Tras semanas de protestas en las principales ciudades de Brasil, miles de personas siguen tomando las calles en demanda de mejores servicios sociales. Después de la retirada de las nuevas tasas del transporte en la capital, a las protestas se han incorporado sectores de la derecha brasileña. El aspecto más novedoso de las protestas que […]
Tras semanas de protestas en las principales ciudades de Brasil, miles de personas siguen tomando las calles en demanda de mejores servicios sociales. Después de la retirada de las nuevas tasas del transporte en la capital, a las protestas se han incorporado sectores de la derecha brasileña.
El aspecto más novedoso de las protestas que han tomado las calles de Brasil en las últimas semanas es el ‘secuestro’ de la pauta política de las movilizaciones por los sectores a los que en el país se suele denominar «de derechas». Esto no necesariamente significa que sean los partidos de derecha los que se están ‘colando’ en las manifestaciones, ni grupos radicales organizados, tan comunes en Europa, como los nacionalistas xenófobos o los skinheads. Sí que los hay en Brasil, y es verdad que se les puede ver nítidamente en las marchas.
Pero la derecha brasileña que está saliendo masivamente de sus casas se compone básicamente de gente común: son profesionales, trabajadores y estudiantes de barrios pobres o ricos, gente de la nueva o la vieja clase media, la mayoría jóvenes, que ahora, tras la ola de protestas, está tomando su primer contacto directo con la política. Más que ideológicamente convertidos a la derecha, parecen personas que no han invertido mucho tiempo en discusiones políticas a lo largo de sus vidas y que no consiguen analizar la realidad actual desde una perspectiva histórica. Sobre todo, demuestran ser fieles seguidores de la opinión llevados por los medios de comunicación tradicionales.
Distintos sectores en las manifestaciones
Los signos de esta especie de ‘derechización inocente’ son muchos, y han crecido progresivamente en el tiempo. El uso masivo de los colores y la bandera nacional, sumado al rechazo al rojo de las banderas partidarias, sindicales o de los movimientos sociales de izquierdas, es uno de ellos. En la última marcha multitudinaria realizada en la ciudad más grande del país, São Paulo, un grupo de militantes fue acosado por la masa intolerante ante la presencia de organizaciones políticas en la protesta. Algunos acabaron agredidos, sus banderas rotas y quemadas mientras se escuchaban los gritos de júbilo y aplausos de la multitud. Al final, todos que llevaban señales partidarios tuvieron que dejar la marcha bajo graves amenazas.
Lo más curioso es que fueron exactamente ellos, los grupos políticos de izquierdas, quienes a lo largo de los años han impulsado las movilizaciones contra el alza de los precios cobrados a los ciudadanos en el transporte público brasileño. Esta lucha ganó más fuerza en las grandes ciudades del país tras la creación del Movimento Passe Livre (MPL) durante el Foro Social Mundial de Porto Alegre, en 2005. El grupo nació de una articulación nacional basada en la experiencia de movilización popular vista anteriormente en dos capitales: Salvador, en 2003, y Florianópolis, en 2004. En las dos ciudades, manifestaciones de rebeldía popular, encabezadas por estudiantes, lograron bajar el precio de los billetes cobrados en los autobuses municipales.
En São Paulo, el MPL se moviliza por estas mismas razones desde su fundación. Pero nunca logró incidir decisivamente en la política de transporte público ni mucho menos llevar a más de diez mil personas a las calles. Hasta hace unas semanas, el guión era siempre el mismo: el precio del billete aumentaba, el MPL convocaba movilizaciones de protesta, los partidos de izquierda, grupos estudiantiles, punks, anarquistas y algunos sindicatos se unían a la protesta, unas 2.000 personas se tiraban a las calles y acababan apaleados por la policía. Alguna que otra marcha volvía a repetirse, pero, dos o tres semanas después, todos se cansaban y nada pasaba. Ahoraha sido distinto.
Subida del transporte el 2 de junio
La subida de los precios del transporte en São Paulo el 2 de junio sacó a la calle, cuatro días después, al MPL y a sus tradicionales aliados que lanzaron a la calle a miles de personas. Se llevó a cabo una fuerte represión policial y al día siguiente, tomaron de nuevo las calles en una manifestación más numerosa.
Ese fin de semana, las protestas se paralizaron, pero se repitieron el martes 11 de junio y de nuevo fue reprimida por la policía. La jornada provocó una esperada oposición de los medios de comunicación masivos. La cadena de televisión Globo, la más grande del país, hizo lo que siempre ha hecho en estos casos: mostrar imágenes de vandalismo, sugiriendo que los manifestantes eran gente violenta, y elogiaron la acción policial. Los periódicos Folha de S. Paulo y Estado de S. Paulo pidieron que cesaran las protestas y exigían que la policía fuera aún más «dura» e impidiera que las marchas llegaran a la principal vía de la ciudad, la Avenida Paulista, porque, según argumentaban estos periódicos, ya no se podía sufrir más la situación política del país.
Violencia policial contra las marchas
El jueves 13 de junio, los antidisturbios cargaron de nuevo con fuerza contra los manifestantes. Entonces, más de 10.000 personas se habían tirado a la calle para protestar, en lo que ya se podía clasificar como la mayor movilización lograda por el MPL en São Paulo. De ellos, 232 manifestantes fueron detenidos, muchos antes del inicio de la protesta por un crimen que acababa de ser inventado por las autoridades: traer vinagre en la mochila para suavizar los efectos de los gases lacrimógenos. Además, ese día más de cien personas resultaron heridas, incluso muchos periodistas y personas que no tenía nada que ver con la marcha.
A partir de entonces, los canales de televisión y periódicos que hasta la víspera pedían más violencia policial contra los manifestantes cambiaron de actitud. Sin embargo, no reconocieron la situación real del movimiento o la posición política de sus integrantes: indudablemente de izquierdas y anticapitalistas. Al revés, empezaron a transmitir masivamente la información de que la protesta no se debía solamente al alza en los precios del transporte público, sino también a un supuesto hartazgo generalizado con «todo lo que hay». Ello en parte era verdad: los manifestantes estaban hartos de tener que pagar caro por los autobuses, metros y trenes ineficientes, por estar horas atascados en el tráfico, viajar de pie y aplastados dentro de coches llenos de gente. Pero los medios añadieron a ello sus propias pautas políticas: corrupción, inflación, crecimiento económico y la oposición rutinaria a los partidos de izquierda, contra el PT del expresidente Lula y de la presidenta Dilma Rousseff, que lleva diez años en el gobierno federal.
El resultado pudo verse en la movilización del lunes 17 de junio, cuando más de 100.000 se echaron a las calles de São Paulo y otras 100.000 en Río de Janeiro contra la violencia policial y exigir la reducción del precio del transporte público. Pero no sólo: de pronto surgieron pancartas con todo tipo de reivindicaciones, muchas de ellas reflejando las noticias y opiniones difundidas por la prensa en los días anteriores. También se pudo identificar muestras de insatisfacción por los gastos públicos para la realización de la Copa del Mundo de fútbol el 2014, más de 10.000 millones de euros. Las banderas de partidos, sindicatos y movimientos sociales, que estuvieron desde el inicio de la movilización, y allí estuvieron protestando hacía años, empezaron a ser combatidas. En su lugar, los manifestantes permitían apenas el verde-amarillo de la bandera nacional. Aún así, la marcha avanzó, multitudinaria como nunca antes en la historia contemporánea del país.
Al día siguiente, 18 de junio, nueva movilización con centenas de miles. El miércoles, los alcaldes de São Paulo, Fernando Haddad, y de Río, Eduardo Paes, y los gobernadores de los Estados de São Paulo, Geraldo Alckmin, y Río, Sergio Cabral, bajaron los precios del transporte. La victoria inédita del MPL en las dos mayores ciudades del país lanzó nuevamente a la gente a la calle el 20 de junio. Otras localidades adherieron a las marchas, alrededor de 120, por todo el país.
El Movimento Passe Livre había convocado la manifestación para conmemorar lo que consideraban una «gran victoria» y exigir la liberación de los manifestantes presos en las jornadas anteriores, muchos de los cuales serán juzgados por crímenes que no habían cometido. Pero lo que se vio, al menos en São Paulo, fue una fiesta marcada por demandas que en nada tenían que ver con las peticiones originarias del MPL o de los grupos que empezaron la movilización, pero sí con los medios de comunicación, en lo que se destacó el rechazo a la corrupción.
Ya no había pancartas en contra de la violencia policial de la semana anterior, ni contra el gobernador Alckmin, que había ordenado la carga represiva contra los manifestantes, ni contra el alcalde Haddad. Tampoco se pedía transporte público gratuito, la principal exigencia del MPL. El Gobierno de Dilma Rousseff se transformó en el blanco prioritario con peticiones de dimisión
El conservadurismo se expresó más explícitamente por el ya mencionado rechazo violento a las organizaciones políticas populares, mientras grupos de ultraderecha circulaban libremente envueltos en la bandera del Brasil o del Estado de São Paulo. La ‘vuelta de la tortilla’ fue tan grande que el MPL anunció públicamente que ya no convocaría nuevas movilizaciones para evitar el avance de los sectores conservadores, que han ganado fuerza en los últimos días.
Mientras tanto, alrededor de 30 organizaciones políticas, sociales y sindicales identificadas con la izquierda llamaron, por iniciativa del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST), una asamblea de emergencia en São Paulo para discutir estrategias frente al predominio conservador, el cual interpretan como un riesgo a las conquistas democráticas de los últimos años. Grupos culturales de las periferias de la ciudad también empezaron a articularse para hacer frente al «cambio de rumbos» en las protestas.
Uno de los resultados concretos fue que el 25 de junio el Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST) realizó, con el apoyo del Passe Livre, una marcha en la periferia de la ciudad por la desmilitarización de la policía, control sobre los precios de alquileres, mejores servicios de salud y educación y transporte público gratuito. La coyuntura se mueve con inmensa velocidad.
La presidenta de la República también se pronunció. En una cadena televisiva de diez minutos, el 21 de junio, dijo que está «escuchando las voz de la calle» y se dedicó a dar respuesta las principales reivindicaciones que pasaron a emerger de las protestas. Acerca de la corrupción, dijo que no hay mecanismo más eficiente para combatirla desde la transparencia, y que por ello había aprobado la Ley de Acceso a la Información, que permite a todos los ciudadanos pedir informaciones públicas a cualquier órgano del Gobierno federal, estatal y municipal.
Sobre la mala calidad de los servicios públicos, anunció un «pacto nacional» con los congresistas, jueces, alcaldes y gobernadores para mejorar el nivel de las escuelas y hospitales. Dilma reforzó su disposición en traer médicos extranjeros para atender a la población y repitió su propuesta, ya descartada en el Parlamento, de invertir el 100% de los royalties de los nuevos yacimientos petroleros en educación. Condenó los saqueos y brotes de violencia contra edificios públicos y privados durante las protestas y dijo que los partidos sí son importantes para la democracia, prometiendo empeñarse en una reforma del sistema político. Sobre los gastos públicos en la Copa del Mundo, dijo que el Gobierno está solamente prestando dinero a empresas y ciudades para la construcción de los estadios de fútbol, y que esos recursos regresarán al Estado en el futuro.
Todavía es temprano para saber qué va a pasar de aquí por adelante, si las protestan van a seguir multitudinarias, qué características van a tener, si el gobierno transformará las promesas ofrecidas por la presidenta en medidas reales. Mientras tanto, las redes sociales, sobre todo el Facebook, hierven de análisis y de nuevas iniciativas políticas.
Además, hay una convocatoria de huelga general para el 1 de julio, que no cuenta con apoyo de las centrales sindicales; hay gente pidiendo intervención militar; hay grupos queriendo reencauzar la insatisfacción colectiva hacia sus orígenes: el sistema de transporte, que en Brasil es visto como un sector comercial y no como un derecho de los ciudadanos. Hay de todo, pero pocas certezas. Una de las únicas es que el pueblo brasileño parece finalmente haberse convencido de que es posible conseguir cambios políticos, sociales y económicos lanzándose masivamente a la calle. Qué vendrá de ese «nuevo despertar» nadie se arriesga a predecirlo.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/global/brasilenos-toman-calles-contra-poder.html