Poco se ha discutido en nuestro país en relación a la crisis financiera internacional que ha agregado explosión a lo que ya era un hervidero. Los mercados bursátiles daban cuenta de su nerviosismo diario en función del cada vez más volátil precio del petróleo y de los resquemores por los precios al alza de los […]
Poco se ha discutido en nuestro país en relación a la crisis financiera internacional que ha agregado explosión a lo que ya era un hervidero. Los mercados bursátiles daban cuenta de su nerviosismo diario en función del cada vez más volátil precio del petróleo y de los resquemores por los precios al alza de los alimentos a consecuencia fundamentalmente del desplazamiento de áreas de cultivo de comestibles por otras destinadas a la producción de biocombustibles, lo que ha provocado una escasez de productos en los mercados internacionales. Pero el nerviosismo se transformó en pánico cuando el mercado de acciones conocido como subprime (créditos hipotecarios de alto riesgo) colapsó por la morosidad en que cayeron los prestatarios. El financiamiento de estos créditos por los especuladores está asociado al alto rendimiento obtenido, acosta de los más pobres, pues son principalmente estos últimos los que se endeudan con este tipo de instrumentos pues de otra forma no tendrían acceso al crédito para adquirir una vivienda. Ante el temor de dejar sin liquidez el mercado del crédito a causa de una retira anticipada de parte de los inversionistas por miedo a perder sus fondos, la reserva federal y los bancos centrales europeos salieron a tranquilizar los mercados, una manera eufemística para garantizar al resto de capitalistas que todo está bien. Los montos girados son espeluznantes, en sólo dos días a inicios del mes de agosto el FED, BCE y el BCJ inyectaron la suma de U$ 212.786 millones equivalentes al 7% del PIB de América Latina y El Caribe en su conjunto. El efecto contagio atemoriza a las entidades bancarias, pues se estima que las instituciones especializadas en el mercado subprime han traspasado su alto riesgo a empresas y otras compañías que han respaldado sus capitales acumulados con títulos sustentados en las mencionadas hipotecas, perdiendo en un crujir de dedos lo ganado en un año por la caída en el valor de sus acciones. Pero el dolor de cabeza no para, y a la alta cotización del precio de los alimentos, la explosión de la burbuja financiera en el mercado inmobiliario, el alto valor de los principales minerales, la subida imparable del barril del petróleo, se suma la cotización en caída libre del dólar. Como los principales acreedores del déficit en cuenta corriente de Estados Unidos lo hace en esta moneda la pérdida de valor de las reservas ha conducido a un cambio en las estrategias, ya sea relocalizando estas últimas en otras áreas del mundo, principalmente en Asia, y/o solventándolas en euros, lo que ha acentuado aún más el desplome.
Todo lo anterior es indicador de que la recesión de la economía americana está a la vuelta de la esquina. Qué hace afirmar con grandilocuencia al ministro de hacienda que Chile está preparado y goza de buena salud para enfrentar una futura crisis en los mercados internacionales. Su optimismo descansa en tres elementos sustantivos: superávit en las finanzas públicas, alto valor en el precio del cobre y elevadas reservas internacionales. Sin embargo, pese al optimismo anterior del gobierno, muy apegado a recibir consejos del FMI y el Banco Mundial, debiera comenzar a ponerse a escuchar las advertencias de los mismos organismos internacionales que hasta hace poco le sobaban la espalda destacando lo moderado de la crisis y el control que se tenía de ella. Recientemente Anoop Singh director del departamento para América Latina del FMI señaló: «si ocurre un choque externo «grande», que el Fondo definió como una ralentización mayor que lo previsto en Estados Unidos y una reducción adicional de la liquidez a nivel mundial, América Latina saldría mal parada».
Y como dice el refrán popular, cuando el río suena es porque piedras trae, lo que resta por saber ahora es simplemente determinar el tamaño de éstas. El propio Anoop aventura una caída en más de un 50% en las previsiones anteriores para el crecimiento promedio de la región si es que este shock se concreta, y apunta adicionalmente que las principales flaquezas de nuestras economías se encontrarían en el crecimiento del gasto público y del crédito interno. El mensaje a trasluz pareciera decir en verdad, vayan pensando en ajustarse los estómagos. Pues si concedemos por un momento que el aumento principal del gasto público en este último tiempo se ha destinado a financiar los programas de hambre cero en Brasil y Nicaragua, el aumento de pensiones básicas, programas diversos de capacitación laboral, infraestructura hospitalaria y educacional, etc. Si como sabemos, en un porcentaje creciente del crédito interno se destina a financiar el gasto básico de los hogares (compras en supermercados) por medio del dinero plástico. ¿Qué otra cosa pueden significar aquellas palabras?
La crisis en el mercado inmobiliario de acuerdo a la clasificadora Standard and Poor’s sólo tocara fondo en 2009, y estima que el monto total de los incumplimientos en el pago de hipotecas alcanzará los U$150.000 millones. Esto, como es previsible desalentará las inversiones en el sector residencial afectando el empleo, con una inflación creciendo, los tipos de interés seguirán subiendo reduciendo aún más la inversión y el consumo, motor sustantivo de la economía de EEUU, lo que finalmente redundará en una caída de la producción global. Si nos atenemos al hecho cierto de que el crecimiento de la economía mundial se explica en un 20% por el crecimiento de la economía estadounidense, la entrada de ésta a una etapa recesiva impacta de manera negativa el crecimiento mundial.
En 2006, Chile exportó hacia los EEUU cerca de U$9000 millones representando el 16% del total de las exportaciones chilenas hacia el mundo, siendo este país el principal socio comercial. En consecuencia, a la caída de los retornos en dólares de los exportadores por la apreciación del peso chileno se agregará una caída en el volumen de las exportaciones por la caída en la demanda estadounidense. Por lo tanto, seguir disipando cortinas de humo como lo está haciendo el gobierno no aliviará los dolores de estómago que se avecinan.
Cuanto nos afectara la crisis financiera internacional y el menor crecimiento de la economía del mundo está por saberse, pero el hecho es que golpeará a nuestro país probablemente en el primer o segundo trimestre del año.
Mientras tanto, los efectos del alza en los alimentos y los combustibles ha elevado la inflación a cifras inesperadas. En los primeros 10 meses del año el IPC acumulado alcanza el 6.4% casi 3 veces más que la inflación obtenida en 2006 que fue de 2.4%. En el mes reciente el kilo de papas subió en un 10%, los zapallos en un 27% y el kilo de arroz en un 6 sólo por nombrar bienes altamente demandados de la canasta básica. Nótese que la inflación acumulada en los últimos cuatros meses ha consumido en casi un 50% el reajuste de 6.6% del salario mínimo que se realizó en junio de este año. De mantenerse este nivel de inflación el sueldo mínimo no sólo no se habrá elevado a la categoría de salario ético sino que habrá perdido valor real.
Todo nos hace suponer que los trabajadores enfrentarán condiciones de mayor presión sobre sus salarios, no sólo por el lado del alza en los precios, sino por la presión de los empresarios que a la exigencia de mayor flexibilidad laboral, sueldo mínimo diferenciado para los jóvenes, están agregando el estímulo de la inmigración externa (mano de obra más barata). Por lo que nos resta esperar que en la medida en que vaya madurando esta crisis irá creciendo también la conflictividad social. De ello ya tuvimos un adelanto a mediados de este año. Las movilizaciones de los trabajadores subcontratistas del cobre y de los trabajadores forestales dan cuenta de aquello. Sin duda, que otros conflictos sucederán especialmente el próximo año en un contexto de profundización de las contradicciones económicas y sociales y en las vísperas de las próximas elecciones municipales, antesala de lo que se prevé serán las elecciones presidenciales.
En este contexto, es responsabilidad de las organizaciones de los trabajadores, los movimientos y organizaciones sociales progresistas junto a los partidos de izquierda volcarse en un solo cuerpo y ponerse a la cabeza en pos de las demandas sociales y populares más sentida por nuestro pueblo. El no hacerlo, dejará pie para que éste sea seducido por las falsas propuestas de la derecha y de la concertación, toda vez que en vastos sectores de los trabajadores y de la población ha calado hondo el engañoso discurso despolitizado y de eslogan, que pone énfasis en supuestos bienes y valores nacionales transversales a las clases sociales, amenazado por todo orden de fenómenos, especialmente la delincuencia y la insensatez de la clase política.
La unidad de la izquierda en torno al Juntos Podemos aún es una buena alternativa para confluir en este propósito. Es un espacio político ya instalado en sectores de los trabajadores y del pueblo que se debe aprovechar, y la discusión del programa del pueblo es una ocasión que puede ayudar a limar las asperezas y desconfianzas, más allá de las diferencias respecto de las tácticas asumidas por cada grupo o partido en la coyuntura actual. Estar a la altura de miras en la nueva etapa que se está abriendo en América Latina requiere eliminar y sobrellevar todos los obstáculos que impidan la unidad.