Los mercados financieros continúan indiferentes tras las promesas de la última Cumbre de la Unión Europea. Y el consenso de Bruselas se viene abajo, tal y como lo muestra el distanciamiento de Dinamarca. Los valores bursátiles de la primera mitad de esta semana son un claro indicio: la crisis europea sigue su marcha. No se resolverá […]
Los mercados financieros continúan indiferentes tras las promesas de la última Cumbre de la Unión Europea. Y el consenso de Bruselas se viene abajo, tal y como lo muestra el distanciamiento de Dinamarca.
Los valores bursátiles de la primera mitad de esta semana son un claro indicio: la crisis europea sigue su marcha. No se resolverá ni a corto ni a medio plazo con las decisiones de la Cumbre de la Unión Europea del próximo ocho de marzo. Nos volveremos a ver a más tardar en marzo, y probablemente mucho antes. Oficialmente, toda Europa cree ya que la crisis es una consecuencia del endeudamiento de los estados y que se puede salir de ella a base de ahorrar si el cuchillo se hunde lo suficiente en la grasa de los Estados del bienestar europeos. Pero incluso para los grandes analfabetos económicos entre nuestras élites debería ser claro que así sólo se maniobra para encaminarnos hacia una depresión aún más larga y más profunda.
Todo economista sabe que los medios previstos para el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) no alcanzan para poder ayudar a países como España, Italia o Francia. Cualquiera sabe que la fecha propuesta por el MEE, junio de 2012, no será suficiente. Para que el Banco Central Europeo (BCE) no compre más bonos europeos se ha buscado un curioso atajo a través del FMI: un crédito de 200 mil millones de euro de los países de la Unión Europea al Fondo Monetario Internacional para que los estados arruinados de Europa puedan recibir ayuda. Que los Estados Unidos y otros países miembros del FMI no colaborarían era claro desde un buen comienzo.
Ningún Plan Marshall
Nada de todo esto se ha hecho en interés de Alemania, nada de todo esto se ha hecho en interés de Europa. Ni la política de austeridad que se ha impuesto a los estados vecinos de la Unión Europea que seguirá reforzando las desigualdades estructurales de la UE, ni la la atracción secundaria de la carrera con la que se persigue al endeudamiento estatal con una política de símbolos. También los alemanes habrán de pagar amargamente por el curso de los acontecimientos que ahora tiene lugar. Cuanto más se imponga Merkel, mayor será el montante de la factura final. De una regulación de los mercados financieros, de una limitación a los bancos para la creación de dinero, estamos tan lejos hoy como hace dos años. Una unión monetaria y fiscal europea tendría aquí todo su sentido: reglas de juego comunes para un mercado de capitales y divisas común, impuestos comunes y diseñados para todo el mundo por igual, planificación financiera común, un mercado común para los préstamos gubernamentales de Europa. Todo ello brilló por su ausencia. Y hoy como ayer no tenemos ninguna política económica común, ni siquiera para una parte del continente, como tampoco tenemos el urgentemente necesario Plan Marshall para algunos de los países del sur de Europa.
El veto del Machtpolitiker David Cameron -un partidario de la política de austeridad en su propio país no menos fanático que Merkel en Alemania- proporcionó el esprit de l’escalier adecuado a la función. [1] Contra los topes de deuda (Schuldenbremsen), las multas disciplinarias para los países que incurran en déficit, las intereses excesivos y otros artículos de fe neoconservadores semejantes Cameron no tuvo nada que decir. Para él todo se reducía a proteger a la City of London de cualquier tipo de regulación procedente del continente. Tras décadas de desmantelamiento industrial a los británicos sólo les queda -además de sus excelentes universidades, a las que están arruinando a fuerza de obligarlas a recortar presupuestos- su así llamada «industria financiera». En consecuencia nadie se atreve a mentar a la City. Tanto Merkel como Cameron juegan con los resentimientos nacionalistas de sus ciudadanos airados (Wutbürger). Cameron utiliza además el sentimiento euroescéptico de las islas.
A merced de los especuladores
A través de los interminables retrasos y bloqueos de cada solución necesaria y con sentido, Merkel y compañía han logrado convertir un problema marginal y no demasiado complicado de gestionar en un problema de toda la Unión Europea. La táctica de ganar tiempo echando por tierra todas estas soluciones una y otra vez ha comportado hasta la fecha una sola cosa, a saber: que los bonos del tesoro de los estados de los países de la zona euro -que una vez fueron puertos seguros- se hayan convertido hoy prácticamente sin excepción en títulos especulativos. Los especuladores profesionales se enriquecieron y se siguen enriqueciendo gracias a la prolongada crisis de deuda, haciéndose de oro.
Y los señores de los mercados financieros siguen completamente imperturbables ante la visión de la flamante nueva disciplina presupuestaria tanto como con el prospecto de nuevos límites de endeudamiento. Los intereses y los beneficios de los empréstitos europeos suben alegremente. Cuando en los próximos de tres a cuatro meses falten los cientos de miles de millones de euros necesarios para refinanciar los préstamos del estado en Italia, España y Francia, ningún dogma presupuestario ni ningún tope de deuda servirán de ayuda. Las agencias de calificación crediticia, a quien debemos realmente esta obra de arte, hacen avanzar estupendamente la crisis con el anuncio de poner a todos los estados de la zona euro, cuando no a toda la Unión Europea, bajo observación.
Más de la mitad de los alemanes tiemblan ante la amenaza de inflación, de modo semejante a como lo hace el propio Bundesbank (banco central alemán). Aunque nadie se ha beneficiado tanto del euro y, paradójicamente, de la crisis del euro como los alemanes, éstos se ven a sí mismos como las víctimas y como los principales pagadores. La coalición entre conservadores y liberales en Berlín juega con los resentimientos nacionales y ha resucitado -por vez primera desde 1990- la germanofobia en toda Europa. De la mezcla, típicamente alemana, de política partidaria corta de miras y dogmatismo político, los alemanes y toda Europa pagan un elevado precio.
NOTA T.: [1] L’esprit de l’escalier (en francés: el ingenio de la escalera) es una expresión francesa que describe el acto de pensar en una respuesta ingeniosa cuando es demasiado tarde para darla. Este fenómeno viene usualmente acompañado de una sensación de pesar y arrepentimiento, una «consciencia intranquila». Fue acuñada por Denis Diderot en su Paradoxe sur le Comédien. La frase se utiliza cuando nos viene a la cabeza un insulto o una réplica ingeniosa demasiado tarde, cuando ya estamos bajando la escalera de la tribuna. Data de la época en que la palabra esprit, que significa espíritu o mente, se usaba comúnmente para designar el ingenio. (Wikipedia)
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
Traducción parawww.sinpermiso.info: Àngel Ferrero
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4636