En las elecciones del mes pasado en Estados Unidos vimos a los dos bandos arrojar datos, cifras e interpretaciones contrarias al desdichado electorado. Es un viejo truco: lanza suficiente barro, que algo se pegará. Confunde a los votantes, que al final habrá más probabilidades de que la mayoría se quede con lo malo conocido. El […]
En las elecciones del mes pasado en Estados Unidos vimos a los dos bandos arrojar datos, cifras e interpretaciones contrarias al desdichado electorado. Es un viejo truco: lanza suficiente barro, que algo se pegará. Confunde a los votantes, que al final habrá más probabilidades de que la mayoría se quede con lo malo conocido.
El presidente Bush habló de que se había producido un enorme crecimiento del empleo en los 13 meses anteriores, y afirmó que el mercado laboral había doblado la esquina.
¿Es cierto? El citado aumento de los puestos de trabajo apenas ha seguido el ritmo de crecimiento de la población activa. Aunque la tasa de empleo fue intensa en octubre, en septiembre se crearon sólo 96.000 nuevos puestos de trabajo, 50.000 menos de los necesarios.
A estas alturas del ciclo, lo normal es que EE UU estuviera creando puestos a un ritmo rápido para compensar las pérdidas de empleo en las primeras fases del ciclo, como hizo entre 1993 y 1995. Es la peor recuperación del empleo de las nueve recesiones sufridas por EE UU después de la guerra. Ninguna tergiversación puede alterar este hecho. EE UU no ha doblado la esquina. Por el contrario, la mayoría de los analistas prevén que 2005 será peor que 2004.
Pero no culpen a Bush. La economía estaba en recesión cuando él asumió el cargo en 2001, y el 11-S e Irak empeoraron las cosas. Es cierto que la economía se estaba ralentizando cuando Bush asumió el cargo, pero también heredó un enorme superávit presupuestario, equivalente al 2% del PIB, que ha transformado en un enorme déficit, equivalente al 4,5% del PIB. Un cambio presupuestario de esta magnitud proporcionaría un enorme estímulo.
La economía debería ir viento en popa. La principal preocupación debería ser la inflación, no los puestos de trabajo. No ha sido así porque Bush ha introducido un recorte fiscal que no estaba pensado para estimular la economía, sino para beneficiar a los ricos. Una reducción de impuestos a las rentas bajas o unas prestaciones por desempleo más elevadas supondrían un estímulo mucho mayor para el consumo, del mismo modo que una deducción temporal de impuestos por inversión habría aumentado mucho más el gasto de capital que la reducción de los impuestos sobre dividendos.
La proporción de la inversión de capital fijo en el PIB es hoy un 2% menor que hace cuatro años.
Dos factores amenazan la recuperación estadounidense. En primer lugar, el fuerte endeudamiento de los hogares supone que si aumentan los tipos de interés, como sucede en las recuperaciones, las familias se encontrarán cortas de dinero. Además, los precios de las propiedades inmobiliarias podrían caer en picado, en cuyo caso muchas familias se encontrarán con que el valor de su hipoteca supera el de su casa.
La tasa de quiebras en EE UU es ya un 33% más elevada que hace cuatro años. ¿Puede realmente culparse a Bush de que los estadounidenses se estén endeudando demasiado? Se puede y se debería. El que no se creara un incentivo fiscal adecuado para estimular la economía hizo que el peso recayera en la política monetaria. Los tipos cayeron hasta mínimos históricos, lo cual ayudó a la economía, pero no estimuló mucho la inversión.
La segunda amenaza para la recuperación son los elevados precios del crudo. La fracasada política de Bush en Oriente Próximo es sólo parte del problema. Debería haber fomentado medidas más enérgicas para el ahorro energético; si las hubiera implantado hace cuatro años, el consumo estadounidense y los precios del petróleo serían más bajos hoy. Japón y otros países desarrollados prueban que un alto nivel de vida sólo requiere una fracción de energía por dólar de PIB.
Pero Bush propuso subvencionar a las empresas petrolíferas para fomentar una mayor producción interna. Esta política de «agotar primero Estados Unidos» hará que el país sea más vulnerable en el futuro.
Sabemos por la reciente campaña electoral estadounidense que los hechos no siempre hablan por sí mismos. Pero no se necesita mucho para dilucidar dónde está la economía estadounidense hoy, hacia dónde se encamina y de quién es la culpa. Más importante que encontrar al culpable es corregir los errores.
Desafortunadamente, el presidente Bush se ha mostrado tan reacio a admitir los errores de su política económica como en el caso de su desgraciada aventura iraquí.