Hoy me he dado cuenta de que los últimos libros que he leído están escritos por amigos míos. Y no es que yo conozca a tantas personas que escriban libros ni que la mayoría de mis allegados sean escritores. Quizá es que, ante la oferta abrumadora de publicaciones, uno elige leer a las personas que […]
Hoy me he dado cuenta de que los últimos libros que he leído están escritos por amigos míos. Y no es que yo conozca a tantas personas que escriban libros ni que la mayoría de mis allegados sean escritores. Quizá es que, ante la oferta abrumadora de publicaciones, uno elige leer a las personas que conoce. Lo cual, por otro lado, y ahora que lo pienso, me parece una cosa estupenda. Para empezar, porque es como estar con ellos, seguir escuchándolos aunque estén lejos: me parece verles la cara y oír su voz mientras paso las páginas. Probablemente me esté perdiendo mejores autores y obras de más calidad, no lo sé, no presto mucha atención al mercado de novedades. Por otro lado, ese deseo de «conocer» al escritor a través de la lectura de sus libros está resuelto de antemano si uno sólo elige leer a autores que ya conoce.
También he descubierto que todos los libros -todos ellos ensayos- me están gustando. Es normal, si los autores son amigos es porque lo que dicen y piensan me agrada, de ahí que me suceda lo mismo con lo que escriben. Dos de estos libros son recopilaciones de textos ya publicados. Se trata de Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos, de Santiago Alba Rico (Hiru Hondarribia 2006), donde con ese don para la escritura y esa lucidez que muchos admiramos logra transmitirnos verdades como puños sobre esos frentes de lucha que son Palestina, Iraq y Cuba, pero, sobre todo, consigue despertarnos para que no se haga realidad la afirmación del título de su obra. El otro es una recopilación de Alfonso Sastre, Elogio de la sedición (Ciencias Sociales, La Habana 2005), en el que encontramos textos recogidos desde la década de los ochenta hasta la actualidad, lo que lo convierte en un paseo por la conciencia de este dramaturgo, toda una oportunidad que no podemos desaprovechar quienes tanto lo admiramos.
Muy comentado en prensa ha sido el libro Fidel Castro. Biografía a dos voces, de Ignacio Ramonet (Debate, Madrid. 2006), obra de la que supe su gestación durante el largo periodo que necesitó ese gran trabajo de entrevistar durante cien horas al presidente cubano. No podía perderme la ocasión de lo que será sin duda la biografía autorizada de Fidel.
Otros amigos me han ofrecido un análisis fuera de lo común por su lucidez sobre lo que está sucediendo en Venezuela. Son Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero con su Comprender Venezuela, pensar la democracia (Hiru, Hondarribia 2006). Es todo un descubrimiento su interpretación del fenómeno venezolano y de la miseria moral con que convivimos en Europa.
Y, para terminar, está el libro del periodista cubano Hedelberto López Blanch, Miami dinero sucio (Ciencias Sociales, La Habana 2006), que es un repaso sobre lo que se cuece en Florida, no apto para personas sensibles ante el latrocinio y la delincuencia, de guante blanco y no tan blanco.
Hace unas semanas escuché el comentario de un anciano escritor que afirmaba que no leía libros nuevos, sólo releía. Me pareció una idea magnífica: seguro que así ninguna obra nos defrauda, pues si lo hizo la primera vez no volveremos a seleccionarla. Preciso es reconocer que la memoria nos falla y no es posible recordar con detalle un libro que leído hace quince años como para tener la sensación de déjà vu ante cada párrafo. Al contrario, esta nueva lectura nos permite percibir detalles que se nos escaparon la primera vez o que, ahora, con un estado de ánimo diferente, descubrimos como nuevos. Leer al amigo es algo parecido, es volver a escucharle aquello a lo que en su día no prestamos atención o no entendimos bien y, quizá, no quisimos interrumpirlo para pedirle que lo repitiera. Ahora es sencillo, se lee cada párrafo cuantas veces sea necesario y resuelto.
Alguien podría pensar que, al tratarse de amigos, uno pierde la objetividad para valorar su trabajo y termina recomendando o sugiriendo obras por eso, por amiguismo. Yo, en cambio, creo que es al contrario, que si uno tiene en aprecio personal a esos autores es porque comparte y aplaude lo que piensan, lo que dicen y lo que escriben. Es decir, son amigos, entre otras cosas, por la lucidez de su pensamiento, de ahí que lo más razonable es que pretendamos compartir con más personas sus ideas, recomendando sus libros.