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Los desatinos del Banco Mundial

Fuentes: Cubarte

La lectura del estudio del Banco Mundial. «Hacia la seguridad económica en la era de la globalización» me ha renovado una vieja desilusión: comprobar hasta qué punto el pensamiento económico puede avanzar en sofisticadas técnicas auxiliares estadístico-matemáticas, en gráficos de impecable factura, en la modelación basada en elegantes supuestos, en la conformación de un lenguaje […]

La lectura del estudio del Banco Mundial. «Hacia la seguridad económica en la era de la globalización» me ha renovado una vieja desilusión: comprobar hasta qué punto el pensamiento económico puede avanzar en sofisticadas técnicas auxiliares estadístico-matemáticas, en gráficos de impecable factura, en la modelación basada en elegantes supuestos, en la conformación de un lenguaje tan equilibrado que deviene equilibrista, y todo para fracasar en explicar la realidad o, como en este caso, para ocultarla, para sustituir lo esencial por lo accesorio, para dar por logrado lo que está lejos de alcanzarse y proponer un debate que no es el verdadero de esta hora.

Si se trata de la economía de América Latina y el Caribe es obvio suponer que el debate sea acerca del desarrollo por alcanzar, de las vías, obstáculos, alternativas, aceleradores, frenos, políticas para lograrlo, en fin, que discutamos de nuevo en términos de una teoría y política de desarrollo; de ese desarrollo que combine crecimiento económico y equidad social, integración regional y solidaridad humana, educación y salud para todos, participación política y alta cultura.

Es obvio suponer que ese debate proponga una reflexión crítica a los enormes déficits del desarrollo en la región o más bien a su inexistencia básica, y lo coloque en el contexto de la globalización en el mundo unipolar de nuestros días. El estreno de un nuevo siglo y un nuevo milenio ofrecen una buena ocasión e incluso obliga a los latinoamericanos y caribeños a discutir sin desmayo el porqué esta región después de casi 2 siglos de obtenida la independencia de la mayoría de sus países respecto a las metrópolis coloniales, permanece en la categoría de subdesarrollada y pobre, así como las razones por las que se rezaga cada vez más con relación a los países más ricos y pesa menos en la economía mundial que hace 30 años.

Para el Banco Mundial este no es el debate. El desarrollo ya no tiene secretos. Se alcanza transitando por un camino claro y único por el que avanzan mejor los que primero lo tomaron y los que caminen con tenacidad: el camino de la reforma neoliberal.

Por tanto, no tiene sentido debatir sobre alternativas de desarrollo, porque no las hay. Entonces discutamos sobre la seguridad y la inseguridad económica. El problema no es alcanzar el desarrollo como síntesis de crecimiento y equidad, sino alcanzar la seguridad, la que un poco después se convierte en reducir la volatilidad, por lo que quedamos atrapados en un ejercicio surrealista de debatir con minuciosidad estadística y refinamiento técnico sobre la reducción de la volatilidad y adoptar variantes de seguros, mientras más de 200 millones de pobres, 90 millones de indigentes y decenas de millones de analfabetos para los que lo único seguro es la repetición cotidiana de la subsistencia en el límite, por supuesto ni se enteran.

Ni en la más febril utopía puede suponerse que el Banco Mundial reconozca que la reforma neoliberal latinoamericana es un fracaso en términos de crecimiento económico, una tragedia en términos sociales y que la década pasada fue otra década perdida. Ciertamente, es una dura tarea tener que asumir como punto de partida el éxito de esa reforma y a renglón seguido interpretar los resultados de la encuesta que muestra la opinión mayoritaria en cuanto a que los padres de los encuestados vivían mejor que estos actuales ciudadanos de las reformadas economías latinoamericanas. La paradoja de Leontieff es cosa menor comparada con esta paradoja provocada por latinoamericanos que habitan en países con economías que tienen una «mejora en el devenir económico» pero que dicen vivir peor de lo que vivieron sus padres allá en los tiempos anteriores a las acertadas reformas.

Si Carlos Menem pudo recurrir a la cantinflesca frase: «estamos mal, pero vamos bien», al Banco Mundial le resulta aún más difícil, pues se ve obligado a decir «estamos mejor, vamos bien, pero nos sentimos inseguros »

Desde la primera página el estudio del Banco Mundial establece su lectura básica de lo ocurrido en la región: «La mejora en el devenir económico de esta región se produjo después del constante esfuerzo de reforma realizado por muchos de los países que la integran con el fin de intensificar la función de las fuerzas del mercado y aumentar la integración financiera en la economía globalizada.

Esa risueña presentación de lo ocurrido no puede silenciar que en los años noventa el PIB per cápita real se mantuvo bien por debajo de lo que la región alcanzó durante las décadas de 1960 y 1970 y el estudio del Banco Mundial lo reconoce, pero se apresura a restarle importancia al decir: «Pero este descenso del crecimiento en relación con el desempeño anterior a 1982 afectó a todas las regiones del mundo tanto industriales como en desarrollo, con la sola excepción de Asia Meridional».

Curioso modo de relativizar el fracaso, pues se olvida que ninguna otra región del mundo avanzó con tanta disciplina y ortodoxia en la reforma neoliberal como lo hizo América Latina. Era de esperar mucho más que diluirse en una tendencia general al bajo crecimiento

Pero no se trata sólo del anémico crecimiento y la enorme pobreza, sino de todo lo otro que queda fuera del escenario descrito por el estudio, esto es, aspectos esenciales de la realidad

Queda fuera que el insuficiente crecimiento se basó en privatizaciones, endeudamiento e ingreso de capital extranjero y en cada uno de estos factores se encuentra la huella de la debilidad y la exclusión

La privatización ha sido una oleada que abarcó desde empresas clásicas privatizables hasta parques, carreteras, correos y cementerios en una carrera desenfrenada en cumplimiento del dogma de la incurable ineficiencia estatal. Pero esa oleada va agotándose porque no va quedando mucho patrimonio por vender. Viendo la privatización estrictamente como forma de ingreso de capital y abstrayéndonos del flujo de salida que provoca, ese ingreso tiene vida limitada y ya quedaron atrás la mayoría de sus grandes ventas

El endeudamiento es un escándalo que la fuerza del pensamiento único ha logrado amordazar y obtener el milagro de que apenas se mencione aquello que es básico para entender el escaso crecimiento, la pobreza, la volatilidad. En este estudio el Banco Mundial no le dedica ni un párrafo y apenas la menciona. Sólo merece alguna referencia a lo conveniente de administrar bien la deuda y evitar una acumulación de pasivos de corto plazo

El Banco Mundial presenta en este estudio, abstracciones de precisión matemática e imprecisión existencial que llama «hechos estilizados». Pero no merece estilización alguna una deuda que en 1985 era de unos 300,000 millones de dólares; ahora supera los 700,000 millones, devora la mitad de los ingresos por exportaciones de bienes y servicios y que sólo entre 1992 y 1999 provocó pagos por 913,000 millones de dólares.

Es evidente que esa deuda es impagable y que el paso a una fase aguda de crisis de la deuda puede ocurrir en cualquier momento, pero quizás nada exprese mejor la incapacidad de una parte de los gobiernos de la región para romper el «saqueo dialogado» de que nos habló Pablo González Casanova, que esta ingloriosa conspiración del silencio respecto a la deuda externa

El ingreso de capital extranjero es la pieza clave. A él se invoca, de él se da publicidad a las altas cifras. Si descontamos los capitales golondrina y el pago por privatizaciones, las cifras pierden una parte de su encanto. Y lo que queda del encanto parece menos encantador cuando abordamos el déficit de cuenta corriente y encontramos que el capital entra, pero también sale y actúa en perversa combinación con una apertura comercial que importa más de lo que exporta aunque se justifica prometiendo crecientes exportaciones.

Este modelo ha financiado sus dédicits en buena medida con capitales volátiles que han hecho volátiles los cortos ciclos de expansión y contracción que le son inherentes y ha reducido la capacidad interna de generar crecimiento al rebajar el ahorro y la inversión a niveles inferiores a los de 1980.

¿Qué mayores causas de inseguridad económica que la provocada por esta amalgama de endeudamiento, privatización, integración subordinada al mercado financiero globalizado?

La reforma neoliberal es socialmente excluyente en la estadística y con mucha más fuerza, en la vida misma, en las encuestas, en el decir de las personas y en simples recorridos por ciudades y territorios de la región.

Pero, el Banco Mundial al tocar este punto recurre a un procedimiento que se repite cada vez que el tema resulta escabroso para los resultados de la reforma neoliberal o para la lógica de su discurso. Este procedimiento es amontonar afirmaciones y negaciones, sugerencias en un sentido y en el sentido contrario, para concluir que nada se puede concluir o que los resultados son «dispares»

Un ejemplo de lo anterior es este párrafo: «en términos generales, la desigualdad aumentó durante los años noventa, aunque el historial de los países es muy distinto. En Brasil y México la desigualdad aumentó entre 1986 y 1989, antes de estabilizarse o disminuir hasta finales de los años noventa. Chile y Paraguay experimentaron una creciente desigualdad, aunque en Chile el bajo nivel de referencia de 1986 podría dificultar la comparación. La desigualdad ha sido relativamente estable en Argentina, Colombia, Ecuador, Uruguay y Venezuela, ya que algunos índices sugieren un aumento y otros una reducción. Por último en Bolivia, República Dominicana y Honduras hay una disminución de la desigualdad en el tiempo. En general, de los índices agregados sería difícil afirmar que la apertura económica, como en Argentina, Brasil, Colombia y México, significó un empeoramiento permanente de la desigualdad agregada.

La exclusión social se evidencia también por el 40% de la población en la pobreza, el 18% en la indigencia, el 8% de desempleo abierto -aunque quizás de las mentiras de la estadística la más mentirosa de todas sería ésta-, el 13% de la población analfabeta, una tasa de mortalidad infantil en el primer año de vida que es cinco veces mayor que en los países desarrollados, un sistema educacional en el que sólo uno de cada tres alumnos alcanza la escuela secundaria.

Volviendo al discurso del Banco Mundial encontramos entonces que la inseguridad económica expresada en encuestas por las personas, no es resultado de razones tan sólidas como las que se sintetizan en la dura realidad descrita, sino que es el resultado ¡de la mejoría económica!

Hasta ahora, la lógica ya al parecer anticuada, decía que un empleo estable y una remuneración decorosa debían satisfacer las expectativas de seguridad económica.

¿Qué seguridad puede ofrecer un 8% de desempleo abierto, un insondable sector informal que provee 80 de cada 100 nuevos puestos de trabajo con su precariedad y desprotección, un nivel salarial real que se considera por lo general, inferior al de 1980?

 

Estos pobres que administran sus activos y que incluso sufren menos que los ricos siempre que se trate de recesiones moderadas y que pueden asumir voluntariamente los riesgos empresariales convirtiéndose en prósperos vendedores de chiclets, limpiadores de autos que nunca tendrán, tristes tragafuegos de esquina o pequeños vendedores de drogas, me inducen a plantearme la pregunta: ¿Sabrá el Banco Mundial lo que es un pobre? ¿Habrán incurrido los autores en la confusión metodológica de utilizar como objeto de estudio un «pobre estilizado» que resultó ser una vez más el «homus económicus» intemporal y ubicuo con el que cierta corriente de pensamiento económico lleva siglo y medio construyendo elegantes y absurdas abstracciones.

Las calles y campos de América Latina pueden proveer abundantes objetos de estudio a los cuales la indigencia les impide administrar racionalmente los activos que no poseen, que sufren aún más en las crisis profundas porque viven en crisis permanente, que deben elegir entre alimentación o salud o educación siempre en el límite extremo inferior.

Me causa inquietud que en varias ocasiones el Banco Mundial insista en criticar las llamadas «rigideces del mercado laboral».

La tragedia de desempleo, informalidad, caída de salarios reales, desprotección de los trabajadores ha sido la «flexibilización del mercado de trabajo», pero los autores creen que todavía hay rigideces «que obligan a ese mercado a ajustarse por medio del desempleo, más que a través de salarios reales y una resignación sectorial de la fuerza laboral».

En la región y durante el ciclo neoliberal la eliminación de rigideces en el mercado laboral ha significado flexibilizar contratos y despidos, debilitar la negociación colectiva para crearle al capital, especialmente al extranjero, condiciones de rentabilidad altamente desfavorables para los trabajadores. ¿Hasta dónde deberá llegar la eliminación de rigideces para que el capital se sienta satisfecho?

Como los pobres sufren menos que los ricos en las crisis moderadas, entonces encaja perfectamente el siguiente párrafo que es también una aceptación explícita del modelo de crisis financieras repetidas en ciclos de «stop» and «go», o en otras palabras, una conversión súbita de la volatilidad viciosa en volatilidad virtuosa: «Los gobiernos no deberían vacilar en realizar una liberalización y unas reformas que intensifiquen el crecimiento pese a que quizás impliquen una volatilidad algo mayor durante la transición, porque si bien una breve contracción de la actividad económica quizás no perjudique mucho a los pobres, un mayor crecimiento sí los ayuda decididamente. Más aún, las conclusiones a que hemos llegado sugieren que las políticas macroeconómicas no deben procurar evitar a toda costa las contracciones, sino que éstas se prolonguen o se ahonden».

La volatilidad comenzó siendo el enemigo causante de la inseguridad o como dice el estudio, la medida de la inseguridad, y en sus páginas finales el estudio nos propone la volatilidad como virtud, pues lo deseable sería no evitar las crisis, sino tan solo tratar de que no sean profundas ni largas. Algo así como una sucesión saludable de minicrisis en el contexto de un modelo que en la medida que avanza en la liberalización y la desregulación tiene menos capacidad para evitar que las crisis se produzcan y menos aún para modular su intensidad.

En otra orden de cosas, el estudio tiene también un peculiar modo de echar a un lado lo inconveniente para llegar a sus conclusiones. Delimitar un campo de análisis para examinar un fenómeno o proceso libre de la acción de ciertos factores, es un método válido e inobjetable en si mismo. Pero eliminar lo desagradable o inconveniente para las tesis defendidas y establecer un terreno cercado, desbrozado de todo lo que perturbe la propuesta y donde entrar a debatir es aceptar la mutilación de componentes de señalada importancia, no es ciertamente un procedimiento académico digno de aplauso, aunque incluya una larga relación de obras consultadas.

Ocurre así con la introducción del concepto de seguridad e inseguridad económica como si su sentido fuera obvio y no necesitaría explicación o definición alguna. La noción de seguridad sugiere más el escenario militar, geoestratégico o psicológico, pero el pensamiento económico, que se ha dado a sí mismo numerosos objetos de estudios o en otras palabras, se ha planteado numerosas preguntas para encontrarles respuesta, nunca pretendió teorizar sobre la seguridad económica.

Desde la fuente del valor y de la riqueza (de las naciones y/o de las personas), la acumulación y reproducción de capital, la formación y movimiento de los precios, la elección por el consumidor soberano, el equilibrio general, la oferta monetaria, la teoría del desarrollo y otras muchas, el pensamiento económico ha bregado con muchos temas y problemas, pero nunca con la seguridad económica.

Es obvio que la seguridad económica es un resultado del desarrollo alcanzado si se trata de un país y de un trabajo estable que permita un ingreso satisfactorio en condiciones de acceso a la educación, la salud y la convivencia humana, si se trata de personas y que incluye la seguridad en cuanto conservación de la vida.

Pero, el Banco Mundial omite explícitamente los problemas relacionados con el delito y la violencia para limitarse a «la inseguridad causada por las fluctuaciones económicas», como si violencia y delito nada tuvieran que ver con la reforma neoliberal.

Es que la apelación a los instintos primarios que la visión fundamentalista de mercado impulsa, los patrones de conformación de sociedades en las que no hay éxito más allá de la acumulación de riqueza y la pobreza aparece como el castigo a la ineptitud, donde a partir del individualismo total los humanos se abren paso en un mercado que semeja una selva, no puede generar otra cosa que violencia y delito.

La tasa de homicidios de 300 por cada millón de personas es el doble del promedio mundial, pero no se explica por fieros atavismos latinoamericanos, sino por la práctica más ortodoxa y disciplinada en el mundo en los últimos 20 años de las reformas de mercado que el Banco Mundial pide continuar y profundizar.

El rigor metodológico estadístico que el estudio analizado contiene debería tener en cuenta y desafortunadamente no lo hace, la correlación evidente en los últimos 20 años entre reforma neoliberal, volatilidad, pobreza, delito, corrupción, degradación ambiental.

La inseguridad ciudadana, la vida entre rejas de los convictos en las prisiones y de los no convictos en las prisiones enrejadas en las que se convierten los hogares, la proliferación de cuerpos privados de policías y guardianes, la apariencia de castillos asediados de los barrios acomodados rodeados por la muchedumbre de la pobreza, no es una realidad desconectada de las reformas de mercado que van moldeando una áspera sociedad de mercado en la que la relación costo-beneficio es la norma absoluta.

El Banco Mundial cree que los problemas existentes son residuales y eliminables aplicando más reformas neoliberales, por ejemplo, fortaleciendo la conexión que dicen es aún débil con los mercados financieros o eliminando las rigideces laborales que todavía dificultan al capital contratar y despedir a discreción.

Es más de lo mismo, aunque les llamen reformas de segunda o tercera generación. Pedir más reforma neoliberal y con ella reducción de la pobreza y avances en la equidad social, es tan baldío como pedir a un tiburón que se haga vegetariano.

Por suerte, no hay en la Historia crisis sin solución.

El sistema globalizado de explotación y desesperanza, en su naturaleza esencial y en su variante latinoamericana es como otras veces en la Historia, quien más y mejor trabaja para alcanzar su supresión y encontrar la alternativa posible. Esa alternativa posible es justamente, como otras veces anteriores, la que ahora parece imposible para muchos intelectuales porque no está escrita o modelada.