Han tocado fondo. Los bancos centrales, quiero decir. La acción emprendida hace dos semanas por la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y el de Canadá de abrir nuevas líneas de crédito, a fin de reactivar el préstamo interbancario, no es solución del problema en la medida en que premia el […]
Han tocado fondo. Los bancos centrales, quiero decir. La acción emprendida hace dos semanas por la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y el de Canadá de abrir nuevas líneas de crédito, a fin de reactivar el préstamo interbancario, no es solución del problema en la medida en que premia el azar moral, es decir, el comportamiento opaco o especulativo. Durante meses, los antedichos institutos han lanzado dinero a los mercados, es decir, al sistema bancario y financiero privado, en la esperanza de que, nutriendo el azar moral, las sociedades privadas recuperarían la comba de la acumulación de réditos y plusvalías a través del endeudamiento.
En esto, los bancos centrales se han visto acompañados por los gobiernos, que exhortaban a perseverar en el mismo juego porque los «fundamentos de la economía son robustos». Lo mismo que las obligaciones vaciadas de todo significado y con valor económico falsa y artificialmente estimado por las agencias de rating, los «fundamentos» son materia de todo punto ignota, estando, como están, basados en conceptos harto discutibles, como el PIB y la tasa de inflación. Esa connivencia entre instituciones «independientes», las económicas y las políticas, a la hora de tranquilizar al público deriva de la consabida, aun si nunca explicitada, contradicción fundamental en el accionar de los bancos centrales.
La crisis que rompió con la aparición a la luz del sol del endeudamiento del subprime no es una crisis de liquidez. Deriva antes bien del hecho de que, llegados a cierto punto, se vio claramente que las deudas quedarían al descubierto. Esas deudas estaban colateralizadas con obligaciones valoradas conforme a precios de mercados futuros, precios, pues, aleatorios. Una vez se vio la imposibilidad de cubrir las deudas, los valores imputados a títulos colaterales se evaporaron. Ha sido peor que un desplome, porque los mercados han desaparecido. Enroscadas en miríadas de complejos -y por lo mismo incomprensibles- paquetes de títulos y papeles, las CDOs [obligaciones de deuda colateralizada, por sus siglas en inglés; N.T. ] han contaminado el entero sistema crediticio, con el resultado de la evaporación de los ya de por sí opacos valores de los paquetes contenedores. De ahí que las repetidas iniciativas de los bancos centrales consistentes en alimentar el azar moral lanzando ingentes cantidades de dinero a los mercados no consiguiera restablecer la necesaria confianza.
Son los bancos los principales protagonistas de los mecanismos crediticios. Buena parte de los préstamos se efectúa a nivel interbancario. Si no hay confianza en el crédito interbancario, el sistema tiende a la parálisis. Cuando un banco suministra crédito a otro, exige garantías colaterales. En tiempos normales, esas garantías solían basarse, por mucho, en la mutua confianza. Ahora, no. Ahora las cartas colaterales que los bancos tienen en la mano están en buena parte constituidas por paquetes contaminados, el valor de los cuales se ha desvanecido, dada la desaparición de los mercados en los que comerciar esos papeles y títulos.
La desconfianza entre los bancos se manifiesta en una creciente tasa de interés interbancaria para cubrirse ante el riesgo de la deuda protestada. Pero eso bloquea el propio crédito, mientas los institutos centrales tratan de inundar de dinero los bancos rebajando los tipos centrales de interés y abriendo nuevas líneas de crédito.
La pasada semana, pues, la FED estadounidense, junto al BCE, al de Inglaterra y al de Canadá, volvieron a la carga, diciendo a los bancos privados: «mirad que os aceptamos como buenos hasta los peores paquetes de títulos que tengáis» -los títulos de deuda subprime, que ya es decir- «y os damos más dinero (líneas de crédito) para que reactivéis el crédito interbancario». En Wall Street la reacción inmediata no fue mala, pero duró muy poco. No es difícil entender por qué.
El anuncio de la disponibilidad a aceptar como buenos incluso títulos sin valor alguno era, al propio tiempo, indicio inconfundible de la extrema gravedad de la crisis crediticia que los bancos centrales trataban de presentar desde hace muchos meses como una crisis de liquidez. Y aquí está la contradicción. Para los bancos, la crisis es del primer tipo. No tienen necesidad de un dinero que les sobra, sino de confianza en los deudores y en los demás bancos. La decisión de los bancos centrales de aceptar cualquier cosa no restaura la confianza. Hoy, un banco que prestase a otro banco no aceptaría como garantías colaterales los títulos que dan por buenos los bancos centrales. Y esta es la madre del asunto.
No se puede lidiar con una crisis sistémica como si fuese sólo un problema de liquidez. Y de hecho, los «mercados» están reaccionando negativamente, o cuando menos, harto erráticamente. El problema permanece, y los bancos centrales no disponen de otros instrumentos. Es verdad: siempre queda la posibilidad de que los gobiernos hagan intervenir al sector público comprando directamente títulos desvalorizados en manos de los bancos privados. Lo que, de hecho, montaría tanto como nacionalizarlos.
Joseph Halevi es profesor de Economía Política en la Universidad de Sydney y está asociado al Institut de Recherches Economiques sur la Production et le Développement (IREPD) de la Universidad Pierre Mendès France de Grenoble, France. Es miembro del consejo editorial internacional de Economie Appliquée (Paris) y del consejo editorial de Cahiers d’Economie Politique (Paris). Está vinculado también al centro IREPD (Institut de Recherches Economiques sur la Production et le Développement) de la Universidad de Grenoble perteneciente al CNRS (Centre National pour la Recherce Scientifique) francés. Desde 1990 colabora regularmente con el periódico de la izquierda italiana Il Manifesto en Roma.