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¿Logrará Paulson convertir la presente catástrofe en algo peor que la Gran Depresión?

Fuentes: Sin Permiso

La era de Paulson en el Tesoro ha sido una pifiada tras otra. Aun así, el pasado martes consiguió superarse a sí mismo. Paulson dio una conferencia de prensa «sorpresa» en la que anunció que los 700 mil millones de dólares del programa TARP [Programa de alivio de los activos problemáticos, por sus siglas en […]

La era de Paulson en el Tesoro ha sido una pifiada tras otra. Aun así, el pasado martes consiguió superarse a sí mismo. Paulson dio una conferencia de prensa «sorpresa» en la que anunció que los 700 mil millones de dólares del programa TARP [Programa de alivio de los activos problemáticos, por sus siglas en inglés] no serían, después de todo, usados para comprar activos problemáticos. El dinero se emplearía para rescatar a la gigantesca aseguradora AIG, para suministrar capital extra a unos bancos que se lo guardarán, y ahora -eso era lo novedoso-, para proporcionar dinero a «instituciones financieras no-bancarias, como aseguradoras y compañías especializadas en financiación», a fin de que pueden prestarlo a consumidores dignos de crédito. ¿No era para eso que dábamos dinero a los bancos?

El anuncio de Paulson fue como echar una granada de mano en una lata de limonada; el mercado de valores saltó por los aires. Unos minutos antes de que sonara la campana de apertura del New York Stock Exchange (NYSE) de Wall Street, las acciones se desplomaban ya a nuevas zonas abisales, terminando la sesión en una mortal espiral bajista de 400 puntos. Wall Street no ama la incertidumbre, y la súbita comparecencia de Paulson lanzó a unos amedrentados inversores a la búsqueda de refugios. El mensaje a los inversores es claro: el gobierno no tiene ni la más remota idea de lo que está haciendo y se limita a dar palos de ciego.

Pero Paulson no es necio; sabía exactamente cuál sería la reacción de Wall Street. Sencillamente, decidió que la voladura del mercado de valores era un buen precio a pagar para revitalizar la «titularización» (la transformación de los préstamos en títulos). Ya ven, la titularización es la gallina de los huevos de oro de Wall Strett. Es el fundamento sobre el que descansan las finanzas estructuradas y todo el complejo de sus derivados estimuladores del crédito. Hay que recordar que todos esos productos de exótica ingeniería financiera -las CDO (obligaciones de deuda colateralizada), los MBS (títulos hipotecariamente respaldados) y los CDS (contratos financieros bilaterales de protección mutua)- fueron creados con un propósito: maximizar el apalancamiento con un mínimo de capital, de manera que los beneficios pudieran dispararse y romper techos. Así es como Paulson consiguió irse de Goldman Sachs con centenares de millones de dólares en los bolsillos. Todo un negociete.

Existe el mito de que el crédito se está contrayendo porque los bancos no prestan. Pero, en realidad, el crédito total ofrecido por los bancos creció 575 mil millones de dólares en las diez últimas semanas. El problema real es que el mercado de la titularización sigue congelado.

Así que lo que ahora pretende Paulson es insuflar nueva vida a la titularización suministrando liquidez a las instituciones financieras no bancarias, las cuales consiguen dinero del mercado general. Evidentemente, nadie sabe realmente cómo funcionará eso, porque esas operaciones están completamente desreguladas por el gobierno federal. Da lo mismo; la farsa seguirá bajo la falsaria alegación de que «se precisa para ofrecer crédito a los consumidores». Grotesco. Lo que necesitan los consumidores es seguridad en el puesto de trabajo y mayores ingresos, no más deudas. Eso no es sino una picardía más de Paulson.

Era claro ya que el Secretario del Tesoro estaba urdiendo un nuevo engaño, cuando hace unas semanas el jefe de la Reserva Federal, Bernanke, defendió la «titularización» en un discurso en el que se sostenía lo siguiente:

«La capacidad de los intermediarios financieros para vender a un mercado de capitales más amplio, a través del proceso de titularización, las hipotecas por ellos contratadas sirve a dos propósitos importantes. Primero: proporciona a quienes contrataron esas hipotecas fuentes de financiación más extensas que las que podrían obtener con fuentes convencionales como los depósitos individuales. Segundo: reduce substancialmente la exposición de quienes contrataron esas hipotecas a los tipos de interés, al crédito, al prepago y a otros riesgos vinculados con la tenencia de hipotecas hasta su maduración, lo que reduce los gastos asociados a los costes del suministro de crédito hipotecario».

Eso es un sinsentido. Lo que hace es crear el ambiente óptimo para el apalancamiento especulativo, para la piramidalización de la deuda y para el logro de masivos beneficios. Pero eso es lo de menos. El problema real es que la titularización está ya muerta, porque Paulson y los suyos envenenaron el pozo echándole basura subprime y semisubprime (hipotecas Alt-A). Ahora, los inversores huyen de cualesquiera títulos que contengan deuda. Es una cuestión de confianza.

De acuerdo con el Wall Street Journal:

«Los bancos y otras compañías financieras que ofrecen préstamos para automóviles, tarjetas de crédito o estudios académicos no consiguen prácticamente vender ninguno de esos préstamos a otros inversores, un indicio concluyente de las estrecheces por las que siguen atravesando los mercados crediticios.

«El mercado para vender esos préstamos -para empaquetarlos, o titularizarlos, en bonos u obligaciones- ha tenido un volumen de negocio de 500 millones de dólares el pasado Octubre. Compárese con los 50.700 millones de hace un año, de acuerdo con la empresa de investigación de mercados Dealogic. El mercado total para la llamada titularización respaldada por activos se estima en 2,5 billones de dólares.» («Bond Woes Choke off some Credit to Consumers», Wall Street Journal, Robin Sidel)

¡500 millones es el 1% de 50 mil millones! La titularización estará muerta más o menos en una década; ha sido destruida por los criterios de préstamo laxos y por el crédito fácil. Paulson y sus colegas tendrán que encontrar una nueva manera de timar a los inversores incautos.

El TARP es la medida fútil más cara de la historia. Nadie sabe siquiera qué están haciendo los bancos con el dinero. Ni hay control de responsabilidad, ni hay transparencia. Resultado: la confianza del inversor se ha deteriorado, y las acciones siguen cayendo. Nadie confía ya en que Paulson esté obrando correctamente; así de simple.

El nuevo Comité de Supervisión de la Estabilidad Financiera creado por el Tesoro se ha reunido cuatro veces, pero todavía no puede decir cómo están utilizando los bancos el dinero. Es un cachondeo. También el Congreso está como ausente. Prometieron crear su propio comité de supervisión, pero después de cinco semanas nada ha sucedido. Aparentemente, la idea de echar 700 mil millones de dólares a la ratonera no basta para mover a la acción a la señora Pelosi y a sus huestes en el Congreso. Lo único que realmente les importa es salir reelegidos y arrellanarse acomodaticiamente en el pesebre público.

Tampoco es que el fiasco del TARP se dé en un vacío; el país se halla en el principio de la mayor recesión inducida por los consumidores del último medio siglo. El gasto al por menor y las ventas de automóviles están siguiendo la misma desoladora trayectoria que la vivienda, mientras que el desempleo, que se acerca a los 4 millones, es ya el más alto de los últimos 7 años. La deuda de los hogares alcanza niveles récord de 14 billones de dólares. El mercado de trabajo se debilita a ojos vista, mientras que el consumidor es más vulnerable que nunca. Entretanto, Paulson ha metido baza en la renegociación de hipotecas a fin de evitar las ejecuciones y los embargos de vivienda, ha perdido tiempo suministrando otro paquete de estímulos y ha despilfarrado todo el dinero de los 700 mil millones de dólares del rescate con sus amigos del sector financiero. Ni un céntimo ha ido a parar a los trabajadores. Paulson sigue con jueguecitos mientras Roma arde, a pesar de que su antiguo colega y antiguo presidente de Goldman Sachs, John Whitehead, declara que el desplome actual será peor que el de la Gran Depresión. Eso es lo que dijo [el pasado 12 de Noviembre], según la agencia de noticias Reuters:

«La economía se enfrenta a hundimiento más profundo que el de la Gran Depresión, y un déficit creciente amenaza el crédito de los propios EEUU, declaró el antiguo presidente de Goldman Sachs, John Whitehead…

‘Creo que será peor que la Gran Depresión’, dijo Whitehead. ‘Estamos hablando de una reducción del crédito de los Estados Unidos de América, que es la columna vertebral del sistema económico… Yo no veo sino grandes incrementos del déficit, todos los cuales redundan en un decremento del crédito de EEUU… Yo sólo quiero que la gente piense en eso, pero no le veo solución’.»

Lo primero que hay que observar es que no se trata de «fijar» la economía. La economía se está fijando sola, purgando del sistema la deuda insostenible. Así funcionan los mercados. Los tipos de interés bajos de Greenspan crearon un subsidio al endeudamiento que -junto a la sopa alfabética de los derivados apalancados- catapultó a la economía a la cima de la mayor ola de especulación financiera que el mundo ha conocido. Las distorsiones causadas por la expansión sin precedentes del crédito estimuló la demanda artificial que creó una apariencia de crecimiento y prosperidad, pero que, en realidad, no fue más que una burbuja en la cotización de activos. Ahora la burbuja ha reventado, y el sistema financiero regresa a la medianía. Eso significa que el crédito se contraerá probablemente entre un 30% y un 40%, lo que nos pondrá en el camino de otra Gran Depresión. A menso que el gobierno actúe preventivamente poniendo dinero en manos de los consumidores y restaurando la confianza, la nación se enfrentará a un pánico ampliamente difundido. Probablemente sea por eso que las urnas y los sondeos electorales previos terminaron coincidiendo en los resultados electorales por vez primera en 8 años; porque las elites dominantes saben que necesitan de un gestor popular para poner ante las cámaras cuando traten de calmar a la muchedumbre y preservar al país de desintegrarse en la anarquía. También eso explica las sonrisas nerviosas dibujadas en los rostros de los prestamistas y de los vejestorios reunidos detrás de Obama en su primera conferencia de prensa. Se diría que el establishment norteamericano pone todas sus esperanzas de supervivencia económica en las estrechas espaldas de su nuevo chico-afiche, Barak Obama.

Nos aguardan más penalidades, pero el sufrimiento podría mitigarse con medidas razonables y políticas keynesianas. Quiere decirse: con programas de obras públicas, con reformas de la regulación jurídica de las quiebras y con la ampliación de los subsidios de desempleo. Paul Krugman recomienda un paquete de estímulos por monto de 600 mil millones de dólares [el 4% del PIB de los EEUU]. No es mal comienzo, pero tendrá que ser mucho más que eso. Y los inversores extranjeros tendrán que confiar en nuestras decisiones, porque, si no, la venta de deuda del Tesoro declinará y los EEUU se enfrentarán a una crisis de financiación. Los organismos de la Reserva Federal ya han prestado 2 billones de dólares, mientras que el rescate del Tesoro es de 700 mil millones. A fines de 2010, los déficit fiscales se acercarán a los 2 billones de dólares, y el coste total para el contribuyente norteamericano será al menos de 5 billones. Eso significa tipos de interés más altos, crecimiento desfallecido y duros tiempos venideros.

La presente crisis financiera es una herida infligida por propia mano. Comenzó en la Reserva federal, con sus cínicas políticas monetarias neoliberales. Cualquier solución que no pase por desmantelarla resulta inaceptable.

Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el estado de Washington y colabora regularmente con la revista norteamericana CounterPunch.