brutal campaña de calumnias contra Chávez y la revolución bolivariana que desde la misma elección del presidente en 1998 viene desarrollando la burguesía colombiana. Esto unido a las medidas de expropiación de la burguesía y erradicación del burocratismo y construcción de una auténtica economía socialista planificada democráticamente en Venezuela es el camino para fortalecer el apoyo a la revolución venezolana entre los colombianos, en primer lugar entre los que viven en Venezuela y en segundo lugar entre los que permanecen en el país hermano.

La mayoría de los colombianos que viven en Venezuela pertenecen a los sectores más pobres de la sociedad y dentro de estos en muchos casos también a los menos organizados. En la campaña de 2004 para el referéndum revocatorio una parte de esa población inmigrante colombiana fue ganada para la revolución. Medidas como las misiones (Barrio Adentro, Misiones educativas) Mercal o la propia legalización de buena parte de estos ciudadanos que llevó a cabo entonces el Gobierno Bolivariano aumentó el sentido de pertenencia de los mismos y fortaleció el apoyo entre ellos al chavismo y la revolución.

Una de las claves de la victoria en el referéndum de 2004 fue la movilización masiva de sectores que hasta entonces no participaban en política (entre los cuales los inmigrantes colombianos representan un porcentaje significativo). Pero como hemos explicado en otras ocasiones, seis años después lo que sirvió para ganar el referéndum de 2004 ya no es suficiente. Las masas esperan mucho más de la revolución, esperan todo. Una vida nueva, con empleo y vivienda digna, con seguridad y perspectivas de futuro en sus barrios y para sus hijos, una sociedad en la que ellas ejercerán el poder, en la que todo será distinto y los males que desde siempre han sufrido (la violencia, la pobreza, la corrupción, las diferencias entre ricos y pobres…) empezarán a desparecer.

Si, tras diez años de revolución, eso no llega y amplios sectores de las masas siguen sin verle «el queso a la tostada» la esperanza e ilusiones que la revolución ha despertado en sus corazones puede empezar a transformarse en frustración, decepción y lo peor de todo, resignación. La idea de que todo sigue igual y nunca cambiará es el peor enemigo para cualquier revolución, y ¡ojo! su invasión está en marcha desde hace tiempo, ayudado por las marramucias y el doble lenguaje de la burocracia y el parasitismo y saqueo de los empresarios. Esta desmoralización afecta a sectores de las masas venezolanas y aún más a esos sectores procedentes de Colombia.

No será con llamamientos abstractos a la solidaridad del pueblo colombiano como se derrotará la estrategia de las oligarquías colombianas y venezolanas y de sectores del imperialismo de intentar fomentar el enfrentamiento entre ambos pueblos con el fin de aislar y debilitar a la revolución venezolana. El necesario llamado a la movilización y organización de las masas colombianas contra su propia burguesía debe ir unido de manera inseparable a las medidas que antes hemos comentado para llevar la revolución venezolana hasta el final, y solucionar todos los problemas pendientes en el país. Esto debe ir vinculado además de manera inseparable a la defensa de un programa por parte de la propia izquierda colombiana que partiendo de las necesidades más inmediatas de las masas en el país hermano (empleo digno, defensa de la salud y educación públicas, etc) vincule estas y la lucha por la paz a la transformación de la sociedad y la necesidad de luchar por acabar con el sistema capitalista.

Por extraño que nos parezca a los que vivimos esta nueva crisis con Colombia desde el lado venezolano de la frontera, la burguesía colombiana intenta sembrar entre la población de su país el miedo a una posible intervención desde Venezuela y a una guerra entre ambos países fomentada por Venezuela. Para ello se basa en el brutal monopolio mediático que tiene, la manipulación sistemática de todas las noticias y declaraciones que llegan de nuestro país (de Chávez, de los ministros, de ciudadanos y activistas) y la inestimable colaboración de la propia oposición contra-revolucionaria, vendepatria y pitiyanqui venezolana. Las calumnias acerca del supuesto carácter dictatorial, autoritario, etc. de Chávez son amplificadas y utilizadas profusamente en Colombia para atemorizar y confundir a sectores de la población. Otro factor que contribuye a esta campaña de confusión es el lamentable papel de dirigentes reformistas de derechas como el candidato presidencial del PDA en las recientes elecciones colombianas, Gustavo Petro, que en lugar de combatir esas calumnias y prejuicios los aceptan e incluso repiten algunos de ellos.

Sin embargo, esta confusión y miedo a una posible intervención desde Venezuela no es una base suficientemente firme para una agresión militar. Sólo si la burocracia reformista sigue frenando en Venezuela el deseo de las masas de llevar la revolución hasta el final, las posibilidades de los contrarrevolucionarios y el imperialismo para seguir desarrollando sus planes y poder pasar a la ofensiva con éxito aumentan. Por el contrario, si la revolución venezolana culmina con éxito sus objetivos y mejora drásticamente las condiciones de vida de las masas, el caudal de apoyo a la revolución en Venezuela se contagiará al resto de países latinoamericanos. Colombia lejos ser una excepción sería de los primeros.

Las perspectivas para la estrategia contrarrevolucionaria del imperialismo

Los sectores más lúcidos del imperialismo y de la clase dominante colombiana comprenden también las contradicciones y limitaciones que enfrentan en estos momentos. Algunos periódicos estadounidenses, El País en España o la revista Semana en la propia Colombia (todos ellos enemigos jurados de la revolución venezolana) han llamado a rebajar la tensión y han criticado con mayor o menor dureza a su viejo amigo Uribe.

A todos ellos les interesa seguir con la campaña mediática contra Chávez y Venezuela, todos comparten la necesidad de ir preparando el terreno para -si en algún momento resulta posible e imprescindible tomar el camino del enfrentamiento armado o la violencia contra la revolución venezolana- poder hacerlo en las mejores circunstancias. Sin embargo, están preocupados por lo que consideran una provocación innecesaria en estos momentos y cuyas consecuencias no ven claras a corto plazo. Piensan que la estrategia de desgaste que habían adoptado respecto a la revolución venezolana estaba funcionando y puede ayudarles a tener un buen resultado en las próximas elecciones del 26 de Septiembre. No son partidarios de forzar más la máquina y arriesgarse a una espiral de polarización respecto a este tema que no saben cómo puede acabar; ni desde el punto de vista de los efectos a corto plazo en las elecciones legislativas venezolanas ni desde el de los efectos más a medio plazo sobre la estabilidad regional.

¿Significa esto que una intervención militar imperialista a través de la oligarquía colombiana o por otra vía está totalmente descartada? ¿Qué no debemos organizarnos y prepararnos para responder a la misma? Sería un grave error plantear las cosas de esta manera. Como también hemos explicado los marxistas, en una situación de crisis como la que vive hoy el sistema capitalista a escala mundial la posibilidad de divisiones internas en su seno, errores, acciones desesperadas o vanguardistas por parte de sectores específicos de la clase dominante está más presente que en cualquier otro momento.

Aunque la perspectiva de una intervención o ataque contra Venezuela no nos parece lo más probable a corto plazo (y no cuenta hoy con el apoyo de los sectores mayoritarios del imperialismo e incluso de la burguesía colombiana) en un contexto tan crítico y volátil para el capitalismo mundial como el actual no es posible descartar de forma absoluta que en un determinado momento, por desesperación, sobrevaloración de sus propias fuerzas, o porque -como ocurrió en Honduras- un sector desesperado de la clase dominante quisiera poner al resto ante una política de hechos consumados, pudiesen cometer un error de cálculo, tensar la cuerda más de la cuenta, desestabilizar prematuramente la zona, y generar una dinámica que se escape de control. Ello significa que debemos estar alerta y preparados.

No es nada improbable que los mismos sectores del imperialismo que aceleraron la salida de Zelaya del poder apoyando el golpe de estado en Honduras hayan animado a Uribe a dar un puñetazo en la mesa. Este sector podría temer que la táctica de Santos de llamar al diálogo con Venezuela, en vísperas de unas elecciones en Venezuela que se presentan muy abiertas y polarizadas, pueda tener un efecto desmoralizador sobre sus bases. En general, como demostraron los acontecimientos en Honduras, entre este sector crece la impaciencia y las dudas acerca de que la táctica que el imperialismo se ha visto obligado a llevar en Venezuela tras las derrotas que sufrió entre 2002 y 2004: sustituir el ataque frontal por una táctica de desgaste buscando una victoria electoral (al estilo de lo ocurrido en Nicaragua a finales de los 80) vaya a funcionar. Podrían haber pensado que la provocación de Uribe y un clima de tensión creciente en la frontera ayuda a más a sus planes de desestabilización. Aunque, como en el caso de su actuación en Honduras, los resultados pueden ser bastante diferentes a lo que pensaban y crearles nuevos problemas.

Defender la revolución, completando y extendiendo ésta al resto de Latinoamérica

Sea cual sea el caso, las divergencias tácticas, tensiones y dudas en el seno del imperialismo y las distintas burguesías respecto a cómo actuar frente a la revolución venezolana son una expresión tanto de lo abierto que está el resultado de las elecciones en Venezuela y en general las perspectivas para la revolución como del hecho de que el empuje de las masas -pese al sabotaje capitalista y la labor de zapa de la burocracia- continúa, ya les ha derrotado en varias ocasiones y puede hacerlo nuevamente. Este nerviosismo imperialista refleja que la correlación de fuerzas en todo el continente sigue sin serles favorable.

El que un halcón pro-imperialista y enemigo jurado de la revolución venezolana como Santos intente marcar súbitamente algunas distancias con Uribe (para sorpresa del propio Uribe y su camarilla más cercana), llamar a la unidad nacional en Colombia y al diálogo con Venezuela, es una expresión de estas mismas contradicciones internas que existen en la burguesía colombiana y el intento por parte de sectores de ésta de intentar recomponer su unidad interna. En un contexto de crisis profunda buscan además recuperar algo del mercado venezolano y solucionar el grave problema económico que la caída de las exportaciones a Venezuela les está causando (especialmente en las regiones fronterizas), intentar cerrar a corto plazo algunos frentes abiertos y embaucar a las masas con la promesa de paz y «un nuevo estilo» de gobernar.

Esto es sólo un movimiento táctico dentro de una estrategia general que inevitablemente seguirá siendo de hostigamiento y acoso a la revolución venezolana porque el problema de fondo es que la revolución venezolana ha llegado ya tan lejos que representa un desafío a las relaciones capitalistas de producción en el resto de países latinoamericanos y en primer lugar en Colombia.

Una relación diplomática tranquila por parte de la oligarquía colombiana, el cese total de sus provocaciones y ataques, sólo sería posible sobre la base de la derrota de la revolución. Al mismo tiempo, el que hoy existan contradicciones internas en las filas enemigas ante el camino emprendido por Uribe refleja que no se sienten fuertes para pasar ya al ataque. Todo esto sólo significa una cosa para la revolución: no que haya que esperar sentados a ver si Santos nos trata con más respecto y diálogo que Uribe -como en su fuero interno sueña un sector de la burocracia reformista- sino que debemos acelerar las medidas antes planteadas para completar la revolución socialista en Venezuela y resolver los problemas de las masas porque, de hacerlo, la oligarquía colombiana y el imperialismo no tendrán nada fácil en estos momentos organizar el contraataque.

La razón fundamental de que los bolcheviques derrotasen la ofensiva de 22 ejércitos imperialistas y a la contrarrevolución interna no fue tanto militar como política: los decretos del gobierno revolucionario expropiando la tierra y dándosela a los campesinos, estatizando las fábricas bajo el control de los trabajadores, etc. fortalecieron la moral de las masas, minaron el apoyo a la contrarrevolución y provocaron motines y deserciones entre las tropas contrarrevolucionarias e imperialistas. Esta misma fue la causa de que no pudiesen intervenir militarmente contra Cuba, la enorme simpatía y apoyo a la revolución entre las masas en Latinoamérica y todo el mundo paralizó los planes imperialistas de intervención.

Si la revolución venezolana acaba con el poder de los capitalistas y burócratas estableciendo el poder de los trabajadores no sólo tendría una situación excepcionalmente favorable para derrotar cualquier ofensiva contrarrevolucionaria y consolidar de forma duradera la revolución sino que sería perfectamente posible extender la revolución socialista a otros países del continente. La propia sociedad colombiana, aunque hoy a muchos escépticos les parezca imposible, se vería contagiada, como ocurrió con Alemania, Austria-Hungría, España, Italia, y otros países tras el establecimiento de un estado obrero revolucionario en Rusia en 1917. Un paso adelante decisivo en Venezuela, Ecuador o Bolivia que acabe con el control de la economía por parte de los capitalistas, y el control del estado por la burocracia, aceleraría el desarrollo de la revolución en toda Latinoamérica y podría hacer que el capitalismo se derrumbe como una fruta podrida. Esto aceleraría la lucha de clases en todo el mundo.

Fuente: http://www.elmilitantevenezuela.org/content/view/6803/161/