Si lo irreal se toma como real, son reales las consecuencias. A. Thomas De nuevo arrecian los ataques y lo que fueron medidas anteriores se han revelado como inútiles. Que estas medidas fueran enfocadas al ahorro como modo de desviar fondos sociales para pagar deudas privadas, que se hicieron como modo de […]
Si lo irreal se toma como real, son reales las consecuencias.
A. Thomas
De nuevo arrecian los ataques y lo que fueron medidas anteriores se han revelado como inútiles.
Que estas medidas fueran enfocadas al ahorro como modo de desviar fondos sociales para pagar deudas privadas, que se hicieron como modo de agradar a esos entes indeterminados llamados mercados, no es algo que ya se pueda ocultar. Los gobiernos han actuado en una dirección, siguen actuando en una dirección, y la respuesta ha sido la enésima semana de pánico y turbulencias.
El tijeretazo, el recorte social, no es sino la forma que han adoptado los gobiernos para rebajar los índices de pánico y con ello calmar a los especuladores para que sigan comprando deuda soberana. Puede decirse que a cada semana de pánico le sucede una tijera. Así, en el estado español, por ejemplo, se ha modificado la «sagrada» constitución como respuesta a la penúltima semana de furor especulativo. No obstante, no se avizora una calma permanente y podemos intuir que tras sufrir nuevas e innovadoras medidas, vendrá otra tormenta.
La pregunta que surge de todo ello es cuando vendrá la tormenta definitiva, la que acabe con todo, la que desvele que ya no se puede sacar más de ese dinero real (ya de por sí escaso) invertido en lo social para que desaparezca en la irrealidad de los mercados financieros, una irrealidad definida por bailes de cifras que mueven sus curvas según hechos que pueden ocurrir o no, ya que la base de la especulación es el futuro, a veces tan lejano que incluso cabe la posibilidad de que vengan los extraterrestres y nos eviten el trabajo de enviarlo todo al carajo.
La economía de ficción se acrecienta a golpe de despojo. Y mientras lo ficticio crece, la realidad nos muestra a familias desahuciadas, profesores vilipendiados, parados sin expectativa y un largo etcétera que acaba con los hambrientos, explotados y bombardeados del tercer mundo, punto y final del camino del despojo, verdadera zona cero del capitalismo, de la desviación de un dinero que incide en la sociedad hacia un espectáculo en el que el conejo no aparece de la chistera, sino que se volatiliza en su interior y arroja a unos pocos un reloj de oro y una portada en las revistas.
En esta sucesión de pánico, reuniones de urgencia y reformas draconianas, no podemos dejar de percibir un componente de avidez que los gobiernos buscan saciar, ya de manera abiertamente desesperada, cruzando los dedos con cada concesión para que de una vez por todas los mercados queden satisfechos y puedan centrar sus esfuerzos en volver a adormecer a las partes recuperables de despojados, a los que es también necesario reintroducir en las ruinas del tejido productivo. Mientras tanto, establecen una barrera policial de contención, la cual establece la diferencia entre los que viven en los mundos de yuppi y los que son totalmente ajenos a un juego que sin embargo les escamotea la necesidad de pan.
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