Recomiendo:
0

Los EEUU, Hiroshima y la moneda

Fuentes: Sin Permiso

El presidente del Banco Central norteamericano, Bem Bernanke, ya definió en Wyoming, en la primera semana de septiembre, su posición frente a la crisis inmobiliaria que se propaga a partir de los Estados Unidos: no es responsabilidad de la FED proteger a las financieras e inversores de las consecuencias de sus decisiones; pero es obligación […]

El presidente del Banco Central norteamericano, Bem Bernanke, ya definió en Wyoming, en la primera semana de septiembre, su posición frente a la crisis inmobiliaria que se propaga a partir de los Estados Unidos: no es responsabilidad de la FED proteger a las financieras e inversores de las consecuencias de sus decisiones; pero es obligación de todo banco Central impedir que las crisis financieras alcancen a la economía real e impidan el buen funcionamiento de los mercados. La misma posición es defendida por los presientes de los Bancos Centrales de Europa, Inglaterra, Japón, Australia y Canadá, que se mantienen, hasta este momento, cautelosos y receptivos a la espera de la reunión mensual de la FED, el próximo 18 de septiembre, cuando se decidirá el nuevo tipo de interés de la economía norteamericana.

Sin embargo, a pesar de eso, el dilema del señor Bernanke va creciendo cada hora que pasa bajo la presión de las fuerzas políticas y económicas internas de los Estados Unidos y de los demás gobiernos que sostienen, en este momento, el crecimiento de la economía mundial. Una cosas es cierta: cualquiera que sea su decisión final, tendrá consecuencias negativas, en el medio y en el lago plazo, dentro y fuera de los Estados Unidos. Y no es fácil decidir cuál es «el mal menor» en una situación como ésta: la reactivación inmediata de los mercados y de la actividad económica dentro de los Estados Unidos, a través de la devaluación del dólar, puede provocar, inmediatamente, una nueva burbuja y un aumento del proteccionismo económico, que ya viene siendo defendido por los candidatos demócratas a la elección presidencial de 2008; pero la protección de la moneda norteamericana, mediante una recesión depurativa, puede escapar al control de la autoridad monetaria y tener un impacto mundial en cadena, de duración y efectos imprevisibles. De cualquier forma, el presidente de la FED no es un representante de la humanidad, y tomará sus decisiones a partir de los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Por ello mismo, en este momento, el mayor miedo que ronda en el mundo es que la decisión norteamericana desencadene una «guerra de monedas»,  aunque no sea deseada ni por Bernanke, ni por ninguno de los Bancos Centrales involucrados en la crisis. Pero, buenas intenciones aparte, no es imposible que esta guerra acabe siendo librada, porque en el campo económico, como en el campo geopolítico, suele ser la propia potencia ganadora la que termina por desbaratar su «situación hegemónica». //1

Por eso, desde nuestro punto de vista, en este momento cualquier ejercicio especulativo sobre el futuro debe partir de una conclusión o premisa que está a contramano de todas las teorías, ortodoxas y heterodoxas, sobre el proceso de la «globalización económica». Pensamos que los grandes «saltos» de internacionalización económica – como los que ocurrieron al final de los siglos XIX y XX – provocaron, al mismo tiempo, grandes movimientos de fortalecimiento de la competencia y del conflicto entre las naciones. En momentos de aceleración de la internacionalización capitalista, la tendencia simultánea fue siempre de profundización del conflicto entre los intereses comerciales y financieros de las economías nacionales del sistema. En estas situaciones aumenta invariablemente el proteccionismo y, en algún momento, la guerra comercial comprende y envuelve a las monedas nacionales y a las políticas monetarias de las principales potencias económicas del sistema, independientemente de la posición teórica o de la ideología de sus conductores, y a despecho de la cooperación que pueda existir entre sus Bancos Centrales. En última instancia, esta competencia y este conflicto puede pasar al plano político-militar, como ocurrió con la hegemonía inglesa y su «patrón libra-oro», que se fortaleció en el siglo XIX y terminó con la Primera Guerra Mundial. Asimismo, esta contradicción «implosionó» el «sistema dólar-oro» y la hegemonía norteamericana en 1973, sin que hubiese ocurrido una guerra directa entre las grandes potencias. Y hoy, hay fuertes indicios de que el nuevo «sistema dólar-flexible» está sufriendo un estrés provocado por el mismo tipo de contradicción que puede llevar a los Estados Unidos a una nueva ruptura con sus propias reglas e instituciones.

¿Cómo explicar esta paradoja, de que la internacionalización económica sea, al mismo tiempo, la mayor responsable del renacimiento y fortalecimiento periódico del nacionalismo económico? Si miramos la historia, veremos que el sistema económico mundial, que se formó a partir de Europa después del siglo XVI, fue siempre constituido por Estados, economías y monedas que compitieron y lucharon permanentemente entre sí, para aumentar su riqueza nacional, sin jamás abrir la mano de su identidad económica nacional. A través de la conquista de territorios económicos supranacionales, cada vez más extensos, donde pudieran imponer sus monedas y donde sus capitales financieros gozasen del usufructo de ventajas monopólicas. Por otro lado, siempre, fueron esos mismos Estados y economías nacionales vencedoras quienes lideraron la expansión capitalista, consiguiendo al propio tiempo la «internacionalización»  de sus monedas, dentro de una región o a escala global, como fue el caso de la Libra o del Dólar, en los siglos XIX y XX. Lo que llama la atención es que también, después de su internacionalización, la riqueza y los capitales de estos países siempre tuvieron que expresarse y realizarse en alguna moneda nacional, y solo consiguieron internacionalizarse porque mantuvieron su vínculo con su propia moneda nacional, o con la moneda nacional de algún Estado más poderoso.

Desde este punto de vista, en este sistema mundial en que vivimos, cualquier decisión monetaria de la autoridad responsable a favor de alguna «moneda internacional» tendrá siempre efectos contradictorios y provocará pérdidas que fortalecerán, en el medio plazo, la voluntad competidora de sus competidores y de sus monedas. Por otro lado, también se puede afirmar que en este mismo sistema, cualquier proyecto de «moneda mundial» será siempre una fantasía ideológica, o una estrategia defensiva, como en el caso del «Bancor», que fue propuesto por John M. Keynes, en la conferencia de Bretton Woods, en 1944, y rechazado por los Estados Unidos. Harry D. White, el jefe de la delegación norteamericana era «keynesiano», pero ni era idiota, ni estaba en un picnic académico. Representaba los intereses de los Estados Unidos y de su moneda nacional victoriosa, el dólar, que cumplió el papel de la «bomba de Hiroshima» en la construcción jerárquica del nuevo orden monetario internacional después de 1945.

NOTA: //1 Véase, en SinPermiso del pasado 28 de marzo, José Luis Fiori, «Una extraña forma de gobernar el mundo».