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Transnacionales farmacéuticas obstruyen soluciones novedosas para enfermedades

Los billetes tras las píldoras

Fuentes: Rebelión

Antonio Bru, un físico y matemático español podría convertirse en la próxima pesadilla del negocio de la atención médica. Su propuesta para combatir el crecimiento de los tumores cancerígenos provocó los ataques de la comunidad médica por la osadía de un especialista no relacionado directamente con la medicina inmiscuyéndose en el campo médico, y lo […]

Antonio Bru, un físico y matemático español podría convertirse en la próxima pesadilla del negocio de la atención médica. Su propuesta para combatir el crecimiento de los tumores cancerígenos provocó los ataques de la comunidad médica por la osadía de un especialista no relacionado directamente con la medicina inmiscuyéndose en el campo médico, y lo que es peor: se ganó el silencio de la gran prensa.

Al frente de un grupo de científicos y con medios propios, después de 13 años de estudios, Brú y su equipo aseguran que han abierto el camino para la cura del cáncer. Sostienen que existe un patrón matemático en el crecimiento de los tumores sólidos (salvo en el caso de la leucemia y los linfáticos). Pero lo que aterrorizó a las grandes compañías farmacéuticas es la solución tan sencilla que proponen: el G-CSF, un medicamento de uso hospitalario sin efectos colaterales comprobados, el cual estimula la producción por el cuerpo de un leucocito llamado neutrófilo.

¿Se cierra la mina de oro?

Las grandes compañías farmacéuticas virtualmente sustentan sus ganancias en las investigaciones relacionadas, esencialmente en las enfermedades de mayor incidencia en los países desarrollados. De los 70 mil millones de dólares dedicados por las compañías a las investigaciones sobre las enfermedades, solo el 0.43 por ciento se destinó a las vacunas para VIH/SIDA (tres mil millones), mientras que solo el 0.14 por ciento, o sea mil millones se dirigió a la investigación de la malaria.

Aunque diariamente perecen más de 30 mil personas en todo el orbe a causa de enfermedades como la neumonía, la malaria, diarreas, infecciones respiratorias y tuberculosis, entre 1975 y 1997 de los más importantes laboratorios salieron solo 13 nuevas drogas comerciales para enfrentar esas enfermedades. Cifra claramente inferior si se compara con los 179 nuevos medicamentos creados para enfermedades cardiovasculares, que representan solo 11por ciento de las enfermedades a escala mundial, pero de muy alta incidencia en los países desarrollados.

Cuando el Wall Street Journal anunció que el consorcio Roche había comprado a la Boehringer, quedó claro para los expertos la intención de las compañías farmacéuticas más poderosas de establecer el llamado «cuidado integral de la salud», consistente en cuidar de los enfermos, no sólo con pastillas, sino con todos los medios disponibles a su alcance.

Todo basado en la tesis de que «cada enfermo es un mundo» y necesita por tanto un tratamiento individualizado, que en el futuro no sólo dependerá de los fármacos; sino también del ajuste que se haga de los mismos en función de las pruebas diagnósticas, muchas veces basadas en perfiles genéticos.

De esta manera, los laboratorios incluirían en sus ya jugosas ganancias por las ventas de fármacos, los ingresos relacionados con las atenciones hospitalarias al punto que varios médicos han expresado sus dudas sobre si en el futuro se realizarán investigaciones médicas o prácticas de marketing con los enfermos.

Por supuesto que todo este sueño de «cuidado integral de salud» primermundista se echaría a perder si propuestas como las del físico y matemático Antonio Brú llegaran a aplicarse.

Fármacos vs terapias naturales

Otra piedra en el camino del esquema diseñado por los emporios de los medicamentos son los hallazgos del doctor Matías Rath sobre la influencia positiva de la lisina y la vitamina C.

Las investigaciones de Rath y su colega ya fallecido Linus Pauling, estremecieron los cimientos de la industria de medicamentos precisamente en su fuente primaria de ingresos: la lucha contra las enfermedades cardiovasculares.

Sucede que al decir de Rath: «Bajo la influencia de los fabricantes de fármacos que disminuyen los niveles de colesterol se «enseñó» a los médicos que un alto nivel del mismo daña las paredes de los vasos arteriales y, junto a los depósitos de calcio y tejido fibroso, es la principal causa de la formación de los ateromas que llevan a obstruirlas provocando los infartos y derrames. Hoy sabemos que eso era sólo otro cuento más del márketing de la industria farmacéutica».[1]

La publicación del libro de Rath Por qué los animales no tienen infartos, a principios de los noventa, destapó una verdadera caja de Pandora sobre las «verdades» universalmente aceptadas sobre el tratamiento a una de las dolencias más famosas.

En una reciente entrevista el científico destacó que: «es un hecho científicamente demostrado que la vitamina C no sólo protege de la llamada «enfermedad de los marineros», el escorbuto, sino que es el factor principal para prevenir los problemas cardiovasculares y muchas otras patologías. Así que la simple decisión de que este conocimiento vital no llegase a la profesión médica posibilitó deliberadamente la actual epidemia de enfermedades cardiovasculares, causa número uno de muerte en el mundo industrializado así como en las zonas más urbanizadas del mundo en vías de desarrollo».[2]

Otro mito que han destruido sus investigaciones tiene que ver con el cáncer. No se trata, afirma, de combatirlo con fármacos sino con terapias naturales que le suministren al cuerpo las vitaminas y minerales necesarios para que produzca el aminoácido natural lisina, uno de los factores más importantes a la hora de impedir la propagación del cáncer por el cuerpo.

Incluso el tema del SIDA está manos de ortodoxia farmacéutica, cuando, recuerda Rath: «El ascorbato (vitamina C) reduce la multiplicación (replicación) de los virus. Un estudio publicado en 1990 en la influyente revista norteamericana Proceedings of the National Academy of Science (Procedimientos de la Academia Nacional de la Ciencia) mostró que la vitamina C, en cantidades que una persona puede tomar a diario, ¡podía bloquear la replicación del VIH en más de un 99,9 por ciento!».[3]

Por el contrario las ganancias de los laboratorios crecen con los consumidores de medicamentos, tanto por dolencias físicas como por trastorno psicológicos, al punto de que José T. Coyle, dijo en un editorial: «Al parecer las conductas de niños perturbados ahora se sujetan cada vez más a arreglos farmacológicos rápidos y baratos, en oposición a una terapia mutimodal informada».[4] Una alarma justificada pues uno de cada 100 niños y pre-escolares de EEUU están sometidos a drogas psiquiátricas de gran impacto, según un estudio publicado en la edición de febrero de 2000 del Diario de la Asociación Médica Americana (Journal of the American Medical Association).

¿Saludable?: solo si su billetera está llena

Cada paso de las investigaciones de la gran industria de la medicina actual está pensado única y exclusivamente sobre criterios estrictamente de rentabilidad económica, o sea para aquellos que puedan pagar. Los grandes sectores pobres del Tercer Mundo no están incluidos en los planes de producción de gigantes de los medicamentos como GlaxoSmithKline, Pfizer/Pharmacia, Merck& Co, AstraZeneca o la muy conocida Bayer.

Ese desprecio por los «sin dinero» es evidente, por ejemplo, a la hora de evaluar medicamentos destinados a combatir enfermedades típicas de África. Los ensayos clínicos (requisito imprescindible antes de lanzar un nuevo medicamento) se efectúan solo con africanos blancos pues son muy pocos nativos de raza negra que podrán pagarlos, y por ende no son considerados como potenciales beneficiarios del tratamiento. La mayoría de los estudios se realizan con los ojos puestos en los turistas, aunque comprendan enfermedades tan extendidas en la población local como la malaria, donde el 90 por ciento de las muertes a nivel mundial corresponden a nativos subsaharianos de raza negra.

Otro caso es la enfermedad del sueño trasmitida por la mosca tse-tse cuya incidencia puede llegar al 50 por ciento de la población de Angola, Sudán y la República Democrática del Congo. Sin embargo, como no suele ser contraída durante estancias breves, la medicación que resultaba efectiva dejó directamente de fabricarse.

Hoy miles de millones de dólares se dedican a producir el viagra o a lidiar con los problemas de la celulitis, la calvicie, el envejecimiento cutáneo, o el estrés. Mientras que las investigaciones de Antonio Brú o Matías Rath se condenan al silencio. Y no es que el infarto y las disfunciones sexuales no sean importantes para nadie, sino que merecen vivir tanto un norteamericano clavo como y boliviano enfermo de las chagras.

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[1] Antonio Muro. «Son las transnacionales farmacéuticas las que controlan el mundo». En._ http://www.aporrea.org/dameletra.php?docid=19912. (Consultado el 01/03/06).

[2] Ídem

[3] Ídem

[4] Jeanne Lenzer y Ron Paul «El ‘Big Pharma’ caza escolares en EEUU: La industria crea enfermedades mentales para vender fármacos que el Estado paga».En_ www.projectcensored.org (Consultado 27/02/2006)