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En torno a "Olivo roto: escenas de la ocupación", de Teresa Aranguren

Lo cotidiano tiene remite

Fuentes: Rebelión

  El aislamiento produce silencio. Es el principio de la disolución. Pero la disolución se dará sólo cuando desaparezca la resistencia a la injusticia. La resistencia a la injusticia se fortalece en la red social. La red social es la primera de las armas contra el aislamiento. El aislamiento es ineficaz cuando se vence el […]

 

El aislamiento produce silencio. Es el principio de la disolución. Pero la disolución se dará sólo cuando desaparezca la resistencia a la injusticia. La resistencia a la injusticia se fortalece en la red social. La red social es la primera de las armas contra el aislamiento. El aislamiento es ineficaz cuando se vence el silencio.

La red social, la conciencia social, el sentimiento de comunidad unida por su identidad como pueblo evita el aislamiento de cada una de las personas; rompiendo el aislamiento se conseguirá que nunca haya silencio: será el ruido de la lucha por la justicia. El ruido de esa lucha es la que no deja dormir a los sionistas, es la lucha que sostiene a los palestinos, pueblo al que los colonizadores ingleses quisieron desconocer entregándolo definitivamente en 1948, bajo acuerdos secretos que más tarde saldrían a la luz, al Fondo Nacional Judío. Antes, ese Fondo Nacional Judío, un Banco Mundial, fomentó la compra de tierras a los latifundistas que vivían en el extranjero, tanto en Turquía como en Europa, para haciéndose con su propiedad privada, expulsar a los agricultores palestinos que la venían trabajando de generación en generación, y, por otro lado, ese Fondo Nacional Judío, fomentó el terrorismo para que la población autóctona palestina abandonase sus hogares. Lo explica mucho mejor Jossef Weitz, director del susodicho Fondo, representante del sionismo como el nuevo nazismo, al escribir en 1940: «La empresa sionista ha hecho un buen trabajo con la adquisición de tierras. Pero así nunca conseguiremos contar con un Estado. El Estado se nos tiene que dar de una sola vez, como la salvación (¿no es ese el secreto de la idea mesiánica?). No existe otra forma de desplazar a los árabes, a todos los árabes. Quizá con la sola excepción de Belén, Nazaret y la ciudad vieja de Jerusalén, no debemos dejar ni un solo poblado, ni una sola tribu. Todos deben poner rumbo a Siria y a Irak, incluso a Transjordania».

Establecido por la fuerza el Estado Judío Sionista sobre la tierra de los palestinos desde 1948, llevan por tanto 57 años de guerra contra la población civil, no puede terminar con ellos. Su dinero, su ejército formado por individuos que se apuntaron viniendo de otros países, como hacen los mercenarios, no pueden con los palestinos, que resisten el aislamiento, se resisten a su disolución como pueblo, aunque les fragmenten el territorio, incomuniquen cada parte con las demás, intensifiquen las masacres sobre ellos, tienen conciencia de nación y una red social de ayuda entre ellos de fortaleza irrompible. Pero, ¿y la mayoría de los gobiernos, por qué no hacen nada contra el aislamiento del pueblo palestino? ¿participan del aislamiento y por eso guardan silencio? ¿participan de los réditos que deja la invasión sionista? Los palestinos recuerdan al mundo que la destrucción de sus vidas y de su tierra tiene remite.

«Olivo roto: Escenas de la ocupación», libro de cuentos de Teresa Aranguren, es una de las formas de saber qué es lo que encubre la capa de silencio. Y Teresa Aranguren, periodista de reconocidísimo prestigio, cuyo trabajo se ha desarrollado sobre todo en Oriente Medio, dejando a un lado la información periodística, (en esta línea su anterior título publicado es «Palestina. El hilo de la memoria) por medio de la ficción nos lleva a la palpitación individual y familiar de la resistencia palestina e iraquí, nos lleva hasta los nudos de esa red social que hace que los palestinos resistan a los invasores, pagados con dinero que sale de países con gobiernos, nuestros gobiernos de nuestras sociedades, autocalificados, y autocalificadas, de demócratas.

Lector amigo, con «Olivo roto» tienes una oportunidad para conocer la capacidad de resistencia de lo más encomiable de la condición humana, la dignidad, ante lo más terrorífico y lo más injusto, a través de la emoción literaria.

«Olivo roto», es la primera parte del título del libro, hace pensar en el final de todo, y la segunda parte del título, «Escenas de la ocupación», parece subrayar lo circunstancial y, por tanto, pasajero. Tan es así que el libro comienza con unos versos del gran poeta palestino Mahmud Darwish, que aluden al arraigo, a la raíz de su pueblo, y terminan: «Aquí o ahí… nuestra sangre plantará sus olivos». Seguiremos, parece decirnos; los palestinos, los iraquíes, seguirán con toda dignidad.

La voz narrativa, limpia de follaje retórico y de estéticas vanas, o si se quiere antirretórica, de habla corriente, acercando lo popular a lo culto, amplía y enriquece el mundo representado, la voz narrativa acude a la transparencia para alentar la dignidad en tramas que huyen de la dramatización fácil. Por un lado, cada cuento se abre para mostrar cuidadosamente el instante sobre el que se posa un punto de vista singular que atrae al lector, y éste se ve depositado en el centro mismo de la vida diaria y en el interior mismo de sus personajes, cuyo carácter se marca prefiriendo y evitando, decidiendo en su pensamiento y en su acción, conforme les lleva la corriente vertiginosa en la que se mezclan, rompen y crecen, constantemente, sus deseos y sus temores, y, por otro lado, también cada cuento muestra su fuerza como conciencia de la sociedad de su tiempo.

En «La venganza», el primero de los cuentos de «Olivo roto», un muchacho repasa la vida de su familia, que ha transcurrido entera bajo la ocupación judía, la relación con su hermano encarcelado y torturado, como tantos miles de palestinos, y su transformación interior que le llevará a la dignidad de su respuesta.

«Olivo», segundo de los cuentos, nos habla de una familia cuyo amor a los olivos, árbol simbólico, de su tierra, les lleva a darles nombres de familiares, a cuidarlos, a abrazarlos, a sufrir por ellos, porque son ellos mismos, cuando los sionistas los arrancan para hacer imposible su vida en Palestina.

Los bombarderos estadounidenses sobre la población civil de Bagdad hacen acto de presencia en «La pierna», tercero de los cuentos, donde los niños ocupan un lugar principal, conocemos el peligro que les persigue y el amor que les profesan los mayores, aunque los niños les sean desconocidos.

Quienes invaden siempre implantan leyes de funcionamiento social que destruyan por dentro la unidad del pueblo invadido, y vemos en «El regreso», cuarta de las narraciones, un ejemplo de todas esas formas de impedimento para mantener ese lazo de unión: los sionistas prohíben e impiden a los palestinos ir de un barrio a otro, de un pueblo a otro, de una ciudad a otra, de la casa al hospital, de la casa al trabajo, de la casa al colegio, de la casa del hijo a la de los padres, y viceversa,…, si no es con permisos especiales, y esperas de permisos y controles militares que requieren días enteros, y, según las circunstancias, puede que no se te permita nunca.

Quebrar la resistencia, la unidad familiar, disolver la relación social, aislar y matar de hambre y hacer imposible la asistencia médica a enfermos y heridos, son los métodos que cotidianamente aplican los invasores judíos para que la desesperación acabe con la voluntad de la resistencia del pueblo palestino.

Podríamos recorrer todo el libro, uno a uno cada cuento, y, veríamos que su fuerza emocional es indeclinable abriendo cada vez más espacio al deseo de liberación y a la esperanza.

Lean «Humillación», otro de sus cuentos: un palestino de edad avanzada se desnuda ante unos soldados judíos armados como madelmanes en un control, dejándoles perplejos, humillados, conforme muestra su superioridad moral, su unión con la tierra. La escena es contemplada por su hija y su esposa, que temen, encogidas, lo peor, y admiran a aquel hombre que llena sus vidas de dignidad y deseos; ¿y la nuestra como lectores?.

A los asesinos, que no lo leerán, habría que leérselo al oído, una y otra vez, tenían que escucharlo al descolgar el teléfono, oírlo en la radio, en la televisión cuando la conectan en su casa y cuando la ven fuera de ella, deberían encontrar el libro reproducido en los periódicos que abren; ojala que la voz del mundo, de la Humanidad entera les persiga hasta que lo reciten de memoria. No tendrán cómo ocultar ante el mundo lo que hacen, pues ellos mismos se denunciarán.

Los cuentos de «Olivo roto: Escenas de la ocupación», alcanzan finales tremendos, que se expanden, se abren paso vertiginosamente en nuestra conciencia. Cada uno de los cuentos cuando llega a su final escrito es un gigante que en la lectura ha ido creciendo en nuestro interior, en completo antagonismo con esa escritura ñoña y anecdótica, de usar y tirar, que nace muerta, que no nos aporta nada, de consumo, tan difundida hoy por los ocultadores de lo que nos atañe y por los añoradores infantiles de la fama vacía del vacío.

«Olivo roto», Teresa Aranguren, pone luz sobre los terroristas que destrozan el Derecho Internacional y la Justicia. Cada uno de los cuentos nos habla de la dignidad de los resistentes. Cada uno de los cuentos recoge el terremoto de la vida cotidiana, del acontecer diario en Palestina y en Iraq, y nos habla a nosotros. Como siempre, no debemos olvidar, lo cotidiano tiene remite.

 

Título: Olivo roto: Escenas de la ocupación.

Autora: Teresa Aranguren.

Editorial: Caballo de Troya.