. Últimamente los «medios ideológicos» occidentales vienen difundiendo la idea de la universalidad del modelo liberal-capitalista como vía única hacia el desarrollo. Los politólogos occidentales están asumiendo como universalizables, por la vía rápida y demostrando muy poca capacidad crítica, una serie de principios que, lejos de estar demostrados, son como discutibles, por no decir simplemente […]
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Últimamente los «medios ideológicos» occidentales vienen difundiendo la idea de la universalidad del modelo liberal-capitalista como vía única hacia el desarrollo. Los politólogos occidentales están asumiendo como universalizables, por la vía rápida y demostrando muy poca capacidad crítica, una serie de principios que, lejos de estar demostrados, son como discutibles, por no decir simplemente falsos.
Éstos se pueden resumir en algunas ideas y principios fundamentales, o de corte general: la superioridad del sistema liberal-capitalista democrático quedó demostrada por el desmoronamiento del bloque del socialismo real. Las virtudes de las democracias liberales de occidente son evidentes y se justifican por sí mismas; «nuestro sistema» -el atlántico occidental capitalista- basado en la libertad, la democracia, y el libre mercado, es superior los demás, y es también universal porque parte de «valores que son inalienables, universales, otorgados por dios» .
El problema, desde el punto de vista de la globalización neoliberal, es extender este sistema ahí donde no reina todavía; y para ello es necesario recurrir en ocasiones al uso de la fuerza. Se trata de extender el «único» modelo occidental, basado en la libertad de mercado y empresa, la democracia, la libertad, y -como quería incluir el ex-presidente Aznar en la misma constitución europea-el cristianismo.
Por todos lados proliferan peligrosos dictadores, «estados canallas», ejes del mal, terroristas internacionales, amenazas potenciales contra el orden «natural» de las cosas, revelado por dios a los ideólogos neoconservadores, siempre aparece la amenaza del «Enemigo Exterior» al que siempre se representa como un poder amenazante y maligno, que impide o amenaza nuestro desarrollo, o está, incluso, obsesionado con destruirnos y acabar con nosotros.
Por todas partes «hay nuevos Hitler que se proponen masacrar a los nuevos judíos -los kosovares, los kurdos, las mujeres afganas, etc. Quienes rechazan la injerencia humanitaria son análogos a los «muniqueses» de antes de la guerra. Cierran los ojos ante el verdadero peligro de nuestro tiempo, el «fascismo islámico» y se niegan a socorrer a las «víctimas» «.
De esta manera se vendrían a legitimar las intervenciones de occidente, básicamente EE.UU., en defensa de la «libertad, la democracia, y la libre empresa», intervenciones que se corresponden con el «orden natural» de las cosas y que además obedecen a la voluntad de extender la «palabra de Dios».
No es de extrañar que ante tales teorizaciones algunos expresen que «la lectura de estos textos, quien apela a la racionalidad como modo de pensar, puede preguntarse legítimamente si el auténtico peligro presente no es que estos iluminados gobiernen el mundo «
El problema es que nuestro sistema, y sobre todo la privilegiada posición económica del occidental, no se basan, el menos únicamente, en la «democracia, el respeto a los derechos humanos y el libre mercado «, sino también en otra serie de factores, como expresa lúcidamente Jean Bricmont, el capitalismo occidental también se basa en:
«un largo periodo de relaciones desiguales con esta vasta reserva de materias primas y de trabajo gratuito o muy barato que hoy se llama Tercer Mundo. Nadie puede decir qué habría sido de nuestro sistema (ni tampoco cómo habría podido desarrollarse el resto del mundo) sin el tráfico de esclavos, la conquista de América y su pillaje, lo mismo que el de África y de las Indias, las guerras del opio, el flujo ininterrumpido de petróleo barato en el siglo XX o la transferencia de recursos (Norte-Sur) púdicamente llamado «servicio de la de l´uda» .
Puede que el capitalismo occidental se base, al menos en parte, en la libertad, la democracia y la libre empresa; pero lo que es evidente es que no se basa sólo en eso .
La organización económica mundial que rige la actualidad se basa también en la articulación de un sistema económico desigual, que favorece a unas partes del mundo y beneficia a otras, en función de unos determinados intereses . Y éstos; por mucho que desde occidente nos esforcemos querer defender la idea contraria, no son los del tercer mundo, son los del mismo mundo occidental .
Nuestro sistema no se basa sólo en democracia, respeto por los derechos humanos y libre mercado; se basa también en un largo periodo de relaciones económicas desiguales, impuestas desde una posición de fuerza militar, con esa vasta reserva de materias primas, recursos y trabajo prácticamente gratuito que en la actualidad se llama Tercer Mundo. Se basa en el acceso impuesto y desigual a las fuentes de riqueza; y en el expolio de las riquezas y recursos de terceros en nuestro propio beneficio.
Liberales y neoliberales tienden a olvidar rápidamente hasta 500 años de colonialismo, por no hablar de su herencia, y cinco siglos de estructuración económica al servicio de otros intereses nacionales distintos a los de esos estados que ahora constituyen el Tercer Mundo.
Liberales y neoliberales tienden a olvidar que el sistema económico mundial no parte de la nada, sino que se construye sobre una base histórica precisa, sobre una larga herencia de colonialismo e invasión, cuyos orígenes y alcance son anteriores, y probablemente de una influencia mayor en el desarrollo del capitalismo, que los de los ideales de la democracia y la libertad.
El capitalismo occidentales edificó en el marco de una economía internacional de corte colonial, y los que proponen la existencia de un único modelo hacia el desarrollo, de un modelo basado en «valores que son inalienables, universales ,y otorgados por dios» , olvidan esto con demasiada rapidez. Propone un modelo para el desarrollo que requiere de unos parámetros; y de unas condiciones; que simplemente no se pueden cumplir salvo que desde el mismo occidentes estemos dispuestos a estructurar nuestras economías en beneficio del Tercer Mundo, lo que no parece muy factible.
Si como opinan algunos la evolución hacia el desarrollo económico se atiene a una serie de estadios universales, y sabiendo que nuestro sistema se construyó sobre la base de la desigualdad y la explotación del resto del mundo por parte de occidente; la pregunta es obvia ¿A quien va colonizar el Tercer Mundo para avanzar hacia el desarrollo?.
Resulta evidente que si sólo existe un camino hacia el desarrollo, y éste está basado, como indican neoliberales y neoconservadores, en la imitación del patrón del capitalismo occidental desarrollado resulta evidente que los estados del Tercer Mundo nunca van poder desarrollarse.
A pesar de que cualquier persona con una mínima perspectiva histórica es consciente de que las circunstancias que rodearon el surgimiento y desarrollo de «nuestro» sistema occidental-capitalista no se reproducen en la actualidad; y por tanto -si sólo existe un modelo hacia el desarrollo- no van a permitir este desarrollo económico en terceros estados, se da la circunstancia de que desde occidente no paramos de recetar políticas económicas al tercer mundo que buscan una reproducción de nuestro modelo, aún sabiendo que este es irrepetible desde una perspectiva histórica.
Como indicaba Ortega y Gasset no somos sólo nosotros, somos nosotros y nuestras circunstancias. Las del marco donde se desarrollo el capitalismo occidental son irrepetibles, y obedece a un momento histórico concreto, por tanto no son extrapolables como modelo ni Tercer Mundo ni a nadie.