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Los derechos humanos no son asunto de opinión

Fuentes: Die Zeit

Traducido para Rebelión por Anahí Seri

A menudo oímos decir que los derechos humanos son una idea ingenua de Occidente, o un subterfugio para las tendencias imperialistas. No es cierto. Los derechos humanos son universales.

En Alemania hay muchos que opinan (y no sólo desde la debacle en Irak, que parece ahora repetirse de otra forma en Afganistán) que no existe justificación para las intervenciones militares del mundo occidental. Según esta opinión, entrometerse en las cuestiones internas de otro país, con independencia de la situación en la que se encuentre el país y de quién lo gobierne, sería en todos los casos un intento de imponer a otra sociedad unos valores ajenos. Algunos, entre ellos el escritor y filósofo Richard David Precht, incluso creen ver en este comportamiento una actitud occidental arrogante que se remontaría a la antigua Grecia.

Bien es cierto que la Historia nos ofrece suficientes ejemplos de invasiones y campañas militares del Viejo Mundo con motivaciones nada nobles, desde la Santa Inquisición hasta la idea de la raza superior. Pero en el caso actual de Afganistán, los objetivos son pragmáticos y no fanáticos; se trata, por ejemplo, de evitar que gobiernen los talibanes. Además, se pretende que la intervención le aporte al pais una democracia y unos derechos humanos duraderos.

Desde luego, está absolutamente justificado cuestionarse si las intervenciones militares son precisamente el medio correcto para consequir estos objetivos, y si la utilización de la fuerza militar para lograr los derechos humanos no es una contradicción en sí misma.

Sin embargo, la cuestión de fondo está en determinar si los valores de los derechos humanos y la democracia son de alcance universal, y si pueden servir, en casos concretos, para justificar una intervención armada, con independencia de que nos cuestionemos, en estos momentos, la legitimidad y el sentido de la intervención en Afganistán.

Aquí comienza el gran malentendido. «La lucha por los derechos humanos se ha convertido en la Flor azul de la Izquierda romántica», afirma Precht, quien se crió, a su vez, en una familia de izquierdas. Pero resulta curioso ver a quiénes habría que calificar de izquierdistas de acuerdo con esto: tanto George Bush como Angela Merkel han hecho referencia a los «derechos humanos». ¿Flores azules por doquier? Los responsables políticos occidentales serían entonces unos idealistas necios que parecen creer que no hace falta más que un poco de buena voluntad para cambiar el mundo.

Pero el concepto de los derechos humanos no es en realidad una noción idealista por la que se hayan dejado seducir unos políticos occidentales ingenuos, europeos y americanos, que tienen tendencia a sobrevalorarse a sí mismos, pues el ascenso económico de las democracias ocidentales sería impensable sin la Ilustración; y la Ilustración se fundamentó en la idea de liberar al individuo del poder de la religión, de los «lazos de sangre», es decir, de la pertenencia a un etnia, y de la potestad del estado.

De ello se dedujo la promesa de la sociedad burguesa de garantizar unos determinados mínimos existenciales y sociales, por ejemplo el derecho a no ser torturado, a disponer de un hogar, o de poder contar con una formación escolar medianamente sólida. Es decir, los derechos humanos.

La lucha por los derechos humanos la libraron, en las naciones industrializadas de Occidente, legiones de campesinos, trabajadores, mujeres y otros grupos, y no sólo unos hippies izquierdistas pasados de moda. Además, resulta alarmante el intento de relativizar el propio concepto de los derechos humanos. Por desgracia, esta actitud de laissez-faire por excelencia se ha hecho popular. Claro, de entrada no le hace daño a nadie, y suena tan tolerante.

Pero si a los derechos humanos universales se los considera como un mero producto cultural de relevancia y validez regional, se convierten, erróneamente, en mera cuestión de opinión. De acuerdo con esto, lo único que hacen los talibanes es definir los derechos humanos a su manera: con gran idealismo lapidan a las presuntas adúlteras e incendian las escuelas femeninas. Al fin y al cabo, para ellos la muerte es preferible a una vida inmoral. ¿Quién los va a criticar? Precht desde luego que no, pues desde su punto de vista, no se trata más que de modos de vida y mentalidades diversas.

Es inhumano quitarle importancia a este tipo de actos violentos aludiendo a las diferencias culturales, como si se tratara de diferentes técnicas textiles, de especias o de instrumentos musicales.

El relativismo cultural extremo es una actitud que no sólo refleja indiferencia hacia el destino de las demás personas, sino que también es, por su forma de argumentar, anti individualista y con ello premoderno, pues los relativistas culturales infravaloran al individuo, al hombre en sí que, dondequiera que viva, nunca percibe como agradables, en ninguna cultura, determinadas lesiones corporales y determinadas humillaciones, y otrogan más valor a su entorno, su tradición, la que ha institucionalizado estas violaciones de los derechos humanos.

El relativismo cultural subraya siempre la distancia entre las culturas, en lugar de percibir la proximidad y los puntos en común. En vez de fijare en lo que une a las personas de diferentes entornos culturales, se evocan diferencias como si los hombres de otras culturas fueran seres extraterrestres.

Y eso a pesar de que el deseo de asegurarse unas normas mínimas sociales y existenciales es ubícuo, y de que las ideas acerca de la felicidad o la paz muestran semejanzas sorprendentes en muchos países, lo cual ha quedado demostrado en numerosos estudios. Precisamente en una época de mayor movilidad, en la que han aumentado los desplazamientos en avión y los viajes como afición de tiempo libre, resulta chocante que no nos afecte el destino de personas que están a una distancia de unas pocas horas de vuelo.

La globalización tal vez tenga efectos negativos, pero también acorta las distancias y aumenta la comunicación y los intercambios. A quienes no son del todo insensibles, la globalización les va a acercar cada vez más los destinos de otros hombres, y va a dificultar la política aislacionista en esta isla de bienestar amurallada que se llama Europa. Si no salimos al mundo e intervenimos (siendo la intervención un concepto muy amplio que sólo en sus últimos extremos incluye la fuerza militar), entonces el mundo vendrá hacia nosotros.

Fuente: http://www.zeit.de/online/2009/35/menschenrechte?page=1