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Lo que el oficialismo no quiere ver

Fuentes: Rebelión

Alejado desde hace mucho del agua mansa de Maneiro, esto es, del lugar de la política; incapaz de percibir cuándo se agitan las aguas del océano popular, el oficialismo ha recuperado el habla. Siente que ha pasado la tormenta. Bastó que Chávez entrompara el asunto Pérez Becerra para inferir que el sol había salido y […]

Alejado desde hace mucho del agua mansa de Maneiro, esto es, del lugar de la política; incapaz de percibir cuándo se agitan las aguas del océano popular, el oficialismo ha recuperado el habla. Siente que ha pasado la tormenta. Bastó que Chávez entrompara el asunto Pérez Becerra para inferir que el sol había salido y escondieran los paraguas. Ahora todos tienen algo que decir. Frente al cielo encapotado, el oficialismo es siempre ciego.

Lo que el oficialismo no quiere ver es que fue un error el silencio que duró días, porque no despertó más que suspicacias (La Radio del Sur destaca como una honorable excepción); fue un error el comunicado oficial, suscrito por Interiores y Justicia, que apenas interrumpió el silencio: hubiera sido preferible callar, antes que expresar nuestro «compromiso inquebrantable» con una supuesta «lucha contra el terrorismo«, convalidando así la jerga propia de la «guerra permanente e ilimitada» del capitalismo mundializado. El mismo Chávez, uno de cuyos méritos ha sido saber marcar distancia del oficialismo, sólo se refirió a la deportación de Pérez Becerra de manera implícita, cuando, durante la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), ratificó que el Presidente colombiano seguía siendo su «nuevo mejor amigo».

Si bien es cierto que se equivoca la izquierda desaforada que corrió a acusar al zambo de traidor; si se equivocaron los compas que hicieron lo propio con un par de ministros de Chávez, a quienes también calificaron de «perros» falderos de Santos; en fin, si parte de la izquierda respondió con torpeza a las torpezas del gobierno, no es menos cierto que el zambo tampoco resuelve nada emprendiéndola contra los ultrosos o los «infiltrados«. Esa no es manera de recoger los vidrios.
Puede que resulte relativamente sencillo lanzarle un par de dardos a la izquierda aparatera y ciertamente es lo que provoca. Pero el problema central no es, como han argumentado algunos compas, que la izquierda pequebú sólo se desgarra las vestiduras a conveniencia. El problema, sospecho, es el talante profundamente antidemocrático del oficialismo, su oportunismo, su silencio cómplice, su tendencia a exculpar siempre, en todo momento, al zambo, como si el tipo no se equivocara jamás o como si jamás tuviera que reconocer sus errores. El problema es que todavía haya quien pretenda, en el oficialismo, que nadie tiene derecho a cuestionar o exigir explicaciones sobre las negociaciones hechas con el gobierno fascista de Colombia.

No es respecto de la izquierda, sino del chavismo en su conjunto, que el oficialismo asume que no tiene ninguna explicación que ofrecer, puesto que el chavismo estaría allí sólo para recibir la línea política, es decir, instrucciones. De allí parte de lo que hoy se expresa como hastío por la política. Eso explica que el chavismo cada vez crea menos en el oficialismo. Bien podría considerarse un axioma: en la medida que Chávez asume las formas, el estilacho del oficialismo, su credibilidad se ve afectada. Basta que escuche y hable al chavismo popular: entonces luce invencible.

Si no queda esperar nada del oficialismo, y si es muy poco lo que tiene que aportar la izquierda aparatera y anti-popular (la misma que, hecha gobierno, se rinde a las mieles del oficialismo), en cambio es mucho lo que el movimiento popular puede ofrecer, a pesar de su debilidad (y precisamente para remontar la cuesta). Más allá de la definición de una postura unitaria a propósito del caso Pérez Becerra, el esfuerzo de articulación tendría que apuntar a la imposición de una agenda popular, que visibilice y promueva las luchas que el oficialismo menosprecia. Luchas concretas protagonizadas por sujetos concretos. Para que la lucha contra el oficialismo y, por supuesto, contra todo el conjunto de fuerzas antidemocráticas (antichavismo incluido), tenga eficacia política. Para que aquello de la interpelación popular y la radicalización democrática de la revolución bolivariana no sean consignas vacías.