“Para mí es una satisfacción enorme haber escrito un libro que sobrevivió a más de una generación y que sigue estando vigente, pero a la vez me genera una enorme tristeza porque el mundo no ha cambiado en nada. Para mí sería mejor que ese libro estuviera en un museo de arqueología junto a las momias egipcias, pero no es así”. Eduardo Galeano, 2011.
El que un libro de ciencias sociales llegué a la cifra de diez mil o veinte mil ejemplares es ya sorprendente, y resulta extraordinario que alcancé, al cabo de medio siglo, cien ediciones legales y otras tantas piratas, con un tiraje de más de un millón de ejemplares en idioma castellano, junto con su traducción a diversas lenguas. Este es el caso de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, cuya primera edición se publicó en 1971 y del cual estamos celebrando con regocijo cincuenta años.
Síntesis magistral de nuestra historia de dependencia
¿A qué se debe ese inusitado despliegue de un libro que no es ficción literaria? La razón fundamental radica en que allí se expresa en forma viva la truculenta historia del continente con un lenguaje sencillo, pero profundo, y hablando siempre en presente. No se emplean insoportables métodos eruditos ni se separa tajantemente el pasado y el presente. Se analiza la historia de nuestro continente a partir del saqueo y la expoliación permanentes que han caracterizado nuestro azaroso devenir durante más de cinco siglos. No se evoca el pasado como una realidad muerta y petrificada, sino como un mosaico aterrador que la dependencia que ha desangrado a Latinoamérica.
Es la historia de los “personajes” que han desfilado efímeramente por el escenario de la división internacional del trabajo: el azúcar, cuya blancura y dulzor empalagó a las cortes europeas a costa del sudor y la sangre de los negros de las plantaciones; el caucho, que enriqueció a los nacientes magnates de la industria automovilística, a la par que exterminó a comunidades milenarias de la selva amazónica; el oro y la plata, que fortalecieron a los parásitos hidalgos, empobreciendo de paso al pueblo español y contribuyendo a desarrollar la acumulación originaria de capital en Inglaterra a costa del trabajo forzado de cientos de miles de indígenas y de esclavos negros; el estaño, materia prima de la industria de enlatados desechables del mundo industrializado, enlatados que nunca ven los mineros bolivianos que mueren con los pulmones destrozados por la silicosis que los hace ver viejos a los 35 años; el petróleo, la más importante de las materias primas y que en la mayor parte de nuestros países solo ha dejado malos recuerdos, huecos con hollín y contaminación…
La riqueza del suelo con su variedad de bienes comunes, fauna y flora, y los territorios que habitan pueblos de una amplia diversidad étnica y cultural solo ha servido en este continente para facilitar nuestra inserción en la división internacional del trabajo, cuya esencia final no se apoya, como pensaba el economista ingles David Ricardo, en la ventaja comparativa, sino en la formula que postula Eduardo Galeano: la especialización, para que unos ganen mientras que otros pierden. Y nosotros, los latinoamericanos, siempre hemos sido los perdedores. No solo perdimos bienes naturales, sino lo más importante radica en que esos bienes tienen trabajo coagulado, que se nos roba, y se materializa en bienes primarios y mercancías que se van a los centros capitalistas, y a cambio de los cuales se nos envía menos trabajo.
A esa realidad cotidiana que se expresa en que, por ejemplo, cada vez necesitamos más bultos de café para comprar menos tractores, es lo que los economistas de la Cepal llamaban el deterioro de los términos de intercambio, y que Galeano describe magistralmente en su obra.
Algunas de las materias primas que se mencionan en el libro siguen estando presente en la historia extractivista de nuestro continente, sobre todo el petróleo, pero han aparecido otras, tales como la carne de res y de pollo, la soja, el aguacate…, todas las cuales siguen sujetas a la misma lógica de dependencia, de deterioro de términos de intercambio, de expolio, de despojo, de destrucción ambiental, de super explotación de trabajadores ‒aunque sean menos los que se empleen en las nuevas ramas exportadoras con respecto a lo que sucedía en las minas y en los enclaves clásicos‒, de aniquilación de indígenas y campesinos. Como lo sintetizaba magistralmente en su obra póstuma El cazador de historias [2016], refiriéndose al espinoso asunto de las drogas de uso ilícito: “Así funciona el gran negocio de la cocaína en la división internacional del trabajo: unos ponen la nariz y otros ponen los muertos”.
En esa perspectiva, la contra historia que se relata en Las venas abiertas no es cosa del pasado, es de gran actualidad y, por desgracia, para los habitantes de ese continente, sigue estando al orden del día. Por eso, decía Galeano en 2009: «Lo que describía sigue siendo cierto. El sistema internacional de poder hace que la riqueza se siga alimentando de la pobreza ajena. Sí, las venas de América Latina todavía siguen abiertas».
Los agentes internos de la dominación
En esta obra también se cuenta la historia de los testaferros de la dominación interna, que son los agentes que generan y fomentan la dependencia. Es la historia de las dictaduras, las guerras sangrientas, el robo territorial, las disputas fronterizas la consolidación de las oligarquías locales. En el libro, Galeano nos describe a personajes tan pintorescos como el dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez, “héroe” de la matanza anticomunista de treinta mil campesinos en El Salvador en 1932, quien argumentó que era más criminal matar a una hormiga que a un hombre, porque al fin y al cabo este último sobrevive en el más allá, mientras que la primera no.
Galeano también nos habla de la primera violencia colombiana que asoló campos y ciudades en la década de 1950, enriqueciendo aún más a la burguesía cafetera e industrial y dejando a su paso 300 mil colombianos muertos. Nos recuerda la guerra de la Triple Alianza, que desangró a Paraguay y terminó con casi todos sus hombres adultos, generando un desbalance demográfico que afectó a ese país durante todo el siglo XX. En fin, una gran cantidad de acciones infames, que deleitan a eruditos europeos o estadounidenses, fueron recreadas por Galeano, pero no en aras de la curiosidad del coleccionista, sino del pensador preocupado por la suerte actual de un continente, que sigue desangrándose con nuevos y sofisticados métodos de saqueo y expolio. Eso es lo que Galeano denomina la estructura contemporánea del despojo, la cual no necesita recurrir, salvo en casos excepcionales, a la invasión directa, pues para eso están las multinacionales, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Esa estructura actual del despojo extrae los bienes naturales con nuevos procedimientos tecnológicos y recurre a la tecnocracia interna para garantizar la entrada del capital financiero y la apropiación de los bienes comunes que se encuentran en nuestros tierras y mares. Y cuando esa entrega no es “voluntaria”, y en un país emerge cierta dosis de nacionalismo, el imperialismo acude a los métodos clásicos de saboteo, bloqueo, guerra abierta, para apropiarse del petróleo, el oro, el coltán, el litio o lo que sea necesario para garantizar el funcionamiento material del capitalismo, aunque ese saqueo lo encubra ahora con nuevos términos como defensa de los derechos humanos, promoción de la democracia y la libertad. Si, para Estados Unidos y la Unión Europea derechos humanos quiere decir petróleo, democracia y libertad son nuevos eufemismos para referirse a la riqueza mineral y forestal de nuestros países y así sucesivamente.
Un libro siempre actual
Las venas abiertas de América Latina es un libro escrito con indignación y pasión, apoyado en la más importante literatura histórica y social de su tiempo e influido notablemente por el paradigma teórico predominante por entonces en el continente: la teoría de la dependencia. Partiendo del material investigativo sobre diversas épocas y realidades, Galeano recreó literariamente nuestra historia en 400 páginas, llenas de vida, para presentar el cuadro más dramático, desgarrador e impactante que se pueda conseguir en un libro.
Pese a los cincuenta años transcurridos desde su publicación original, a los cambios mundiales, así como a la derechización o socialdemocratizacion de los estudios sociales e históricos, el libro sigue siendo permanentemente actual. Eso resulta muy incómodo a muchos académicos del continente que antes compartieron los planteamientos de Galeano, pero que hoy en día forman parte de los ejércitos burocráticos, estatales y privados, que alimentan la explotación y desigualdad y se niegan a pronunciar los términos de dependencia, imperialismo, desigualdad, capitalismo, lucha de clases… como si dejando de usar los conceptos críticos desapareciera la quemante realidad de la injusticia y la opresión.
Cinco décadas después el libro de Eduardo Galeano está más vivo que nunca, por un sinnúmero de razones: las dictaduras de la década de 1970, las torturas y desapariciones de todos esos años; el endeudamiento eterno del continente en la década perdida de 1980; los planes de ajuste inhumanos del Fondo Monetario Internacional; el deterioro constante de los precios internacionales de nuestras materias primas (café, banano, azúcar, carne, estaño, cobre, petróleo); las democracias de papel; los millones de niños que viven en condiciones infrahumanas; la arrogancia imperialista de los Estados Unidos con sus acuerdos de libre comercio; la militarización del continente por las tropas imperiales y sus ejércitos locales de ocupación para mantener la expropiación y el despojo….Todos estos fenómenos que mantienen nuestras venas abiertas, en lugar de superarse en los últimos cincuenta años tienden a agravarse.
De ahí la vitalidad de un libro cuya lectura equivale a recibir una bofetada en el rostro, que produce rabia y dolor. Pese a que transcurran los decenios y el libro, como histórico y relativo que es, por ser resultado de la acción crítica de un individuo, pierda vigencia en algunos pasajes, esencialmente seguirá vivo durante mucho tiempo, por lo menos hasta el momento en que se cierren las heridas del continente y termine el desangre material, económico, social y cultural de los millones de indígenas, negros, mestizos, mujeres pobres, niños humildes que habitamos en Nuestra América.
Galeano nunca renegó de Las venas abiertas
En la II Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia, en abril de 2014, Eduardo Galeano afirmó sobre Las venas abiertas que «no sería capaz de leerlo de nuevo», porque le parecía que «esa prosa de izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital». Agregó que, cuando escribió el libro, «no tenía los suficientes conocimientos de economía ni de política”, para rematar la tarea que en ese momento se propuso, cuando tenía 30 años. Después señaló, y es lo importante de resaltar: «No estoy arrepentido de haberlo escrito, pero ya es una etapa que para mí está superada».
Estas declaraciones fueron tomadas por falsimedia mundial y sus telectuales (es decir, aquellos que presumen de ser pensadores y solo desean figurar en las pantallas de televisión) como una prueba de que Galeano había abjurado y renegado de Las venas abiertas. The New York Times, El País de España, Washington Post y sus sucursales mediáticas de baja estofa en las capitales de los países latinoamericanos se apresuraron a replicar las palabras de Galeano, afirmando que estaba arrepentido, renegaba de sus ideas de izquierda, repudiaba su propio libro y dejaba a los revolucionarios de nuestro continente sin una de sus obras emblemáticas. Incluso, algunos en forma osada llegaron a afirmar que Galeano había entrado a forma parte de los pragmáticos y conversos, siguiendo la senda de Mario Vargas Llosa.
Durante semanas enteras falsimedia en español, principalmente, se encargó de difundir la noticia sobre el enterramiento de Las venas abiertas por parte de su propio autor. Neoliberales y neoconservadores saltaban de la dicha al considerar que Galeano había reconocido sus errores y eso significaba el entierro definitivo de ese libro y, sobre todo, el abandono de cualquier crítica radical al capitalismo e imperialismo que ha asolado durante siglos a nuestro continente, como se expresa en la mencionada obra. Ante los gritos destemplados de la dicha de los corifeos del capitalismo e imperialismo, Galeano se vio obligado a aclarar su postura, y por supuesto estas declaraciones no fueron replicadas por aquellos que aplaudían la pretendida defunción de Las venas abiertas: “Ladran, Sancho. Es la prueba de que escribir sirve, al menos para despertar celebraciones y protestas, aplausos y también indignaciones. El libro, escrito hace siglos, sigue vivo y coleando. Simplemente tengo la honestidad de reconocer que a esta altura me resulta un estilo pesado en el que me cuesta reconocerme ahora que quiero ser cada vez más breve y volandero. Con Vargas Llosa nada que ver”. […]. Y, concluyó, para que no quedaran dudas de lo que pensaba: “Las voces que se han lanzado contra mí y contra Las venas abiertas están gravemente enfermas de mala fe”.
Y esto nos sirve para señalar que hoy es necesario “actualizar” Las venas abiertas, no porque esté desfasada, ni mucho menos. El libro fue publicado hace medio siglo y desde entonces dos elementos deben ser considerados: la dura realidad transcurrida desde 1971, que confirma lo dicho por Galeano en términos de explotación, sometimiento y dependencia, realidad que debe ser incorporada en esa actualización del libro; y los avances en el conocimiento social de diversas latitudes que han aportado al conocimiento de la historia del despojo de nuestro continente. Esto es necesario en términos de nueva información, que no niega ni desdice lo planteado en Las venas abiertas, sino que debe incluirse, siempre en la perspectiva de escribir una contra historia de nuestros países, en un esfuerzo de pensar a contracorriente, de leer la historia a contrapelo como lo propuso Walter Benjamin, siempre rescatando a los vencidos y sus luchas. En esta dirección, si algún libro se acerca a esa perspectiva de la historia a contrapelo, para darle voz a los vencidos de nuestro continente, ese es el de Las venas abiertas y, por eso, medio siglo después de su primera edición sigue siendo tan vivo como en 1971, porque esa obra demuestra que no puede existir una historia de América Latina que no sea al mismo tiempo una historia del colonialismo y el imperialismo, si se tiene en cuenta que la riqueza de los europeos, y sus hijos putativos, los estadounidenses, es la contracara del expolio de los pueblos latinoamericanos desde hace 530 años.
ANEXO
EL RELATO DE EDUARDO GALEANO SOBRE EL EJEMPLAR MAS QUERIDO DE LAS VENAS ABIERTAS DE AMERICA LATINA
James Cantero, uruguayo como yo soy, jugador de fútbol como yo hubiera querido ser, me escribió una carta, en el año 2009. Yo no lo conocía. Él me dijo que tenía algo para darme. Y me lo dio. Una vieja edición de Las venas. Un capitán del ejército de El Salvador se lo había dado, hacía ya unos cuantos años. El libro había viajado medio mundo, acompañando a James y sus andanzas futboleras.
-Él te buscó. Te estaba esperando -me dijo, cuando me lo entregó.
El libro estaba atravesado por un balazo, herido de muerte: un agujero en la tapa, otro en la contratapa. El capitán había encontrado el libro en la mochila de un guerrillero muerto entre los muchos caídos en la batalla de Chalatenango, a fines de 1984. Nada más había en la mochila.
El capitán nunca supo por qué lo recogió, ni por qué lo guardó. Y James tampoco pudo explicar, ni explicarse, por qué lo llevó con él durante un cuarto de siglo, de país en país.
El hecho es que a la larga, después de mucho andar, el libro llegó a mis manos. Y en mis manos está. Es lo único que queda de aquel muchacho sin nombre. Este libro fusilado es su cuerpo.
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