Empecemos por el principio ¿qué es un arancel y para qué sirve? Un arancel es un impuesto, una “tarifa oficial determinante de los derechos que se han de pagar en varios servicios, como costas judiciales, aduanas, etc.” (diccionario RAE).
Aquí de lo que se está hablando es del “arancel de aduanas” definido como los derechos a pagar por la importación de mercancías de procedencia extranjera. Es un impuesto a las importaciones. Lo que se compra al extranjero se grava con un impuesto que hay que pagar para que el producto pueda pasar por la aduana y que lo recibe el Estado. Todos pagamos impuestos cada vez que compramos algo, normalmente el IVA, que en el tipo general es del 21%.
Los aranceles se inventaron para proteger las economías locales a la vez que suponen un ingreso para el recaudador. En el clásico Diccionario de Economía (Alianza Editorial) se indica que el arancel de aduanas “Protege la producción nacional y de su aplicación se derivan ingresos para el presupuesto”, obra de Ramón Tamames publicada allá por 1988, cuando su autor aún era progresista y uno de los mejores economistas de nuestro país.
Un poco de historia. En la Edad Media europea se fueron implantando, primero para proteger a los artesanos de cada lugar, después a la industria de cada región o país. Todos los Estados regularon aranceles al alza hasta que llegamos a mediados del siglo XX. Por un lado la Comunidad Económica Europea se crea para eliminarlos entre sus países miembros, creando un área de libre comercio que aspiraba a ser mucho más que eso. Así comienza la construcción de la Unión Europea, como una zona libre de aranceles que fuera creando también una armonización política y social. Las diferencias salariales, de derechos laborales y sociales, se fueron reduciendo entre los países miembros de la Unión. Fue positivo para el desarrollo socioeconómico del conjunto, no exento de desajustes.
Las uniones de libre comercio producen, entre otros efectos, una acelerada especialización económica. Por ejemplo, España entró en la UE bajo unas condiciones estrictas sobre lo que su agroganadería podía producir, para que sobre todo la de Francia no se hundiera.
Pero ¿qué pasa si creamos zonas de libre comercio, sin aranceles, por ejemplo con Marruecos y más aún con el resto de África, Asia etc.? La economía agraria e industrial de España y buena parte de la UE desaparecería ¿Puede competir una empresa agrícola española con una marroquí que paga a sus empleados una sexta parte por su trabajo? Imposible. Incluso si miramos el salario medio en 2024 en España es de 1.323 euros, en Marruecos 288. Por no hablar del volumen de la economía sumergida en ambos países, más del triple en Marruecos según algunos estudios, ni de los controles sobre uso de plaguicidas, herbicidas, etc. Por mucho que nuestro ministro de Agricultura se empeñe en convencernos de que todo lo que entra en España pasa los debidos controles fitosanitarios, ¿cuántos inspectores hay in situ?
¿Qué ha pasado en el mundo desde los pasados años setenta? Estados Unidos lanzó la eliminación de aranceles como parte de las estrategias dominantes del neoliberalismo. La globalización sería positiva para todos, nos dijeron. El tándem ultraliberal Reagan-Thatcher propuso la eliminación de aduanas económicas y la reducción de los Estados al mínimo posible. Los controles fronterizos solo para evitar la emigración masiva. Todo el poder para las empresas. Las más grandes se comerán a las pequeñas sin problema. Las economías fuertes a las débiles. Las multinacionales pasaron a ser transnacionales, con poder e implantación mundial. En el corto plazo los Estados fuertes, norteamericano, británico, occidentales… aumentaron su poder.
Hay que hacer un inciso para explicar la globalización. Como proceso de intercomunicación mundial es un proceso natural en la historia de las civilizaciones humanas e inevitable. El incremento constante del comercio y la comunicación entre países y continentes conllevó beneficios culturales, para el avance de la ciencia, la tecnología, etc. y perjuicios para las sociedades más simples y minoritarias, muchas han desaparecido.
La globalización moderna aceleró enormemente estos procesos. En los años 70 las teorías de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago se extendieron y los nuevos lobbies norteamericanos e internacionales transmitían el mensaje de que en las sociedades occidentales había un “exceso de democracia” que había propiciado levantamientos como los de movimientos sociales de mayo de 1968 y la extensión de las ideas “social-comunistas”. La batalla de las ideas había comenzado con las propuestas de los think-tanks que fueron en el sentido de “1) obligar a los norteamericanos y al mundo entero a regresar a los parámetros del capitalismo salvaje; 2) imponer un retorno a los ‘genuinos valores americanos’ de corte puritano… Se estaba tramando la revolución de los muy ricos, como la bautizó Galbraith…
A la altura de 1980 los neoliberales se hicieron con las riendas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, dejando fuera de combate a varias generaciones de socialdemócratas” (Garcia–Rosales y Penella 2011:21-27). Estas propuestas neoliberales triunfan a partir de los años 80 y se imponen como hegemónicas a nivel mundial, partidarias de la globalización, la desregulación de los mercados y la flexibilidad laboral: menos normas, menos rigideces comerciales y menos regulaciones a todos los niveles, que incluyen libertad de despido, menos derechos laborales y sociales, privatizaciones… En palabras de Zygmunt Bauman es la modernidad líquida, menos Estado y más mercado. Los derechos legales, antes sólidos como rocas, se licuan y se nos escapan entre los dedos de la mano cuando tratamos de atraparlos. Podríamos añadir que ahora, en muchos países, se han hecho gaseosos y se esfuman en el aire.
En la España felipista de los años 80 se cerraron los astilleros, los Altos Hornos, las siderurgias… España que se dedique al turismo y poco más. En Europa solo Alemania fabricará algo, lo demás se lo compraremos a China.
Este proceso fue contestado por los movimientos sociales antiglobalización en todos los países del capitalismo avanzado. Desde los agricultores franceses hasta los obreros industriales de medio mundo protestaban por un proceso que disminuiría sus beneficios. En Seatle en 1999 paralizaron la ciudad y las reuniones de la OMC. Las protestas continuaron por años a favor de Otro Mundo es Posible. Estar en contra de esta globalización neoliberal era apostar por las economías de proximidad, solo posibles con el mantenimiento de aranceles y aduanas económicas. Y en contra de zonas de libre comercio, como la creada entre México, EEUU y Canadá.
Al proceso de globalización se apuntó China, cuando apostó por el libre comercio y entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC). En pocos años China, la India etc. se convirtieron en la fábrica del mundo. Los gurús neoliberales occidentales no podían imaginar que un enorme país, gobernado autoritariamente por un partido comunista, se convertiría en pocos años en el mayor abanderado de la globalización. No les cabía en la cabeza.
Las economías nacionales se resintieron y sus empresas, no solo las pequeñas, no pueden competir con los gigantes de Asia en un mercado desregularizado. Ahora con Trump parece que tenemos el mundo al revés. Hace unos días la televisión estatal china emitía los videos de Reagan a favor de la globalización y en contra de los aranceles, mientras las norteamericanas repetían machaconamente los mensajes de su Gobierno en el sentido contrario.
El tema es complejo, hay que considerar que la globalización y la hiperespecialización territorial produce efectos contradictorios:
– Ecológicos catastróficos. Decenas de miles de aviones y barcos transportando diariamente mercancías de un continente a otro. Hasta el punto, lo vimos con la pandemia, que en Europa no se fabricaban apenas mascarillas, venían de China, y todo lo demás también. Desde los palitos para el chupa-chups hasta las gominolas, pasando por todo lo que lleve plástico ¿Las nueces? de California. En los supermercados tenemos lentejas de EEUU ¿La fruta? buena parte de América. Alberto Garzón ha recordado que “todo el comercio internacional se desenvuelve sobre la base de energía abundante y barata, especialmente gracias a los combustibles fósiles”, pero los análisis críticos en este sentido son escasísimos. Para fabricar un automóvil europeo intervienen empresas de cinco o seis países en los que, en diferentes fábricas, cada una produce algo que envía a miles de kilómetros de distancia para seguir con la producción, y el montaje se realizará en otro país… Más consecuencias para el medio ambiente. Cuerpo, el ministro de Economía, indicaba en entrevista reciente que el comercio entre América y Europa factura 4.400 millones de euros ¡cada día! Y que esto es muy importante para la economía mundial. Desde luego ¿y para la salud medioambiental? Copiando a Friedman nos explicaba dónde se ha fabricado cada parte de sus gafas: el cristal en un país, las varillas en otro, los tornillos en otro, el plástico en otro. Fantástico.
– Cierre de las empresas nacionales que no están en el reparto mundial, que no les toca producir eso que fabricaban porque otros lo harán por menos precio, ya que los trabajadores de esos países cobran la décima parte o menos que sus colegas europeos, en su equivalente en euros. El valor de cambio de sus monedas nacionales también influye, claro.
– Por contra, también es evidente que cuando se crea una zona de libre comercio entre varios países, favorece la creación de empresas productivas, de capital extranjero generalmente, en los países más débiles económicamente y en derechos. Esto favorece la economía de estos países, al menos en el corto plazo. La zona de libre comercio entre México y EEUU favoreció la creación de miles de empresas manufactureras, del textil y otros sectores, en México. Favoreciendo el desarrollo económico de este país. En la balanza hay que tener en cuenta este factor.
– Las amenazas de Trump de una guerra comercial mundial han provocado que se prevea una posible recesión económica y el previsible descenso en el comercio mundial, lo que ha provocado una inmediata rebaja en el precio del petróleo. Si va a haber menos comercio habrá menos demanda de petróleo, lo cual es bueno para el medioambiente y malo para las empresas petroleras. A menos demanda la respuesta es bajar los precios, para amortiguar lo anterior y que se consuma más al ser más barato.
Concluimos y terminamos. Según lo visto en las últimas semanas, la mayoría de las izquierdas están ancladas en un análisis simplista, liberal y cortoplacista de la guerra comercial arancelaria. Es difícil encontrar análisis que vayan más allá de decir que los aranceles son malos y Trump malísimo. Las guerras, también las comerciales, son malas en sí mismas. Vale, de acuerdo. Pero profundicemos un poco por favor. La solución no es una zona de libre comercio mundial y todos contra USA, como propone a diario un exministro socialista en la Sexta (Miguel Sebastián). Los aranceles son positivos en su justa medida. Lo difícil es encontrar la medida justa. Aranceles a la importación por debajo del 15 o 20% perjudican gravemente a las economías de la UE, a sus empresas y a sus trabajadores. Serían admisibles solo sobre algunas materias primas y productos. Por encima del 40% ralentizan y paralizarían parte del comercio internacional.
Buscando, buscando, he encontrado algún artículo crítico, más serio, minoritario y marginado en los medios. La postura de Ecologistas en Acción de Andalucía: “El confinamiento debido a la COVID puso de manifiesto la vulnerabilidad que implica la orientación exportadora y la dependencia de importaciones… Necesitamos superar el debate entre liberalismo y proteccionismo económico con un nuevo modelo de producción y comercio con justicia ecosocial donde los aranceles pueden ser útiles si nos ayudan a relocalizar diversificando las producciones locales… la solución -a la guerra comercial trumpista- no es una huida hacia delante buscando mercados internacionales alternativos para profundizar la globalización económica con sus nefastas consecuencias de desigualdad social y destrucción ambiental” (Ver Aranceles, ¿una oportunidad para reorientar el modelo productivo agrario andaluz pasando de la exportación a la Soberanía Alimentaria? • Ecologistas en Acción)
¡Exacto! Por favor, personas de izquierdas, ecologistas y movimientos sociales alterglobalizadores ¡alcen su voz!
Tomás Alberich, sociólogo. Pensamientos Talberich
Fuente: https://vientosur.info/los-aranceles-son-positivos-en-su-justa-medida/