En este artículo el autor analiza la cuestión de la tributación de los multimillonarios y de cómo para conseguir sus intereses tienen que movilizar a una amplia mayoría social. Una reflexión que se puede hacer extensiva a medio mundo capitalista.
Con la reciente decisión del Congreso brasileño de rechazar rotundamente la propuesta del gobierno de Lula de aumentar las alícuotas de tributación a las transacciones financieras (I.O.F.), ha pasado lo que viene ocurriendo desde hace bastante tiempo: los superricos se han empeñado en convencer a buena parte de la mayoría popular a identificarse con posiciones que benefician tan solo a una reducida porción de las clases dominantes, en detrimento del resto de la población.
Dado que los poseedores de grandes fortunas constituyen nada más que un puñado de personas, las cuales no superan el 5% del total, ellos dependen imperativamente del apoyo de parcelas significativas de los otros grupos sociales para hacer valer sus designios por encima de los de todos los demás sectores de la sociedad.
¿Alguien logra imaginar una manifestación política en defensa de las reivindicaciones de los más acaudalados con la participación exclusiva de integrantes de ese grupo? Lógicamente, en tal situación, no contaríamos con la presencia de nada más que unos pocos individuos. Y, como resultado, las repercusiones políticas de dicho acto tenderían a ser casi irrelevantes.
Sin embargo, tal hipótesis no suele darse en la vida real, ya que cuando pretenden imponer políticamente el peso de sus intereses, esta pequeña fracción de los multimillonarios recurre a su capacidad de manipulación con el propósito de reclutar a un número significativo de personas de otros sectores, para que ellas luchen en la primera línea de las batallas en defensa de sus privilegios.
Para que lo que acabamos de mencionar sea prácticamente factible, los ricos y poderosos nunca pueden explicitar sus objetivos reales. Sin dudas, no les sería posible obtener el apoyo de mucha gente de fuera de su propio círculo basándose en un lenguaje que revelara claramente lo que, de hecho, quieren alcanzar o mantener. Por lo tanto, desde su perspectiva, el primer paso a dar es tratar de convencer al mayor número posible de miembros de las clases no privilegiadas de que sus reivindicaciones tienen que ver con los intereses concernientes a la población en su conjunto, y no exclusivamente con los de las clases dominantes.
Así que, cuando los ricos expresan su descontento contra ciertos impuestos, lo que realmente quieren decir es que solo los otros deben ser sometidos a tributación, no ellos. Pero como esto no se puede decir abiertamente, necesitan camuflar sus palabras para, así, iludir a los incautos.
Lo cierto es que no hay cómo una sociedad subsistir sin la recaudación de tributos que la sustenten. Es que, para que nuestros hijos estudien, alguien tendrá que suplir los recursos para crear y mantener las escuelas. Si, por otro lado, necesitamos una cirugía, el dinero para viabilizar el funcionamiento del hospital tendrá que salir de algún lugar.
De la misma manera, podríamos seguir listando todos los demás ítemes esenciales para que podamos vivir con dignidad. Nada de esto puede existir si no hay recursos para costearlo. Entonces, la gran pregunta que nos debemos hacer es: ¿quiénes deben pagar para que las bases esenciales de nuestra sociedad funcionen a contento?
En Brasil, el grueso de la recaudación tributaria vital para el funcionamiento de las estructuras estatales es extraída de los pobres y de la clase media. Ya los ricos no pagan casi nada de impuestos. En violenta contradicción de la lógica de la justicia social, tenemos la aberración de que cuanto más elevado es el rendimiento de uno, menor es la tasa porcentual que paga de tributos. Los ubicados en el topo de la escala social, por ejemplo, se encuentran en los niveles más bajos en lo que atañe a contribución impositiva.
La principal razón por la que somos uno de los países más injustos del planeta en materia tributaria se debe a la forma predominante de recaudación. En nuestro país, la inmensa mayoría de los impuestos se cobran indirectamente por medio de gravámenes sobre los bienes de consumo, y no directamente sobre los rendimientos de las personas. Por lo tanto, en lugar de pagar proporcionalmente según sus ingresos, cada uno paga de acuerdo con los bienes de consumo que adquiere. En consecuencia, dado que los trabajadores suelen gastar todo lo que ganan en la adquisición de los bienes necesarios para su subsistencia diaria, el peso porcentual de los impuestos que recaen sobre sus hombros es extremadamente elevado.
Hace algunos años, publiqué un texto en el que intenté demostrar con ejemplos numéricos cómo se produce dicha injusticia en el sistema tributario brasileño. Creo que el momento que estamos vivenciando es muy apropiado para que retomemos el contenido allí expuesto y reflexionemos al respecto. La realidad actual le otorga plena relevancia.
No podemos hacernos ilusiones. Los eternos privilegiados de nuestra sociedad jamás se darán cuenta por sí solos de la necesidad de practicar la justicia social y la solidaridad fiscal. Ahora, como siempre, ellos se aprovechan de su enorme poder económico y mediático para manipular y engañar a los desinformados ajenos a sus filas, de modo a inducirlos a actuar como perros guardianes de sus privilegios. La forma tradicional de lograrlo es sembrando la confusión y el pánico, para que muchos de los explotados se sientan como si estuvieran igualmente afectados por las amenazas esgrimidas por los explotadores.
En vista de todo lo que he tratado de enfatizar anteriormente, me gustaría reiterar mi sugerencia de que recuperen los términos de mi artículo mencionado arriba para usarlos como un instrumento que pueda ayudar a nuestro pueblo a comprender la naturaleza de la lucha que estamos librando en esta hora decisiva.
Traducido del portugués para Rebelión por el propio autor.
Fuente: https://www.viomundo.com.br/politica/jair-de-souza-os-bilionarios-os-impostos-e-o-povo.html
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