Belén Gopegui, que el pasado octubre participó en la gala de los oXcars invitada por la eXgae, es autora de novelas como La conquista del aire, El padre de Blancanieves o Lo real. Pese a ser una de las autoras de referencia de las últimas dos décadas, mantiene una posición diametralmente opuesta a la de […]
Belén Gopegui, que el pasado octubre participó en la gala de los oXcars invitada por la eXgae, es autora de novelas como La conquista del aire, El padre de Blancanieves o Lo real. Pese a ser una de las autoras de referencia de las últimas dos décadas, mantiene una posición diametralmente opuesta a la de la mayoría del gremio de escritores o autores, en lo que hace a asuntos como el copyright o el acceso y el intercambio de contenidos. Miembro del colectivo de editores de Rebelión.org, una de las primeras webs de contrainformación en castellano, también forma parte de Red Sostenible, un espacio creado tras conocerse las políticas de control y censura en internet que el Gobierno de Zapatero quería poner en práctica con la Ley de Economía Sostenible.
– La relación entre dominio público y producción cultural no es nueva, pero internet y sobre todo fenómenos como las redes de intercambio entre pares le han dado una relevancia inaudita; ¿por qué la izquierda política es incapaz de hacer una reflexión y una propuesta seria, rigurosa y radical en un asunto que ya hoy es crucial?
Una parte fundamental de las redes de intercambio entre pares coincide con los análisis de cierta izquierda en torno a la plusvalía y la propiedad. Una vez más se trata de desalambrar, en este caso desalambrar el conocimiento de patentes y licencias que impiden su uso por aquellos que lo necesitan. Por otro lado, creo que hay discursos como el de la lógica de la abundancia, que olvidan a veces que la abundancia circula por canales privados, y estos canales están en manos del capital. Me refiero, por ejemplo, a la infraestructura de la red y a multitud de proyectos que cualquier día pueden verse forzados a una evolución no deseada -openoffice/libreoffice, Ubuntu en Canonical, guifi.net – o la concentración de servidores en manos de grandes corporaciones y la ausencia de servidores distribuidos, a la escasez de hardware libre, etcétera. Creo que hace falta una lucha radical para lograr que la red no acabe siendo, en efecto, «otra televisión» y en esa lucha necesitamos tanto de la izquierda política como de todas las nuevas organizaciones que están surgiendo.
– Un autor, ¿qué es? ¿un asalariado o un pequeño propietario?
Un autor, a mi modo de ver, ha sido mitad asalariado y mitad rentista. Esto le coloca en una posición contradictoria, y no es raro que la mayoría de los intelectuales se acaben aliando con el poder pues obtienen sus rentas del excedente, no de su trabajo sino del trabajo no pagado de otros. Lo mismo les ocurre a los propietarios de viviendas en alquiler, a los grandes empresarios, a buena parte de los funcionarios, a los directivos de empresas, etcétera. Vivimos del trabajo de los demás, el dinero es trabajo de los demás, y cambiar esta relación desigual y violenta implica cambiar la relación de fuerzas.
– Y, sobre todo, un autor ¿qué se cree que es?
En una entrevista reciente, Godard, el director de cine, declaraba: «El derecho de autor realmente no tiene razón de ser. Yo no tengo derechos. Al contrario, tengo deberes». Esta es una posición que me interesa mucho. En literatura la posición políticamente correcta consiste en decir que el autor no se debe a nadie, que el arte es autónomo, etcétera. Desde ese sitio difícilmente se puede establecer relación alguna de reciprocidad con la sociedad. Pero curiosamente son los autores que más defienden esa idea quienes más se sublevan por la pérdida de derechos. Yo creo que sólo en la medida en que la sociedad decida que necesita, pongamos, algunas historias largo tiempo meditadas, podrá ocuparse de retribuir a quienes las escriban. A lo mejor decide que no las necesita, que le basta con la inmensa producción creativa que hay en la red; si es así, los novelistas tal como hasta ahora hemos sido vistos nos extinguiremos y puede que no se pierda nada. Recordemos, no obstante, aquel tema de Eskorbuto:
Cuando los dinosaurios dominaban la tierra
hace un millón de años en la prehistoria,
la fuerza era la ley
y ellos eran los más fuertes
gigantescos brutales salvajes animales
Pero ocurrió todos sucumbieron
ahora son petróleo
necesario en nuestro tiempo
Cuando los dinosaurios dominaban la tierra
aún siguen haciéndolo, aunque sea de otra manera
Para mí la pregunta es ésa, no tanto si se extingue o no un tipo de industria como si nos van a seguir dominando, a través de otras industrias y otras organizaciones cínicas y violentas, las mismas historias repetidas, los mismos valores baratos que hoy infestan las narraciones hegemónicas.
– Determinados artistas que son símbolos para la izquierda social han identificado sus intereses con los de la industria cultural, defendiendo con uñas y dientes la estructura productiva y comercial de las últimas décadas. ¿Miedo, acomodamiento, servilismo? ¿Qué hace que los que en un terreno ejercen cierta disidencia en otro hagan causa común con el aparato de explotación cultural?
Supongo que, al menos en los autores más modestos, es el mismo mecanismo por el que los trabajadores muchas veces defienden a sus empresas y procuran que no se hundan a pesar de que les explotan. Más allá de eso, sabemos desde hace tiempo que el ser social construye la conciencia, y en ese ser están los privilegios de que se ha disfrutado. Los cereales que se comparten se acaban, los bits no: sin embargo, llevamos siglos matando de hambre a un gran parte de la humanidad y no porque no haya suficiente alimento, sino por un sistema económico y de dominación. Ojalá no ocurra así con los bits, ojalá la abundancia no acabe siendo controlada una vez más por el capital. En todo caso es muy pertinente un artículo de Cory Doctorov donde se pregunta algo como: ¿qué le hace a las libertades tu defensa de remuneración? Creo que ahí los artistas, autores y demás deberíamos tenerlo muy claro, quizá sea razonable esperar que alguien te retribuya parte del tiempo trabajado, o quizá un día ni siquiera sea útil cierta creación más lenta y ponderada -yo quiero pensar que sí lo será, pero es evidente que soy juez y parte-, pero lo que en ningún caso debemos consentir es que se nos utilice como pretexto para vigilar, perseguir y cercenar finalmente los derechos y libertades de todas las personas.
– Es complicado definir qué es un intelectual, pero, en cualquier caso, parece que catedráticos, periodistas, editores, directores de cine, escritores… están mayoritariamente ausentes o indiferentes cuando no son directamente hostiles a una batalla que en principio les pertenece: la de la cultura libre. ¿Por qué?
Creo que la batalla de la cultura libre es importante dentro de una guerra, si es sólo una batalla resulta confusa. Por así decir: pasar de estar explotado por un gran grupo de comunicación a estarlo por Google o por Telefónica no implica ningún cambio cualitativo. Los autores en este aspecto son conservadores, se aferran a lo malo conocido porque piensan que no hay diferencia entre una gran empresa y otra. La cuestión es ampliar el campo de batalla, por ejemplo, a la idea de que las redes de comunicación son un servicio esencial y debieran ser públicas con una clara voluntad política de romper la brecha digital. Creo que hay que dar también esas batallas. Ahora bien, esto no puede en ningún caso hacernos cerrar los ojos al hecho de que el lenguaje es común, de que las comunidades hacen ciencia y hacen arte a través de los individuos y no a la inversa.
– Generalmente publicas tus novelas con copyright, aunque ya puede encontrarse alguna de ellas en descarga libre en Rebelión. Luther Blissett, un nombre colectivo, ha publicado novelas como Q o 54 con licencia libre con una multinacional como Mondadori. ¿Cuál es el trato con tu editor y hasta qué punto tienes capacidad de, más allá de tu remuneración, establecer unas condiciones de publicación coherentes con tus posiciones políticas?
Es un trato amigable, he podido decirle con tranquilidad que no quería estar en Libranda y en su lugar estoy en vías de encontrar un espacio digital que me permita colocar mis libros sin DRM1 de tal manera que sólo los pague quien pueda hacerlo y que quien lo haga pueda prestar el libro cuando quiera. ¿Puedo, por ejemplo, permitirme devolver al dominio público todo lo que escribo? Me gustaría. Lo hago con artículos y textos sueltos, con algún libro libre, de momento no puedo hacerlo con todo porque no tengo, al menos por ahora, otra profesión, soy novelista, no soy además otra cosa, ni me veo cantando mis novelas en directo, y las otras cosas que sí soy, por ejemplo miembro del colectivo de editores de rebelión.org, no están remuneradas y creo que en este contexto político no deben estarlo. Por otro lado, escribimos y trabajamos, y vendemos la fuerza de trabajo y nos ganamos la vida en unas condiciones no elegidas individualmente, ojalá logremos transformarlas mediante la lucha colectiva.
1 Digital Rights Management. Son tecnologías de restricción de uso aplicadas a diferentes formatos digitales, desde música a libros, y que limitan la capacidad de copiar o compartir los contenidos una vez adquiridos. Establecen, por ejemplo, el número de veces que pueden copiarse y pegarse en otro documento párrafos de un libro electrónico, o si éste puede utilizarse en varios e-readers o compartirse con otros usuarios.
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