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5 de Marzo

Llovieron lágrimas

Fuentes: Rebelión

Nunca había visto un cadáver. Era uno de esos extraños secretos que le acompañaban sin explicación. Llegó su turno, hacía un calor sofocante, salió de su fila y el corazón le latía con fuerza. 6 pasos, o 7, y allí estaba.

Lo observó. Parecía un muñeco. Lo había visto tantas veces en la televisión… su magnetismo, su desbordante vitalidad. Allí estaba, callado, sin expresión, tenía que hacer un esfuerzo para relacionar lo que estaba viendo con quien había sido. Era un esfuerzo inútil: no había vida, no había fuerza.

Disponía de unos pocos segundos y no se le ocurrió nada, ¿qué hacer ahora? … se santiguó … amén … y era ateo. Le resultó espantosamente ridículo pero tampoco se identificaba con el show de algunos que alzaban el puño y soltaban un párrafo épico y patético.

Había una extraña atmósfera en la sala, un silencio raro, y ese olor … Jamás había olido algo así ¿sería el olor a muerte? No, era otra cosa.

Al salir, el bullicio volvió a sus oídos. Había pasado 14 horas en la cola y estaba agotado. Sin embargo, no tenía dudas de que había merecido la pena, 10 segundos después de 14 horas interminables de cola. Cuando el sol le deslumbró, volviendo a la realidad, comprendió que esos 10 segundos no era lo que más importaba: jamás olvidaría y recordaría con un temblor desde sus entrañas más profundas, el compartir 14 horas con miles de personas humildes de todos los rincones del país.

En los 3 días anteriores, la noticia había convertido a la ciudad en una única criatura con un solo sentimiento, un solo corazón, un solo dolor y un solo color. En cada esquina, en cada calle, en el metro, restaurantes, plazas, se podía ver coros de ojos ausentes, miradas perdidas, silencios, llantos espontáneos e incluso abrazos entre desconocidos. Todos lloraban.

Los que más le odiaban, guardaban silencio, con una mezcla de respeto, admiración, confusión y quizás rendición. Nadie era ajeno a lo que estaba pasando, cualquier hecho cotidiano se cargaba de emociones. Ir a tomar un café se convertía en un acto solemne que trascendía a hecho histórico: «aquí me tomé un café el día que murió».

Nunca tanta personas habían estado tan unidas por tantos sentimientos. Desconocidos, familiares, amigos … todos se miraban en silencio, sin palabras, solo las miradas y un torbellino de emociones que les atravesaban.

El día que falleció, recibió un mensaje mientras volvía a casa desde su oficina. La camioneta estaba llena, era hora punta. Le llegó un correo electrónico que leyó desde el móvil:

«Compas

Si mis fuentes no me fallan, a lo largo de la tarde declararán la ausencia absoluta de Chávez y parece que no tardará mucho en fallecer. Estemos atentos.

Siento ser portador de tan malas nuevas.

Abrazos desolados»

Miró por la ventana. En la parada de la camioneta servían un vaso de jugo de caña de azúcar refrescante con limón y mucho hielo. Pocos minutos después, recibió otro correo:

«Puede que el fallecimiento ya haya tenido lugar. En breve se anunciaría.

Abrazos más desolados aún»

El corazón se le retorció, se le encogió y, después de 2 meses, comenzó a llover desconsoladamente por las calles de Caracas.

La gente en la camioneta comentaba: «meses sin llover y ahorita esta lluvia extraña, pero si no hay nubes». Miró al cielo y no había nubes pero llovía.

Volvió al trabajo. «Señores, algo va a pasar y, cuando lo anuncien, la ciudad va a colapsar. Por favor, recojan sus cosas y váyanse a casa. Pero antes de irse, por favor, aseguren que los respaldos de todas las bases de datos estén en orden y no olviden que, pase lo que pase, los datos de identidad son de todos los venezolanos, sin distinción de posiciones políticas. Recuerden que ustedes son sus responsables.»

Hubo un incrédulo silencio. «¿Usted qué va a hacer jefe?» «Yo me quedo, hasta que lo anuncien» «… y yo me quedo con usted, jefe». Una chica y otro compañero decidieron acompañarlo. Eran las cuatro de la tarde. El resto recogió sus cosas, nerviosos, se asomaban a la ventana mientras se apresuraban por salir, nadie hablaba.

Llamó a su esposa.

– «recoge a los niños y vete a casa. No salgas hasta que llegue»

– ¿Qué pasa?

– Algo van a anunciar.

– ¿Ha muerto? No creo, si estaba bien, son mentiras de la oposición.

– Hazme caso, por favor, vete a casa con los niños, rápido.

Prepararon café y pusieron la televisión. Pasadas las cinco, interrumpieron todos los programas. Y lo anunciaron. «Ay …. murió … ay murió ….» y un llanto desgarró la sala «ay … murió».

Estuvimos callados, en silencio, varios minutos, digiriendo la noticia. Recogimos lo que pudimos.

Salimos a la calle. Cientos de personas caminaban al mismo ritmo, en silencio, mirando el suelo, todos a la vez y todos sabían que sentían y pensaban lo mismo. Las vías colapsadas, atascos y miles de coches parados pero había algo extraño: no sonaban los cláxones, parecía como un acuerdo de duelo, nadie se atrevía a tocar el claxon.

El metro imposible, no quedaban taxis, no había autobuses, no había mototaxis, las camionetas tan llenas que algunos sobresalían por puertas y ventanas pero ninguna queja, solo silencios ausentes. Los teléfonos sin líneas, colapsados. Quedaba caminar, caminar y caminar a casa, como una peregrinación, más de dos horas caminando confundidos y aturdidos.

Dos horas caminando por una ciudad conmocionada, sacudida, fue una auténtica peregrinación donde se retorcía todo el sentimiento místico que cualquier humano puede soportar.

Llegó empapado a casa, por la tormenta sin nubes, cansado, agotado, perdido. Trató de llamar a su esposa. No había línea, los teléfonos seguían colapsados. Fue a preguntar al vecino.

– ¿Tienes línea?

– Todo colapsado. Mi pana, ¿por qué estás mojado?

– De la tormenta.

– ¿Qué tormenta?

Bajó a ver cómo estaba la calle, todo el mundo incomunicado. Algunos corrían, llegaban nerviosos a los portales: «¡están robando en la esquina de la Avenida Baralt!» El caos se hizo dueño de la ciudad y los teléfonos mudos. Solo hablaban los cuerpos desamparados.

Por fin, consiguió contactar a su esposa, en lágrimas le decía que había venido caminando toda la ciudad, no había autobuses, taxis y el metro era imposible.

– ¿Dónde te pilló la tormenta?

– ¿Qué tormenta? Si no ha llovido.

Días después comprobó las precipitaciones registradas el 5 de marzo de 2013 en el centro meteorológico de La Carlota: ni una gota de agua y no había fotos satelitales de chubascos en toda Caracas.

– No cayó ni una gota de agua.

¿Crees que ese día solo llovió para ti? Hay almas que también sintieron esa lluvia. Sí que llovió, claro que llovió, y el cielo cambió de color, hubo resplandores de plata.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.