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«Lo peor está por venir»

Fuentes: Argenpress

Ni con lupa es posible encontrar a algún economista convencional que no diga abiertamente que «lo peor lo tenemos por delante» (Nouriel Roubini). Una batería de datos y de pronósticos confirma que el proceso de derrumbe económico sigue su marcha y que las principales catástrofes económicas y sociales están inscriptas, no en el pasado sino […]

Ni con lupa es posible encontrar a algún economista convencional que no diga abiertamente que «lo peor lo tenemos por delante» (Nouriel Roubini). Una batería de datos y de pronósticos confirma que el proceso de derrumbe económico sigue su marcha y que las principales catástrofes económicas y sociales están inscriptas, no en el pasado sino en el futuro próximo.

La previsión de pérdidas por créditos irrecuperables se estima ya en varios billones; la industria automotriz y la siderúrgica están en franco derrumbe; los precios de las materias primas, en especial los minerales, han caído más de un cincuenta por ciento en diez semanas; la fuga de capitales no sólo se ha ensañado con los llamados ‘países emergentes’ sino muy especialmente con Gran Bretaña, cuya divisa -la libra esterlina-, se ha desvalorizado un 25%; Willem Buiter -columnista del Financial Times- dice que puede ser una nueva Islandia; la City de Londres está sufriendo el golpe decisivo; la desocupación prevista para Estados Unidos y Gran Bretaña, en 2009, alcanza ya al 10%, pero es por supuesto mucho mayor ya que las estadísticas oficiales minimizan el desempleo real. Lo más importante de todo es, por supuesto, el derrumbe de China, cuyas estadísticas casi todo el mundo señala que están maquilladas. De acuerdo con las estimaciones más realistas, el PBI de China está creciendo a una tasa anual del 6%, lo que para China es considerado una recesión. Las fábricas en el sur del país están cerrando en masa y se está produciendo una gran migración obrera hacia el campo. Algunas industrias se están desplazando hacia Vietnam y Bangladesh, atraídas por salarios más bajos y condiciones de trabajo peores que las chinas. La Bolsa de Shangai ha caído un 65% desde su pico, más aún que Wall Street o San Pablo. Este derrumbe generalizado pone de manifiesto un proceso de cancelación gigantesco de deudas de pulpos financieros e industriales, que para ello deben liquidar sus activos (propiedades, acciones, créditos, bonos públicos o privados, inversiones en otros grupos económicos), lo que provoca un derrumbe generalizado de precios. Muchos analistas señalan que la economía mundial ha entrado en un período deflacionario, o sea de caída generalizada de precios, lo cual lleva a una caída mayor de beneficios y a una revalorización de las deudas en términos reales. La deflación, en especial cuando tiene un carácter internacional, ejerce el mismo poder que el triángulo de las Bermudas, o sea que se chupa todos los valores mercantiles en circulación. Dejamos! una nota final para Rusia, donde el Estado ha salido a rescatar a la oligarquía que se había quedado con la propiedad del Estado, pero en el camino ha sufrido una salida de capitales cercana a los 150.000 millones de dólares. En ese marco rescatan a Islandia, donde la «nueva» burocracia tiene el dinero negro.

Estado y capital

La descripción dantesca del derrumbe capitalista (el vicepresidente del Banco de Inglaterra la calificó como «el peor de la historia de la humanidad») no es, sin embargo, el punto fundamental de la situación. Lo que importa es que tiene lugar luego de un gigantesco rescate estatal, que ha provisto billones de dólares a los bancos, sea bajo la forma de inyección de dinero fiscal, de líneas de créditos contra activos invendibles e incluso mediante pseudo-nacionalizaciones de bancos, a través de la compra de acciones preferidas (con derecho a dividendo pero no a voto). Los apologistas del capitalismo dicen que, de no haberse tomado estas medidas, el sistema ya habría quebrado, pero se trata simplemente de un sofisma porque no dicen contra qué otras alternativas hacen la comparación. Lo único cierto es que el rescate capitalista por parte del Estado no solamente no ha parado la marcha del desplome; además, es su principal responsable. Un balance somero de las consecuencias de las medidas tomadas demuestra que ha acentuado el derrumbe de las bolsas, porque los accionistas de los bancos intervenidos o pseudo-nacionalizados han salido a rematar sus acciones; porque gran parte del dinero del rescate fue destinado al pago de dividendos y a la absorción de grupos financieros rivales, o porque simplemente ese dinero quedó atrapado en el sistema bancario, agudizando el desplome del crédito comercial. Los adoradores izquierdistas del intervencionismo estatal, si es que se han dado cuenta siquiera de lo que está ocurriendo, deben estar azorados, porque el derroche de billones de dólares de origen fiscal ha servido, no para contener la crisis sino para ofrecer el combustible de su propagación. Lo mismo puede decirse del intervencionismo estatal en los países emergentes, por ejemplo Brasil, que ! ha inyectado miles de millones de dólares para mantener la circulación del crédito sólo para recibir como respuesta una salida de capitales por 50.000 millones de dólares, nada menos que el 25% de sus reservas brutas de divisas. Un caso especial lo ofrece el grupo financiero Fannie Mae, con activos hipotecarios por más de tres billones de dólares, que luego de haber sido intervenido por el gobierno y de recibir fondos por 250.000 millones de dólares, ha visto un continuo deterioro de su ya deteriorado capital, lo que obligará al gobierno a inyectar fondos mayores para evitar la declaración de quiebra. El caso más explosivo en lo inmediato lo representa el Citibank, cuyas acciones valen menos de 10 dólares, un derrumbe del 80% de su precio, equivalente a una quiebra virtual. El banco está valuado en 50.000 millones de dólares, de los cuales la mitad fue aportada por el Estado en el reciente rescate, o sea que su valuación tiende a cero. Sin embargo, el derrumbe del Citibank deberá arrastrar la caída bursátil de Goldman Sachs (que cayó el 11% el martes), y Morgan Stanley, que cayó un 14%; de nuevo el Citigroup, otro 22% y el Wachovia, un 13%. Pero el caso más sintomático es el de la aseguradora AIG, que rescatada una vez con 87.000 millones de dólares, tuvo que recibir 150.000 millones más y la cuenta no está cerrada. Las Bolsas han caído tan bajo que ya no sirven de registro de ninguna realidad económica, y se limitan a funcionar como escenario de operaciones especulativas intra-diarias. No es casual que varios economistas y funcionarios hayan pedido que se las cierre, para evitar mayores descalabros financieros.

Sangría financiera

En las vísperas de una catástrofe económica (y no en las postrimerías), los Estados se han gastado una fortuna para financiar la salida de los capitalistas de sus bancos y empresas, lo cual los ha dejado a ellos mismos en una situación de impotencia financiera para seguir operando como rescatistas del capital. Estados Unidos ha financiado el rescate de los capitalistas con una continua emisión de deuda, lo mismo que los Estados europeos. De este modo, la deuda pública ha crecido en un monto no precisado de alrededor del 80 al 90 por ciento del PBI (alrededor de 10 billones de dólares), y el déficit fiscal por el pago de intereses y, por supuesto, otros rubros de crisis fiscal: de un billón a un billón y medio de dólares, o sea entre el 7 y el 11% del PBI. Es cierto que la deuda pública de Japón es del 150% del PBI, pero con la diferencia de que el dólar es un patrón monetario internacional, a diferencia del yen, de modo que una ‘desconfianza’ en el dólar podría provocar una crisis monetaria internacional. Como signo de advertencia observemos que el gobierno alemán no logró suscribir por completo su última emisión de títulos públicos. Pero incluso mucho más grave que la sangría fiscal es el vaciamiento que se ha producido con los Bancos Centrales, que han inflado en pocos meses sus balances en hasta tres veces, a fuerza de absorber títulos públicos y activos tóxicos de empresas, lo cual no les deja para el futuro otra vía que la emisión de moneda sin respaldo y, por lo tanto, el peligro del derrumbe de los sistemas financieros. Es significativo para caracterizar la crisis de la intervención estatal lo ocurrido en Argentina, donde debido a la carencia completa de recursos financieros y ante la evidencia! de una situación de cesación de pagos, el gobierno ni siquiera intentó producir acciones de rescate sino que se vio obligado a nacionalizar las AFJP y a intervenir con medidas policiales el mercado de cambios como único recurso, o sea como recurso político, para evitar un colapso general (¡!).

Tesorería y bonapartismo

Es en este contexto que hay que poner la reunión del fin de semana pasado del Grupo de los 20, que simplemente terminó en la nada porque tampoco se había propuesto otra cosa. Han agotado un ciclo de intervención económica sin haber obtenido ningún resultado pero, especialmente, habiendo lubricado el mecanismo del derrumbe económico. Las declaraciones firmadas sobre regulaciones o sobre las remuneraciones de los ejecutivos son para la tribuna: al otro día se caían a pedazos todas las Bolsas. En lo esencial -o sea que los Estados puedan operar como uno solo en el trabajo de rescate financiero y económico-, ni siquiera lo han intentado, como un reconocimiento al antagonismo irrevocable de los intereses capitalistas. Es cierto que se hizo alguna alharaca con la participación en la reunión de los ‘países emergentes’ y con la posibilidad de que China y Brasil ingresen al FMI, como si el FMI pudiera tener la capacidad de conciliar los intereses de las distintas potencias o de imponer su arbitraje a algunas de ellas. Pero incluso si se considera a esto una ‘concesión’, hay que decir que es más bien una trampa, porque para que estos países puedan tallar en el FMI y en la economía mundial, sería necesario que sus monedas fueran plenamente convertibles, o sea que sus sistemas financieros se integren al internacional, lo que equivaldría a autorizar la colonización financiera de Brasil y de China por la banca internacional. Esto es precisamente lo que vienen reclamando sin desmayos Estados Unidos y la Unión Europea. Sería el derrumbe del régimen chino tal cual lo conocemos. La simple transferencia de sus reservas al FMI sería un desatino; China sigue prefiriendo la compra de bonos del Tesoro norteamericano. Es claro que con semejante política jamás reactivará su mercado interno.

El Estado ha alimentado el derrumbe capitalista simplemente porque la lógica de la crisis consiste en eso: en una destrucción de capitales y de fuerzas productivas. El balance de esta etapa deja planteada una intervención estatal de otro tipo: la intervención coercitiva del Estado sobre el capital y los trabajadores, y la tendencia a una economía dirigida. Para llegar a esto es necesario aún que el derrumbe capitalista precipite a la acción a las distintas clases sociales; o sea, una agudización de la lucha de clases, esto con independencia del carácter que tengan las direcciones de esas clases y con independencia de sus políticas. A partir de aquí se hará presente una declarada tendencia a la crisis política y al bonapartismo, o sea al gobierno por encima de las instituciones representativas. Es en este terreno que se va a jugar el desenlace de la crisis mundial, que de todos modos tiene todavía un largo recorrido. No en el terreno barato de la salida keynesiana y de las políticas fiscales, cuyas limitaciones insalvables han quedado demostradas. El proletariado se tiene que preparar para una lucha en principio defensiva, pero de alcances políticos y revolucionarios.