La sanción de Suárez no sólo resultó indignante para los uruguayos, quienes nos preguntamos porqué no se aplica la misma vara para otras jugadores que han realizado acciones extremadamente violentas. Con la suspensión -la más dura en toda la historia de los mundiales-, Brasil, Alemania u Holanda, se aseguran de sacar al temido goleador uruguayo […]
La sanción de Suárez no sólo resultó indignante para los uruguayos, quienes nos preguntamos porqué no se aplica la misma vara para otras jugadores que han realizado acciones extremadamente violentas. Con la suspensión -la más dura en toda la historia de los mundiales-, Brasil, Alemania u Holanda, se aseguran de sacar al temido goleador uruguayo del mundial.
El hecho pone en evidencia las poderosas estructuras de poder políticas y económicas que maneja la FIFA. Hace unos días Galeano calificó a este organismo como una dictadura invisible, que maneja el fútbol como una monarquía. «Nadie sabe los secretos de la FIFA, cerrados a siete llaves». Como cualquier empresa lucrativa, las decisiones no pueden ser democráticas. Y como empresa lucrativa e internacional, su política debe beneficiar las mayores ganancias de las grandes transnacionales. De modo que para la FIFA y quienes patrocinan la copa, resulta económicamente inconveniente que una selección como Uruguay elimine a grandes potencias como Inglaterra, Italia o potencialmente, Brasil.
Para la organización de este Mundial, el poder de la FIFA se expresó en hechos realmente dramáticos que hacen a su verdadera naturaleza, que no es el fútbol. Desde 2007, cuando Brasil fue elegido como anfitrión de la Copa del Mundo, la policía de Río de Janeiro mató a 885 personas por año; 200 mil personas fueron desalojadas a la fuerza por distintas construcciones relacionadas con el Mundial (Prensa Obrera, 26/06). El gobierno de Dila Rousseff montó un verdadero Estado de excepción. Un reciente documental «The price of the World Cup» muestra en imágenes y datos esta realidad.
Al igual que el FMI la FIFA señaló que «ayudará a modernizar la sociedad brasilera» y que trabajarán por el «interés común». Sin embargo, los países que organizan las Copas del Mundo deben someterse a la autoridad de la FIFA, lo que incluye -en muchos casos- transformar la legislación nacional, transfiriendo a este organismo los derechos de publicidad y control del perímetro de los estadios. Un suerte de Estado soberano cuya tarea es la apertura de un mercado millonarios para Adidas, MasterCard, Coca-Cola y otros grandes capitales, en donde como advertía Havelange «el fútbol es un producto nacional que debe venderse lo más sabiamente posible». El fútbol que debería ser la expresión deportiva de relaciones sociales libres de toda atadura mercantil, de un hermoso y bello deporte -que es también para muchos una pasión- es convertido en una mmercancía, con las consecuencias vistas.
La «modernización» es, por supuesto, un cuento. De un modo similar a lo sucedido en Sudáfrica, el Mundial de la FIFA habrá puesto de manifiesto las enormes desigualdades existentes y despertado la deliberación y movilización entre los trabajadores brasileños.
De esta manera, la suspensión de Luis Suárez manifiestamente injusta, debe poner sobre la mesa el conjunto de las injusticias más atroces que son parte de este Mundial, y cuestionar a los «dueños de la pelota», quienes con la complacencia de los gobiernos ‘progresistas’, oprimen a los pueblos para garantizar un fenomenal negocio.
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