«la lucha política, en esencia, es la lucha de fuerzas e intereses, no de argumentos» León Trotsky La aprobación del proceso de impeachment contra Dilma Rousseff el domingo pasado es un punto de inflexión en la historia sudamericana. Los puntos de inflexión o saturación política, son momentos que redefinen el escenario y las relaciones de […]
León Trotsky
La aprobación del proceso de impeachment contra Dilma Rousseff el domingo pasado es un punto de inflexión en la historia sudamericana. Los puntos de inflexión o saturación política, son momentos que redefinen el escenario y las relaciones de fuerza y que condensan en poco tiempo procesos de largo aliento. Su fuerza disruptiva radica precisamente en desencadenar la energía acumulada de contradicciones largamente contenidas. Para este caso, el impeachment era casi inevitable, la cuestión era como se llegaba a él. Más que la batalla en sí, lo importante es como arriban los ejércitos a la misma; cuando amanece el día de las definiciones ya está casi todo dicho.
El resultado del pasado domingo se fue gestando desde hace años. Crecía junto con la popularidad de un Lula que a pesar de venir de abajo era el mejor aliado de los poderes empresariales. Crecía también junto con la aprobación generalizada de este líder de la «izquierda vegetariana» (Vargas Llosa dixit; la carnívora era la venezolana) con el que todos querían salir en la foto y que nos decía que ser de izquierda y revolucionario era cosa de jóvenes y que en la madurez de la vida todos somos de centro, razonables. El domingo pasado era cada vez más posible cuando el PT iniciaba su ciclo con un gorro rojo del MST y terminaba con Katia Abreu (representante del agronegocio) como Ministra de agricultura. Los sucesivos ministros de economía del riñón de la banca hacían al domingo cada vez más inminente y patético. Cuando en las manifestaciones de junio de 2013, que comienzan por izquierda con reclamos por derechos sociales y económicos, el PT apuesta al achique y acaba rebasado por un movimiento de masas cada vez más derechizado y termina saliendo de la crisis con una agenda de compromiso con la derecha (contener el déficit fiscal, la inflación y la corrupción) el impeachment no paraba de crecer. Con el fin del ciclo de crecimiento económico y el gobierno respondiendo con la ortodoxia económica y el ajuste, el domingo y su resultado ya era un hecho al que solo había que ponerle fecha.
Desde el inicio (ver «carta ao povo brasilero»1), no había más estrategia en el PT que la gestión y proyección mundial y regional del capital brasilero. Es cierto que su posición en términos institucionales siempre fue frágil y la amenaza del impeachment latente. A eso el PT respondió cediendo posiciones para evitar en lo inmediato el cerco de la derecha en el parlamento, pero al precio de hundirse cada vez más en términos estratégicos. Se fue gestando una encerrona cuya única salida a la que atinó a recurrir el PT fue profundizar la estrategia equivocada: seguir cediendo y asumir la mera gestión del capital. Lo que parecía ser la única estrategia posible para sostener al gobierno y evitar el impeachment, solo incrementaba la impotencia para enfrentarlo.
Así se llegó al punto actual donde se alinearon las precondiciones para la ofensiva reaccionaria destituyente: a) la caída del apoyo social al gobierno y b) la pérdida de la calle a manos de la derecha; la otra precondición era la salida del PMDB de la base aliada, consecuencia inmediata de (a) y (b).
Que el domingo pasado no haya sido recibido en medio de una huelga general, una ocupación generalizada de los lugares de estudio y/o cortes de rutas y que su consumación no haya habilitado acciones de este tipo, es sintomático de la impotencia para enfrentar el golpe y la precaria acumulación de poder de clase. La sola denuncia y los llamados a la conciencia democrática no son suficientes para enfrentar a la derecha envalentonada y decidida a recuperar el terreno perdido.
Situarse por encima de los antagonismos de clase puede llevarlo a uno a la ilusión de que está habitando el privilegiado y electoralmente rentable centro político, cuando en realidad está en el aire. Si el gobierno no es de unos ni de otros, ¿quién va a poner el pellejo para sostenerlo cuando el crecimiento ya no permita seguir conciliando? A la vista están los resultados de la renuncia a disputar poder de clase y apostar a la mera gestión del capital como estrategia. La burguesía siempre fue ingrata y traicionera con sus gestores.
Decía un viejo miliciano chino que «salvo el poder, todo lo demás es ilusión». Que en medio del trago amargo al menos nos quede el aprendizaje: con cazamariposas no se atrapa dragones.
Nota:
1 Carta pública de Lula antes de la contienda electoral que lo llevó por primera vez al gobierno.
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