Hace un año, los líderes de los países más ricos del mundo se comprometieron a aliviar la situación de los más pobres. En Doha, en noviembre de 2005, prometieron ofrecer algo más valioso que dinero: la oportunidad para los países pobres de vender sus productos y salir de la pobreza por sus propios medios. Con […]
Hace un año, los líderes de los países más ricos del mundo se comprometieron a aliviar la situación de los más pobres. En Doha, en noviembre de 2005, prometieron ofrecer algo más valioso que dinero: la oportunidad para los países pobres de vender sus productos y salir de la pobreza por sus propios medios. Con gran fanfarria, los países desarrollados, por un momento, parecieron estar cumpliendo con su promesa, cuando Europa prorrogó la iniciativa «Todo excepto armas» (EBA), según la cual abriría unilateralmente sus mercados a los países más pobres del mundo.
La apertura fue menor de lo que aparentaba. El diablo metió la cola, ya que muchos países menos desarrollados descubrieron que las complicadas reglas de origen de la iniciativa EBA implicaba que los países pobres tenían pocas posibilidades de exportar sus productos recientemente liberalizados.
El golpe de gracia, sin embargo, lo infligió el país más rico del mundo, Estados Unidos, que una vez más decidió demostrar su hipocresía. Estados Unidos ostensiblemente aceptó una apertura del 97% de sus mercados a los países más pobres. Los países en desarrollo estaban desilusionados con los resultados de la iniciativa EBA de Europa y Europa respondió comprometiéndose a afrontar al menos parte del problema que surge de las pruebas de las reglas de origen. La intención de Estados Unidos, por el contrario, era aparentar estar abriendo sus mercados, sin hacer nada por el estilo, porque esto supuestamente le permite a Estados Unidos seleccionar un 3% diferente para cada país. El resultado es lo que burlonamente se conoce como la iniciativa EBP: los países en desarrollo podrán exportar libremente todo excepto lo que producen. Pueden exportar motores de aviones, supercomputadoras, aviones, chips de computadoras de todo tipo, pero no textiles, productos agrícolas o alimentos procesados, los bienes que de hecho producen.
Consideremos el caso de Bangladesh. Si nos guiamos por las líneas arancelarias de seis dígitos más comúnmente utilizadas, Bangladesh exportó 409 líneas arancelarias a Estados Unidos en 2004, a partir de las cuales ganó aproximadamente 2.300 millones de dólares. Pero sus 12 líneas arancelarias principales -3% de la totalidad de las líneas arancelarias- representaban el 59,7% del valor total de sus exportaciones a Estados Unidos. Esto significa que Estados Unidos podría imponerles barreras a casi las tres quintas partes de las exportaciones de Bangladesh. En el caso de Camboya, la cifra correspondería aproximadamente al 62%.
En otras palabras, mientras Estados Unidos les da cátedra a los países en desarrollo sobre la necesidad de enfrentar el dolor que implica el rápido ajuste a la liberalización, se niega a hacer lo mismo.
Pero el verdadero problema es mucho peor, porque la exclusión del 3% plantea el espectro de una política odiosa de división y conquista, ya que se invita a los países en desarrollo a rivalizar entre sí para asegurarse que Estados Unidos no excluya sus productos vitales bajo el 3%. La exclusión en general no hace más que socavar el sistema de comercio multilateral.
Por cierto, tal vez haya una agenda oculta detrás de la propuesta del 97%. En la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Cancún en 2003, los países en desarrollo se unieron y bloquearon los esfuerzos por forjar un acuerdo de comercio que prácticamente era tan injusto como la anterior Ronda de Uruguay, según la cual la situación de los países más pobres, en realidad, empeoró. Era imperativo destruir una unidad semejante.
La estrategia de acuerdos de comercio bilaterales de Estados Unidos apuntaba precisamente a eso, pero sólo reclutó a unos pocos países que representaban una fracción del comercio global. La fórmula del 97% deja abierta la posibilidad de ampliar esa fragmentación en la OMC misma.
Estados Unidos ya tuvo cierto éxito a la hora de enfrentar a los pobres entre sí. El acceso preferencial para los países africanos, según el Acta de Crecimiento y Oportunidad para Africa (AGOA) e iniciativas más recientes, parecen ser, en gran medida, una cuestión de desviación comercial -sacarles el comercio a algunos países pobres y dárselo a otros-.
Por ejemplo, la participación de Bangladesh en los mercados de vestimenta de Estados Unidos decayó del 4,6% en 2001 al 3,9% en 2004. En este mismo período, la participación de mercado de los países de AGOA en el sector de vestimenta norteamericano aumentó del 1,6% al 2,6%, y es probable que aumente aún más cuando los países pertenecientes a AGOA empiecen a sacar plena ventaja del acceso libre de derechos de aduana.
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El artículo fue escrito en colaboración con Hamid Rashid, director del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bangladesh. Traducción de Claudia Martínez.