Cuando estudiaba en la universidad, a mediados de los noventa, me tocó aprender a lidiar con el discurso del «fin de los metarrelatos«. Eran unos años en los que estaba de moda decretar la muerte de todo, y la verdad era que el mundo a nuestro alrededor estaba mutando aceleradamente. En Venezuela, aunque no se […]
Cuando estudiaba en la universidad, a mediados de los noventa, me tocó aprender a lidiar con el discurso del «fin de los metarrelatos«. Eran unos años en los que estaba de moda decretar la muerte de todo, y la verdad era que el mundo a nuestro alrededor estaba mutando aceleradamente. En Venezuela, aunque no se hablara mucho sobre el tema en las aulas universitarias, nuestra historia recién acababa de partirse en dos, con el 27F de 1989, y muchos presentíamos que, felizmente, estábamos viviendo los últimos estertores de aquella farsa llamada democracia.
Lejos de estar comprometida con la tarea de producir cartas estratégicas para ubicarnos en aquella marejada histórica, la universidad, en tanto institución, apenas y se aventuraba a divagar sobre el «fin del socialismo», aunque debo reconocer que, en lo particular, celebraba el estrépito que producía la caída de los socialismos burocráticos y la desbandada de los dinosaurios izquierdistas. Vitoreaba en silencio algunos atrevimientos «posmo», y mientras tanto me iba a las librerías de Plaza Venezuela a comprar los libros de Marx, por entonces de remate.
Esta larga divagación para dejar testimonio de uno de los saldos más terribles y lamentables de nuestra época: la entronización de la literatura de autoayuda. El discurso era más o menos el siguiente: como había llegado el tiempo del «fin de los metarrelatos» y, por tanto, de las apuestas colectivas, había que apostarlo todo individualmente, «ayudándose a sí mismo».
Para que se entienda: aquello era como que alguien nos dijera hoy que, como la buena música ha muerto, no nos queda más que conformarnos con Justin Bieber.
Volviendo a mis años en la universidad, era el tiempo en que el chavismo daba sus primeros pasos. Sin embargo, sobre eso no se estudiaba. Si lo nuestro eran las «ciencias», el chavismo era la «doxa», un fenómeno, literalmente, indigno de ser tratado siquiera como «objeto de estudio».
Si nuestro deseo era dejar constancia de la crisis terminal de la vieja partidocracia, la vía aconsejable era realzando la importancia de los «movimientos sociales», de la «sociedad civil» e incluso de las oenegés, por entonces en alza en el mercado del saber. Nada de furores y estridencias, de alaridos, de reclamo histórico, de pasión. Nada de pueblo. Nada de buena música. Debíamos cerrar las ventanas para no escuchar el sonido de la calle. Teníamos que conformarnos con Justin Bieber.
Desde entonces, soy particularmente reacio a las maneras oenegeras, sobre todo a su lenguaje desabrido, anodino, de señora que quiere meterse en política para repartir golpe y porrazo pero sin ensuciarse las manos.
Cómo olvidar, por ejemplo, ese esperpento que fue Luces contra el hampa, a la «sociedad civil» supremacista dispuesta a linchar al chavismo «bárbaro», al buenazo de Elías Santana llamando al golpe de Estado frente a La Carlota, en vivo y en directo.
Esto era parte de lo que veía a mi memoria mientras leía las reseñas entusiastas de la prensa antichavista sobre un tal Encuentro Nacional de Organizaciones Sociales 2012, celebrado recientemente en la muy combativa y popular Universidad Católica Andrés Bello.
El lenguaje es exactamente el mismo: como se viene el fin del chavismo, organicemos un encuentro, mira, «amplio, plural y participativo«, en el que demostremos que «sí es posible que los venezolanos dialoguemos«, pero que nos sirva para disparar plomo graneado contra ese liderazgo-político-
Lo curioso de estos tiempos en que, mientras algunos anuncian el fin del chavismo, más intentan parecerse a él. Basta con escuchar las palabras de Ramón Guillermo Aveledo, secretario general de la MUD y jefe del autodenominado Comando Político-Estratégico de la campaña del gobernador Capriles, sobre el referido Encuentro: «Dijo que hay necesariamente que ‘ir más allá’ de la unión política y eso se hace oyendo constantemente las propuestas de país que circulan por toda la nación«, reseñó El Universal. Esto es, un vulgar remedo de lo que planteara el comandante Chávez en ¡octubre de 2010!, refiriéndose al Gran Polo Patriótico: «más allá de los partidos hay un país social que no milita y no tenemos por qué aspirar a que milite en ningún partido y es una masa muy grande… la solución va más allá de los partidos, pasa por los partidos, pero no puede quedarse en los partidos«.
De manera que la tal reunión de «organizaciones sociales» vendría a ser el equivalente del Gran Polo Patriótico. Mejor dicho, lo que prevalecería después de que el chavismo hubiera muerto. Como los libritos de autoayuda. Díganme si no merecen el título de los Justin Bieber de la política.
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