La derrota bolivariana es la séptima desde Honduras 2008 y la segunda, luego del 22 de noviembre en Argentina, que puede conducir a un serio retroceso en América latina. Lo que no avanza, retrocede. Venezuela es una cruda verificación de ese axioma, porque no hay forma de impedir una derrota cuando lo que se puso […]
La derrota bolivariana es la séptima desde Honduras 2008 y la segunda, luego del 22 de noviembre en Argentina, que puede conducir a un serio retroceso en América latina.
Lo que no avanza, retrocede. Venezuela es una cruda verificación de ese axioma, porque no hay forma de impedir una derrota cuando lo que se puso en marcha fue detenido, dejado a la mitad, o pervertido. De la noche a la mañana, el chavismo pasó de ser el vencedor en 18 pruebas electorales en sólo 16 años, a un movimiento suspendido en la incertidumbre. De 101 diputados se redujo a 55, mientras la derecha pasó de ninguno en 2005 a 63 en 2009 y 109 hoy. Ese escalamiento es inversamente proporcional a la tendencia declinante de los cinco gobiernos progresistas.
En Venezuela se está viviendo la misma sensación social que en la Argentina del día posterior al 25 de octubre, cuando habiendo ganado Scioli parecía que el triunfador era Macri. Con 109 diputados, más las tres bancas de representantes indígenas que pertenecen a partidos vinculados a la MUD, la oposición contaría con mayoría calificada para modificar leyes orgánicas o alterar la Constitución Bolivariana, que es la arquitectura jurídica sobre la que se montó el Estado Social de Derechos conocido periodísticamente como «revolución bolivariana».
El impacto ha sido tan tectónico en la vida política que la derecha se siente bailando su propio joropo, por primera vez en 17 años. Esa es la novedad cualitativa. El estado de la gobernabilidad se ha reducido, a pesar de mantener el poder nacional hasta el referéndum revocatorio previsto en la Carta Magna.
El gobierno descuidó lo principal de cualquier gobernabilidad en un Estado moderno: lo que siente y piensa su propia base social y la otra, de las que proviene el voto que legitima el poder.
La sociedad venezolana no podía soportar más la situación de angustia prolongada por más de dos años, desde que la oposición se convenció de que era imposible vencer al chavismo por medios legales y acudió a dos nuevos métodos de desquiciamiento colectivo. Uno fue el desa- bastecimiento masivo programado desde octubre de 2013, el otro fue el ensayo de guerra civil sui generis del año 2014 conocido como guarimbas, una forma de rebelión violenta en las calles. La derecha se equivocó, si podía por el voto.
Esa angustia se conformó sobre una compleja trama de sensaciones negativas que van de la recesión a la inflación y de ésta a la inseguridad callejera, cada una potenciada por la prensa internacional.
Ahora viene la prueba máxima, el referéndum revocatorio de 2017 -pero que con la mayoría calificada la oposición podría adelantar al año próximo-. Pero antes la oposición intentará desde un «golpe a la paraguaya», al desmontaje de las principales leyes sociales, como ya lo solicitaron las principales cámaras empresarias: la Ley de Tierras, la Ley de Aduanas y la del Trabajo.
La revolución bolivariana sólo tiene tres caminos: superar esta derrota con el Estado Comunal exigido por Chávez en 2012, pactar con la oposición un gobierno de transición o ser derrotada en la próxima prueba.
* Modesto Emilio Guerrero es escritor, biógrafo de Chávez.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-287831-2015-12-09.html