Resulta una fea manía eso de buscar un culpable, un chivo expiatorio, cuando las cosas no salen del todo bien y sentimos la necesidad de volcar sobre alguien las rabias de una derrota. El trámite más fácil es siempre el que arroja sobre los demás la «culpa» de los desaciertos o tropezones, en lugar de […]
Resulta una fea manía eso de buscar un culpable, un chivo expiatorio, cuando las cosas no salen del todo bien y sentimos la necesidad de volcar sobre alguien las rabias de una derrota. El trámite más fácil es siempre el que arroja sobre los demás la «culpa» de los desaciertos o tropezones, en lugar de su opuesto: la contrición, la autorrevisión, el retroceso autocrítico en el tiempo cercano. La frase «El culpable es este sucio y debe ser execrado» sale más fácil que aquella otra que anuncia: «Vamos a revisar mi conducta, a ver en qué contribuí con el descalabro». Desde esa perspectiva, provoca salir corriendo enseguida a abrazar a los miembros del Comando Ayacucho y soltar un suspiro, «Caballos, perdonen la vaina, no debí haberlos apedreado así tan feo». Pero ya va, Ismael, que la cosa tampoco va por ahí. Seamos francos. Que se sepa (y en este pequeño país se sabe todo, o casi todo) el Comando Ayacucho no tenía entre sus atribuciones la de impedir que la oposición recogiera sus malditas firmas para convocar al referendo
presidencial. No podía ser esa su tarea, entre otras cosas porque ningún Comando, por japonesamente eficiente que sea, puede lograr en unos pocos meses de funcionamiento lo que toda una gestión gubernamental debería haber conseguido en cinco años: que el número de personas inscritas en el REP y que desaprueban esa gestión sea menor a 2 millones 400 mil. Tarea, por cierto, prácticamente imposible para cualquier Gobierno (por ahí anda Toledo, chapoteando horriblemente con su lamentable 6 por ciento de «popularidad»): pedirle a Chávez que en cinco años mantenga un nivel de aceptación de 80 por ciento es como pedirle a un automóvil que viaje de Caracas a Buenos Aires sin echar gasolina, o como pedirle a Luis Miquilena que suba las escaleras de El Calvario sin respirar por la boca. Hermanos: el poder desgasta. ¿Hay que ser muy sagaz para entender y aceptar eso como cosa natural?
Que el actual Presidente esté por encima de 30 por ciento ya resulta un acontecimiento digno de ser mirado con asombro. En eso consiste la dramática belleza de la Constitución venezolana: en convertir en letra viva el hecho de que el Presidente de la República no es el hombre más poderoso del país sino un funcionario muy vulnerable, expuesto a lo que el Pueblo tenga a bien exigirle. Hace diez años, para sacar de Miraflores al mandatario más corrupto del siglo XX fue necesario inventarse un subterfugio legal y un cuento chino acerca de la partida secreta; hoy, para sacar a un Presidente justo, la oposición ha tenido que darse en la frente y caer de culo media docena de veces (golpes, sabotaje empresarial, asesinato masivo de ciudadanos) antes de caer en cuenta de que la única vía para intentarlo está escrita en un librito azul: llenarse de pueblo es la vía. Y ya sabemos cuál es la preocupación en el fondo: llenarse de pueblo sin conocer al pueblo es tan difícil…
Culpables de qué
Pero un momento, no abandonemos a los amigos del Comando Ayacucho, que con ellos y para ellos comenzaba esta descarga. Después de divulgarse la cifra del CNE que daba por activada la convocatoria a referendo, Chávez libró de toda culpa al Comando (al menos lo intentó), y lo hizo mediante un argumento más vago que rotundo: «Todos cometemos errores», dijo durante la concentración del 6 de junio, con lo cual reveló que el hombre está en perfecta sintonía con el soberano: por acá abajo todo el mundo dice que esos tipos se equivocaron, y Chávez lo dice también. Se equivocaron. «Como todo el mundo», pero se equivocaron.
Pero, ¿en qué fue que se equivocaron, si quedamos en que a ellos no les correspondía evitar que las firmas sumaran 2 millones y dele? A juicio de este escribidor, el monumental error del Comando consistió en crear unas expectativas tan ingenuas como dañinas: el Comando se aplicó desde tempranito a tratar de convencer al pueblo bolivariano de que la oposición es incapaz de arrastrar a diez personas para ninguna parte, y que, por el contrario, los chavistas somos tantos que casi ni cabemos en el país. El Comando goza montones propagando la especie de que sus dictámenes tienen las propiedades regenerativas y repotenciadoras del Viagra: el país con el que sueña el Comando es uno donde Ismael García abre la boca y los problemas se disipan, las trompetas resuenan, florecen las amapolas, los muertos resucitan (milagro atribuible más bien al sector opositor del CNE). ¿Es malo entonces ser optimistas? No: lo malo es ser tan arrogante y tan irresponsable como para inventar un hecho improbable y divulgarlo por todo el país, y tan güevón como para creérselo.
La imagen más nefasta que conservo de esos días de tensión posteriores a los reparos es una que me llegó vía Venezolana de Televisión. Paréntesis para señalar algo: el domingo, último día de los reparos, ya el Comando Ayacucho, la Coordinadora y por supuesto el CNE, tenían la cifra aproximada del evento, conocían al menos la tendencia irreversible que revelaban los numeritos. Pues el lunes, Ismael García, con una sonrisa que parecía esculpida en una panela de hielo, apareció en las pantallas invitando a la oposición a «Reconocer eso que todos ya sabemos, nuevamente han sido derrotados». La pregunta tendenciosa del momento es: ¿Qué perseguía Ismael con ese horrendo e innecesario engaño de última hora? ¿Hacernos creer a los bolivarianos que las firmas recogidas no habían sido suficientes? ¿Provocarnos una alegría colectiva de tísico para después hacernos meter los testículos en una gigantesca piscina helada? ¿Hacernos creer que había unos resultados favorables que iba a ser preciso defender con la vida, porque dizque hubo fraude? El resultado está o estuvo a la vista: un gentío desmoralizado triste, sorprendido y sobre todo muy molesto con el Comando Ayacucho, a quien (concluimos) no se le puede echar en cara la responsabilidad de una derrota que no es tal, pero sí el efecto sicológico que nos hizo sentir derrotados. Y Chávez todavía dice que la campaña contra el Comando Ayacucho nació en la oposición. Virgen del Carmen, Presidente. Las campañas contra Miquilena, Peña y Rosendo también nacieron en la oposición, ¿te acuerdas?
Las reacciones en la base
A veces el pueblo reacciona conforme a un libreto, pero ese «a veces» no es tan frecuente como lo otro. En el caso actual, ese «lo otro» es lo que nos hace mantenernos firmes del lado del optimismo. Tras un día de violencia y ataques contra personalidades e instituciones identificadas con la oposición, en el centro de Caracas, ha habido reuniones donde la creatividad y la actitud revolucionaria se adelantaron, e incluso han desplazado en audacia a los discursos presidenciales. En La Vega, el 23 de Enero y Artigas (apenas tres lugares donde el autor de estas líneas pudo estar presente), se debatió largamente sobre la necesidad de crear comandos locales de organización rumbo al referendo, integrados por unas pocas personas encargadas de alcanzar un efecto multiplicador en contra de la revocación. Eso que Hugo Chávez planteó en su discurso del 6 de junio lo escuché cinco días antes en una asamblea de 60 personas realizada en la casa del Gordo Edgar (ver foto), allá en La Vega: la creación de miles de comandos cuyo radio de acción fueran localidades específicas, y que tengan a su vez lazos de comunicación con otros grupos y redes en otras parroquias. La única diferencia de este planteamiento y el que recetó Chávez en cadena es que el de La Vega es más profundo, más irreverente y más contracultural: más revolucionario, en cuanto discurso de poder popular: en casa de Edgar se propuso que hubieran organizaciones de base que sustituyeran en la práctica a un solo Comando central, aunque éste existiera por orden del Presidente. Y lo más conmovedor: la propuesta fue lanzada al ruedo por algún líder vecinal y apoyado por unas doñas marchitas, unas viejitas hermosas que nunca han pisado la Asamblea Nacional y que huelen a cebolla y aliños, que se parecen burda a nuestras viejas; unas amas de casa que hoy hablan de política con tanta entrega como se aplican a la elaboración de las arepas y el café mañanero.
Hermanos queridos: de eso estamos hablando cuando decimos que este Proceso es una Revolución, y cuando clamamos contra Comandos y demás pendejadas burocráticas para tratar de que sea un proceso irreversible.