La economía de Argentina está de regreso. El cambio ocurrido en los últimos tres años, después de la debacle de 2002, presenta una paradoja: la mejor situación y la salida de la moratoria pueden atraer capitales especulativos e inhibir las inversiones directas requeridas para continuar el crecimiento.
Un contexto internacional favorable y un hábil manejo de la política económica permitieron a Argentina consolidar un periodo de crecimiento con el que el país recupere la pérdida de producción ocurrida durante cuatro años de recesión (1999-2002). Los tiempos, definitivamente, son muy distintos de la época de gran inestabilidad política y económica que culminó con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, el fin del régimen de paridad con el dólar y con la mayor moratoria del pago de la deuda en la historia mundial.
Pero el cambio positivo genera una situación paradójica, ya que la mejor situación económica y la salida de la moratoria pueden atraer capitales especulativos en lugar de las inversiones directas que se requieren para sostener el crecimiento. Lo que la economía argentina y el gobierno no necesitan es nuevos episodios de volatilidad financiera que pongan en riesgo la política en que se ha sustentado la recuperación con una moneda subvaluada.
La devaluación del peso de enero de 2002 permitió el alza de la rentabilidad en muchas actividades productivas y la resurrección de sectores que prácticamente habían desaparecido en la época de la convertibilidad del peso con el dólar. El vuelco empezó con la sustitución de importaciones, que benefició a la industria nacional y con el buen desempeño del complejo agro exportador, que con su alta productividad pudo aprovechar el incremento de los precios internacionales. La nueva orientación, ahora exportadora, permitió que el país ganara mercados internacionales para productos que antes se limitaban a satisfacer la demanda del mercado interno.
El sector de vinos ha sido uno de los más exitosos, permitiendo que Argentina se convierta en actor relevante en el mercado mundial. «En la década de 1990 se aprovechó la paridad cambiaria para hacer mejoras técnicas y modernizar los viñedos y se sacó ventaja de la apertura de los mercados después de la devaluación», dijo Enrique Thomas, presidente del Instituto Nacional de Vitivinicultura. «Argentina es hoy el país con los vinos más competitivos del mundo, tiene la mejor relación precio-calidad.»
En ese sector hubo un salto notable de las ventas externas después del fin de la paridad cambiaria. Las exportaciones en 2001 sumaban 149 millones de dólares, y el año pasado alcanzaron 231 millones, un incremento de 55 por ciento. En los tres primeros meses de este año el aumento fue de 31 por ciento respecto al mismo periodo de 2004. La expectativa de Thomas es cerrar 2005 con exportaciones por 400 millones de dólares, superando el récord histórico del año pasado.
El repunte general se ha sentido también en el mercado inmobiliario, con una fuerte recuperación de los precios de alquileres y propiedades y el desarrollo de nuevas zonas. En las áreas más nobles de la capital porteña el valor del metro cuadrado de un departamento usado ya supera mil dólares, el mismo precio de antes de la crisis de 2001. «Este barrio es cada vez más fashion, y los alquileres también», afirmó con ironía Antos Yaskowiak, dueño de un restaurante de comida polaca en el barrio porteño de Palermo. La zona, donde el alquiler de un local comercial puede ser hoy de 50 dólares el metro cuadrado, cambió su perfil tradicional de residencia de familias de clase media para convertirse en escaparate de diseñadores de moda y objetos, con una amplia gama de negocios gastronómicos.
Para las construcciones nuevas, el polo principal de la ciudad es hoy la zona de Puerto Madero. Hasta principios de los años 1990 el área de antiguos almacenes junto al río de la Plata estaba en estado de total abandono. Hoy el metro cuadrado de un departamento nuevo cuesta mil 500 dólares, y ya no hay más terrenos disponibles para la construcción de edificios. La región ha atraído, además, el interés de grandes cadenas hoteleras internacionales, como Sofitel, Hilton y hoteles boutique, con el foco puesto en el mercado de lujo.
Para completar el panorama, el sector agropecuario vive una época de prosperidad, con la reapertura de mercados para la carne con la recuperación del estatus de país libre de aftosa y una cosecha de granos que será récord. El crecimiento previsto es de 20 por ciento y los problemas de las cosechas en Brasil causaron que los precios se incrementaran.
La otra cara de estas buenas noticias es que el ingreso de dólares esperado para los próximos meses, tanto por la venta de la cosecha como por la atracción de capitales debido a la conclusión del canje de la deuda externa, puede dificultar el cumplimiento de un objetivo que es casi un dogma para el presidente Néstor Kirchner: mantener un tipo de cambio devaluado.
El banco central argentino ha tenido dificultades para mantener el valor del dólar en casi tres pesos, y el gobierno introdujo en los primeros días de junio un «encaje» obligatorio de 30 por ciento para las inversiones financieras que ingresen al país, además de la obligatoriedad de que los recursos permanezcan en Argentina por lo menos un año. Esto significa que para cada 100 dólares que se inviertan en la compra de bonos en el mercado argentino, por ejemplo, 30 quedarán por un año atrapados en una cuenta, sin ninguna remuneración.
La medida fue adoptada porque las compras de divisas por el banco central ya no son suficientes para detener una devaluación frente al dólar, además de que con ellas se puede aumentar la cantidad de dinero y alentar la inflación.
Pero el gobierno ha dado señales de que está dispuesto a pagar el costo de tener un poco más de inflación para mantener la tasa de crecimiento en un nivel elevado, por lo menos hasta las elecciones parlamentarias de octubre. Argentina concluyó el primer trimestre con una tasa de crecimiento del producto de 8 por ciento respecto al mismo trimestre del año anterior, pero se advierten signos de desaceleración.
Para acelerar el crecimiento, el gobierno debe inyectar dinero en la economía con obras públicas y medidas para estimular la demanda, como el incremento de los sueldos y jubilaciones. Eso garantizaría que los tiempos de prosperidad seguirán, por lo menos hasta después de las elecciones que el propio presidente Kirchner definió como «plebiscito» de su gestión en el gobierno