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Las tribus de Brasil luchan por sus tierras

Fuentes: The Guardian Weekly

Traducido para Rebelión por Anahí Seri

En Brasil, recientemente, se ha fotografiado una de las últimas tribus no contactadas, mientras se sobrevolaba una zona remota de la selva amazónica. Estas imágenes han vuelto a suscitar el debate que existe desde hace muchas décadas sobre la forma en que se debería proteger a estos grupos. En todo el mundo existen más de 100 de estas tribus, y todas corren el riesgo de que se las expulse de sus tierras, además de la amenaza que suponen las enfermedades para las que no tienen defensas. Fiona Watson, activista por los derechos humanos, viajó a Brasil a encontrarse con estas personas de tribus recientemente contactadas y a investigar el modo en que la minería a gran escala y los negocios agrarios invaden sus tierras y sus vidas.

Brasil probablemente cuenta con más tribus no contactadas que ningún otro lugar del mundo, y las cosas se están poniendo difíciles para ellas. Se está talando cada vez más selva, y el gobierno brasileño está hablando de abrir territorios indígenas a la minería a gran escala. Las tribus no contactadas se ven apretujadas en territorios cada vez más pequeños.

Fui a Brasil a visitar tribus que no habían tenido contacto con el mundo exterior hasta los últimos 50 años, y algunas muy recientemente. Hablé con ellos sobre cómo era su vida antes del contacto y sobre cómo llevaban los cambios asociados.

Algunos tenían historias muy trágicas. Una mujer Yanomami, María, que probablemente tendría unos 60 años, dijo que cuando ella era joven de vez en cuando algún comerciante se cruzaba por su camino, y la tribu mantenía con ellos una relación distante. Pero en los años 70, sin previo aviso, el gobierno brasileño abrió una carretera a través de sus tierras y los miembros de la tribu comenzaron a morir. Ella perdió toda su familia por enfermedades como las paperas, contra las que no están inmunizados.

Los indios Zo’é me dijeron que la primera vez que vieron hombres blancos, en los años 80, tenían mucha curiosidad, pues los blancos tenían herramientas útiles, como hachas de metal y machetes, que los indios codiciaban. A los Zo’é les hacia gracia lo mal que se les daba la caza a estos forasteros; un hombre de la tribu imitó a un hombre blanco esforzándose en cargar un pecarí a la espalda, chasqueando con los dientes. Estos forasteros eran misionarios evangélicos fundamentalistas que habían entrado en la tierra de los Zo’é de forma ilegal y clandestina para convertirlos al cristianismo. Muchos Zo’é murieron de las enfermedades que trajeron. Afortunadamente, el FUNAI (el departamento gubernamental para asuntos indios) los expulsó, y a los Zo’é se les reconocieron oficialmente sus tierras. La población está aumentando.

Sé de muy pocos casos en los que el contacto con el mundo exterior haya tenido éxito; no es raro que el 50% de la tribu muera durante el primer año de contacto.

Estos pueblos gozan de derechos conforme a la legislación internacional, y se los debería dejar en paz. Son autosuficientes y no necesitan parcelas de alimentación ni ayudas; lo que necesitan es que se les respeten sus tierras, y que se les dé el tiempo y el espacio para decidir si están preparados, y cuando lo están, para establecer contacto con el mundo exterior. Es una elección. No podemos imponerles a ellos nuestros criterios.

El gran problema en Brasil es que los asuntos indios no son una gran prioridad para el gobierno. Me gustaría que el gobierno dedicara más dinero y una mayor voluntad política a la protección de los territorios indígenas. La unidad de indios no contactados del FUNAI es un pequeño equipo de personas muy entregadas, que luchan contra enormes proyectos gubernamentales de abrir el Amazonas para ampliar la ganadería y las plantaciones de soja, y construir gigantescas presas hidroeléctricas.

Estuve con una tribu llamada los Enawene Nawe, unos grandes pescadores. Están luchando por tierras importantes que contienen su principales aguas de pesca. La primera vez que visité esta región era selva tropical, pero cuando regresé recientemente, gran parte había sido arrasada por los ganaderos y los granjeros de soja. El agua estaba sucia y contaminada; los indios me contaron que los granjeros usaban pesticidas que se filtraban al río. Al entrevistar a los Enawene Nawe, tuve que tener cuidado de no llamar demasiado la atención. Los granjeros han amenazado de muerte a los indios, y han quemado sus campamentos de pesca.

Ahora tenemos una generación de pueblos indígenas que han visto como sus padres pasan por ese terrible proceso del primer contacto, y que están más preparados para el mundo exterior. Llevan sus propios proyectos culturales, están investigando sobre sus conocimientos de medicina y registrando su historia. Los Waiaipi son un buen ejemplo. La primera vez que los contactaron, sus población se vio diezmada, pero ahora está aumentando. Tienen sus propios profesores y se aferran a su idioma. Gran parte de sus conocimientos se siguen transmitiendo dentro de la tribu, al mismo tiempo que se relacionan con el mundo exterior. Son muy batalladores y a menudo viajan a Brasilia para hacer valer sus derechos.

En este sentido, el panorama es positivo. Pero estas tribus contactadas y no contactadas necesitan apoyo. Una cosa que todos me dijeron es que necesitan el apoyo, no sólo de los brasileños, sino de toda la comunidad internacional para protegerse de los grandes proyectos empresariales que amenazan con destruirlos.

Fiona Watson habló con Anna Bruce-Lockhart. Hay más información sobre las tribus no contactadas y sobre cómo apoyarlas en http://www.survival-international.org/home