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Lo que el miedo no nos deja ver: lenguaje, pandemia, multas y colaboradores-natos

Fuentes: Rebelión

Lo que vemos claramente hoy es que la epidemia se está convirtiendo en el nuevo terreno de la política, el campo de batalla de una guerra civil mundial.                                                                                                                      Giorgio Agamben

Todas las distancias que los hombres han ido creando a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado.
Elias Canetti

En Francia donde vivo, asistí como la policía multaba y agredía verbalmente a un profesor de escuela que había retirado su máscara en el exterior de una estación de tren de una pequeña localidad para poder beber de una botella de refresco. Esta persona había pasado seis horas hablando y dando clase a sus alumnos durante uno de los días más calurosos del año con esa misma máscara que había retirado para hidratarse. La estación casi vacía no justificaba la desproporción de la intervención. La brutalidad del agente apenas pudo dejarle la posibilidad de balbucear una explicación al « peligroso » profesor desenmascarado que pronto se dio cuenta que estaba frente a la irracionalidad de un poder amparado por una sorda violencia. 

Historias como ésta se multiplican en toda Europa, lo que nos debería llevar a preguntarnos: ¿hasta cuándo vamos a relativizar la total asunción de unas medidas que ya no solo son cuestionables por su base científica, sino a poder también discutir políticamente su legitimidad cuando éstas recortan nuestras libertades más básicas? Que todas esas gentes que se preocupan cuando llaman a nuestros hijos « bombas virológicas » o se inquietan de verse obligados a enmascararlos para ir a la escuela, o se nos limita el derecho de ir y venir, de reunirse, de manifestarse, de ver las redes sociales censuradas o de ejercer el periodismo, incluso permitir que barrios populares sean confinados pero que esa misma población se vea obligada a utilizar los transportes públicos para ir a trabajar en hora punta… ¿De verdad pensamos que son todos un populacho egoísta a los que se les puede llamar complotistas o negacionistas por no preservar el interés colectivo? Si pensamos así, que no tenemos nada que decir ante esta transformación de la realidad en una nada amueblada, deberíamos reflexionar sobre que quizá, nos hemos convertido por oposición en unos colaboracionistas-natos. Porque esta  pandemia no deja de sorprendernos, hasta aquellos que llaman a una revolución contra el poder neoliberal guardan silencio ante toda esta avalancha liberticida que construye esa vergonzosa expresión que todo el mundo utiliza sin vergüenza como es la « nueva normalidad ». ¿De verdad seguimos creyendo que el lenguaje es imparcial? Como bien apunta Cesar Rendueles la consolidación del capitalismo a escala mundial siempre mantuvo una estrecha solidaridad con procesos destructivos, y « esta guerra contra el enemigo invisible » está convirtiendo nuestras vidas en una campaña de culpabilización masiva y a nuestras ciudades y pueblos en espacios panópticos de control policial (Julien Coupat) y biovigilancia. 

En otro artículo publicado en estas mismas páginas señalaba hace unas semanas que las nuevas lenguas del poder, habían emasculado de toda intensidad el lenguaje de la experiencia que es lo único que nos permitía discutir y enfrentarnos a este modelo absoluto de organización económica de la sociedad. El lenguaje de la gestión empresarial -el lenguaje de los managers, de nuestras empresas- juega así un papel fundamental en esa identificación positiva con el capital. De esta manera ir a trabajar se ha convertido en una « competición », en un « challenge », un « desafío », con sus « deadlines » y sus « teams-building », o « misiones » -la mayoría de ellas imposibles y no remuneradas- y todo por un sueldo mínimo y a tiempo parcial. 

Este cambio de paradigma que vivimos desde los años 70 basado en el modelo social-empresarial del yo contra todos perocool-, y que nos ha convertido en empresarios de nuestra propia (in)existencia… se le ha sumado en estos últimos tiempos la verborrea histérica de una pandemia que ha convertido la medicina en un balbuceo contable donde solo parece valer el número de muertos y de contagios y donde lo importante  más que ayudar a superar este trance con todo lo grave que pudiera ser… lo que se buscara en realidad fuera asustar y castigar al personal. Lo que este nuevo discurso que se proclama « de la salud » parece obviar, es que el primer paso para que un enfermo se cure debe ser el reposo, la escucha y la esperanza y que no hay nada peor para un paciente que el alarmismo, el encierro y el desasosiego para hacer frente a su recuperación.

Este sensacionalismo mórbido vehiculado por los gobiernos y sus voceros informativos nos sacuden cada mañana a golpe de titular, cada cual más inquietante que el anterior, y siempre escrito en lenguaje contable y trufado de algún cuadro o gráfico -ya saben lo que se dice, que la gente creemos una información si contiene estadísticas-, y sin darnos la capacidad de poder relacionar esas cifras de muertos o de contagios -sean las que sean- con otros elementos de análisis que nos permitieran dirimir si tales datos son tan espeluznantes como nos los describen, y hacer frente a este problema sanitario con serenidad. Como si importara más el índice de camas ocupadas por pacientes de COVID, que de haber protegido o exigirle a los gobiernos liberales tener suficientes plazas en caso de necesitarlas en el contexto de una crisis sanitaria a causa de sus continuos recortes de presupuestos públicos. 

De esta manera el lenguaje histérico – farmacéutico  parece que trata de hacer de nuestro cuerpo: un agente exclusivo de separación, donde la vida de los sanos está constelada por los plazos de un ineludible calendario de prevención, donde los sanos serán los sumisos, los pacientes eternos que llevarán una vida de enfermos… para no serlo (Tiqqun).

Si el lenguaje empresarial expropió a los trabajadores de su propio trabajo a través de la adhesión a los « valores » de su empresa, de su experiencia laboral -un trabajador experimentado evidentemente cobra más-, el nuevo lenguaje farmacéutico ha arrebatado al médico la posibilidad de ver a sus enfermos más allá de su representación como una cifra de un big data mundial y por ende de su capacidad de curar; como también ha privado al maestro de sus clases presenciales que, vaya casualidad, estudios de la OCDE estiman en más de 20 mil millones de dólares el negocio de privatizar y convertir a los profesores en tele-operadores de alumnos sin escuelas…. 

Esta biovigilancia que la pandemia de COVID no ha hecho más que acelerar, ha puesto al gobierno francés a trabajar en el proyecto Health Data Hub donde todos los historíales médicos y farmacéuticos de sus ciudadanos serían transferidos a servidores americanos de Microsoft para la « investigación » de esta pandemia y otras enfermedades. La CNIL – Comisión Nacional Francesa de la Informática y sus Libertades- ha mostrado su preocupación de que todas las informaciones sanitarias de la población francesa se encuentren albergadas en servidores americanos que en cualquier momento gracias al Cloud Act podrían ser de acceso libre. Este proyecto que busca el desarrollo de la inteligencia artificial en medicina y que confía estos datos a un actor americano en la órbita de Google, es más que inquietante cuando sabemos que pronto, el buscador entrará en el mercado de los seguros médicos. Así que Google que se pavoneaba no hace mucho de poder predecir la duración de cualquiera de nuestras relaciones amorosas simplemente con el estudio de nuestros datos bancarios, ahora podrá ofrecer seguros médicos muy baratos a aquellos que « estén sanos » y mucho más caros a aquellos que estando sanos la IA decida que por su historial médico tienen riesgos de enfermar en los años venideros.

El lenguaje managerial como el tratamiento de la pandemia han permitido que la excepción de ciertas normas impuestas en los lugares de trabajo o en los hospitales se impongan por una duración ilimitada  a las sociedades modernas en toda su existencia hasta hacer de ella un lugar irrespirable. 

Pero volvamos al caso de este profesor que fue cogido en flagrante delito por quitarse la máscara para beber y que tendrá que pagar una multa de 135 euros a final de mes, pero que no cobrará la mitad de su sueldo porque la Educación Nacional Francesa no será capaz de pagar a tiempo una parte de su contrato por la lentitud de los rectorados a causa de los recortes y su falta de personal para hacer efectivos los salarios, o las reuniones preparatorias impuestas por las escuelas y no remuneradas al ser anteriores al 1 de septiembre -fecha obligatoria de comienzo de todos los  contratos de interinos-, sin contar que los profesores franceses son pese a vivir en la sexta potencia económica y militar mundial los antepenúltimos en la lista de países que mejor remuneran a sus educadores por detrás por ejemplo de España y Portugal. 

Vamos a necesitar dosis gigantes de racionalidad, valentía, solidaridad  y desobediencia civil para salir del victimismo y pasar a una nueva fase ofensiva donde la ciudadanía luche para dejar de ser vigilada, castigada y reeducada y recuperar todo lo que nos estamos dejando por el camino.