Yo llegué a pensar que mis películas podrían cambiar al mundo o, al menos, cambiar a Europa. Ahora me conformo con que cambien a tres o cuatro personas. En todo caso, quiero creer que la Humanidad puede enderezar su rumbo a pesar de que hasta los perros tienen más bondad que nosotros. (Aki Kaurismäki)
La Havre (2011) o El Puerto, del cineasta finlandés Aki Kaurismäki es, ante todo, debe decirse de entrada, un filme romántico, un filme humorístico, un filme sarcástico. Como es él, como es la mayor parte de su trabajo, como es su percepción de la existencia a través del ‘código ético’ que el ser humano desarrolla a partir de los diez años. A través de la cual mira la vida y su trabajo. Observa la cotidianidad, el barrio, el universo y la manera como los ricos y los políticos van acabando poco a poco con el mundo y por eso “hay que eliminarlos, antes de que ellos lo hagan con nosotros”. (1) Menos mal, lo dice allá en Finlandia, porque aquí, en Fosa Común, se encontraría con el descoque, la mala leche y el desatino de los ‘conductores’ de programas radiales, pésimo eufemismo por sicarios del micrófono: lo que en realidad son.
El filme de Kaurismäki contiene una ácida crítica al sensacionalismo mediático, a esa sociedad de hormigas que previó Bergman, a esa marea de ratas de la que habla Arturo Echeverri en su novela y su proverbial ‘simplicitud’ para abordar el tema de la violencia (2), hoy propagado por el mundo a causa del temor de los poderosos, de su virus/negocio apartheidista, de su vacuna de la división global, de su bozal o tapabocas o deforma/orejas para propiciar el silencio impuesto, el mismo que para Deleuze es igual a mandar a matar. Tal es el caso de la alemana Rebecca Linda Sprösser, expulsada de forma irregular de Fosa Común, luego de que quien la protegió tras un atentado, Johan Sebastián Bonilla Bermúdez, 26 años, de quien solo se supo su nombre cuando cayera asesinado por 13 balazos que le pegó un sicario con el arma de moda, que es “poco letal” aunque mata: el ‘arma traumática’. A Linda se le ‘prohibió’ la entrada por diez años al ex país, “mi país” para el ‘conductor’ de la FM. El mismo que nunca dejará de ser el responsable directo del resultado sicarial.
Le Havre contiene un largo etcétera de ‘únicos’ logros: el único filme que entre sus intérpretes le da crédito a un animal, Laika, en el rol de Laika. Único filme con un inspector de policía ‘humanista’ (“Es un niño, ¡cuidado!”, le dice a un policía para que no dispare) y el único con apellido de pintor: Henri Monet, por uno de los impresionistas: aunque, bueno, en este caso, se diga que es por el inspector de Crimen y castigo, con el que dialoga Raskólnikov (en ruso, ‘cismático’) al responder por los crímenes de la vieja usurera Aliona Ivánovna y su hermana Lizaveta. Obra de la que Kaurismäki hizo una versión en 1983 y de la que solo Woody Allen ha hecho tres: Crímenes y pecados; Match Point; El irracional.
Un filme sobre inmigrantes, pero no para ‘romantizarlos’ ni para idealizar al Estado anómalo que los combate/denigra/expulsa, sino para presentar una visión, por inocente que pueda parecer, ceñida a los hechos: en este caso, el puerto de Le Havre, Normandía. Sobre cómo es posible actuar de otro modo, gracias a la solidaridad/cooperación de los del barrio, para que no se vea en el inmigrante y/o el empobrecido (no pobre), peligros para la sociedad, porque no lo son: uno, víctima del fascismo internacional; otro, de la aporofobia, esa palabra salida de la Academia que refleja el miedo/odio de los poderosos del mundo hacia el ‘precariato’: aquellos que no tributan al Estado y que, por eso, ‘no existen, no son personas, son no-seres’. Extraña paradoja que no puede masticarse, sin que le duela a uno hasta el pelo de los demás.
Un filme sobre el encuentro de un viejo y un niño, uno blanco (‘albino’, dice él) y el otro negro, del África. Algo no pocas veces visto como utopía, que aquí se da de forma normal como una feliz amistad intergeneracional. La que empieza con el noble fin de dar, antes que de recibir. El europeo le explica al africano que Londres está “al otro lado” y que allí es Le Havre, Normandía. Aparece el inspector Henri Monet y pilla a Marcel Marx con la masa en la mano; él, se para, deja el sándwich y acude presto al llamado. La policía hace un desalojo violento: 300 refugiados que no tenían adónde ir. Pocas semanas atrás, eran casi mil. Ya no están en Calais, pero no se ha resuelto el problema. Como pasó en Sangatte, diez años atrás. El ministro de inmigración acude para presenciar la demolición del campo de refugiados.
El humor de Kaurismäki empieza a surgir: “¿Qué piensas?”, le pregunta Marcel a Chang, el vietnamita, no chino: “Difícil decirlo, ya que no existo”, por, obvio, ‘pienso, luego…’ Y tiene razón, en medio del chiste cartesiano (‘cogito ergo sum’ = pienso, luego soy/existo), cuya filosofía consiste en afirmar que el único modo de encontrar la verdad es a través de la razón. ¿Una forma sarcástica de decirles ‘irracionales’ a los políticos, porque no creen sino en la mentira? De ser así, Descartes era un tipo algo anarquista, ¿verdad? “Soy un hombre feliz, pero no soy él”, dice Chang, sobre su foto en el documento. Para él, el Mediterráneo tiene más partidas de nacimiento que peces. Y, obvio, es más difícil deportar a alguien sin nombre.
Único filme en el que la mujer no manda a comer mierda al marido, lo habitual si en apariencia es un zángano y más si de hecho lo es, sino a beber, a que ‘tome una copa’ o tres, mientras le prepara la comida. Solo que la broma le cuesta, porque al quedarse sola se coge la boca del estómago para descubrir que está con cáncer. Entonces, va de la casa al hospital, para que así el niño africano pueda entrar en ella, sin alarmar a las autoridades que, curioso, en estos casos, actúan ya. Único filme en el que las vecinas no están para el chisme; sino, como Yvette y Claire, para ayudar, como cuando Marcel le quita el pan a la primera y ella no dice nada o cuando hay que llevar a Arletty Marx, la economista/política de la casa, al hospital, que si le presta el celular, y le dice que ella los lleva, así “será más rápido”. O cuando Claire se ingenia la idea del concierto para facilitar recoger la suma a fin de que Idrissa viaje.
Luego, cuando los tres van en la camioneta, Arletty (cuyo nombre va en homenaje a la actriz y cantante de los filmes Hôtel du Nord y Les énfants du Paradise, de Marcel Carné) se aferra al cuello de la chaqueta de Marcel, como de quien sabe que no le puede fallar, no le va a… Marcel vuelve a casa y no halla a Laika, la perra protagonista, donde siempre está: presiente algo, ingresa al cuarto previo a la entrada y ahí está, junto a su nuevo amigo inmigrante que yace dormido. El niño, sentado a la mesa. Marcel le alcanza un plato, piensa darle algo de lo que él toma, hay un veloz arrepentimiento… y el niño saca con la dignidad que debería ser más usual entre los humanos, si no hubiera tanto explotador e indigno que se la arrebata, y con sumo cuidado pone sobre la mesa el billete que aquél le dejó en la bolsa del sándwich.
“¿Has venido a pagar una deuda?” El niño asiente. Y da su nombre: Idrissa. Marcel: “Quo Vadis, Idrissa”. Menos mal, éste no tiene que responder como Cristo, quien dicen que le dijo a Pedro: “Voy hacia Roma a que me crucifiquen de nuevo”. No, él va a Londres, luego se sabrá a qué. Marcel visita a Arletty. Mira su radiografía. “¿Entonces, no hay esperanza?”, pregunta al médico: “Puede ocurrir un milagro”. Claro, hoy la salud tiene que ver más con milagros que con fortaleza o debilidad del paciente o con preparación del médico. Así, parca segura. Mucho más en tiempos del virus/negocio apartheidista, cuya mayoría de muertes se atribuye a él: más fácil se crea pánico y justifica el fraude. También, el de la vacuna, en tanto obligatoria/ineludible, sin pensar siquiera en los daños/efectos que hoy aparecen por doquier.
Arletty se distancia del médico pues en su barrio no se dan esos milagros que pronostica. Le pide no decirle la verdad a Marcel. O que la adorne, que él no es más que un ‘político’ o un ‘banquero’: perdón, que ‘un niño grande’. El médico, ético, es decir, escaso, por lo exiguos que son, le recuerda que hay que decir la verdad o si no uno va contra las normas. Pero, ella, ahora filósofa política, le señala: “Las normas no explican lo que hay que decir”. Y él, para compendiar lo dicho y subrayar que no exageraba con lo de ‘político’, dice: “Hablaré como los políticos”. Y Arletty sonríe atrapada entre la timidez y la aprobación, no importa de quién.
En una semana comienza el tratamiento de la ataráxica economista política Arletty Marx. El médico, Dr. Becker (tributo, quizás, a Jacques Becker, 1906-1960, gran cinéfilo y jazzófilo, que buscaba trabajo en las rutas de transatlánticos Le Havre-NY con el fin de poder oír a los jazzmen afroamericanos; autor de Montparnasse 19, sobre Modigliani) toda la vida fue categórico, como Kaurismäki: “Siempre hay esperanza”. Lo dicho: en cuanto Arletty se va de casa, empieza a gastar a manos llenas: porque le lleva unas rosas, como diciendo ‘para qué’… Lo que, pese a la tensión implícita, transcurre de modo ‘normal’, se complica cuando al salir del bar y se oye a Gardel con Cuesta abajo, en la esquina Marcel halla a Idrissa, en el piso: si no se cuida, quizás no vaya a Londres, sino regrese al lugar de donde vino: Togo.
Luego, cuando, por fin, el chisme entra en escena vía ‘Denouncer’ que observa a Marcel e Idrissa entrar a casa. Luego, la policía ya está encima: “… tengo información que darles”. Mientras a su lado se ve un periódico que habla del ‘énfant terrible’ de Truffaut. Marcel le confirma a Idrissa su filo/bohemia de escritor, cuando vivía en París y su éxito ‘sólo artístico’. Bebía mucho, si había motivo, pero si no… ¡igual!, cual fosacomuniano. El humor no da espera: “No me digas, ‘señor’.” “No hemos sido presentados”, dice Idrissa. A lo cual, con la euro/ironía del ‘primer mundo’ le dice al del ‘tercer mundo’: “¡Vaya, vaya, vienes de una familia civilizada!” Idrissa, no se arredra ni se guarda el chiste serio: “Mi padre era profesor”.
“Marcel Marx. Dime, Marcel”. “Sí, mi general”, obedece con sorna Idrissa. Por su parte, Monet le confiesa de entrada a Marx (en homenaje kaurismäkiano a Karl): “Yo investigo crímenes, no impuestos o inmigración”. Marcel va al centro de refugiados a ver si alguien conoce a la familia de Mahamat Saleh. Como es raro que mientras haya un africano no aparezca música, la africana salta a la palestra bajo acordes del banjo. Cuando Marcel le pide a Idrissa limpiar bien los zapatos, le advierte: “Hay profesiones mejores, pero, comparada con la de un pastor, estás más cerca de la gente”. Marcel, Idrissa y Laika van de visita. Laika es la perra pionera en ir al espacio: junto al soviético Yuri Gagarin en su primer vuelo sideral en la nave Sputnik 2, el 3.nov.1957. Marcel tiene cosas importantes que hacer en Calais.
Entonces, deja a Idrissa con Yvette. Termina de hablar por teléfono y sube al bus: ‘puntual’, dirá el tendero. Llega a Calais. De la cúpula gótica de la Catedral, la cámara baja hasta donde encuentra a Marcel dormido a la intemperie. Cuando se trata de ayudar a alguien, muchas veces las circunstancias no favorecen: así se trate de un filme. Se levanta y toma un café con cigarrillo. Va en taxi hacia un campamento en Dunquerque, le explica al conductor. Llegan. Pregunta por Mahamat Saleh. El siguiente, al que ‘molesta’, le pide un cigarrillo. Y como no solo el africano, sino el negro en general es cooperativo, entonces todos comen. A la orilla del mar, en el escarpado. Negros y blancos. Sin distinción. El motivo de encontrar a Saleh, es su nieto, Idrissa. Pero, Saleh fue llevado a un centro de refugiados, en el mismo Calais.
Marcel charla con el negro y le pregunta dónde está Saleh: ¿por qué habría de creerle que lo busca por su nieto? Marcel, con sus ojos cafés dice: “Por mis ojos azules”. Los del timador del Norte. Como si esto fuera poco humor, Marcel logra entrar a Refugiados, gracias a que se presenta como “su hermano”: sí, de Mahamat. Y el oficial le recuerda si está bromeando. Pues resulta que sí, pese a la diferencia de colores, son idénticos: no por el físico, sino por su Humanidad. Pero, esa aparente broma o broma real, no la comprende la policía ni el Poder. El poder no está para el humor, parece recordar Kaurismäki con esta escena, porque se ocupa de eventos tristes como secuestro/desaparición/exterminio y ‘reseña’ de ‘opositores’: “Soy el albino de la familia”, dice Marcel, como si su hermano negro fuera el al/ron de la suya.
Agrega: “Y, mala suerte para usted [el oficial], periodista y abogado”. De ahí, quizás, miente tanto. Y le recuerda que la discriminación basada en el color es… Y el que siempre amenaza, desde su poder, cae ahora con las mismas armas. “No empeore las cosas…” y Marcel toca el abrigo: “He grabado todo”. Al Director no le queda más que hacer llamar a Saleh. Ahora, por fin, se sabe sobre por qué viaja Idrissa: su madre está en Londres, hace un año, ilegal, sin permiso de residencia. Trabaja en una lavandería china. Vive en Whitechapel Road 248, parte trasera. El hermano de Idrissa que iba a seguirla, murió. Mahamat recuerda un adagio para definir qué va a hacer ante la requisitoria de Marcel: “Tanto va el agua al cántaro que al fin se rompe”. El abuelo le pide a Marcel no dejar que deporten a Idrissa. Él empeña su palabra.
Las amigas de Yvette, lejos del chisme y de la cháchara, ponderan a Idrissa: “Un niño maravilloso, alegre y lleno de vida”, dice una. “Mi prima tuvo una hija con un hombre, pero no están casados”, otra. “Nuestra familia tuvo una tragedia parecida en los años 50”, una más. Yvette: “¿No es maravilloso que dos jóvenes se amen?”. Idrissa ve y calla. “¿Por qué la sociedad tiene que dictar lo que está bien y lo que está mal?”. Con acordeón de fondo, Idrissa se dispone a ejercer el oficio heredado de Marcel: de pronto, irrumpe el ‘denunciante’, decadente ser encarnado por el ahora confeso alcohólico Jean-Pierre Léaud, mítico actor que encarnó al no menos mítico Antoine Doinel de Los 400 golpes o la subversión escolar en 97’. Saca un celular: “¿Policía? El chico está en la estación…”. Forcejean. Irrumpe Chang, agarra al ‘sapo’ y les dice a Idrissa y a Laika, que corran lejos. Un Travelling hacia atráslo muestra.
Yvette le cuenta a Marcel que Idrissa desapareció. Llega a casa y le pregunta a Laika, porque ella también es protagonista, por Idrissa. Aquella huele el closet. Arletty, en su habitación, le pide a Marcel que espere, mientras se acicala para él. Ante los reparos por estar fea y flaca, le dice que para él así es mejor, porque se gasta menos en telas, caben más en un carro, etc. Y como ella se ve alterada en su equilibrio por él, por la terapia le pide volver en tres semanas pues, en especial a él, no debe verlo. Le encarece, sí, traerle su vestido, el que llevaba en La Rochelle cuando se… Reaparece Monet y entra a la prefectura. El Prefecto le pide, cuanto antes, entregar a Idrissa pues así será ‘mejor, para todos ellos’. Monet se para y se despide.
Idrissa escucha Statesboro Blues, de Willie McTell. Llega Marcel. Escucha. Mientras, Monet lo busca. Pregunta al tendero si un tal Marcel Marx vive por ahí y que le hable de él. Lo que ‘hace con gusto’ pues es ‘uno de mis mejores clientes’. En la vida como en el cine, a veces se miente, por conveniencia, no necesariamente por bondad o maldad: “No deja que una cuenta sin pagar le quite el sueño”. Dice cada mentira con una gracia, que uno termina por creer que es verdad: la mentira, claro. Porque aquí no hay verdad: es la mentira del cine, en toda su magnificencia, que busca lo verosímil, por paradójico que suene. Como quien intenta enderezar al árbol torcido: aquí, al torcido mundo. Monet agradece su sinceridad/mentirosa; el tendero ‘humoriza’ (si se puede) el aire: “Solo he hecho mi deber. Por amor a la sociedad”.
Igual que Kaurismäki al legarle Le Havre al mundo. Al respecto, él mismo dice: “Soy un gran mentiroso”. Le Havre es la historia de un cineasta que cree que, a partir de los diez años, cuando uno crea su propio código ético, se pasa el resto de existencia buscando “cumplir dicho código. Ese es el verdadero significado de la vida. Y no hay más”. Cuando el entrevistador le dice que ‘Le Havre’ es un filme muy romántico, Aki Kaurismäki coincide: “Lo sé. De hecho, tiene dos finales y ambos son felices. Me joden todos esos filmes que acaban siempre en final feliz, así que me dije ¡voy a hacer uno que tenga dos!” (3)
E incluso tres, porque al hablar de su trilogía sobre refugiados y su costumbre de agrupar los filmes así, el cineasta finlandés, a propósito del filme, El otro lado de la esperanza, se sincera de modo poco usual: “Porque soy un vago, y necesito hacer planes futuros para mantener la energía. Dicho esto, a lo mejor esta trilogía tendrá solo dos películas. Eso no lo ha hecho nadie nunca antes, ¿no? Sé que esto ya lo he dicho […], pero ahora va en serio: es posible que no haga más películas. He pasado demasiado tiempo haciendo cine y estoy cansado. Prefiero pasar los días recogiendo champiñones. Al fin y al cabo, mis películas son una mierda”. Sobre esto último, una vez más, las mentiras del mentiroso Aki Kaurismäki.
Monet llega al bar con su piña. Todos los clientes, expectantes. Pide un ‘calvados’, aperitivo de alto voltaje. Se sienta y Claire también, con botella en mano. Antes, ha hecho salir a los demás clientes. Ella ha perdido a su marido y Monet le da el pésame. Ya se dijo, es el único inspector humanista en tiempos de granujas. Granujas que cometen la osadía, se atreven a llamar ‘pequeño bribón’ a quien apenas se defiende de sus desafueros/tropelías: las de típicos cabronazis, que solo hacen lo que hace la policía: encerrar a los hombres dignos (porque a los indignos los deja sueltos) como le pasa al (‘fatalista’) marido de Claire, al que Monet ‘encerró’ sin razón. Éste le pregunta si aprecia a Marcel Marx. Y ella: “Sí. Mucho”.
Yvette y Claire visitan a Arletty, le leen a Kafka y, al final, le citan la ciudad donde los hombres no se cansan porque ‘están locos’ o ‘tontos’, ella cae dormida. Yvette cierra el libro como quien sabe que el sueño de los demás es de lo poco sagrado que queda: y no desde la fe religiosa (“Una creencia en la falta de evidencias”: Sagan), sino desde la ética de la existencia, la que según Kaurismäki se adquiere a los diez años y ya no para hasta el fin del tiempo. Lo que, para él, se dijo, constituye el significado de la vida: distinto al de los Monty Python, filme de 1983, en el que primero se ama y luego se insulta a quien se dice amar. (4)
El pueblo donde los hombres no se cansan nunca porque son locos o tontos es aquel del que habla Kafka en su cuento Niños en la carretera (1904/05), del volumen Contemplación (1913). (5) A Marcel le cobran €3.000 por llevar a Idrissa a Londres. “Conseguiré el dinero”. Y le agradece a su contacto, Francis: “No lo olvidaré”. Y cuando se despiden, se ve a Monet que los observa. Marcel llega al bar y le comenta a Chang y a Claire sobre la ‘suma enorme’ para salvar a Idrissa, ésta, solidaria/sardónica le dice que ‘tenemos algo ahorrado’. Y suelta la broma pesada: “Yvette no merece heredar”. Lo dice porque le parece ‘imprudente’: cómo así que comete el despropósito de “abrir una panadería en estos tiempos”. Chang ofrece sus €200 ahorrados para la bici de su hija: “Puedo esperar”, asegura. Como si, en efecto, pudiera. He ahí la solidaridad llevada de la mano por la honestidad: no admite traba/reparo alguno.
La franqueza de Marcel, igual, aplasta: “Gracias, pero no podría aceptar. Tengo que arreglármelas solo”. Menos mal en los filmes (casi) siempre hay esperanza. Máxime en un filme que no tiene uno, sino dos finales felices. Claire tiene la solución: “Organiza un concierto benéfico. Está de moda”. Pero, Marcel no toca. Entonces, que contrate a ‘Little Bob’: “Imposible”, dice Chang. “¿Por qué?”, pregunta Marcel: “No va a tocar hasta que vuelva Mimie”. Se agarraron por pendejadas, agregan los clientes. En el local de flores está la dulce Mimie, mirando a Idrissa: Marcel hace lo mismo con ella. Que acepta la propuesta solo si Roberto ofrece disculpas: no ‘pide…’, como dicen los subtítulos. Bob bebe en el bar de Jacquette. Marcel intenta convencerlo. Bob: “Pero solo si vuelve Mimie. Sin ella mi voz pierde sustancia. Es la manager de mi alma”. ‘Vaya, vaya, Bob no es solo cantante y rockero, sino poeta’, diría en otra ocasión el humorista Kaurismäki, por vía del humorista Marx.
El motivo de la pelea, se vio, fue una ‘insignificancia’, pero ‘el segador de la muerte’, como en Berlin Alexanderplatz, de Döblin, en la versión de R. W. Fassbinder y en la de Burhan Qurbani, asalta en modo machismo a Bob: “Pero tiene que entender quién es el hombre de la casa”. Como si cupiera la opción de que Mimie lo fuera: “No puede serlo ella”, agrega Perogrullo Little Bob. Como si ella tuviera cojones y no, como es, neuronas. En fin, la herencia patriarcal/machista/andro/falo/céntrica. Marcel se ofrece para que, si vuelve Mimie, Bob le pida perdón: “Me pondría a bailar un minuet”. Mimie, justo, aparece. Lo que confirma lo dicho por Fernando González en Viaje a pie: “Las mujeres que han de ser nuestras, si han de ser nuestras, vendrán a buscarnos”, también con evidente/rancio tufo machista. Marcel, discreto, sale y los deja solos, en modo melodrama estado puro. Plano sobre el mar azul.
Arletty en la ventana del hospital. El anuncio de Claire sobre el concierto: ‘Le retour’ o “El regreso de Little Bob’. Chang ayuda y pega afiches. El empobrecido lugar, con sus tejas de zinc, se cunde de ellos. Marcel abre el closet y saca el vestido recuerdo de La Rochelle, a fin de cumplirle a Arletty. Porque sí, él, pese a la broma del tendero, “es muy puntual”; y cumplido. Lo último que haría: eludir una deuda. Lo envuelve, delicado, en burdo papel y cabuya ídem. En cuatro horas es el concierto. Marcel cree que Chang bromea. “¿Estás borracho?”, suelta, así el borracho sea él. Cree que es al otro día, así póster, banda y público diga ‘es hoy’, señala Chang. “¡Mierda!”, acepta. De modo que, a todas estas, por los imponderables de la existencia, por las sorpresas que da la vida, ahora no puede ir donde Arletty sino al día siguiente, entonces le pide a Idrissa vaya en su lugar y le lleve el vestido.
Idrissa llega al hospital, recibe ayuda y va a la Hab. 13. Arletty despierta y al verlo, le entrega el paquete, tras saludar. “Y ¿tú quién eres, si puede saberse?” “Idrissa Saleh, amigo de su marido”. Mientras se inicia el concierto de Bob, Monet revela el lado oscuro de su trabajo: la gente no los quiere, les gritan para pedir ayuda, pero no agradecen: “No es que me importe demasiado. No me gusta la gente. Pero, a mis colegas les molesta, sobre todo a los más jóvenes”. Toca su lado sensible: “Soy implacable con los verdaderos malhechores, pero no me gusta ver sufrir a gente inocente”. V. gr., Arletty, Idrissa, Marcel, pese a los dardos que le lanza. Lo dice con el inocente inmigrante tras la puerta. A la vez, Marcel está detrás del inspector, listo a ‘plancharle’ la cabeza. Pero, Monet con reflejos de futbolista, se voltea: “No es su caso. Usted no es inocente y nunca lo ha sido”. Se ha visto que es otro gran mentiroso.
O sea, ambos, facilitan e impulsan la verdad del arte: el que, aun con su mentira, no engaña. Soplan malos vientos afuera y él, Monet, si aconseja falta a su deber. Marcel lo sabe. Ante los peligros que representa inmigración, “si yo fuera usted, me desharía del paquete, lo antes posible”. Monet se va. Llega la policía. El jefe ordena. Mientras, el denunciante otea desde su guarida. Su vida no puede ser más miserable. El policía atenaza a Marcel por el cuello. Laika observa los desmanes. La ventana abierta indica que el ‘paquete’ Idrissa se ha volado. La música celebra la escena. La policía registra a Yvette. “Adelante, caballeros”, dice, y su sonrisa no engaña… al espectador, a la policía, sí. También al tendero le cae la parca. Otro, que engaña a la policía, no al… Pues al dejar a su mujer a cargo, él se va a ayudar a Idrissa a huir. A fuerza de ver a los demás o a las demás, ante todo, se ha vuelto solidario. Se va en su carreta, mientras más policías llegan a la tienda de Jean-Pierre (¿por Melville?), quien se saluda con Yvette, en modo complicidad, y por eso solo hasta ahora se sabe su nombre.
Claire le cuenta a Marcel lo que ya sabe: lo siguen. ¿Idrissa está a salvo?, pregunta ella. Eso espera Marcel pues ya tiene que irse a Londres. Luc, un cliente, echa el cerrojo del bar, mientras Marcel escapa por detrás. Aparece Chang llevando la carreta, se topa con Marcel en el muelle, para y de ella baja Idrissa. Rápido buscan el barco que lo llevará a destino. Francis, el marinero, los recibe. Idrissa le agradece a Marcel, amigo de varias semanas: “No le olvidaré”. “Ni yo a ti”, cierra Marcel. Idrissa envía saludos a Arletty. Ahora, sabe dónde hallar a su madre en la lavandería china. Porque sí, hoy chinos/africanos y árabes, en desquite histórico, colonizan a Londres. Menos mal, ya no está Jack, el destripador, aunque en su lugar estén el MI5 y el MI6 y si no ahí están los casos de Lady Di, Kaci Kullmann Five, etc.
Idrissa baja a la bodega del barco. Llega la policía. Como es natural, pero no debería ser. Marcel paga la gruesa suma para que el inocente inmigrante, el chivo expiatorio del fascismo actual que campea a sus anchas por el planeta, pueda llegar a destino. También, le agradece a Francis. “Sucio, no lo empeore”, le dice Monet a Marx, como para disimular frente al… jejeje, y procede a hurgar en el barco. Mira a Idrissa, cierra la tapa del barco y se sienta sobre ella. Idrissa es libre, gracias a la humanidad de un inspector, de esos que nunca antes el cine había visto o permitido ver. “La bodega está vacía”, miente también Monet. Porque sí, la mentira es contagiosa… y si no que lo digan los ‘políticos’: pero, solo debiera serlo cuando esté al servicio de una buena causa. No cuando se utiliza, v. gr., a favor de un genocidio.
El oficial insiste en ver qué hay debajo: Monet le pregunta si cuestiona su autoridad. “No, Inspector”, expresa el subalterno, como quien recuerda la dialéctica del amo y del esclavo, de Hegel según Marx Kaurismäki. “Entonces, váyase ahora”, le espeta Monet. Francis y su amigo parten con el ‘paquete’ Idrissa en el Charlene/Alban. “Me había equivocado con usted”, dice Marcel. “¿Puedo [ofrecer] disculpas con un trago?” “… tal vez, un calvados”, dice Henri. Ambos se van al restaurante ‘Al regreso del mar’. Idrissa se acerca a Londres. Lo ayudan a salir de la bodega, divisa el horizonte, viaja signado por el recuerdo de su madre.
Marcel ya está en casa. Barre los restos de alguna botella. Sí, porque Marcel de escritor pasó a bohemio y de París a Le Havre, donde ahora ejerce el quizás no muy bien remunerado, pero sí honesto oficio de embolador. Dejó atrás la idea del ‘escritor reconocido’, para vivir feliz/tranquilo dentro de la tríada Arletty/trabajo/bar. En conclusión, El Puerto es alegoría de hospitalidad, encuentro, convivencia, respeto, tolerancia. Un filme cuyo humor desborda todo presupuesto, relaciones basadas en respeto, admiración, cuidado con la diferencia y tolerancia con el diferente: nadie será el que quiero que sea, sino el que él/ella es. Contra los estereotipos establecidos por la sociedad, en detrimento del ser humano y su singularidad. Sobre el amor entendido como la unión de dos soledades que se respetan, se apoyan y no invaden sus espacios, luchan por ser iguales como humanos, pero no se traban con la equidad de género. Le Havre es el sumun de la ‘simplicitud’, como diría Arturo Echeverri sobre su novela Marea de ratas, por la economía de medios con la que muestra el conflicto de un país.
Como Kaurismäki hace para mostrar no la ‘aldea’ de Tolstoi, sino el ‘barrio’ que describe al universo. Por eso, cuando le preguntaron sobre si la fraternidad de los pescadores del barrio en Le Havre salva a Idrissa, pero ya no existe en la vida real, declaró: “Espero que exista o, si no, ya estamos viviendo en la sociedad de hormigas de que solía hablar Ingmar Bergman”. (6) Así, por último, hay que exterminar a ricos y políticos, si se quiere respetar su idea, porque ellos son responsables de lo que pasa hoy: “Ellos nos han llevado a esta situación, en la que los valores humanitarios no valen nada. Si no lo hacemos, nos matarán ellos a nosotros”. (7)
Si el de la FM entrevistara a Kaurismäki, otra sería la suerte del bohemio, aunque realista finlandés. Menos mal, él elude con gracia a los sicarios del micrófono (o antes de que pase algo, los emborracha), pomposos ‘conductores’, así se estrellen contra su muro de bazofia. “Suena usted apocalíptico”. Kaurismäki: “Nunca había sido tan pesimista como lo soy ahora. Supongo que […] acabaré suicidándome. Después de todo, suicidarse es algo muy finlandés. Nuestro problema es que no tenemos suficientes horas de luz solar. Nos falta vitamina D y eso nos deprime”. Menos mal, no ha conocido a ningún fiscal de esos que suicidan a la gente con cianuro o a esbirros del Mossad que cuelgan a alguien y dicen que se ahorcó: caso Anthony Bourdain, chef/filósofo muerto en Kaysersberg-Vignoble, Alsacia, 8.jun.2018. (8)
Marcel sale de su casa. Lleva flores amarillas para Arletty. Sube las escaleras del hospital, rumbo a la habitación de la suerte. Para sorpresa suya, Arletty no está ni tampoco, por la bolsa sobre la cama, parece haber sacado su traje preferido. “Estoy curada. [Así evoca el final de Una naranja mecánica,gracias a Alex de Large]. [9] La enfermedad ha desaparecido”. Sencillas palabras para un Marcel que no sale de su asombro, cuando la ve con su vestido amarillo y ya recuperada. “Vamos a casa, Marcel”. Espero que este ensayo contribuya no tanto a cambiar el mundo o la vida; al menos, si no a cambiarles el corazón, dañarles la cabeza a unos cuantos, aunque no creo, de antemano, que la Humanidad vaya a enderezar su rumbo; y no lo digo por pesimista, sino por bien informado: los perros seguirán teniendo más bondad.
He ahí los dos finales felices, según Kaurismäki, en Le Havre: el de la llegada de Idrissa a Londres; el de la salida de Arletty del hospital. Hechos con los que se confirma que siempre (nos) queda la esperanza. Así, muchas veces, vuelva el sabio chino: “La esperanza es una puta que se parece a la desesperanza”. Por fortuna, en Le Havre, no. Porque a esos dos finales felices, se les suma la expresión última de Arletty a Marcel: “El cerezo está en flor”. Y se dispone a hacer la cena. Solo por esta vez el bohemio no es enviado al bar a tomar unas copas, ni, menos, al carajo. La música acompaña la imagen en plano congelado, mientras adentro, en la humilde casa de Marcel y Arletty, los incestuosos hermanos (franceses) Marx, bulle la vida. Así, sin duda alguna, siempre queda la esperanza de que el cerezo vuelva a estar en flor.
A Santiago adorado: ojalá el humor de este texto te resulte tan grato como tu dilecta melancolía.
Notas:
(2) https://rebelion.org/marea-de-ratas-novela-de-dialogo-en-pais-de-sordos/
(3) https://www.sensacine.com/noticias/cine/noticia-18504260/
(4) https://www.youtube.com/watch?v=Vcz7uRyeif8&t=9s
(5) http://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Kafka,%20Franz%20-%20Contemplacion.pdf
(7) Íbid. Nota 1.
(8) https://rebelion.org/extrano-caso-de-suicidio-por-ahorcamiento/
(9) https://rebelion.org/el-cambio-que-niegan-los-politicos-y-siguen-sonando-los-jovenes/
FICHA TÉCNICA: Título original: Le Havre. Español: El puerto. País: Finlandia / Francia / Alemania. Formato: 35 mm; color, 93 min. Género: Comedia / Drama. Guion / Dir. / Prod.: Aki Kaurismäki. Fot.: Timo Salminen. Mon.: Timo Linnasalo. Int.: André Wilms (Marcel Marx); Kati Outinen (Arletty Marx); Jean-Pierre Darrousin (Henri Monet); Blondin Miguel (Idrissa); Elina Salo (Claire); Evelyne Didi (Yvette); Quoc Dung Nguyen (Chang); Laika (Laika); Roberto Piazza (Little Bob); Pierre Étaix (Dr. Becker); Jean-Pierre Léaud (Denouncer); Vincent Lebodo (Francis); Umbun Urset (Mahamat Saleh); Myriam Piazza (Mimie). Distribución: BiM Distribuzione / Netflix. Premio: FIPRESCI, en Cannes/2011.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión.