Presentación
Para quien sigue la política brasileña, aunque sea superficialmente, no es una novedad que el país vive su mayor crisis desde el final de la dictadura cívico-militar en los años 80. Algunos inclusive consideran que no hay una situación más grave que la actual en toda la historia secular de la República.
Brasil vive una situación reaccionaria liderada por el presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro (sin partido), que cuenta con apoyo social y el aval de las clases dominantes y las Fuerzas Armadas.
Como si no bastaran las consecuencias sociales de la adopción de un programa ultraneoliberal, el surgimiento de la pandemia de coronavirus en 2020 y la (falta de) conducción del combate al virus, simbolizado en el desprecio por la enfermedad y por la ciencia, han llevado al país al peor escenario proyectado, tanto en el plano sanitario como en lo económico y social.
El resultado de esto se puede sintetizar en las más de 400 mil muertes causadas por la COVID-19, la marca de 3 mil muertes diarias[1], el surgimiento de nuevas variantes del virus y el colapso del sistema de salud un año después de la llegada del coronavirus a Brasil, en marzo del año pasado, transformando al país en una amenaza para el mundo.
Mientras tanto, la izquierda brasileña —derrotada en todas las grandes batallas políticas de la última década— busca recomponerse y recrear su base social en un intento por recuperar la conducción política del país.
Ante esto, caben algunas preguntas: ¿cómo se llegó a esta situación? ¿Cuál es la capacidad de reacción de la sociedad brasileña?
En este sentido, el dossier 40: Los desafíos de la izquierda en Brasil, del Instituto Tricontinental de Investigación Social, analiza los retos que enfrenta la izquierda brasileña en un escenario tan adverso. Como no es una tarea simple, tanto por la pluralidad y diversidad de las fuerzas progresistas como por la complejidad de la coyuntura brasileña, optamos por conversar con diferentes representantes de las clases trabajadoras para que nos ayuden en este proceso.
Entrevistamos a Élida Elena, vicepresidenta de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) e integrante del Levante Popular de la Juventud; Jandyra Uehara, de la comisión ejecutiva nacional de la Central Única de los Trabajadores (CUT); Juliano Medeiros, presidente nacional del Partido Socialismo y Libertad (PSOL); Kelli Mafort, de la dirección nacional del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST); Gleisi Hoffmann, senadora y presidenta del Partido de los Trabajadores (PT); y Valerio Arcary, profesor del Instituto Federal de São Paulo (IFSP) y de la dirección nacional del PSOL.
El dossier está dividido en cinco partes: la primera evalúa los caminos recorridos por la izquierda brasileña en el último período; la siguiente analiza las fisuras y la conciliación de las fuerzas de derecha; la tercera debate sobre la construcción de instrumentos de unidad; la cuarta evalúa los desafíos del trabajo de base; y la última reflexiona sobre el rol del mayor líder popular del país: el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Queremos destacar también que las imágenes en este dossier son del proyecto Design Ativista [Diseño Activista]. Este colectivo surgió durante las elecciones brasileñas de 2018 con el objetivo de fomentar la libre creación y distribución de arte e información, luchar contra las noticias falsas y apoyar la democracia. Durante sus años de existencia, ha promovido varios maratones de diseño, convocatorias para la producción de piezas y grandes encuentros anuales que debaten sobre el papel del diseño en la creación de una sociedad más humana y democrática
Una evaluación sobre los caminos recorridos por la izquierda
Un análisis realizado por algunas organizaciones políticas y especialistas evalúa que gran parte de las derrotas sufridas por la izquierda brasileña en las últimas décadas se debe a la hegemonía de una concepción estratégica que priorizó la lucha institucional que llevó al Partido de los Trabajadores (PT) a gobernar el país por 13 años (2003 – 2016), en detrimento de reformas estructurales profundas que pusieran en perspectiva la toma de poder del Estado brasileño por las clases populares[2].
Es innegable que las políticas de los gobiernos del PT mejoraron mucho la vida de gran parte de la población brasileña, por ejemplo, la política de transferencia de ingresos del programa Bolsa Família [Beca Familia], responsable por sacar a 36 millones de personas de la extrema pobreza (MDS, 2015), el programa habitacional Minha Casa Minha Vida, que construyó más de 4 millones de casas populares (Antunes, 2019), la revalorización del salario mínimo y el aumento del empleo formal, la disminución de los índices de desigualdad social, la inserción de la juventud de las periferias en universidades públicas y privadas, entre tantas otras medidas.
Sin embargo, buena parte de las críticas a este proceso se deben a que la política de juntar fuerzas y clases distintas y las medidas socioeconómicas no estuvieron acompañadas de un proceso de politización de la gran mayoría de trabajadores y trabajadoras que elevara el nivel de conciencia de clase de los sectores medios y populares. El resultado de esto fue aún más evidente con el golpe de 2016 contra la expresidenta Dilma Rousseff (PT), que no contó con un proceso de resistencia masivo capaz de revertir el resultado del impeachment; además de la propia victoria de Bolsonaro, elegido con 57,8 millones de votos (55%) dos años después.
“A pesar de haber vivido un período de inversiones para la reducción de las desigualdades sociales en Brasil, durante los gobiernos progresistas no se priorizó la organización popular ni la disputa ideológica en la sociedad. La consolidación del golpe en Brasil no contó con la movilización de los sectores populares, beneficiarios de las políticas de los gobiernos petistas”, señala Élida Elena (UNE), quien también destaca los ataques sufridos por la clase trabajadora inmediatamente después del derrocamiento de Dilma Rousseff, como la retirada de derechos laborales y las medidas que contribuyeron al debilitamiento de las organizaciones sindicales, socavando la reacción de la clase trabajadora. “Por lo tanto, afirmamos que la izquierda brasileña sufrió una derrota de carácter estratégico y que la correlación de fuerzas en la sociedad es desfavorable para nosotrxs”, evalúa.
Kelli Mafort (MST) cree que las sucesivas derrotas de la izquierda brasileña no llegaron a representar una derrota estratégica, que se produce cuando una clase es anulada por la otra como sujeto político. “Ciertamente acumulamos muchas derrotas políticas, pero la clase trabajadora se mantiene viva y en resistencia frente a los impactos de la crisis del capital”, sostuvo.
En su evaluación, la última gran formulación estratégica de la clase trabajadora en Brasil fue la democrático-popular[3], que se articuló tras el resurgimiento de las luchas de masas al final de las décadas de los 70 y 80, gestadas en la lucha por la apertura política y por el fin de la dictadura cívico-militar. Desde este punto de vista, la estrategia democrático-popular combinaría dos tácticas fundamentales: la disputa de la institucionalidad, buscando acumular fuerzas dentro del Estado, a través de las disputas electorales en todos los ámbitos; y la táctica de movilización popular, por medio de huelgas, ocupaciones de tierra, movilizaciones y luchas de masas.
La estrategia democrático-popular se fundamenta en tres convicciones:
- el desarrollo del capitalismo brasileño dejó de realizar tareas de la revolución burguesa (reforma agraria, desigualdades regionales y sociales, consolidación de un orden democrático, etc.);
- estas tareas no pueden ser enfrentadas en alianza con la burguesía interna y tienen por protagonistas a las clases populares (trabajadorxs del campo y la ciudad y demás sectores explotados por el capitalismo);
- el camino de realización de la estrategia sería la acumulación de fuerzas que combinaría un fuerte movimiento de masas con victorias institucionales hasta alcanzar la Presidencia de la República y realizar un conjunto de reformas presentadas en el Programa Democrático-Popular (antimonopolista, antilatifundio y antiimperialista).
Sin embargo, Mafort considera que “en la implementación histórica de la estrategia democrático-popular, hubo un distanciamiento entre las tácticas y, poco a poco, la táctica de la institucionalidad se fue sobreponiendo a la movilización popular. Con ello, lo que era táctico se convirtió en estratégico, promoviendo un acomodo colectivo de las organizaciones. A esto se suma un conjunto de equívocos políticos al no distinguir lo que es gobierno de lo que es un instrumento organizativo de la clase trabajadora, durante los gobiernos neodesarrollistas de Lula y Dilma”.
En la misma línea, Juliano Medeiros (PSOL) señala que es inevitable reconocer la derrota de “una estrategia que limitó su perspectiva a la gestión del Estado, a las reglas de juego de la democracia liberal, a la mejora de las condiciones de vida, pero sin reformas estructurales”. La opción de parte de la izquierda por promover cambios desde el Estado hizo que se debilite el contacto con los sectores populares. Las formas de sociabilidad que habían surgido en el proceso de democratización de la sociedad brasileña en los años 80 fueron sustituidas por otras, impregnadas de ideología neoliberal e individualismo. “Y eso sucedió porque esa izquierda abandonó los territorios para librar la justa y necesaria lucha institucional, pero dejando que el enemigo ocupara el terreno”, indica.
El vacío que permitió el ascenso de la extrema derecha y la incapacidad de las izquierdas de reaccionar a la altura no fue “un rayo en el cielo azul”, como señala Jandyra Uehara (CUT), sino “resultado de casi tres décadas de una política de conciliación de clases, de una degradación programática, del predominio de la lucha institucional y electoral desvinculada del trabajo de base, de la educación política y la disputa ideológica de la clase trabajadora”.
Como señaló la propia sindicalista, tal derrota no se debe solo a los errores de la izquierda, sino a también a una ofensiva de la derecha protagonizada, sobre todo, por los principales medios de comunicación. Medios que, desde el inicio de los gobiernos del PT, han construido una narrativa de criminalización de la política para mantener a la sociedad alejada del debate político, y en especial una narrativa de criminalización del PT —consecuentemente de la izquierda como un todo—, al construir la imagen de una izquierda corrupta y entregada al “sistema”.
En este sentido, Valerio Arcary (PSOL) dice que la izquierda sufrió de una miopía táctica al subestimar “el peligro que nos amenazaba. Se subestimó la operación Lava Jato; después, el significado del impeachment; después, la posibilidad de criminalización de la izquierda y de Lula; después, la inminencia del encarcelamiento de Lula y, finalmente, la amenaza representada por Bolsonaro. Subestimar la fuerza de los enemigos de clase fue fatal”.
Arcary se refiere a los sucesivos errores de análisis de la izquierda brasileña en los últimos años, cuando la derecha pasó a intensificar su ofensiva. Una parte de las fuerzas progresistas demoró en comprender la real dimensión de la Operación Lava Jato[4], por ejemplo. Cuando ya había comenzado el proceso para destituir a Dilma de la presidencia, algunos sectores creían que esa iniciativa del Parlamento no tendría éxito, ya que su política económica ya beneficiaba a la clase dominante y a la burguesía no le interesaba la inestabilidad política (Instituto Tricontinental de Investigación Social, 2018).
Iniciada en 2014, la Operación Lava Jato fue encabezada por un juez de primera instancia, Sergio Moro, con el supuesto objetivo de investigar las denuncias de corrupción en los contratos de Petrobras con grandes contratistas. Lava Jato se convirtió en la principal herramienta de deslegitimación y persecución política a la presidenta Dilma y a Lula. El objetivo principal de la operación fue llegar a Lula, aunque con acusaciones altamente cuestionables y sin pruebas. La que debería haber sido una operación de combate a la corrupción, se transformó en una sucesión de juicios políticos.
En un segundo momento, no se creyó que la detención del expresidente Lula pudiera concretarse, por el supuesto miedo de la derecha de provocar revueltas populares contra esa detención, algo que no ocurrió. Posteriormente, cuando Bolsonaro se lanzó como candidato a la presidencia de la República en 2018, muchos estimaron que el apoyo al ex capitán del Ejército brasileño no superaría el 8%. Sin embargo, Bolsonaro quedó en primer lugar en la primera vuelta, y fue elegido con el 55% de los votos en la segunda vuelta contra Fernando Haddad (PT).
Ante tantos impases, la fuerte influencia de la ideología neoliberal, del individualismo y el discurso pro emprendimiento, la derecha no encontró mayores obstáculos frente al debilitamiento del ideario socialista, cuyas organizaciones, de manera general, abandonaron el carácter anticapitalista y antiimperialista, dejaron en segundo plano el trabajo de organización de base y pasaron a privilegiar la lucha institucional y electoral.
Todo esto creó un terreno fértil para que la derecha conquistara a “una clase trabajadora cuya mayoría no está organizada ni bajo la influencia permanente de sindicatos, movimientos populares o partidos de izquierda, que poco a poco abandonaron sus territorios, priorizando las luchas corporativas y economicistas y las disputas electorales. Mientras tanto, los instrumentos de disputa política ideológica de la derecha echan raíces en los territorios donde vive la clase trabajadora”, como comenta Jandyra Uehara (CUT).
La trágica repetición histórica
Poco después de la crisis económica de 2008, Estados Unidos lanzó una nueva ofensiva neoliberal dirigida a recuperar el control y la hegemonía mundial, mientras que en Brasil, bajo la influencia de las estrategias impulsadas por el imperialismo, se agotó la compleja composición política y de clases de los gobiernos del PT. Ya no era posible mantener las ganancias de la burguesía sin reducir los derechos de los trabajadores. La ruptura de la clase dominante con el gobierno se diseñó paso a paso, bajo la dirección de la mano invisible del imperialismo estadounidense.
La derrota de Aécio Neves (PSDB) frente a Dilma Rousseff en la contienda presidencial de 2014 llevó a los sectores hegemónicos de la burguesía brasileña a recurrir a otras tácticas para conseguir implantar el proyecto neoliberal en su forma más completa. Primero, el proceso de impeachment contra Dilma; después, la proscripción de Lula y finalmente embarcarse en la candidatura de Jair Bolsonaro —una figura autoritaria y con rasgos neofascistas—, el único nombre que se mostró capaz de vencer al PT en las elecciones de 2018.
Justo después del golpe que destituyó a Dilma Rousseff, se implementó una fuerte y exitosa agenda neoliberal y de austeridad para desmantelar las conquistas obtenidas a lo largo de 13 años de los gobiernos del PT, una devastación del Estado para que la burguesía brasileña e internacional pudieran apoderarse de buena parte de los recursos públicos. Al mismo tiempo, se produjo un realineamiento incondicional del país con Estados Unidos, en todos los temas, foros e instancias del sistema internacional, además de la participación ostensible en la campaña internacional contra Venezuela y el proceso de la Revolución Bolivariana.
Cinco años después del golpe y dos años después de la elección de Bolsonaro, Brasil se ha sumido en la mayor tragedia económica, social, política, ambiental y sanitaria de todo el período republicano (Antunes, 2021), convirtiendo el actual escenario político brasileño en una combinación explosiva de estas crisis. La conducción de la crisis sanitaria por parte del gobierno federal llevó al país a convertirse en el epicentro de la pandemia —junto con India— entre los meses de marzo y abril de 2021, en un momento en que el mundo vivía una reducción de la propagación de la enfermedad. La convergencia de esas crisis ha tenido un profundo impacto en el empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo, como el aumento del hambre y de la pobreza, el surgimiento de nuevas variantes del coronavirus y el colapso del sistema de salud (Fundação Oswaldo Cruz, 2021).
El agravamiento de la pandemia ante a la política deliberadamente genocida del gobierno de Bolsonaro —que se mantiene sin acciones de control y combate al virus y que aumenta exponencialmente las muertes sin asistencia— hizo que la derecha liberal iniciara un lento y gradual alejamiento del gobierno. No obstante, aunque existe cierta incomodidad con los discursos más autoritarios y el rumbo del combate a la pandemia, se mantiene una fuerte convergencia con relación a la implantación del programa ultraneoliberal de ataques a los derechos laborales y sociales.
“La prevalencia de la disputa política entre la extrema derecha y la derecha tradicional [liberal] tiene como base concreta divergencias y contradicciones en torno al control de los aparatos institucionales que estructuran la democracia limitada que tenemos en Brasil, particularmente la Corte Suprema (STF por su sigla en portugués) y otros aparatos del sistema de justicia y el Congreso Nacional. Esta unidad programática en torno al neoliberalismo es uno de los pilares de resiliencia del gobierno genocida de Bolsonaro, los otros dos son los militares y la base popular bolsonarista, construida en gran parte en las iglesias evangélicas”, observa Jandyra (CUT), quien considera que para la mayoría de la derecha, Bolsonaro no representa un fin en sí mismo, sino solo “uno de los medios para implementar políticas ultraliberales”.
Además del apoyo de buena parte de la burguesía nacional, Valerio Arcary (PSOL) también llama la atención sobre otros cuatro elementos que sostienen a Bolsonaro: el increíble apoyo de cerca de un tercio de la población brasileña (Datafolha, 2021) incluso en medio del caos sanitario; los efectos desmoralizadores de las derrotas acumuladas de la clase trabajadora; la fragilidad de las alternativas a Bolsonaro; y la propia pandemia, que impone límites a la movilización social popular.
Grosso modo, el actual espectro político brasileño puede caracterizarse como formado por cuatro grandes campos: extrema derecha, derecha liberal, centroizquierda e izquierda. “¿Cuáles de esos campos están en búsqueda de un proyecto? Exactamente la centroizquierda y la derecha liberal. La crisis de la democracia fortaleció los polos”, evalúa Juliano Medeiros (PSOL).
Kelli Mafort (MST) cree que la disputa se da principalmente entre la izquierda y la extrema derecha, una vez que la derecha tradicional ha perdido espacio y su principal problema es encontrar un líder político capaz de dialogar con el pueblo. Sin embargo, observa que “siempre es importante recordar que extrema derecha y derecha son dos caras de la misma moneda: la clase burguesa. Es contra esa clase que debemos movernos, en la condición legítima de clase trabajadora, antagónica al capital”.
Frente amplio versus frente de izquierda
Para Valerio Arcary (PSOL), las condiciones objetivas para derrocar a Bolsonaro —que estarían podridas de tan maduras ante el colapso sanitario— evolucionan más rápido que las subjetivas. No obstante, hay una disputa entre la izquierda y la derecha liberal por la hegemonía en el campo de la oposición al gobierno de extrema derecha. Para él, “la experiencia de cien años de lucha contra la extrema derecha, en especial cuando está liderada por una corriente con características fascistas, confirma que un frente único de izquierda es la mejor táctica”. No porque la izquierda no acepte la unidad de acción con la derecha tradicional, “sino porque la derecha liberal teme, con razón, que la crisis social favorezca el camino hacia un gobierno de izquierda”.
Para Jandyra Uehara (CUT), la consigna “Fuera Bolsonaro” podría incluso aglutinar a sectores de la centroderecha a medida que se profundiza la crisis. Sin embargo, una política de frente amplio —defendida por algunos sectores de la izquierda y centroizquierda— implica, desde su perspectiva, una visión etapista del proceso histórico social, ya que ese análisis separa la lucha por las libertades democráticas de la lucha en defensa de los derechos y de la soberanía nacional. En caso de que prevalezca esa línea, cree que la izquierda se convertiría en rehén de la derecha tradicional, lo que haría aun más difícil revertir el programa neoliberal implementado en los últimos años. “Desde nuestro punto de vista, no hay posibilidad de revertir la situación sin ruptura y no hay unidad nacional cuando el precio a pagar es mantener al pueblo alienado, bajo el yugo de la ultraexplotación, de la profundización de las desigualdades, y a Brasil subalterno, en la periferia del capitalismo”.
Esa visión se contrapone con la táctica visualizada por Gleisi Hoffmann (PT), que cree que para enfrentar la crisis vivida en Brasil se requiere una alianza política más amplia: “no necesariamente electoral, [sino] juntar a todos los sectores políticos, sociales, culturales que luchan por la vacuna, por renta de emergencia, por empleo y por el ‘Fuera Bolsonaro’”.
Esta interpretación dialoga más con el análisis de Élida Elena (UNE), que defiende la combinación de dos frentes: un frente popular de izquierda y un frente democrático. “La lección fundamental de esta constatación es que la cuestión democrática se entrelaza con la cuestión social que se agrava como consecuencia de la grave crisis del capitalismo. Se trata de defender la democracia, aunque se haya deteriorado, como el terreno más adecuado para librar la lucha política. Es necesario evitar la conformación de un Estado policial o de un régimen político fascista donde las condiciones de lucha y organización de la clase trabajadora serían muy desfavorables”, lo que implicaría la construcción de un frente democrático, agregando diversos sectores de la sociedad en defensa de la democracia, buscando desgastar, aislar y derrotar al neofascismo.
En contrapartida, cree que es necesario continuar construyendo y fortaleciendo un frente de izquierda y popular, “de carácter estratégico, que acumule fuerzas para una salida democrática y popular a la crisis brasileña. Esto implica inmediatamente la defensa de los derechos sociales del pueblo, la defensa de las luchas de la población negra contra el racismo y contra todas las opresiones históricas que pesan sobre lxs trabajadorxs brasileñxs y el combate implacable a la política neoliberal de Paulo Guedes [ministro de Economía]”.
Dos experiencias interesantes construidas desde 2015 son el Frente Brasil Popular y el Frente Povo Sem Medo [Pueblo Sin Miedo], ambos reúnen decenas de organizaciones políticas de izquierda. El primero tiene un carácter un poco más amplio, incluyendo partidos electorales además de movimientos, mientras que el segundo está constituido exclusivamente por sectores del movimiento social y sindical. Los dos frentes son necesarios para la acumulación programática, para un proyecto de nación, y vienen cumpliendo un importante papel de movilización popular y construcción de unidad con la centroizquierda en la lucha contra las reformas neoliberales.
Independientemente de las tácticas a seguir, hay un consenso sobre la necesidad de construir caminos de superación y mediación con la realidad, como señala Kelli Mafort al relatar que el MST ha optado, por el momento, por no fundamentar la construcción de la unidad en torno a elementos programáticos y conceptuales, “porque nuestra evaluación es que hacer eso en momentos de declive de las luchas de masas puede llevar a errores academicistas o a disputas por ‘hegemonismos’ que en nada contribuyen para el avance de la lucha de clases. Así, hemos tratado de involucrarnos en la construcción de la unidad alrededor de banderas políticas, teniendo siempre la realidad como base principal de formulación”.
La articulación en torno a banderas políticas más inmediatas es lo que más ha generado unidad en la acción de la izquierda brasileña, como ejemplifican las tres banderas centrales: la lucha por la vacuna; por la Ayuda de Emergencia de 600 reales (105 dólares); y el impeachment de Bolsonaro.
“Vivimos un momento de equilibrio político para atinar mejor en la proyección estratégica, y eso pasa por enfrentar las fragmentaciones en el campo popular y de la izquierda, la disputa por hegemonía y el tacticismo exacerbado, buscando construir la unidad en lo central, pero, al mismo tiempo, fomentando experiencias de acumulación política en el trabajo de base, en la formación política y en la preparación de luchas más ofensivas” evalúa Kelli Mafort (MST).
Sin duda, la cuestión de la unidad es un reto y una necesidad histórica para el conjunto de la izquierda. En este sentido, Élida Elena (UNE) considera que el precio de la fragmentación de la izquierda será alto y podría llevar a dos escenarios: la victoria electoral del bolsonarismo y avance en el proceso de fascistización de la sociedad; o la constitución de una alternativa de la derecha tradicional, que continuará el programa económico neoliberal.
“Si nos fragmentamos, ninguna fuerza de izquierda saldrá victoriosa. Es necesario un ambiente favorable, sin hegemonismos, de respeto a las diferencias, en una táctica que nos una, alrededor de lo que debe ser más relevante que las demandas específicas de las organizaciones, que es derrotar la escalada neofascista en Brasil”, puntúa.
Trabajo de base
Aunque esté presente en la mayoría de los discursos de las organizaciones de izquierda, hace años que las fuerzas progresistas del país de Paulo Freire —que en 2021 habría cumplido 100 años— se ven en dificultades para materializar y consolidar un fortalecimiento del trabajo de base, capaz de restablecer la confianza de las masas y cambiar la correlación de fuerzas en la sociedad.
Sin embargo, hay un consenso en prácticamente toda la izquierda sobre la necesidad de reinstalar la concepción del trabajo de base como una tarea estratégica, con disputa ideológica e inserción en las periferias de forma más permanente. Este trabajo es visto como un elemento central para reconstruir fuerza social, derrotar al bolsonarismo, poner en la agenda las reformas estructurales y construir el horizonte de la toma del poder.
Para Valerio Arcary (PSOL), los sectores más activos en la base social de la izquierda se sienten hoy más fuertes, un hecho extremadamente relevante. “Los cambios en la conciencia de las masas son claves en la voluntad de lucha, en el estado de ánimo, en la fuerza moral, en la confianza en sí mismxs. Antes de que cambien las posiciones de clase, es necesario que se transforme la conciencia. Cuando lo que parecía imposible sucede, sorprendiéndonos, el alcance de las expectativas se eleva”, sostiene.
En ese sentido, Élida Elena (UNE) constata que “para enfrentar este momento, apostamos por construir la táctica de la defensa activa, que tiene como objetivo resistir a los retrocesos construyendo condiciones para pasar a una situación de ofensiva. Hoy nuestra tarea es: aislar, desgastar y derrotar al bolsonarismo. La ampliación de los vínculos con la clase trabajadora es esencial. Para eso, apostamos por la política de solidaridad como uno de los caminos para ampliar nuestra resistencia”.
Como no todo son flores, Élida Elena (UNE) señala un conjunto de elementos que dificultan la ejecución del trabajo de base en las periferias, algo que es fundamental reconocer para que sea posible avanzar en la construcción de fuerza social en los territorios: el crimen organizado, que dificulta la construcción de metodologías de trabajo; la gran fuerza de las iglesias neopentecostales, que trabajan bajo una perspectiva más conservadora y además son capaces de dar respuestas a las condiciones materiales de vida del pueblo; y la propia precariedad de las condiciones de vida en las periferias, que pone a la lucha por la supervivencia diaria por delante de la organización popular.
A estos retos se suman la pérdida de autonomía de lxs trabajadorxs, la generalización de la precariedad laboral, el desmantelamiento de los instrumentos organizativos de la clase trabajadora, combinados con la retirada de derechos, la ampliación de la segregación social, racial y de género.
No obstante, especialmente el año pasado, ante el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora —fruto de las políticas neoliberales implementadas desde 2016 y agravadas por la pandemia—, parte de la izquierda tomó como línea de acción las iniciativas de solidaridad y la lucha contra la pandemia del virus y del hambre, posibilitando reanudar el trabajo de base. Así, la militancia se involucró en numerosas iniciativas de solidaridad con la organización de cocinas colectivas, donación de alimentos, materiales de higiene personal, mascarillas y donación de sangre.
Una de esas acciones es Periferia Viva, una articulación entre varios movimientos populares alrededor de una solidaridad clasista, que combina la dimensión de la solidaridad con una pedagogía de trabajo de base, creando vínculos orgánicos con las familias de las comunidades a través de Agentes Populares. La metodología de lxs Agentes Populares consiste en formar y capacitar a personas de las comunidades que participan en las acciones de solidaridad, con la finalidad de que se conviertan en actorxs relevantes en los lugares donde viven y se responsabilicen por un determinado número de familias. Estxs agentes actúan en las áreas de salud, derechos y alimentación, fomentando procesos de cooperación y ayuda mutua.
“Entendemos la política de solidaridad como una de las estrategias prioritarias para la construcción del trabajo de base cotidiano en las periferias, porque es una respuesta política relevante a la actual coyuntura que vivimos, permitiendo respuestas concretas al avance del neoliberalismo e insertándose en la línea táctica de la defensa activa”, sostiene Élida Elena (UNE).
El regreso de Lula al juego político
Entre marzo y abril, el Tribunal Supremo (STF) reconoció dos solicitudes presentadas por la defensa del expresidente Lula que le permitieron recuperar sus derechos políticos revocados desde 2018. En uno de ellos, el STF señaló que el exjuez federal Sergio Moro no tenía competencia para juzgar los casos en los que Lula estaba acusado, anulando todas las condenas del expresidente. Dos semanas después, el STF reconoció que Moro actuó con parcialidad al condenar al expresidente en uno de los procesos, que lo llevó a prisión por 580 días.
Aunque todavía hay algunas posibilidades de cambios (por mínimos que sean), el hecho es que el regreso de la elegibilidad de Lula ha movido el tablero político brasileño. La pregunta principal al respecto es qué llevó al STF a tomar tales decisiones, ya que el Tribunal Supremo había sido cómplice y connivente con las prácticas llevadas a cabo por la operación Lava Jato.
Por otra parte, independientemente de los motivos, el hecho más evidente es que parte de la derecha liberal busca nuevamente una salida por arriba al actual escenario de crisis, ya que estas decisiones no fueron fruto de movilizaciones populares, aunque hay que reconocer todo el empeño de la izquierda brasileña para que Lula recupere sus derechos políticos.
Gleisi Hoffmann (PT) señala que la recuperación de los derechos políticos de Lula aumenta la voluntad de unidad del campo progresista para enfrentarse a la extrema derecha y a la derecha neoliberal, ya que “él es el líder político más apto para construir eso, y ahora está legalmente autorizado, lo que amplía su capacidad de movilización y organización”.
El regreso de Lula al juego político “tiene consecuencias inmediatas, sea orientando el comportamiento de Bolsonaro, coartándolo, o en las articulaciones políticas con jefes de Estado de otros países que pueden ayudar a Brasil ante la actual calamidad pública. El factor Lula ejerce mucha influencia sobre la izquierda brasileña, y la urgencia de la situación actual exige que él continúe ejerciendo su liderazgo para la solución de los problemas brasileños, pero también que ayude a convocar a la militancia a hacer trabajo de base, ampliar las acciones de solidaridad y enfrentar al bolsonarismo fascista entre las masas populares”, señala Kelli Mafort (MST).
Para Valerio Arcary (PSOL), a pesar de que aún estamos en una situación reaccionaria y defensiva, la posibilidad de que Lula sea candidato a la presidencia en 2022 cambió la correlación de fuerzas política en Brasil y representó la mayor victoria política democrática de los últimos cinco años.
“Lula es evidentemente el nombre más fuerte de la izquierda para la disputa de la segunda vuelta. En una coyuntura de cataclismo sanitario y recesión económica, abre la posibilidad de elevar el nivel de la resistencia. Por lo tanto, todo cambió. No podemos mantenernos quietos, a la espera de 2022, para responder a la necesidad de vacunas para todos y ayuda de emergencia, bajo el lema Fuera Bolsonaro. Un año y medio nos separa de las elecciones de 2022. La lucha por un gobierno de izquierda debe estar en el centro de la estrategia. Necesitamos una izquierda con instinto de poder. Pero el reto en este momento no es la definición, con un año y medio de anticipación, de quienes serán los candidatos a nivel nacional y en los estados”, añade Arcary (PSOL), que cuenta con el consenso de todos los entrevistados sobre la contienda electoral de 2022.
Élida Elena (UNE) reconoce que la izquierda venía enfrentando dificultades para dialogar con la clase trabajadora y los sectores medios, así como para incidir en la sociedad y transformar las banderas —como la vacunación, el “Fuera Bolsonaro” y la Ayuda de Emergencia— en lucha de masas. El regreso de Lula, no obstante, puede cambiar este escenario, aunque todavía es necesario medir la proporción de este impacto en la lucha de clases. “Tenemos, obviamente, límites debido a la pandemia, recurrimos a actividades de carácter más simbólico. Con Lula, tenemos un cambio en la capacidad de hacer que nuestras banderas políticas dialoguen con las masas. La disputa electoral de 2022 es una batalla central para el conjunto de la izquierda brasileña, pero, desde ya, es necesario acumular fuerzas y disputar la sociedad contra el bolsonarismo. Y solo tendremos esa capacidad si construimos unidad en la acción, y alrededor de un programa capaz de presentar una salida por la izquierda para esa crisis”.
Consideraciones finales
Tomando en cuenta los análisis presentados, podemos sacar algunas conclusiones con relación a los retos que enfrenta la izquierda brasileña a corto y mediano plazo. La primera es que la destitución de Bolsonaro difícilmente resultará simplemente de una iniciativa parlamentaria. Una posibilidad irrisoria sería una salida al mando de las clases burguesas, en caso de que, si la crisis económica se intensifica, profundicen el proceso de alejamiento del gobierno que ayudaron a elegir. Pero lo más probable es que empujen la solución de la crisis a 2022, para tener más control sobre el proceso.
En contrapartida, los sectores progresistas están apostando fuertemente a que, con la mejora de las condiciones sanitarias tras la finalización de una buena parte de la vacunación, se verán grandes movilizaciones populares en todo el país, con una creciente insatisfacción de la población con las medidas tomadas por el gobierno federal y una consecuente y lenta disminución del apoyo popular a Bolsonaro, aunque su resonancia en la sociedad aún sea muy relevante.
Por ello, existen algunas divergencias sobre la mejor táctica a emplear en la construcción de la unidad. Algunos defienden la construcción de un frente amplio para enfrentar al bolsonarismo, que consiste básicamente en aglutinar a todos los sectores de la sociedad que defienden la limitada democracia brasileña.
Otros sectores creen en la posibilidad de combinar dos frentes: uno de carácter amplio y otro, un frente de izquierda capaz de debatir elementos más programáticos.
Y hay una tercera corriente, que solo cree en la creación de un frente de izquierda, sea por no considerar viable la adhesión de sectores de la burguesía a un frente amplio, considerando que la derecha liberal no estaría de acuerdo en sumarse a esa iniciativa; o porque encuentra incompatible el surgimiento de dos frentes, ya que evalúa que no hay separación entre la lucha por las libertades democráticas y la lucha en defensa de los derechos y de la soberanía nacional.
Independientemente de la táctica a seguir, hay acuerdo en que solamente una fuerte confrontación social, política y popular podrá presionar al Congreso Nacional a llevar a cabo el impeachment de Bolsonaro. Incluso si ese movimiento por el derrocamiento no se concreta, al menos la contienda electoral de 2022 cambiaría de nivel y abriría nuevas posibilidades de avance en la disputa política.
De todas formas, es cierto que la salida de esta crisis no será a corto plazo, lo que exigirá un largo período de resistencia, como señala Élida Elena (UNE): “Las reformas neoliberales dejaron marcas profundas en la sociedad brasileña, y es ante ese contexto que debemos analizar y pensar cuáles son nuestros desafíos”. En ese sentido, buscamos sintetizar los principales retos señalados a lo largo de este dossier en el corto y medio plazo para la izquierda brasileña.
Desafíos inmediatos
– Impeachment de Bolsonaro.
– Unidad de acción.
– Defensa de los territorios conquistados en la lucha: comunidades indígenas, áreas de reforma agraria, comunidades quilombolas[5] y espacios de resistencia en el medio urbano.
– Vacunación masiva e inmediata.
– Retorno de la Ayuda de Emergencia de 600 reales (105 dólares).
Desafíos a mediano plazo
– Construir trabajo de base: organización en torno a las necesidades inmediatas del pueblo, teniendo la política de solidaridad como horizonte organizativo, convirtiéndolas en banderas de lucha y construyendo procesos de legitimación del poder popular.
– Hacer formación política.
– Reanudar las luchas de masas: aunque temporalmente no sea posible ocupar las calles, es necesario crear las condiciones para reanudar las luchas, combinado las necesidades inmediatas con luchas políticas de carácter más amplio.
– Promover una verdadera “revolución programática” en la izquierda brasileña.
Dentro de esta perspectiva, Jandyra Uehara (CUT) analiza que para que una salida popular y democrática tenga éxito, creando bases concretas para la cohesión y unidad de las izquierdas, “necesitaremos encontrar en 2021 formas de retomar la lucha y la movilización por parte de los partidos, los sindicatos, los movimientos populares, los Frentes Brasil Popular y Pueblo Sin Miedo, y en este proceso establecer los compromisos estratégicos, tácticos y programáticos para enfrentar 2022 y lo que venga más adelante”.
Juliano Medeiros (PSOL) cree que “estamos ante un cambio histórico de grandes proporciones. Y, por eso, tenemos la oportunidad de asimilar una nueva estrategia, de combate sin tregua a las elites, de cambios profundos, de recuperación de la presencia de la izquierda en los territorios, de democratización radical del poder. O cambiamos con los cambios de nuestro tiempo o seremos barridos del mapa”.
El hecho es que, a pesar de vivir una etapa que sigue siendo defensiva, la buena y vieja ventana histórica parece estar abierta por todos lados, iluminando un nuevo momento de la coyuntura.
Por eso es fundamental que la izquierda derrote a Bolsonaro y construya una unidad táctica y programática capaz de dar respuestas y esperanza al pueblo brasileño. Para que tenga capacidad de volver a las luchas de masas, también es imprescindible que se reconecte con la clase trabajadora, para que sea posible disputar y construir la hegemonía en los sectores populares. Más que nunca, es necesario beber de lo acumulado históricamente y reinventarse para que por fin se alce el poder popular, la única fuerza capaz de derrotar a los enemigos de clase.
Referencias bibliográficas
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Notas
[1] Cifra oficial del Ministerio de Salud hasta el cierre de este documento, en abril de 2021, disponible en: https://covid.saude.gov.br/.
[2] La llegada del Partido de los Trabajadores al Poder Ejecutivo estuvo relacionada con el avance de las fuerzas progresistas en toda América Latina, a partir del final de la década de 1990 y comienzo de la siguiente. Victorias de esta naturaleza en todo el continente expresaron una reacción a las políticas neoliberales.
[3] La estrategia democrático-popular se fundamenta en tres convicciones: a) el desarrollo del capitalismo brasileño dejó de realizar tareas de la revolución burguesa (reforma agraria, desigualdades regionales y sociales, consolidación de un orden democrático, etc.); b) estas tareas no pueden ser enfrentadas en alianza con la burguesía interna y tienen por protagonistas a las clases populares (trabajadorxs del campo y la ciudad y demás sectores explotados por el capitalismo); c) el camino de realización de la estrategia sería la acumulación de fuerzas que combinaría un fuerte movimiento de masas con victorias institucionales hasta alcanzar la Presidencia de la República y realizar un conjunto de reformas presentadas en el Programa Democrático-Popular (antimonopolista, antilatifundio y antiimperialista).
[4] Iniciada en 2014, la Operación Lava Jato fue encabezada por un juez de primera instancia, Sergio Moro, con el supuesto objetivo de investigar las denuncias de corrupción en los contratos de Petrobras con grandes contratistas. Lava Jato se convirtió en la principal herramienta de deslegitimación y persecución política a la presidenta Dilma y a Lula. El objetivo principal de la operación fue llegar a Lula, aunque con acusaciones altamente cuestionables y sin pruebas. La que debería haber sido una operación de combate a la corrupción, se transformó en una sucesión de juicios políticos.
[5] Comunidades ancestrales de afrodescendientes, creadas inicialmente por esclavxs fugadxs.
Fuente: https://thetricontinental.org/es/dossier-40-izquierda-brasilera/