La negativa de Hugo Chávez a aplicar las medidas neoliberales que están llevando a Europa al borde del abismo son un rayo de esperanza para Grecia y otros países.
Hace unos años, cuando viajaba con un amigo francés de Le Monde Diplomatique en el avión presidencial de Hugo Chávez, éste nos preguntó qué pensábamos de lo que estaba sucediendo en Europa. ¿Había alguna posibilidad de un movimiento hacia la izquierda? Le contestamos en los tonos depresivos y pesimistas típicos de los primeros años del siglo XXI. Ni en Gran Bretaña ni Francia ni en toda la eurozona veíamos muchas posibilidades de un avance político.
Entonces, dijo Chávez con un brillo especial en la mirada, quizá podríamos ayudarles, y recordó el momento, en 1830, cuando las multitudes revolucionarias habían salido a las calles de París agitando en sus manos el gorro de Simón Bolívar, el libertador de Venezuela, que moriría a finales de ese año. La lucha por la libertad al estilo latinoamericano estaba considerada como el camino que Europa debería seguir.
En aquel momento, el optimismo de Chávez me dio ánimos pero no me convenció. Sin embargo, ahora creo que tenía razón. Vale la pena recordar que Alexis Tsipras, el líder de Syriza, el partido de la izquierda radical de Grecia, visitó Caracas en 2007 y preguntó por la posibilidad de recibir petróleo venezolano barato en el futuro, de la misma manera que Cuba y otros países del Caribe y de la América Central. Hubo un breve período en el que Ken Livingstone y Chávez llegaron a un prometedor acuerdo petrolero entre Londres y Caracas, pero fue rechazado por Boris Johnson.
El poder del ejemplo es más importante que la perspectiva del petróleo barato. Desde el inicio del siglo XXI, e incluso antes, Chávez se ha embarcado en un proyecto que rechaza la economía neoliberal que aflige a Europa y a gran parte del mundo occidental. Se ha opuesto a las recetas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y ha luchado con firmeza contra las políticas de privatización que deterioraron el tejido social y económico de América Latina, así como contra las de la Unión Europea que ahora amenazan con destruir la economía griega. Chávez ha renacionalizado las muchas industrias, incluidas las del petróleo y el gas, que habían sido privatizadas en la década de 1990.
Las palabras y el ejemplo de Chávez han tenido un efecto más allá de las fronteras de Venezuela. Han alentado a la Argentina a negarse a pagar su deuda, a reorganizar su economía y a volver a nacionalizar su industria petrolera. Chávez ha ayudado a Evo Morales a gestionar la industria boliviana de petróleo y gas en beneficio del país y no de sus accionistas extranjeros y, en fechas más recientes, a terminar con el robo por parte de España de las ganancias de su compañía de electricidad. Por encima de todo, ha mostrado a los países de América Latina que existe una alternativa al mensaje único neoliberal que durante décadas les habían repetido sin cesar los gobiernos y los medios de comunicación compinchados con una ideología caduca.
Ha llegado el momento de que los votantes en Europa escuchen el mensaje alternativo. En América Latina, los gobiernos que ponen en práctica una estrategia alternativa han sido reelegidos una y otra vez, lo cual sugiere que es eficaz y popular. En Europa, los gobiernos de cualquier color que siguen el modelo estándar neoliberal parecen caer en el primer obstáculo, lo cual sugiere que no cuentan con la voluntad de los pueblos.
Chávez y sus correligionarios de la nueva «revolución bolivariana» se han puesto como meta el «socialismo del siglo XXI», no un retorno a la economía de estilo soviético o la continuación de la adaptación socialdemócrata del capitalismo, sino eso que el presidente ecuatoriano Rafael Correa ha descrito como el restablecimiento de la planificación nacional del Estado «para el desarrollo de la mayoría del pueblo». Grecia tiene una maravillosa oportunidad de cambiar la historia de Europa y de lanzar al aire las gorras de Bolívar, como los carbonarios italianos hicieron en París todos aquellos años. Lord Byron, que estaba pensando en establecerse en la Venezuela de Bolívar antes de hacerse a la mar para ayudar a liberar Grecia, le puso a su barco el nombre de Bolívar; sin duda se habría sentido satisfecho ante lo que está sucediendo en los tiempos actuales.