A medida que la crisis financiera de Grecia se prolonga (el Parlamento acaba de aprobar el clic plan de austeridad del gobierno, lo que podría derivar en más descontento popular), los expertos que han estado buscando precedentes se han referido en reiteradas ocasiones al último país que sufrió un fiasco económico comparable: Argentina. En el […]
A medida que la crisis financiera de Grecia se prolonga (el Parlamento acaba de aprobar el clic plan de austeridad del gobierno, lo que podría derivar en más descontento popular), los expertos que han estado buscando precedentes se han referido en reiteradas ocasiones al último país que sufrió un fiasco económico comparable: Argentina.
En el peor de los casos, el pasado reciente de Argentina es el futuro de Grecia.
El colapso del peso, la mayor cesación de pagos (o default) de la historia y los posteriores disturbios sociales y políticos que sacudieron a Argentina en 2001-2 son vistos por muchos economistas como una terrible advertencia para los políticos en Atenas, la capital griega, y Bruselas, sede de las principales instituciones de la Unión Europea.
Incluso a primera vista, los problemas de Grecia tienen mucho en común con los de Argentina hace casi una década.
En el nivel del instinto -que es, después de todo, como en general funcionan los mercados- la crisis griega da la misma sensación de accidente ferroviario en cámara lenta que caracterizó el deslizamiento de Argentina hacia el caos.
En el caso de Argentina, el gobierno se esforzó por mantener la economía en los rieles, a pesar de que contaba con la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), durante casi todo el 2000 y 2001, antes de que el presidente Fernando de la Rúa se viera obligado a dimitir.
Su sustituto, Adolfo Rodríguez Saá, sólo duró una semana en el cargo. Pero antes de dejar el poder, provocó un default de la deuda de US$102.000 millones, que el país todavía está tratando de remediar.
Los argentinos comunes y corrientes sufrieron las consecuencias de la crisis. La tasa de desempleo llegó a 21,5% y no volvió a un solo dígito hasta fines de 2006.
Visión a corto plazo
Si esa era de turbulencia en Argentina tiene algo que enseñarle al mundo, es discutible si el país sudamericano, de hecho, aprendió algo de su propia experiencia.
En Buenos Aires, como en Atenas, sigue siendo popular culpar a forasteros como el FMI por la situación del país, sin llegar a admitir la medida en que su propio comportamiento contribuyó a la crisis.
Y con la presidenta argentina Cristina Fernández como candidata a un segundo mandato en las elecciones previstas para el 23 de octubre, el mismo enfoque económico de corto plazo es muy evidente.
Al igual que Grecia amañó sus estadísticas nacionales, en primer lugar, para que se le permitiera unirse al euro, la falsificación flagrante en Argentina de los datos de su inflación ha sido ampliamente denunciada por los analistas financieros.
Muchos observadores han señalado que los problemas de Grecia se podrían resolver adecuadamente sólo después de años de dolorosas reformas estructurales, mientras que dudan si realmente los griegos podrían soportar una solución como ésta.
En Argentina, también, el deseo de hacerles frente a los problemas estructurales subyacentes de la economía se desvaneció cuando el país volvió a crecer, aumentando los temores de que su actual auge eventualmente llegue a ser insostenible.
Crisis monetaria
Aparte de la larga duración del sufrimiento de Grecia, hay otros paralelos más profundos entre los aprietos de los dos países.
Para empezar, ambos se encerraron en un régimen cambiario que no les dio flexibilidad.
Grecia, por supuesto, está en la zona euro, por lo que su política monetaria la decide el Banco Central Europeo en Fráncfort, Alemania.
Por el contrario, Argentina mantuvo su propia moneda, el peso. Pero bajo la Ley de Convertibilidad, aprobada en 1991 y vigente hasta enero de 2002, el valor de éste se fijó en paridad con el dólar de Estados Unidos.
Esa política fue creada por Domingo Cavallo, entonces ministro de Economía del presidente peronista Carlos Menem, como una forma de restaurar la credibilidad de la moneda después de años de una inflación galopante.
Inicialmente, funcionó bien. Tan bien que incluso se convirtió en un artículo de fe para la opositora Unión Cívica Radical (UCR).
A fines de la década de 1990 entrevisté al economista de la UCR José Luis Machinea, favorito para ocupar la cartera de Economía una vez que el partido ganara las siguientes elecciones.
Él insistió en que «la convertibilidad» sería la piedra angular de su política y cumplió su palabra cuando obtuvo el puesto en diciembre de 1999.
Sin embargo, duró menos de 15 meses en el cargo, antes de renunciar cuando los esfuerzos del gobierno por defender la paridad cambiaria condujeron a recortes de gastos poco populares.
Las deudas pendientes
Argentina había permitido que su deuda pública se saliera de control, como lo ha hecho Grecia ahora, pero la situación de Grecia es mucho peor, con una deuda pública actual de un 158% del producto interno bruto (PIB), en comparación con el 62% del PIB en Argentina en 2001.
Al mismo tiempo, el vínculo de Argentina con el dólar significó que sufrió los altibajos de la economía estadounidense, al igual que la zona euro impone una camisa de fuerza de talla única para sus diversas economías, lo que les impide la devaluación o el establecimiento de sus propias tasas de interés.
Si Grecia quiere seguir a Argentina, tendrá que abandonar el euro y dejar de pagar la mayoría de su deuda.
Esto se ve muy poco atractivo, ya que Argentina todavía está siendo penalizada por su default. A pesar de que ha firmado acuerdos con la mayoría de sus acreedores, sigue sin poder pedir prestado en los mercados mundiales.
Argentina se encuentra actualmente en conversaciones con el grupo de acreedores del Club de París para liquidar la mayor parte de sus deudas pendientes, pero hay pocas señales de progreso.
Por supuesto, Grecia tiene niveles de deuda mucho más altos que los que tenía Argentina y es menos competitiva en los mercados mundiales.
Y mientras que no hubo un mayor contagio del default argentino, una salida griega del euro empeoraría las cosas para los demás países de la euro-periferia, como Irlanda y Portugal.
Las economías argentina y griega, por cierto, son muy similares en tamaño en la actualidad: la clasificación mundial del FMI el año pasado las puso en los número 27 y 32, respectivamente.
Pero antes de la crisis, la economía de Argentina era mucho más grande. En 1999, ocupaba el lugar 16, según el FMI. Ésa es otra razón para que Grecia tenga cuidado con los cantos de sirena que la instan a entrar en default.
Debajo del colchón
Es evidente que Argentina tiene lecciones para enseñarle a la eurozona. Sin embargo, el Reino Unido también debe prestar atención.
A finales de los años 90, cuando la convertibilidad todavía funcionaba para Argentina, había un sentimiento entre la élite de Buenos Aires de que el país había cambiado realmente y se había convertido en un lugar más responsable.
En los días de la hiperinflación, la gente había mantenido el valor de sus ahorros intercambiando sus pesos en efectivo por dólares y escondiéndolos en algún lugar en sus hogares.
El único banco en que confiaban era en el «banco del colchón».
Ese hábito cayó brevemente, pero ahora está de vuelta. Al igual que el Reino Unido nunca eliminó realmente el ciclo de auge y decadencia, la naturaleza esencial de Argentina se mantiene sin cambios.
Y si uno quiere pruebas para respaldar la opinión atribuida al presidente del Banco de Inglaterra, Mervyn King, antes de las elecciones generales del Reino Unido el año pasado -que el nuevo gobierno tendría que tomar medidas económicas tan impopulares que después permanecería fuera del poder durante una generación- basta con ver lo que pasó en Argentina.
Aunque fueron los peronistas de Menem quienes introdujeron la paridad de la moneda y aumentaron la deuda, la crisis resultante ocurrió durante el mando de la UCR, que quedó casi destruido como partido político.
Hasta ahora, los líderes de Grecia parecen no estar preparados para el efecto destructivo que la actual crisis podría tener en su propio sistema político.
Pero a menos que se las arreglen para reunir un consenso entre los partidos para aplicar el paquete de austeridad de cinco años del gobierno, las perspectivas son sombrías.