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Lo que estamos aprendiendo de la crisis

Fuentes: Rebelión

La actual crisis está sacando a la palestra a toda suerte de políticos y economistas, algunos de un sonado «prestigio», que lo están poniendo a prueba los acontecimientos, con diversos resultados, unos esperados y otros decepcionantes, por inesperados. Sus contribuciones están poniendo a la luz sus concepciones ideológicas, que los periodos de calma no dejaban […]


La actual crisis está sacando a la palestra a toda suerte de políticos y economistas, algunos de un sonado «prestigio», que lo están poniendo a prueba los acontecimientos, con diversos resultados, unos esperados y otros decepcionantes, por inesperados. Sus contribuciones están poniendo a la luz sus concepciones ideológicas, que los periodos de calma no dejaban ver tan claramente.

Un somero repaso, citando solamente algunos, porque con el paso de las horas se multiplican los analistas. Si quisiéramos hacer un seguimiento de todo lo que está saliendo, haría falta un equipo de personas. Pero el caso es que de perfectos desconocidos están saliendo artículos que les dan sopas con hondas a algunos de los más conocidos, incluso dentro de la izquierda radical. Tomamos solo algunos trechos de sus textos.

Con los políticos no hay que perder mucho tiempo. Sarkozy y Soares con su capitalismo productivo que tiene que desbancar al especulativo, la Merkel con su necesidad de poner más controles a las inversiones especulativas, y los demás lamentándose de una u otra manera de los desmanes del mundo de las finanzas pero evitando las palabras gruesas que puedan enfadarles. Pero al mismo todos ellos se desviven por seguir alimentando al monstruo. No merecen que les dediquemos mucha atención.

Vienen después los reconvertidos, economistas que se lo barruntaban porque son más espabilados que el resto y se bajaron del barco. Quizás el más conocido, Joseph Stiglitz, que en un articulo titulado «El fruto de la hipocresía» reprocha a los bancos su rechazo a estar sujetos a cualquier control, pero cuando llegan los problemas piden al Estado que intervenga bajo la premisa de que son demasiado grandes para caer. Un profundo pensamiento, como cabría esperar de un premio Nóbel, por cierto ya bastante desprestigiado.

Vamos a ver ahora los analistas, sociólogos y economistas de la izquierda blanda.

Empezamos con Michel Chossudovsky «Colapso financiero global»

La contienda mundial para apoderarse de las riquezas a través de la «manipulación financiera» es la fuerza motriz que subyace en esta crisis. Es la fuente del torbellino económico y de la devastación social.

¿Cuáles son las causas subyacentes? Lo que prevalece es un entorno financiero sin regla alguna, caracterizado por un comercio especulativo extenso.

La historia de la desregularización data de los comienzos de la administración Reagan.

Debido al colapso de mercado bursátil de 1987, Wall Street advirtió al Tesoro estadounidense que no interfiriera en los mercados financieros. Una vez liberadas del control gubernamental, se invitó a las bolsas de Nueva York y Chicago a que establecieran sus propios procedimientos reglamentarios.

La autoridad para regular el mercado ya no recaía en el Estado sino en los directivos bursátiles que sirven directamente a los intereses de los especuladores institucionales.

Juan Torres López 

«Diez ideas para entender la crisis financiera, sus causas, sus responsables y sus posibles soluciones» (Aporrea)

Para evitar que estas crisis aumenten las desigualdades produciendo millones de afectados y muy pocos beneficiarios es preciso restablecer el valor social de los impuestos, crear un auténtico sistema fiscal internacional y mecanismos internacionales de redistribución de la renta.

Para evitar que los bancos centrales sigan estando al servicio exclusivo de los más poderosos y esclavos de una retórica económica equivocada que coadyuva a la aparición de recesión y crisis económicas, es preciso modificar su naturaleza, someterlos al control público y de las instituciones representativas y garantizar que la política monetaria se comprometa efectivamente con objetivos económicos como el pleno empleo, la equidad y el bienestar social efectivo.

Michael Hudson

Global Research

«Una clase cleptocrática se ha apoderado de la economía para reemplazar el capitalismo industrial. El término «bánksters» de Franklin Roosevelt lo dice todo en una palabra. La economía ha sido capturada – por un poder extraño, pero no por los sospechosos habituales. No por el socialismo, ni los trabajadores o el «gran gobierno», ni por los monopolistas industriales o siquiera por las grandes familias bancarias.»

Vicenç Navarro

Sistema Digital

El titulo lo dice todo:

La necesidad de recuperar el keynesianismo

Medidas económicas y fiscales para resolver la crisis

Howard Zinn

La Jornada

«La alternativa es simple y poderosa: tomar esa enorme suma de dinero y darla directamente a la gente que la necesita. Que el gobierno declare una moratoria a los embargos y les conceda ayuda a los dueños de casas para ayudarlos a pagar las hipotecas. Que se cree un programa federal de empleos para garantizarle trabajo a la gente que lo quiere y lo necesita, y para los cuales el «libre mercado» no ha llegado aún.

Tenemos un precedente histórico y que tuvo éxito. El gobierno, en los primeros días del Nuevo Trato, puso a millones de personas a trabajar y reconstruyó la infraestructura de la nación. Cientos de miles de jóvenes, en vez de irse al ejército para escapar de la pobreza, se unieron al cuerpo civil de conservación, que construía puentes y carreteras, limpiaba bahías y ríos. Miles de artistas, músicos y escritores fueron empleados por el programa federal de las artes para pintar murales, producir obras de teatro y escribir sinfonías.

El Nuevo Trato (desafiando los gritos de «socialismo») estableció la seguridad social, que junto con el decreto de derechos de los soldados, se convirtió en un modelo de lo que el gobierno puede hacer por su pueblo.»

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He escogido estos cinco autores porque son bastante conocidos. Es la postura de la socialdemocracia. Lo que todos tienen en común es que quieren arreglar lo que ellos entienden como un desaguisado sin poner en cuestión el capitalismo.

Ahora tomo tres de los de la izquierda dura

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Que no nos confunda el «neoestatismo» yanqui

Alejandro Landaeta Salvatierra –

www.aporrea.org

«La proclama neokeynesiana de regulación, de ética de los mercados y otras menudencias de la fantasía burguesa, está fuera de orden, pues lo que se impone es nada más la vuelta al equilibrio. La causa de la desestabilización no está en la falta de regulación o en la locura agiotista, sino en las tendencias estructurales del capitalismo, a donde hay que apuntar científicamente. El verdadero propósito de «control de los mercados» es la facultad discrecional de emplear las finanzas públicas para amortiguar la crisis, lo que está sucediendo, pues es del todo irrelevante eso de limitar la especulación, que equivaldría a limitar el mecanismo de nivelación de la tasa de ganancia, que sería en última instancia limitar la maximización de la masa de ganancia, principio inviolable del capital que se cumple en cada una de sus metamorfosis. Para limitar la especulación habría también que regular el consumo, el endeudamiento, la disparidad en los ingresos, las prioridades de inversión, la publicidad, el gasto militar… cosas impracticables en el capitalismo real, pues con ética o sin ética las variables estructurales determinan reacciones necesarias, ineluctables.

En conclusión, pienso que esta crisis no lleva a una quiebra ideológica comprometedora para la plutocracia, que tiene además el cinismo suficiente para desdecirse cuantas veces quiera. El «neoestatismo» pragmático no es ni remotamente un neo-keynesianismo, ni una vuelta al Estado de consenso, muchísimo menos al estado de bienestar. Es un recurso coyuntural que no va a permitir un boquete peligroso en la axiología liberal, ni en las macro-políticas impuestas al mundo, que continuarán mientras no haya un verdadero colapso funcional, cosa que si bien no puede descartarse, estimo poco probable.»

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El mito del capitalismo productivo y de la rapiña financiera

John Brown

iohannesmaurus.blogspot.com/

Lo que ha hecho el capital financiero es darle alas a la explotación para poder así mejor mantenerla en Europa y Estados Unidos. Si a esa explotación, dentro del capitalismo, se le cortan las alas, no por ello desaparecerá la explotación capitalista en ningún lugar. Quien piense por lo demás que lo que están haciendo hoy los gobiernos de Norteamérica y de los países europeos tiene que ver con un auténtico control democrático del capital financiero se equivoca. Más se equivoca aún quien considere que estamos ante el fin del capitalismo. Con una izquierda incapaz de atacar el corazón del sistema y que sólo persigue fantasmas generados por el régimen del capital como el del «capitalismo financiero despiadado» y el del especulador ávido y corrupto, el fin del capitalismo está aún lejos de nosotros. Para acabar con la bestia es necesario abrirle las entrañas donde descubriremos que lo que la hace vivir es la posibilidad de que exista, en nombre de la libertad, expropiación y compraventa de la fuerza de trabajo. Sostenían Marx y Engels que el comunismo, además de presuponer la dictadura del proletariado, esto es la «conquista de la democracia», implicaba la «supresión del trabajo» (Die Beseitigung der Arbeit). Dado que «trabajo» es para Marx utilización de la mercancía fuerza de trabajo en el proceso de producción, supresión del trabajo no quiere decir fin de la producción, sino de la existencia de la fuerza de trabajo como mercancía. Como vemos, es algo que va mucho más allá de sumarse al coro de los que claman contra la inmoralidad de la finanza, pues implica elevarse también contra la moralidad de la explotación.

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Emergencia de una economía

Luis Millán Arteaga – www.aporrea.org

El crédito, como explicaba Marx, permite al sistema ir más allá de sus límites. Expande artificialmente el mercado, eso permite al capitalismo un período de respiro. Sin embargo, el crédito también tiene sus límites. Hay que devolverlo. Ahora estamos presenciando una masiva contracción. Todos los factores que desarrollaron el boom durante los últimos veinte años ahora se vuelven en su contrario. La bonanza de beneficios ha terminado, el mercado se contrae rápidamente, el consumo está cayendo, los capitalistas no pueden vender sus mercancías. Las economías de Europa, EEUU y Asia están entrando velozmente en recesión. Hay una crisis clásica de sobreproducción. De estas crisis el sistema sólo puede sobrevivir exprimiendo este capital ficticio y reduciendo los niveles de vida de los trabajadores.

La semana pasada Alan Greenspan, el anterior presidente de la Reserva Federal, dio una conferencia en Georgetown. Aunque en gran parte responsable de la enorme burbuja especulativa, ahora advierte de los peligros para el capitalismo. «Alan Greenspan dice que la crisis significará el regreso a la lucha ideológica entre socialismo y capitalismo». «Muchos de nosotros aunque ganamos esa lucha con el colapso de las economías dirigidas, en este momento ya no es así».

La crisis capitalista mundial, cuando se profundiza a través de todo el planeta, hará estragos. Como siempre, la clase dominante intentará hacer que la clase obrera pague la crisis. Impondrá recortes y dejarán a millones sin empleo para preservar así su sistema. En los acontecimientos que se avecinan, millones verán la verdadera naturaleza del capitalismo, llegarán a la conclusión de que este sistema enfermo no ofrece ninguna salida. Buscarán una nueva solución y se sentirán atraídos por las ideas del socialismo. Las advertencias que Greenspan hace a sus amigos se convertirán en realidad. Tenemos el deber de rearmar al movimiento obrero para las tareas titánicas que se avecinan y garantizar la victoria del verdadero socialismo sobre el caduco sistema de explotación capitalista.

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Si nos paramos un poco a reflexionar, no hace falta estar colgado de Marx para caracterizar esta crisis. Basta con tener los ojos abiertos y mirar con más detenimiento lo que nos rodea. Aunque pueda parecer ingenuo, voy a intentar ir por un camino llano para intentar quitar algunas telarañas que colocan ante los ojos de los ciudadanos de a pié, unos intencionadamente, otros sin darse cuenta de ello. Ello nos lleva a prescindir de ciertos conceptos usados por los economistas y sociólogos, que no siempre son entendidos por todos.

Veamos varios aspectos de nuestro entorno desde hace unos años:

Para empezar, el agobiante despliegue publicitario en televisión, radio, internet y periódicos y revistas de todo tipo. A seguir, el espectáculo de los comercios abarrotados de mercancías de toda clase y origen. Caso exagerado: las tiendas de los chinos, en las que ya no se puede caminar por los estrechos pasillos. Seguimos con el visible crecimiento de las tiendas de «complementos», en las que podemos encontrar una interminable serie de objetos decorativos, totalmente superfluos. Después las marcas y las modas, que incitan a cambiar el vestuario mucho antes que termine la vida útil del que estamos usando. Y lo mismo con los automóviles, muebles, etc. Sigamos con la explosión de la cosmética, para ambos sexos, con millares de potingues de toda forma y color que se alinean a lo largo de interminables estanterías en comercios cada vez mayores.

Sigamos en la calle, con la gente, dejemos por el momento a los teóricos, incluso a Marx. Hasta el tendero más simple entiende que algo va mal si las estanterías se le llenan de mercancías y entran muy pocos a comprar. Ya no resuelve el clásico 30, 60 y 90 días. Hay ahí un dinero, un capital paralizado, un peligro. Y el anciano de la gramática parda mueve los hombros con impaciencia y dice: «Si el dinero no se mueve, si no hay alegría, malo». Marx diría: «La circulación de capital esta estancada en su forma de capital-mercancías». Y le llama «crisis de superproducción». Lo que pasa es que la gente no ve «crisis», en cuanto entiende que una crisis significaría una alteración de la vida social, con los ciudadanos corriendo, según sea, o a los bancos a sacar su dinero, o a las tiendas a abastecerse. Y no se ve nada de eso, la gente camina normalmente por las calles, los bares están llenos, etc.

¿Cómo intentaron «mover» el dinero? La respuesta la sabemos todos: Vendiendo a crédito. Y ¿cómo estimular la compra?: Bajando los intereses de los créditos. Ya no interesa el precio de lo que compras, solo interesa lo que vas a pagar por mes. Y se instaló la alegría: ¡A comprar, a comprar! Cambiaremos de coche, cambiaremos de muebles, de casa. Pagarlo, ya veremos como se va pagando.

Pero si bajan los intereses de préstamos e hipotecas, bajan también los intereses que devengan los ahorrillos que tienes en la cartilla, a plazo fijo, etc. Hay que ponerlos donde rindan más. Y, dejando de lado los que cayeron en las trampas de Gescartera, los de los sellos, etc. aparece un filón: comprar pisos para revenderlos, habida cuenta que los precios suben como la espuma. Los pisos son un bien de primera necesidad, que además mueve a varios ramos de la industria. La construcción y la especulación aumentan vertiginosamente. El espíritu especulador (que no emprendedor) toma cuenta de todas las capas de la sociedad, incluida la clase obrera.

Pero…es un espejismo. Porque no es como decía el abuelo de más atrás, el dinero el que se mueve con alegría. Es el crédito, que creciendo como una bola de nieve, es transformado en si mismo en objeto de especulación, en un mercado de compra y venta de deudas que han mutado en «productos financieros» hasta perderse la pista de su verdadero origen y lo más grave, del supuesto respaldo que tienen. La alegría se esfumó cuando los intereses empezaron a subir y el «Ya veremos como se va pagando» se transformó en el ¿Qué gastos vamos a reducir para poder pagar el crédito?

Y como la superproducción, que fue el origen de esta crisis, continúa ahí, incluso agravada por la reducción del consumo que se origina, nada puede resolver el Estado entregando dinero a manos llenas a los banqueros y especuladores, intentando estimular el crédito, y con eso, las compras y en consecuencia, la producción de bienes, aunque lo adornen con supuestos controles a la especulación, etc. Porque recordemos que en el origen de esta situación no esta la especulación sin freno o con él, sino en el desfase entre la capacidad de producir bienes y la carencia de compradores que los compren.

Esto es lo que se llama actuar sobre la oferta de productos (mayores facilidades de pago, etc.) para que incentive a los ciudadanos a comprar más, lo que dinamizaría la industria, y con ello el empleo, etc. O sea, un «volver a empezar». Un espejismo, porque el desfase entre oferta y demanda es ya tan grande, que un aumento de la demanda por esos medios (créditos) es perfectamente asumible por la capacidad de producción existente. Además, el paro crece y eso da como consecuencia la contracción de la demanda.

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Uno de las más importantes enseñanzas que nos ha brindado esta crisis es que ha puesto al descubierto la «seriedad» y «profundidad» de lo que el mundo universitario llama pomposamente «Ciencias económicas». Solo no están sorprendidos los que se apartaron de los oficiales programas de estudios y se lanzaron a hacer incursiones por su cuenta en el denostado y maldecido terreno de la verdadera ciencia económica, la que descubrió, hace nada menos que 150 años, de la mano de Marx, los entresijos del capitalismo. Y todos los caminos que han querido tomar las «Ciencias Económicas» a lo largo de esos años, se han estrellado ante la tozudez de los hechos, que una y otra vez se encargaban de corroborar ese estudio verdaderamente científico que insisten en ignorar.

Parece que la magnitud de esta crisis está llevando a algunos a replantarse sus estudios de Economía. Recojo con un hálito de esperanza lo publicado por The Guardian el 16 de octubre, tomado de la página Rebelión:

Los lectores acuden a Karl Marx en Alemania a medida que arrecia la crisis

Kate Connolly

The Guardian

16-10-2008

Traducido para Rebelión por Àngel Ferrero

Karl Marx ha vuelto. Ése es, al menos, el veredicto de los editores y libreros de Alemania que aseguran que sus obras están volando de las estanterías. El crecimiento de su popularidad debe atribuirse, por descontado, a la actual crisis económica.

«Marx está de nuevo de moda», ha afirmado Jörn Schütrumpf, director de la editorial berlinesa Karl-Dietz, que publica las obras de Marx y Engels en alemán. «Estamos viendo un incremento muy claro de la demanda de sus libros, una demanda que esperamos que crezca incluso más todavía antes de que termine el año.» El más popular es el primer volumen de su obra más reconocida, El Capital. De acuerdo con Schütrumpf, los lectores provienen, por lo común, «de una joven generación académica que se ha dado cuenta de que las promesas neoliberales de felicidad se han demostrado falsas.»

Las librerías del país están presentando conclusiones similares, y afirman que las ventas de este tipo de libros está aumentando en un 300% (como el sector no está preparado para proporcionar cifras exactas, se entiende que las ventas nunca fueron altas).

En la misma noticia encontramos lo siguiente:

«Pero incluso el ministro alemán de economía, Peer Steinbrück, que ha debido de pasar algunas noches en vela estas últimas semanas, se ha declarado un seguidor de Marx con la boca pequeña. «Uno tiene que admitir en general que ciertas partes de la teoría de Marx no son realmente tan malas», declaró cautelosamente al semanario Der Spiegel.»

Realmente patético, todo un ministro de economía, y nada menos que alemán, con toda seguridad un producto de las «Ciencias Económicas», soltando semejante paparruchada. Se conoce que algún «amigo» suyo, con no muy buenas intenciones, le prestó el III tomo de «El capital», donde se encuentra el papel del crédito en el capitalismo y al cogerlo se le cayó al suelo y quedó abierto por una página en la que pudo leer lo siguiente:

El sistema de crédito, cuyo eje es los supuestos bancos nacionales y los grandes prestamistas de dinero y usureros que pululan en torno a ellos, constituye una enorme centralización y confiere a esa clase parasitaria un poder fabuloso que le permite, no solo diezmar periodicamente a los capitalistas industriales, sino inmiscuirse del modo más peligroso en la verdadera producción, de la que esta banda no sabe absolutamente nada y con la que no tiene nada que ver.»1

Y se quedó pasmado, arrojando el libro lejos de sí como si quemara.

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Solo queda repetir una vez más lo que se está metiendo por los ojos, aunque infelizmente sean muchos todavía los que no quieren ver. Ninguna crisis puede acabar con el capitalismo. Solo la lucha organizada de los obreros y los que se adhieran a su causa. La crisis del 29, de parecidas dimensiones solo la superó real y verdaderamente el capitalismo con la masacre de la segunda guerra mundial, después de liquidar el sobrante de fuerza de trabajo y de medios de producción que le impedían funcionar.

1 El Capital. Fondo de Cultura Económica. Pág. 511 del tomo III: