La gestión de residuos sólidos nos afecta a todos. Sin embargo, los más perjudicados por el impacto negativo de la basura mal administrada son los ciudadanos de los países que resultan más vulnerables: pierden sus casas y, en los peores casos, incluso sus vidas, debido a desprendimientos de vertederos situados cerca de sus viviendas, a […]
La gestión de residuos sólidos nos afecta a todos. Sin embargo, los más perjudicados por el impacto negativo de la basura mal administrada son los ciudadanos de los países que resultan más vulnerables: pierden sus casas y, en los peores casos, incluso sus vidas, debido a desprendimientos de vertederos situados cerca de sus viviendas, a las condiciones laborales poco seguras de las personas que trabajan en recogida de basura y a las repercusiones en la salud que acarrea.
El medioambiente es el otro gran perjudicado por esta situación. Según datos de un informe del Grupo del Banco Mundial, en el que varios de sus miembros realizan una instantánea mundial de la gestión de restos sólidos hasta 2050, en 2016 se generaron 2,01 billones de toneladas de residuos y para 2050 la cifra puede crecer hasta los 3,4 billones. De estos, 242 millones de toneladas son plástico, lo que supone un 12% de toda la basura producida.
Emisiones
Los países y sus ciudades continúan con su evolución sin previamente desarrollar sistemas adecuados que permitan manejar los hábitos de consumo de desechos de las personas.
El pobre tratamiento de estos restos ocasionó que se generasen aproximadamente 1,6 billones de toneladas de carbono dióxido en 2016. Esto supone cerca de un 5% de las emisiones globales. Si no se producen mejoras en este sector, las cifras aumentarán hasta alcanzar los 2,6 billones de toneladas en 2050.
Más de 80 países se comprometieron en el Acuerdo de París suscrito en 2017 a adoptar medidas que redujesen estas emisiones, por lo que está por ver si podrán cumplir su objetivo.
Conforme los países evolucionan, su planteamiento en cuanto a la gestión de la basura que producen también lo hace. El crecimiento de la prosperidad y los traslados hacia áreas urbanas están estrechamente ligados al incremento per cápita de la generación de desechos. Además, el crecimiento de la población supone que la recogida de restos y la obtención de tierra para su tratamiento y eliminación sea más difícil.
Todos estos factores hacen que la gestión urbana de basura resulte cara. Los distritos de países de bajos ingresos están gastando cerca de un 20% de su presupuesto en esta tarea.
Realizar una adecuada distribución es esencial para poder mantener unas comunidades limpias y unos ciudadanos saludables. Sin embargo, debido a la desmedida cantidad de basura que se produce, una correcta administración resulta un hecho complicado, y es por esto que los océanos están altamente contaminados, los desagües se atascan a menudo, ocurren inundaciones con más facilidad, aumentan los problemas respiratorios causados por las partículas que se propagan tras la quema de restos, el crecimiento económico no es el deseado y los animales se ven afectados debido al consumo inconsciente de desechos.
Los países del primer mundo se libran de gran cantidad de material residual debido a las importaciones de los países en desarrollo, que reciben aquella basura que los países occidentales envían. O, por lo menos, así era hasta hace un tiempo, ya que actualmente la situación está cambiando. Entre todos los restos, hay numerosos que están contaminados y que no pueden ser reciclados tan fácilmente. Por ello, los países asiáticos, principales importadores, han dicho basta. China fue la primera en tomar la decisión. En enero de 2018 prohibió la importación de desechos de plástico, papel y electrónicos. Hasta entonces, había recibido hasta el 56% de los desperdicios plásticos del mundo.
Efecto dominó
Esta medida adoptada por el gigante asiático causó un efecto colateral por el que los envíos fueron desviados a los países del sudeste asiático, que pronto se vieron colapsados debido a las enormes cantidades de basura con las que no podían lidiar. Malasia, por ejemplo, triplicó sus importaciones de plástico.
La situación se tornó complicada de gestionar y comenzó un efecto dominó que complicaría la estabilidad de los países exportadores. En julio de 2018, Vietnam aplicó medidas enérgicas a las importaciones ilegales de desechos de plástico, papel y metal. En octubre, Tailandia decidió dejar de conceder licencias de importación para restos de plástico y Malasia prohibió su importación. India hizo más de lo mismo en marzo de este mismo año, y en junio fue Filipinas la que, cansada de residuos contaminantes, mandó de vuelta a Canadá 69 contenedores. Indonesia, por su parte, optó por endurecer las reglas de importación al hallar desechos tóxicos no declarados provenientes de EEUU.
Antes de esta espiral de prohibiciones y restricciones de residuos, la situación era beneficiosa para ambas partes. Los países ricos se libraban de sus desechos y, además, recibían dinero a cambio. Mientras tanto, los países en desarrollo los reciclaban para darles uso con diferentes fines.
Sin embargo, este intercambio pronto dejó de ser favorable para todos. Muchos residuos requerían tratamiento extra por llegar sucios, mal ordenados o ser tóxicos y, como consecuencia, resultaban demasiado caros para el reciclaje. Esto provocaba que tuviesen que ser quemados, en la mayoría de los casos en operaciones ilegales, y resultasen así potencialmente tóxicos para los ciudadanos.
Entre enero y noviembre de 2018, cerca de 5,8 millones de toneladas fueron exportadas al sur de Asia. Una cifra que, a pesar de ya ser elevada, continuaba creciendo. De acuerdo con las medidas que han adoptado, el mensaje que han querido mandar los países del sudeste asiático ha sido claro: que cada país se ocupe de su propia basura.
¿Qué hacer con los residuos?
Pero, para los países exportadores esta es una tarea complicada. El mundo se había vuelto completamente dependiente de los países asiáticos en cuanto al manejo de la basura, y ahora que no pueden contar con ellos, no les queda más remedio que hacer frente a la crisis global de qué hacer con semejante cantidad y, sobre todo, qué hacer con los residuos tóxicos que no pueden ser reciclados. Por lo tanto, si la situación ya era difícil de abordar antes, hoy en día lo es aún más.
Teniendo en cuenta que ocuparse de todo lo que producen supone un esfuerzo, tanto económico como social que difícilmente pueden permitirse, todo apunta a que los países ricos fijarán ahora la mirada en algún otro lugar que les sirva como «vertedero».
Acabar con esta crisis es prácticamente imposible, por lo menos a corto plazo. Pero hay ciertas medidas que pueden atenuarla. La plataforma digital estadounidense Bloomberg recoge en uno de sus artículos las diferentes maneras en las que autoridades locales y empresas de todo el mundo están abordando el problema: darles uso a los desperdicios es una de ellas.
En países como India o Indonesia, aquellas personas que viven cerca de los basureros aprovechan estos materiales para venderlos y ganarse así la vida. Algunas empresas también sacan provecho, pues succionan el gas metano producido por desechos en descomposición y lo usan para generar electricidad.
Procesos de automatización
Otra forma de empleo es la que llevan a cabo artistas de todo el mundo que utilizan la basura con fines artísticos. El francés Joseph-Francis Sumegne, por ejemplo, rastreó numerosos vertederos en la década de los 90 para crear una escultura de doce metros en Douala, Camerún.
Ordenar los residuos es otra posible opción para paliar la crisis global. Puede resultar una labor desagradable y costosa, pero la tecnología está haciendo que aumente la automatización de la misma y resulte así más eficiente.
ZenRobotics Ltd, una compañía de Helsinki, ha creado robots que detectan y cogen la madera y el metal de cintas transportadoras de basura. En Angelholm, Suecia, la empresa NSR AB ha desarrollado rayos infrarrojos que permiten identificar diferentes tipos de plástico. Según Pernilla Ringstrom, manager de NSR, «los robots pueden ser una interesante alternativa de futuro si aprenden a identificar materiales y a ordenar lo suficientemente rápido».
La sustitución del plástico es otra de las medidas que se han adoptado. La producción de este material supera con creces la de cualquier otro y necesita una solución urgente. Cada vez son más los países que han prohibido las bolsas de plástico, por lo que ahora deben encontrar nuevas alternativas. En Vietnam, por ejemplo, los supermercados están empleando hojas de banana para envolver la carne y las verduras.
La producción de otros objetos como las cajas de comida o de la cubertería fabricadas con plástico se está llevando a cabo con la utilización de otros materiales como pueden ser los granos o desechos de caña de azúcar. Aunque estas medidas sean importantes y resulten útiles, hay una que, con creces, es la más eficaz: dejar de producir restos contaminantes que dificulten el reciclaje.
Existen, por lo tanto, numerosas maneras para frenar la crisis de la acumulación de residuos y de la producción de aquellos que resultan tóxicos.
Con la ayuda de la tecnología, el empleo de nuevos materiales y la voluntad de las autoridades, la situación actual puede mejorar. Habrá que ver cómo afrontan los países esta crisis que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos.
Contaminación plástica, una de las mayores y principales amenazas para los océanos
La contaminación plástica es una de las mayores amenazas para la salud de los océanos. Debido a la desmedida producción de plástico, la pobre gestión de residuos y el bajo nivel de reciclaje, cada año entre 4 y 12 millones de toneladas de este material acaban en los océanos. Por si fuese poco, en los próximos diez años está previsto que la cantidad se duplique.
La contaminación causada por el plástico afecta a numerosas especies marinas que ven cómo su hábitat va deteriorándose poco a poco.
La gravedad reside en que, como el plástico es para siempre, el problema no se acaba nunca.
El vicepresidente de Oceanic Society, Brian Hutchinson, explica en la página web de la organización siete maneras para reducir la cantidad de plástico que entra en los océanos: reducir el consumo propio de plástico (bolsas de plástico, pajitas, etc.), reciclar debidamente, participar u organizar recogidas de residuos en playas y ríos, respetar las prohibiciones establecidas por las autoridades, evitar productos que contengan microesferas, difundir el problema y sus respectivas soluciones y apoyar a las organizaciones que abordan la crisis del plástico en los océanos.
Con estas siete medidas fáciles y asequibles para cualquier ciudadano, se puede contribuir a mantener nuestros océanos limpios y saludables.