La historia, cual virus, siempre encuentra huéspedes donde reproducirse. En los años ochenta, en buena parte de América Latina las imposiciones de los llamados «ajustes estructurales» condicionados a una crisis de la deuda, reorientaron el funcionamiento económico y social de estos países. Términos como privatización, desregulación, reforma fiscal, liberalización comercial, se hicieron coloquiales. Las últimas […]
La historia, cual virus, siempre encuentra huéspedes donde reproducirse.
En los años ochenta, en buena parte de América Latina las imposiciones de los llamados «ajustes estructurales» condicionados a una crisis de la deuda, reorientaron el funcionamiento económico y social de estos países. Términos como privatización, desregulación, reforma fiscal, liberalización comercial, se hicieron coloquiales. Las últimas normas que marcó el Estado fueron para desarticular su propio poder y dejarlo reducido a las mínimas pulsaciones. Las fuerzas del mercado y sus grandes firmas tomaban los mandos. Más aún, para asegurar la agenda comercial de dichas corporaciones, con los Tratados de Libre Comercio se encontró la fórmula de éxito. El más emblemático se pactó en 1994 entre México, EE.UU. y Canadá al crear entre estas tres naciones el TLCAN. Desde entonces México importa la mitad del maíz que consume y quienes cultivaban maíz ahora cosechan nada.
En el Sur de Europa, treinta años después la infección ha seguido idéntico curso: estado se escribe en minúsculas y la pobreza es mayúscula. Y con exacta precisión, el gen replicante ya ha parido otro engendro de libre comercio, el TTIP, que quiere acabar con cualquier regulación comercial entre Europa y los EE.UU., dicen, en favor de la reactivación económica.
El mismo día que se firmó el TLCAN, en las montañas mexicanas mujeres y hombres estadistas y visionarios, campesinos e indígenas, en un silencio atronador le dijeron al mundo que ese no sería su mundo. Que si venían con tratados a robarles las tierras, a imponerles semillas, a dictarles normas, a invadir su cultura, allí no llegarían. Y así pasó. Un Estado perdió autonomía, pero unos territorios con lemas zapatistas -Aquí manda el Pueblo y el Gobierno obedece- ganaron dignidad y recuperaron todas las soberanías.
Ya hay quienes lo predicen.
Ya hay quienes lo preparan.
Ya hay quienes tejen tu pasamontañas
Y el mío.
Los nuestros.
Para que el día que se apruebe el TTIP -sabiendo, porque bien lo sabemos, que será jaque mate para el campo, enfermedad para las mesas y contaminación en el aire- hombres y mujeres, visionarias y valientes, campesinas y labradoras, se alcen con los mismos lemas y con los mismos estímulos: que otro mundo está por hacer y otro mundo es posible.
Gustavo Duch, en La Fertilidad de la Tierra.
Fuente: https://gustavoduch.wordpress.com/2017/01/08/los-pasa-montanas/