Desde hace casi un mes se desarrolla en Francia un movimiento que no tiene precedentes. El 17 de noviembre, a lo largo y ancho de Francia se produjeron no menos de 2500 bloqueos de carreteras y de peajes de autopistas, en una movilización que aglutinó a 300.000 chalecos amarillos (porque los manifestantes se colocan el […]
Desde hace casi un mes se desarrolla en Francia un movimiento que no tiene precedentes. El 17 de noviembre, a lo largo y ancho de Francia se produjeron no menos de 2500 bloqueos de carreteras y de peajes de autopistas, en una movilización que aglutinó a 300.000 chalecos amarillos (porque los manifestantes se colocan el chaleco amarillo obligatorio en los vehículos). Durante toda la semana posterior se han seguido manteniendo numerosos bloqueos en ciudades de tamaño medio. Y el sábado 24, de nuevo, se han desarrollado multitud de acciones en las que han participado más de 100.000 personas, de las cuales 8.000 a Paris en los Campos Elíseos, provocando más de 1.600 bloqueos.
Este movimiento nació al margen de los partidos y los sindicatos. Se construyó a partir de las redes sociales en base al rechazo al anuncio gubernamental de incrementar a partir del 1 de enero de 2019 el impuesto de los carburantes a través del TICPE (siglas en francés del impuesto interior por el consumo de productos energéticos). Un incremento de 6,5 céntimos por litro de gasóleo y de 2,9 céntimos por el sin plomo de 95 oct. Ya en 2018 el impuesto sobre el gasóleo se incrementó en 7,6 céntimos. Sobre el litro de gasóleo a 1,45 €, el Estado se apropia aproximadamente de un 60% a través de impuestos; es decir, 85,4 céntimos. El gobierno también prevé incrementos de 6,5 céntimos para los años 2020 y 2021. Se trata del tercer mayor impuesto de Europa sobre el gasóleo tras el Reino Unido e Italia.
Ahora bien, a diferencia de la mayoría del resto de países europeos, en Francia el consumo del gasóleo es mayoritario: representa el 80% del consumo de carburante. Y hay que tener en cuenta que el precio del gasóleo ha aumentado un 23% el último año.
El llamamiento contra este incremento del impuesto, del que se hizo eco un artículo del principal diario popular del país, Le Parisien, logró el apoyo de centenas de miles de personas a mediados de octubre. Cifra que alcanzó el millón a primeros de noviembre. A partir de ahí, se pusieron en pie numerosos grupos Facebook en todo el país y los vídeos contra la incremento de este impuesto fueron visionados por millones de veces a través de internet (entre ellos había uno lanzado por un grupo de extrema-derecha: Début la France). Después, un chofer de lanzó el llamamiento para bloquear la circunvalación parisina el 17 de noviembre. Fecha a la que se sumaron miles de iniciativas locales para bloquear las rutas y las rotondas y que se iban agregando en un mapa interactivo puesto en pie por dos internautas chalecos amarillos. Finalmente, los grandes medias (a la cabeza de ellos la cadena BFM TV) se hicieron eco del fenómeno, dándole una mayor dimensión.
Así pues, a partir de la simple firma de un manifiesto, el movimiento se extendió como la pólvora.
¿Qué tipo de movimiento?
Este movimiento choca directamente con el gobierno, pero también con ¡los responsables sindicales y políticos! Ha sido sorprendente el contraste entre la extensión del movimiento entre las clases populares, la enorme simpatía que ha suscitado, sobre todo en las empresas, el apoyo masivo entre la población (70% de apoyo en vísperas del 17 de noviembre) y la caricatura a la que se le ha sometido en muchos ámbitos de la izquierda, criticando, sin ningún rigor, que detrás del mismo estaba la patronal del transporte por carretera y la extrema-derecha. Ahora bien, el conjunto de las organizaciones patronales condenó los bloqueos y exigió al gobierno acabar con los mismos; encuanto a la extrema-derecha, es cierto que Nicolas Dupont Aignan, dirigente del pequeño partido Debout la France, se viene desgañitando desde mediados de octubre con un chaleco amarilloante los media. Asimismo, Rassemblement National (antiguo FN, con Marine Le Pen a la cabeza) le dio su apoyo, aunque desmarcándose de los bloqueos de carreteras… Ahora bien, la mayoría de organizadores de chalecos amarillos han marcado distancias con este embarazoso apoyo.
Por su parte, Les Republicans (derecha tradicional) y el Partido socialista, expresaron con discreción su simpatía con el movimiento. En sentido contrario, si bien responsables de la France Insoumise como J.L. Melenchon o François Rufifin, así como Olivier Besancenot (NPA) expresaron su apoyo al movimiento, todas las grandes organizaciones sindicales (no solo la CFDT, sino también la CGT y Solidaires) rechazaron apoyar las manifestaciones, haciendo hincapié en la manipulación de la extrema derecha y la patronal del transporte por carretera.
En realidad, los chalecos amarillos son la expresión de un movimiento profundo de las clases populares. En Francia, todos los días, son 17 millones las personas que van a trabajar fuera de sus municipio de residencia; es decir, 2/3 de las personas activas; y un 80% de ellas utiliza su medio de transporte personal. Así pues, la preocupación por el precio del carburante es muy grande entre las capas populares: tanto en la región parisina (donde solo el 50% de las personas asalariadas utiliza el transporte público para ir al trabajo) y en el resto de regiones.
Por tanto, la cuestión del impuesto anunciado afecta ¡a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras! La gente asalariada, y sobre todo sus familias, se ven obligadas a vivir cada vez más lejos de los centros urbanos; la precariedad acentúa este alejamiento del lugar del trabajo. En la región parisina, el 50% que se ve obligado a utilizar el vehículo para ir a trabajar se corresponde a menudo con la gente que habita en la periferia o trabaja en horas intempestivas.
El coste del transporte en coche, y sobre todo el diesel, ha explotados estos últimos años en un contexto en el que el índice de inflación oficial se ha utilizado como pretexto para no incrementar los salarios.
Los chalecos amarillos polarizan una exasperación popular en relación al poder de compra, los salarios y las pensiones, con un carácter de clase evidente.
Ahora bien, esta exasperación también cataliza una cólera difusa debida al descrédito del gobierno, a la acumulación de los ataques contra el poder de compra, las pensiones… y a los múltiples regalos concedidos a los ricos, a los capitalistas. También el descrédito de los partidos políticos que habiendo dirigido el país en alternancia son los responsables de la actual situación social.
Gracias a las reformas fiscales del gobierno, a la supresión del ISF (impuesto sobre las fortunas), la reducción del impuesto sobre las rentas del capital, el 1% de los más ricos verán incrementar sus fortunas en un 6% en 2019, y el 0,4% de los más ricos incrementarán su poder de compra en 28.300€. Al mismo tiempo, el 20% de los menos ricos, con las reforma de los subsidios para vivienda y la reducción de las pensiones, verán reducirse sus ingresos sin ver incrementadas las prestaciones sociales al mismo tiempo que los precios siguen incrementándose.
Impopularidad y crisis de gobierno
Una gran parte de la población ve a Macron como el presidente de los ricos, de los muy ricos. El incremento del impuesto sobre los carburantes, que golpea sobre todo a la gente con salarios más bajos, tras los regalos que ha hecho a los más ricos, ha sido la gota de agua que ha desbordado el vaso.
Además, debido a su política de clase y al descrédito que acumula, el gobierno Macron atraviesa una situación de crisis acelerada desde el verano. El affaire Benalla fue el escándalo del verano. Alexandre Benalla, miembro de la seguridad personal de Macron, reconocido como culpable de agredir a manifestantes el 1 de mayo, emergió como la expresión de una prácticas presidencial basada en utilizar los servicios del Estado para sus necesidades personales a cambio de dar manga ancha a sus colaboradores. Mutas mutandis, lo que le ocurrió a Fillon en víspera de las elecciones presidenciales.
A este escándalo le siguió la dimisión de Nicolas Hulot, la cara ecologista de Macron, tras múltiples renuncias a sus compromisos en el ámbito de la transición energética. Dimisión a la que siguió la de Collomb, ministro del Interior y uno de los primeros en apoyar al nuevo presidente, que dimitió a principios de otoño. Estas sucesivas crisis internas dan testimonio del desgaste acelerado de este gobierno y de la debilidad de su base política y social.
Todas las encuestas sitúan la popularidad de Macron por debajo de la de François Hollande en el mismo momento de su mandato.
Las reivindicaciones de los chalecos amarillos
En todos los mensajes de los chalecos amarillos a través de las redes sociales y en los bloqueos, la exigencia de la retirada del nuevo impuesto sobre los carburantes se mezcla, más allá del cabreo por la carestía de la vida, la exigencia del restablecimiento del impuesto sobre las fortunas… y, a menudo, pura y simplemente la exigencia de que Macron dimita.
Con el objetivo de ganar apoyo popular, a la hora de justificar el nuevo impuesto sobre carburantes, el gobierno utiliza el argumento de la necesidad de combatir el cambio climático y luchar contras la emisión de gases de efecto invernadero y de partículas finas. El portavoz del gobierno, Benjamin Grivaux, pensaba obtener el apoyo de la izquierda ecologista denunciando a «quienes fuman tabaco y circulan con diesel». Pero incluso en el campo electoral ecologista, el incremento del impuesto no tuvo una acogida favorable y la perorata despectiva del gobierno no dio en el blanco.
La razón fundamental de ello es que toda la política de este gobierno (como la de los precedentes) da la espalda a los urgentes imperativos ecológicos: impulsando el uso indiscriminado del vehículo y el diesel, no hace nada para desarrollar el transporte colectivo, tanto en las zonas rurales como en las grandes ciudades. Más teniendo en cuenta, como hemos indicado más arriba, que las clases trabajadoras ven cada vez más distanciados los centros de trabajo de su lugar de residencia.
El hacer pagar el plato fundamentalmente a sectores de la población que no tienen opción de cambiar su modo para desplazarse… ¡ni cambiar de vehículo!, resulta de una arrogancia gubernamental insoportable.
En la contrarreforma ferroviaria puesta en pie por el gobierno se prevé suprimir más de 11000 Km. de vía férrea en tanto que el transporte de mercancías ha sido sacrificado en beneficio del transporte por carretera. En paralelo se exonera a Total (compañía petrolera) de toda contribución fiscal y se le da carta blanca para continuar con las exploraciones para extracción de petróleo.
Además, el debate sobre la ley financiera para 2019 ha puesto al descubierto que más de 500 millones del impuesto sobre carburantes van a ser utilizados no para la transición ecológica, sino a absorber el déficit presupuestario de 2019 y compensar así la recaudación menos por la supresión del impuesto sobre la fortuna.
Durante semanas, el gobierno y los media se han empeñado en intentar desacreditar el movimiento presentándolo como el de «la Francia periférica», de los «territorios olvidados», de una revuelta de gente inculta y sin conciencia del cambio climático (ver análisis de Gerar Noiriel 1/ ).
¿Y el movimiento obrero organizado?
El movimiento obrero y sus organizaciones no están a la cabeza de este movimiento de chalecos amarillos. Esto expresa tanto su pérdida de influencia en muchas regiones y como entre colectivos laborales. Es también, como señalan responsables de ATTAC y de la Fundación Copernic en la trtibuna publicada en Le Monde 2/ el resultado de las derrotas acumuladas por los movimientos sociales estos últimos años.
La voluntad de realizar los bloqueos, de impulsar acciones directas tiene su origen en el rechazo a las formas tradicionales de manifestación, si bien se enmarca en las acciones de bloque impulsadas por los sectores sociales combativos
Además, la política practicada por las direcciones sindicales, la debilidad del recambio de ese movimiento popular plantean un problema. Esta política ha tomado como pretexto las maniobras de la extrema derecha o la voluntad «apoliticista» de los chalecos amarillos. Pero como dicen los responsables de ATTAC y Copernic en la citada tribuna, «No se podrá combatir estar desconfianza o su instrumentalización por la extrema derecha, ni el riesgo del anti-fiscalidad, practicando la política de la silla vacía o culpabilizando a las y los manifestantes. Por el contrario, se trata más bien dotarse de los medios para pesar en seno y ganar la batalla cultural y política en el seno de ese movimiento contra la patronal y la extrema derecha que quieren fagocitarlo».
Muchas estructuras y militantes sindicales no han dudado en prestar su apoyo y llamar a participar en las acciones de los chalecos amarillos: por ejemplo, la CGT de la Metalurgia, Sud-Industria, FO-Transporte y numerosos llamamientos unitarios en diversos departamentos que han puesto por delante una plataforma reivindicativa de incrementos salariales, contra los impuestos indirectos que perjudican a las clases populares y por una reforma fiscal progresiva sobre los salarios.
A menudo, estos llamamientos rechazaban de forma clara los impuestos sobre los carburantes poniendo por delante la necesidad de una verdadera política ecológica que afecte a compañía petrolífera Total, que impulse el transporte colectivo y el transporte de mercancías por carretera.
En las redes militantes, e incluso en la prensa, todos los informes dan testimonio de la base popular de este movimiento, compuesto fundamentalmente de gente asalariada y pensionistas, al lado de autónomos o pequeños empresarios, toda esa gente que sobrevive con salarios bajos en plena ofensiva gubernamental. Los militantes del NPA que han participado en los bloqueos o han distribuidos hojas en los mismos, informan de la buena acogida de los mismos y, sobre todo, de la sintonía en torno a las exigencias de restablecimiento del impuesto sobre las fortunas y el fin de los regalos fiscales a los más ricos.
Los retos del movimiento
Por tanto, más allá de cómo continúe el movimiento existen retos importantes para este movimiento. Uno de ellos, sin que conlleve su control, lograr que se estructure democráticamente y converja con las organizaciones del movimiento obrero dispuestas a desarrollar un combate común de confrontación general con el poder.
El gobierno desea que los chalecos amarillos no sean más que un paréntesis perturbador antes de volver a una vida política y social normal. Tras el 17 de noviembre, todos los media insistieron hasta saciar sobre los enfrentamientos habidos en los bloqueo, la gente herida que resultó herida y la muerte de una chaleco amarillo, atropellada por una automovilista. Insistían también sobre los inaceptables pero muy marginales actos racistas y homófobos que se daban con el fin de desacreditar al conjunto del movimiento. Aún si es más prudente que con las manifestaciones del movimiento social, estos últimos días el poder ha reprimido con dureza los bloqueos y sobre todo la manifestación de los Campos Elíseos de este sábado. Poco habituados a manifestaciones de calle y aún menos a los enfrentamientos, sectores amplios de chalecos amarillos se han visto impresionados por la violencia utilizada, sin que ello ponga en cuestión la voluntad de realizar nuevos bloqueos. El poder espera que las imágenes de los enfrentamientos y el acercamiento de las fiestas de fin de año llevarán a la extinción del movimiento.
Por ello, Si el movimiento obrero se sitúa en la misma lógica, la responsabilidad sería grande. Aún cuando sea marginal, la extrema derecha está en la emboscada de cara a este movimiento y espera que no surja ninguna perspectiva anticapitalista para el futuro del mismo. El movimiento de las Horcas (Forconi) en Italia en 2013, que tuvo ciertas similitudes con el de los chalecos amarillos tiene que alertarnos
Así pues, este movimiento se encuentra ante retos importantes sea cual sea su continuidad. Uno, sin que lo encorsete, lograr que se estructure democráticamente y converja con las organizaciones del movimiento obrero dispuestas a desarrollar un combate común para hacer frente al poder. El gobierno espera que los chalecos amarillos no sean más que un paréntesis perturbador antes de volver a una vida política y social normal. Si el movimiento obrero se sitúa en la misma lógica, la responsabilidad sería grande. Aún cuando sea marginal, la extrema derecha está en la emboscada de cara a este movimiento y espera que no surja ninguna perspectiva anticapitalista para el futuro del mismo. El movimiento de las Horcas (Forconi) en Italia en 2013 3/ , que tuvo ciertas similitudes con el de los chalecos amarillos tiene que alertar a quienes (sobre todo los anticapitalistas) quieren que la ira popular, la exasperación social, no solo se vuelva contra este gobierno de ricos sino que abara la vía a una ofensiva anticapitalista que abra la vía a la emancipación.
León Cremieux , sindicalista y militante del NPA
Traduccción: viento sur
1/ (1) https://noiriel.wordpress.com/2018/11/21/les-gilets-jaunes-et-les-lecons-de-lhistoire/
2/ http://www.fondation-copernic.org/index.php/2018/11/22/les-gilets-jaunes-sont-aussi-le-produit-dune-succession-dechecs-du-mouvement/
3/ https://www.courrierinternational.com/article/interview-il-y-six-ans-des-gilets-jaunes-avant-lheure-en-italie ; también: https://vientosur.info/spip.php?article8711
Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article14395