Comúnmente cuando en la escena internacional la Unión Europea (UE) secunda o acuerda con Washington acerca de acciones o posturas dirigidas contra temas de corte progresista o países del Tercer Mundo, se la califica de capitulante, sumisa, débil, entre otros adjetivos; y ello refleja justamente el estado de ánimo que embarga a muchos en el […]
Comúnmente cuando en la escena internacional la Unión Europea (UE) secunda o acuerda con Washington acerca de acciones o posturas dirigidas contra temas de corte progresista o países del Tercer Mundo, se la califica de capitulante, sumisa, débil, entre otros adjetivos; y ello refleja justamente el estado de ánimo que embarga a muchos en el mundo. Sin embargo, cabría preguntarse si las expectativas creadas sobre el papel de la UE en el concierto internacional y la naturaleza de sus relaciones con EEUU no han sido exageradas y colocadas sobre presupuestos inadecuados. En otras palabras ¿cuándo la UE coincide implícita o explícitamente con EEUU respecto a alguna cuestión, está capitulando o está obedeciendo a la lógica profunda que le impone su verdadera esencia?
Cuando la UE emergió como nuevo actor internacional a principios de la década del noventa del pasado siglo, casi simultáneamente con la desaparición de la URSS y el campo socialista europeo y en medio de una indiscutida hegemonía estadounidense; muchos analistas aseguraron, teniendo en cuenta el potencial económico y político conjunto de los países que entonces la integraban, que la UE estaba llamada a desempeñar un rol de contrapeso a EEUU en el escenario internacional que se conformaba.
Desde la izquierda muchos adoptaron esta percepción, animados tal vez más por las esperanzas de poner límites al poderío norteamericano que por un juicio objetivo de la realidad. Sin embargo, hay un elemento que no se debe perder de vista: el contrapeso que ejercía la URSS respecto a EEUU durante la guerra fría no era sólo de tipo militar, político y económico; sino que además era ideológico y por consiguiente, y en tanto se respetaran las posiciones de principio, eran irreconciliables. A pesar de ello, existieron momentos en que los intereses particulares de las superpotencias y la necesidad de llegar a acuerdos entre ellas se superpusieron a la rivalidad ideológica, en ocasiones en pro de la paz mundial pendiente del equilibrio de la muerte, otras veces en la persecución de intereses específicos de cada una, lo que tuvo repercusiones de diversos signos sobre los vínculos con sus respectivos aliados.
No obstante los momentos de compromiso, el equilibrio bipolar entre la URSS y EEUU, manifiesto en todas las dimensiones antes citadas, difícilmente se vuelva a reeditar en términos similares en un futuro previsible. En ese sentido, ni China (que la mayoría de los expertos aseguran será la nueva potencia emergente del siglo XXI), ni la UE podrán replicar aquel contrapeso «perfecto» de la era bipolar.
En el caso de la UE hay otros elementos que habría que considerar. Aunque puedan tener diferencias con EEUU en algunos temas y áreas de la escena internacional, existe una comunidad de valores básica entre ambos actores dada por su naturaleza socioeconómica capitalista que se expresa de manera concreta en la promoción conjunta de un modelo similar de economía de mercado y un esquema común de democracia política y derechos humanos: patrones que consideran de carácter universal en el modo que los perciben y que por lo tanto estiman deben ser extendidos por una u otra vías al resto del mundo. La identidad entre ambos respecto a estos «valores» es tal, a pesar de los matices diferenciados, que Europa y Norteamérica se consideran mutuamente como las regiones más cercanas entre sí desde todo punto de vista, cuando se comparan con otras áreas del mundo.
Además la interdependencia económica entre ellos es abrumadora. De acuerdo a estudios realizados por el Atlantic Council de EEUU y el Centro para las Relaciones Trasatlánticas de la Johns Hopkins University en el 2003 la UE acaparaba el 65% del monto global de las Inversiones Extranjeras Directas (IED) estadounidenses, mientras que casi el 75% de las IED en EEUU era de procedencia europea. En ese mismo lapso el volumen de las transacciones comerciales entre las dos regiones unido al monto de las ventas de las subsidiarias de las empresas europeas y norteamericanas en los mercados respectivos alcanzaba los 2.5 billones de dólares, una cifra que supera ampliamente los lazos económicos de ambos actores con China, Japón o cualquier otro socio o región del mundo. Esta conexión que se ha profundizado en los últimos años obliga a la búsqueda del consenso y al permanente ejercicio de limar las asperezas, ya que los intereses en juego son demasiado grandes. La convergencia entre ambos centros de poder ha crecido también en este terreno: si durante la Ronda Uruguay del GATT (1986-1993) las disputas entre europeos y norteamericanos fue el factor principal que dilató las negociaciones, en la hoy estancada Ronda de Doha de la OMC se observa una gran coincidencia entre las posiciones defendidas por la UE y EEUU y la concertación funcional para imponer sus condiciones frente a las demandas exigidas por los países en vías de desarrollo.
Por otra parte, si bien en el terreno económico la UE es un actor bastante consistente, teniendo en cuenta los niveles de integración alcanzados entre sus estados miembros, en la esfera política y particularmente de la política exterior el panorama es completamente distinto, puesto que la cohesión es mucho menor, las tradiciones y proyecciones de política exterior de cada uno de los países son muy variadas y como resultado las posturas internacionales de la Unión se basan en el «mínimo denominador común», lo que impone un perfil exterior de la UE más bajo que el que le correspondería a un actor de tales dimensiones y recursos. En ese contexto las posibilidades para Washington de ejercer un papel divisivo sobre la UE son muy altas, al explotar a su favor las divergencias intraeuropeas. Con la última ampliación de la UE y el ingreso de nuevos países la cohesión europea en general y en política exterior, en particular, se ha debilitado aún más. Además, la postura pronorteamericana de una buena parte de esos nuevos estados miembros, ha hecho que una eventual firmeza europea frente a EEUU en política internacional sea hoy más difícil que en períodos previos.
Asimismo, el proyecto de construcción europea ha tenido un carácter elitista a lo largo de su historia, y hoy, pese a los numerosos discursos y llamados a superar el «déficit democrático» de las instituciones europeas, los criterios de los grupos económicos y políticos dominantes de cada uno de los países sigue prevaleciendo en el curso cotidiano de la integración. Por eso, si bien la opinión publica europea (a diferencia de la estadounidense) tiende generalmente a identificarse con posiciones avanzadas en materia internacional, como ocurrió por ejemplo ante la guerra de Irak, ello no se refleja en la actitudes de las élites dominantes que comandan la UE, la cuales prefieren buscar la concertación con Washington y evitar la confrontación, aun cuando vayan contra los deseos y la voluntad de una parte mayoritaria de sus poblaciones.
Es por todo lo anterior que no debemos esperar de la UE lo que sencillamente no puede brindar. Puede ser que en algún momento ciertos intereses de la UE se contrapongan a los de EEUU y se verifiquen enfrentamientos entre ellos, por supuesto de carácter no antagónico. Es posible que en esas circunstancias las posiciones europeas coincidan con las posturas de una gran parte de los países en vías de desarrollo respecto a un tema específico y en tal sentido esas oportunidades puedan ser aprovechadas por estos últimos. Pero esas eventualidades deben ser vistas más como excepción que como regla, más como sorpresa que como hábito. La UE no se enfrentará a EEUU en función de causas o principios, sino exclusivamente cuando sea menester para «defender» sus egoístas intereses y objetivos.
En fin, las expectativas sobre el quehacer positivo de la UE en la arena internacional deben ser rebajadas y colocadas sobre bases más realistas; de esta manera muchos podríamos ahorrarnos de antemano innumerables frustraciones.