Para articular su poder primario, el mafioso se asegura el control de un territorio, que puede ser un barrio, un club, un pueblo, una ciudad, una región o provincia, un país. Allí condiciona sistemáticamente a todo el sector productivo y despliega una explotación a través de formas parasitarias. De esto desciende que se hace conocido, reconocido, respetado y temido por la sociedad de la cual es parte. Primera enseñanza: las mafias no son producto del subdesarrollo ni de la pobreza, sino de la riqueza. Surgen de parasitar esas zonas de la economía que producen riqueza, incluso si en el contexto hay una emergencia de pobreza. Ancestralmente, el sujeto mafioso se ocupaba del control usurario y violento de los alquileres de la tierra, del robo de ganado (para pedir luego rescate), de servicios de mediación entre los productos agrícolas /animales y el mercado, de traficar monedas falsas, de ofrecer servicios de protección (de la propiedad privada), de acciones extorsivas, del juego ilícito, de la prostitución y –en las zonas portuarias– de los servicios de desembarco y contrabando. El sujeto mafioso articula entonces una mala vida prepotente, violenta, parásita y explotadora de todo tipo de producción. Estructura un fenómeno criminal que se activa en el mercado con una violencia organizada. La mafia –a través del uso indiscriminado y sistemático de la intimidación, del terror, del homicidio– aspira a afirmar su propia contracultura: un despliegue explícito y decidido de poder. La extorsión de bienes y la imposición de servicios de protección a personas o cosas es un mecanismo fiscal que le otorga al mafioso una función predatoria, que también es función de orden: imitativa de la estatalidad.
El sujeto mafioso que despliega su poder sobre un territorio constituye inicialmente una élite plebeya-delincuencial y elabora un código de honor a partir de virtudes viriles y violentas tanto de los individuos como del grupo. A ese código se le adosa una lengua secreta, cuya función simbólica es interna al conjunto criminal y marca sus confines. El método para lograr respeto y temor no consiste solamente en aprovecharse o apropiarse de la riqueza ajena, como haría una banda de ladrones o un estafador. El mafioso aspira a algo diferente: a volverse autoridad, a condicionar las relaciones económicas y sociales entre los miembros de una comunidad para obtener un beneficio que legalmente no le corresponde. Entonces, el sujeto mafioso aspira a convertirse en un actor fundamental de la vida de la comunidad en la que reside. Cualquiera que quiera emprender una actividad (económica o de otra índole) en ese territorio deberá solicitar su permiso pues el sujeto mafioso –sobre la base de la violencia– articula una autoridad superior a la pública. El punto esencial a entender aquí es que la violencia y el desorden (que se causa para restablecer a continuación un nuevo orden criminal) no son para las organizaciones mafiosas solamente actos sino también instituciones que no se abandonan nunca. Del Estado pueden esperarse siempre sanciones legales más o menos tolerables, en cambio los castigos que es capaz de imponer el sujeto mafioso son inmediatos e irreparables. Cuando una organización mafiosa consolida su autoridad sobre un territorio utiliza la violencia y/o la amenaza para imponer su voluntad. Su inmanencia y su palabra son suficientes garantías de orden, esto es: garantía política, en el sentido de gobierno y gestión de la comunidad. El poder sobre ese territorio es ejecutado por los integrantes de una famiglia y es desplegado sobre la sociedad local.
La brújula que orienta a la organización mafiosa es la acumulación económica. Luego de la fase de acumulación originaria, estas agregaciones despliegan su participación empresarial en el ámbito de los muy lucrativos tráficos de estupefacientes y en el tejido de los imponentes recursos estatales destinados a la realización de importantes obras públicas. Sin embargo, el objetivo último de las mafias es el poder: el monopolio del poder. En cuanto estas organizaciones se sofistican, para lograr ese monopolio empiezan a colonizar progresivamente segmentos del Estado. En este sentido, su poder tiende a hacerse omnímodo. En Italia, la criminalidad mafiosa ha exasperado su penetración institucional, directa o indirectamente, a través de estrategias políticas que albergan una intimidación sistemática. Y este fenómeno en algunas regiones del país es endémico: en Calabria, para no abundar.
Luego de copar el Estado (o algunos de sus segmentos) las organizaciones mafiosas tratan de desarticular toda disputa en los aparatos habilitados para el ejercicio del poder democrático. Por lo tanto, las dimensiones cualitativas y cuantitativas que configuran a estas organizaciones determinan un poder criminal capaz de condicionar el devenir de las relaciones sociales y económicas, y de los ordenamientos institucionales.
Depredar
La función predatoria o de intermediación entre la riqueza y su productor es un signo ancestral del sujeto mafioso. Bien lo indica Hugo Alconada Mon en una novela de corte inmigratorio –La ciudad de las ranas (2022)– a través de un personaje napolitano: il Macellaio Fiscella. En el buque migrante de Italia a la Argentina se apropia de la comida de lxs pasajerxs: “Les escamoteaba queso, pan y naranjas, que canjeaba para solventar sus vicios. ‘El carnicero’ era más bien bajo, aunque sólido, llevaba la cabeza afeitada y reluciente y los superaba en peso y fuerza” (p. 40). Puesto que el valor probatorio de la ficción es relativo, tal vez sea preciso un ejemplo más elocuente para demostrar la actualidad de la función predatoria propia de esta piratería criminal:
“–Quiero el 1% de tu patrimonio.
El que pide no es cualquiera. Es Mauricio Macri, jefe de Gobierno porteño y candidato a Presidente de la República Argentina. Corre 2014 y el ingeniero pasa la gorra.
–¿Cómo? ¿Perdón?
El que escucha tampoco es cualquiera. Es uno de los diez empresarios más ricos de la República Argentina. Y no fue el único que recibió ese pedido. […]
–Quiero el 1% de tu patrimonio para financiar mi campaña. Vos sabés que si yo gano normalizaremos el país y el 99% restante de tu patrimonio va a valer muchísimo más.
Macri pasó la gorra y, al final del camino, mal no le fue. La campaña que lo depositó en la Casa Rosada costó más de 1.760 millones de pesos, aunque el número oficial que su equipo reportó a la Cámara Nacional Electoral fue once veces más bajo. Declaró 160 millones de pesos, de los que cerca de la mitad correspondió a aportes estatales. […]
Claro que esa cifra de 1.760 millones de pesos tiene sus salvedades: abarca todo lo que gastó Macri en la contienda electoral, pero también parte de la campaña de María Eugenia Vidal por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, aunque ella también se encargó de levantar el teléfono y llamó a ciertos empresarios para pedirles 500.000 pesos, cash, a cada uno […].
Macri no solo planteó que quería ‘el 1% del patrimonio’ de cada empresario grande que visitó. En reuniones con hasta 25 interlocutores llegó a decir otra frase explosiva: ‘En blanco, nada’. O les planteaba, sin rodeos: ‘¿No se dan cuenta de que el boleto de entrada [a su campaña] después va a valer mucho más?’
Tan explícitos fueron los pedidos de Macri”. (Alconada Mon, La raíz de todos los males, 2018, pp. 28-31). Esta información fue ratificada por Alconada Mon ante el juez Ernesto Kreplak, quien en 2018 investigaba a los aportantes falsos de las campañas cambiantes.
‘Ndrangheta
Las mafias son asociaciones secretas que funcionan sobre la base de una paradoja: quieren que lxs demás sepan que existen. Y en un juego contradictorio exhiben su poder manteniendo sumergida su estructura y sus intereses. Por lo que concierne específicamente a la ‘Ndrangheta, una de sus peculiaridades está relacionada con la morfología del territorio calabrés. El perfil geofísico de la región no es uniforme pues está marcado por la columna vertebral del Aspromonte que separa la zona tirrénica de la zona jónica. Y la provincia de Reggio Calabria sintetiza esas dos vertientes, tiene una función nodal que recoge las potencialidades criminales de las dos franjas costeras y tal vez por eso mismo sea el territorio con mayor densidad mafiosa de la región. La naturaleza y la historia de la región favorecieron formas de asociacionismo de tipo tribal y en ese territorio unas pocas familias se han intersectado a través de matrimonios y del sistema del compadrazgo. Esas realidades se globalizaron a través de las vertientes migratorias. Aún está vigente, sin embargo, una fuerte tendencia localista que potencia el sentimiento de pertenencia. El resultado es un vínculo de hermandad que impregna a todos los integrantes de la ‘Ndrangheta y estructura unas relaciones interpersonales particulares y complejas. Un historiador eximio de la criminalidad calabresa lo enfatiza con precisión: en donde sea que opere “la ‘Ndrangheta reproduce exactamente lo que ha dejado en Calabria” (Enzo Ciconte, Riti criminali, 2015, p. 14).
Uno de los rasgos de la contracultura ‘ndranghetista es el silencio: el pacto de omertà (palabra derivada posiblemente de Hómēros, variante jónica del eólico Homaros: rehén, prenda o garantía) que se imponen las famiglie y que no debemos confundir con un distintivo de la cultura calabresa (pues esta no sabe de silencios, basta considerar sus distintas expresiones culturales). En uno de los pasajes sin duda más dramáticos de Para qué, Macri hace referencia a su secuestro: “Allí, en el sótano, aprendí a permanecer largas horas en silencio, esa vieja costumbre calabresa que le vi practicar durante mi infancia a mi abuelo Giorgio, el papá de mi papá. Estar secuestrado es una experiencia terrible” (p. 16). Terrible, es cierto, aunque sobre la base de ese dramatismo entendemos a qué tradición adjudicar el silencio. Y es más: “Macri se asume calabrés y ratifica en Balcarce 50 y en Olivos que va a pelear hasta el último segundo”. Esto indicaba una nota redactada en plena contienda electoral (6 de agosto de 2019) en Infoemba, que hoy se desvaneció del portal.
El doble poder o saber a qué atenernos
Jean Ziegler, uno de los intelectuales suizos de mayor lustre, profesor de sociología en Ginebra, explicó en la década del ’90 en su libro Die Schweiz wässcht weisser (Suiza lava más blanco) cómo su país es un gran lavadero de capitales del narcotráfico. Más recientemente, señalaba que la criminalidad organizada de tipo mafioso “con su colosal poder financiero influye secretamente en toda nuestra vida económica, en el orden social, en la administración pública y en la justicia. En algunos casos, le dicta su ley a la política, sus valores. De este modo, la independencia de la justicia desaparece gradualmente, desaparece gradualmente la credibilidad de la acción política y también la función protectora del Estado de Derecho. La corrupción se convierte en un fenómeno aceptado. El resultado es la institucionalización progresiva de la criminalidad organizada” (I signori del crimine. Le nuove mafie europee contro la democrazia, 2000, p. 31).
Cuando esa institucionalización se concreta, la democracia pasa a estar condicionada por procesos oscuros que se imponen dentro del corazón de la propia democraticidad.