Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Caty R.
Con este título [1] el escritor Julio Cortázar se dirigía a Le Monde en los años 80 para reprocharle su rechazo a reconocer los progresos de la revolución sandinista en Nicaragua. Desde que allí la libertad abandonó el ámbito de la filosofía y se transformó en una realidad para millares de campesinos sin tierra, cortadores de plátanos y niños abocados a la tuberculosis, la maquinaria mediática se puso a fabricar el «totalitarismo sandinista».
Tocando a cuatro manos con los que financiaban los ataques asesinos de la «contra», Le Figaro Magazine primero y después Le Monde (en la pluma de un tal de la Grange), sin pararse en barras, inventaron las llamadas «fosas comunes sandinistas», desmentidas posteriormente por Amnistía Internacional. La guerra de los medios de comunicación sólo terminó el día en que, derrotados electoralmente, los sandinistas devolvieron el poder a la oposición. Los editoriales aplaudieron entonces a aquellos «grandes demócratas», mientras que la víspera juraban que se perpetuarían en el poder como buenos «marxistas totalitarios».
Los corresponsales liaron el petate y Nicaragua desapareció de los medios de comunicación mientras se reprivatizaba la sanidad, se despojaba a los campesinos de sus tierras y regresaba al galope la comitiva de mortalidad infantil, prostitución y analfabetismo. Un tercio de la población emigró del país «liberado».
¿Cómo no recordar las protestas sin respuesta de Cortázar a Le Monde viendo esta tarde de enero de 2007 al pueblo inmolado que vuelve a esta plaza de Managua donde Daniel Ortega asume la presidencia? A su lado, Hugo Chávez interroga a la muchedumbre: «¿Se imaginan por un momento cómo sería hoy este país, su sanidad, su educación, si no se hubiera destruido la revolución?».
Las 32 centrales eléctricas que Venezuela enviará inmediatamente a Nicaragua producirán 60 megavatios y pondrán fin a la pesadilla diaria de los apagones. Seguirán los tractores, como los que se han enviado a Bolivia…
El corresponsal de Le Monde, un tal Nicolas Bourcier, se consuela: «Los fuegos artificiales cierran la ceremonia, Ortega se va y no ha pronunciado ni una vez la palabra ‘revolución'» (12-01-2007). Ortega sí pronunció perfectamente la palabra cuando recordó el auge del analfabetismo durante la era neoliberal. Desde hace ocho años Garbo es venezolana pero Le Monde se sigue negando a levantar los ojos. La técnica es inmutable: minimizar las reformas sociales, las políticas Sur-Sur y la democracia participativa sin precedentes. Ocultar las ideas y el compromiso de los millones de ciudadanos a quienes benefician. Machacar que Chávez «surfea» en petróleo y por tanto no tiene ningún mérito. Y que si este «nacional populista» todavía no es un dictador, lo será.
En diciembre de 2006, con un estallido de alegría popular, Hugo Chávez vuelve a salir para un nuevo mandato, reelegido con un 62,8% de los votos y récord de participación. Con una decena de elecciones en ocho años, validadas por los observadores, Chávez «inyecta una fuerte dosis de vitaminas democráticas a Latinoamérica» dice el escritor Eduardo Galeano.
En el momento en que el gobierno francés quiere privatizar el gas y la electricidad, con lo que obligará a la población a pagar más, Hugo Chávez, más demócrata y más utópico, cumple sus promesas. Ordena la nacionalización de las compañías de electricidad y telefonía, la recuperación de todas las industrias clave privatizadas por los gobiernos anteriores, el refuerzo del control del Estado sobre la industria del petróleo y sobre el Banco Central con vistas a apresurar el desarrollo del país, y la democratización acelerada del Estado con la concesión de nuevos poderes a los Consejos Comunales y la convocatoria de una Asamblea Constituyente.
«¿Les gustó Castro?, les gustará Chávez» responde Le Monde (19-12-2006), que califica al presidente venezolano de «cantamañanas» y «caricatura del populismo», ante los enviados especiales encargados de dar una apariencia de «color local» a esta línea.
La lista de mentiras es larga. Ahora se lleva la palma un tal Paulo A. Paranagua, ex miembro de un grupo armado argentino admirador de Cuba en los años 70 que después cambió la chaqueta. Al contratarlo, Edwy Plenel recordaba, sin duda, que un converso siempre es más fanático que un derechista original. Pero su rabia no se explica sólo por la expiación de un pasado izquierdista. Las vanguardias armadas de repente envejecen en esta hora en que los pueblos construyen ellos mismos, a través de asambleas constituyentes, el socialismo del siglo XXI. Paranagua castiga a estos pueblos demasiado inteligentes a golpe de epítetos, ¿Evo Morales y sus indios? «Incultos y analfabetos». ¿Los venezolanos? «Bebedores de whisky fascinados por Estados Unidos». En enero de 2005 anunció la anulación de una cumbre entre Evo Morales y Hugo Chávez, como consecuencia de «tensiones entre los dos gobiernos.» Era mentira. La cumbre se celebró unos días más tarde en Caracas, sentando las bases de una cooperación que no ha dejado de crecer en todos los sectores.
El 09-01-2007, en «las razones de la popularidad de Chávez» Le Monde arremete contra la victoria «aparentemente» democrática del presidente. ¡Un pueblo que vota contra el neoliberalismo!, eso no existe ni en Francia ni en Venezuela. Chávez se mantiene en el poder por una fuerza mágica más allá de las urnas. Ya en 2004 Sylvie Kauffman descubrió que «Hugo Chávez está dotado de un instinto de supervivencia excepcional» y que «es el rey en el arte de la manipulación».
Esta vez Le Monde echa mano de las tesis de Alfredo Ramos Jiménez y Carlos Romero, avales universitarios y ultraconservadores de la derecha venezolana: «El número de anuncios de televisión y páginas de publicidad» a favor de Chávez. Le Monde no dice que en Venezuela, el 95% de las cadenas de televisión, la radio y la prensa escrita están en manos de la oposición y las multinacionales. Muchos de estos medios de comunicación estuvieron implicados en el sangriento golpe de Estado de 2002. Esta «dictadura de los medios de comunicación» hace que la victoria de Chávez sea aún más notable.
«Ponerse la camisa roja y participar en las ‘movilizaciones chavistas’ es una obligación a la que [los venezolanos] no pueden negarse sin arriesgarse a perder el empleo o la ayuda pública»; además, hay «1.300.000 votantes cuya dirección no figuraba en las listas». Le Monde no dice que en Venezuela el voto es secreto, ni que esta campaña diaria de las cadenas comerciales de la oposición sobre el asunto de la «cubanización» o «el fraude» hace sonreír a los observadores y expertos electorales del mundo entero. La Organización de los Estados Americanos, la Unión Europea, la Asociación de Juristas Latinoamericanos y el Centro Carter, calificaron el proceso electoral de diciembre de 2006 de «transparente, ecuánime y democrático».
«Dos millones de electores naturalizados -sobre todo colombianos-«. En los últimos años la República Bolivariana ha saldado una vieja deuda democrática regularizando a los extranjeros que demuestran legalmente que viven y trabajan en Venezuela desde hace diez años. El paso de la clandestinidad a la ciudadanía supone poder abrir una cuenta bancaria, firmar un contrato, alquilar una casa, matricular a los niños en la escuela y votar. ¿Acaso Le Monde sugiere restablecer el «sufragio censitario» [2] para salvar la democracia?
A continuación Le Monde ataca la política del gobierno bolivariano: «las misiones educativas son parches que no arreglan una educación nacional defectuosa». Es falso. La UNESCO declaró a Venezuela territorio libre de analfabetismo en noviembre de 2005 gracias a la Misión Robinson. El gobierno suprimió el pago de derechos de matrícula en las escuelas públicas, construyó 650 escuelas nuevas y se hizo cargo de 10.000 más. Creó la Universidad Bolivariana que acoge a los sectores populares, excluidos hasta ahora de los estudios superiores, donde estudian 400.000 jóvenes gracias a la «Misión Sucre». Récord histórico: hay 12 millones de venezolanos que estudian, casi la mitad de la población total.
«En cuanto a la vivienda digna a la que aspiran millones de venezolanos, el gobierno no ha conseguido poner en marcha un programa de construcción que merezca este nombre». Es falso. En 2006 el gobierno invirtió 6.600 millones de bolívares, ha construido 13.068 nuevos alojamientos y quiere construir 200.000 en 2007. La bajada de los intereses hipotecarios, que han pasado del 35% antes de 1998 al 5% actualmente, ha permitido el acceso a la vivienda a más de 73.000 familias.
«La ausencia de un plan de desarrollo susceptible de crear un número suficiente de puestos de trabajo para hacer bajar el desempleo, camuflada por el trucaje de las estadísticas y por la economía informal». Es falso. El primer año, Chávez se encuentra con una tasa de desempleo del 15,3%. En 2002-2003, el golpe de Estado y el sabotaje económico hacen que la tasa llegue al 19,2% y en cuatro años, gracia a las medidas gubernamentales, el desempleo ha bajado 10 puntos, cayendo al 9,6%.
«El gobierno ‘reparte’ a diestra y siniestra con programas sociales, corrupción, créditos baratos o regalos a los bancos». Es falso. Lejos de comprar la «paz social» como hacían los gobiernos anteriores, el gobierno de Chávez facilita a las misiones (Vuelvan Caras, Madres del Barrio, etcétera) créditos, formación y mecanismos de apoyo con los que los beneficiarios pueden crear actividades socioproductivas.
El 11-12-2006 Le Monde afirma que «Chávez no ha conseguido que baje la pobreza». Es falso. En siete años de revolución, el número de hogares pobres bajó de 49.000 a 33.900. A lo que hay que añadir el acceso gratuito a la sanidad, la educación y la vivienda. El salario mínimo pasó de 36 dólares en 1996 a 238 dólares en 2006, lo que representa un aumento del 560%. Con los gobiernos anteriores el aumento nunca superaba la inflación, lo que lo hacía ficticio.
En «¡Au Vénézuela, viva la corrupción!» (01.01.2007) Le Monde va más lejos y afirma sin pruebas que el presidente Chávez «tiene la costumbre de viajar al extranjero con maletas de petrodólares». Luego cuenta que el FONDEN (Fondo de Desarrollo Nacional), está constitucionalmente bajo la autoridad del jefe del Estado para hacer «una gran hucha cuyo uso depende exclusivamente del presidente de la República y el ministro de Finanzas, sin normas conocidas ni obligación de publicar las entradas y los gastos». Es falso. Las reservas internacionales, que aumentan constantemente gracias a los ingresos del petróleo, no pertenecen al Banco Central sino a la República, que dedica los excedentes (más allá de un límite máximo de 29.900 millones de dólares) a múltiples programas sociales en favor de millones de venezolanos.
Este sábado 13 de enero, como todos los años, el presidente Chávez presentó a la Asamblea Nacional el balance de la gestión de 2006, dando cuenta del gasto público. Este grueso documento, accesible para todos, detalla los proyectos financiados por el FONDEN. Obviamente, en un libre mercado en pleno crecimiento y teniendo en cuenta la cultura heredada de los regímenes anteriores, la corrupción hizo progresos. Todo el mundo, empezando por el presidente Chávez, lo destaca. Pero Le Monde quiere convencer al lector de que «la corrupción procede de la forma de gobernar de Chávez» y se le olvida decir que, al contrario que en los tiempos de Carlos Andrés Pérez (socialdemócrata populista), la empresa privada ya no nombra al gobierno.
El 9 de enero de 2007 (unos días antes de que Rafael Correa, nuevo presidente de Ecuador, tome una medida similar) el presidente Chávez anuncia la reducción de los salarios excesivos de los funcionarios. Denuncia ante los diputados a los que ganan entre 7 y 30 millones al mes, además de gastos generales y otras pensiones multimillonarias y la época en que: «Sí, yo tenía un amigo en Barinas que salió, trabajó, no fue gobernador, trabajó por allá en un cargo y salió igualito de pata en el suelo a jugar chapita en la esquina, y entonces decían que era un tonto, decían ‘éste sí es bobo’. ¡Ah! El honesto era bobo. El otro que salió con tremenda camioneta y fundo en la sabana con ganado y todo, y casa-quinta en la ciudad, ése sí es un vivo, ése sí sabe aprovechar las oportunidades de la vida…»
Sacando las enseñanzas de numerosos testimonios recogidos en el curso de la campaña electoral, ordena a los ministros pasar tres días a la semana «peinando» el país, para elaborar con la población informes detallados sobre todo lo que no marcha en las políticas públicas. A diferencia de Francia o Brasil, Venezuela combate la corrupción con un arma temible: la democracia participativa. Consciente de que no puede poner «un policía detrás de cada funcionario», el gobierno dictó en 2005 la Ley de Consejos Comunales que dota a las comunidades de poder para controlar el uso de los fondos públicos. Ya se han formado 18.238 de estos consejos, es decir, cientos de miles de ciudadanos efectúan el «control social» sobre la ejecución de las políticas públicas (educación, infraestructuras, alojamiento, sanidad, agricultura, transporte). En 2007 se transferirán 5.000 millones de dólares que serán administrados por los Consejos Comunales, cuyo poder se reforzará con nuevas leyes.
Si Le Monde hubiera investigado sobre el terreno, habría observado numerosos comercios cerrados durante uno o dos días y habría leído en los escaparates los dictámenes del SENIAT (fisco nacional) informando a los curiosos sobre los fraudes cometidos y las evasiones que escamotean recursos necesarios para las políticas de educación, sanidad y para la seguridad social. Con los gobiernos anteriores la corrupción anulaba una gran parte de los ingresos por impuestos; la operación «fraude cero» ha permitido recuperar para el presupuesto del Estado la suma de 52.200 millones de bolívares.
Reciclando el tópico colonialista de «¡viva la corrupción!», Le Monde induce a sus lectores a un gran desconocimiento de lo que está ocurriendo en Venezuela, Bolivia o Ecuador. Simón Bolívar y Simón Rodríguez, a los que hoy apelan Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez, proclamaron su negativa a copiar a las «republiquetas» europeas. Sin pelotones de ejecución, con la fuerza pacífica del número, las Asambleas Constituyentes refundan repúblicas más aptas para resolver los problemas de corrupción que una Europa dominada por la dictadura del mercado.
El 08-01-2007, Le Monde da a entender que Venezuela se encamina hacia la creación de un «partido único» y que «Chávez impone a sus partidarios y al gobierno una mayor centralización». Es falso. El debate, que apenas ha comenzado, es sobre el partido «unido» -es decir, unido, no «único»-, y responde a la necesidad de crear un gran partido de izquierda (sobre el modelo del PT brasileño original). Es el mismo reto al que se enfrenta Rafael Correa, que acaba de asumir la presidencia de Ecuador tras su sorprendente victoria contra los partidos tradicionales: unificar un movimiento político coherente y sólido en torno a la revolución ciudadana y reunificar el movimiento indígena frente a los partidos que considera como «verdaderas mafias vinculadas a intereses privados o familiares». En Venezuela se trata de superar el electoralismo que marcaba el MVR, estructura heteróclita creada en la primera campaña de Chávez frente a la maquinaria fraudulenta del bipartidismo remachado en el poder -Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (demócratacristiano)-. Chávez propone que este nuevo partido de izquierda, que será uno más entre unos cuarenta partidos de derecha e izquierda, elija a sus dirigentes democráticamente, con el voto de la base, y no por cooptación en la cumbre. Paranagua cita al sociólogo Edgardo Lander, de la Universidad Central de Venezuela, para ilustrar que «la identidad entre el Estado y un partido no conduce a la democracia». Edgardo Lander, con quien hemos contactado, se ríe de esta manipulación: «Paranagua nunca se ha puesto en comunicación conmigo. Mi opinión se resume en: es necesario proseguir el debate.»
El 02-01-2007, Le Monde afirma que «Hugo Chávez quiere meter en cintura a una televisión «golpista». Es falso. El espectro de las ondas hertzianas, que no es ilimitado, es un patrimonio público como el aire, el agua o la tierra. No pertenece a ningún empresario privado sino a todos los venezolanos. La licencia concedida hace veinte años por el Estado a la empresa comercial RCTV, finaliza en mayo de 2007. Ahora bien, RCTV no ha dejado de atentar contra las instituciones democráticas incitando al odio y la violencia y participando activamente en la preparación y ejecución del golpe de Estado sangriento de la extrema derecha del 12 de abril de 2002, contra el presidente Chávez (véase el documental de Kim Bartley, «La Revolución no se televisará»). Mientras el dictador Carmona disuelve todas las instituciones democráticas y ordena reprimir a los partidarios de Chávez, el director de RCTV, Marcel Granier, llega al palacio para felicitarlo y desde allí impone el black-out [apagón informativo] de la cadena sobre la resistencia popular. Algunos periodistas dimiten, como Andrés Izarra, director de informativos. Cuando por fin la población expulsa a los golpistas el 13 abril, cerca la sede de RCTV para protestar contra la censura. Ya en 1989, ocultando las 3.000 muertes que el ejército acaba de perpetrar por orden de Carlos Andrés Pérez, la cadena pide a los venezolanos que regresen a sus casas porque «volvió la paz». En diciembre de 2002, RCTV llama de nuevo a derrocar al presidente Chávez, y se convierte en portavoz oficial de los militares golpistas de la Plaza Francia que después organizaron el paro petrolero (nueva versión de la huelga de los camioneros contra Salvador Allende).
Numerosas voces reclamaron entonces el cierre de unos medios de comunicación contra los que cualquier otro gobierno habría tomado medidas inmediatamente. El de Venezuela prefirió esperar a la expiración legal de la concesión. No se trata pues ni de cerrar RCTV ni de expropiarla: la empresa podrá seguir emitiendo por satélite y por cable. Se trata de democratizar la frecuencia que ocupó durante el período de la concesión, dándosela a una cooperativa mixta de trabajadores de cuyos derechos siempre se mofó el dueño de RCTV: profesores que han analizado los efectos perversos de la violencia transmitida por RCTV, periodistas a quienes la cadena obligó a convertirse en vendedores de portátiles o cremas faciales, productores independientes explotados en «maquilas» de telenovelas y organizaciones ciudadanas o de medios de comunicación asociativos hasta ahora excluidos por racismo o por menosprecio social. Algunos embajadores africanos protestaron por escrito ante RCTV en marzo de 2004, cuando la cadena calificó como «monos» a varios jefes de Estado negros, recibidos por Chávez.
«¡Atentado contra el pluralismo editorial!» protesta RSF, a través de Marie Delcas. ¿Qué pluralismo? ¿El casi monopolio privado de la comunicación? En el caso de RCTV, ¿qué podría ser más democrático que permitir a un colectivo pluralista de creadores hacer otra cosa de una máquina de organizar golpes de Estado? Si se trata realmente de defender el «pluralismo editorial» o la «libertad de expresión», ¿por qué Le Monde o RSF no protestaron en su momento por la represión a los medios de comunicación comunitarios o por el cierre, ése sí auténtico, por los golpistas, de la única cadena pública, en 2002? ¿Por qué no dicen nada sobre la complicidad de los medios de comunicación privados en las violaciones de los derechos humanos cuando califican de «invasores» o «guerrilleros» a los campesinos asesinados por reclamar una tierra para trabajar? ¿Por qué no investigan sobre el movimiento profundo de democratización de la información, en lo que Venezuela es, por ahora, el único ejemplo del mundo? Una ley pensada y madurada con los medios de comunicación asociativos permitirá efectivamente a las organizaciones ciudadanas acceder al espectro radioeléctrico. El único freno a esta democratización sigue siendo el casi monopolio privado de las frecuencias. Ya se han legalizado cerca de doscientas cadenas de radio y televisión asociativas (reprimidas bajo los gobiernos anteriores) y doscientas más están en vías de serlo. Sin que su palabra esté controlada por el gobierno.
Este estallido de libertad viene acompañado por la reconstrucción del servicio público de la televisión con TeleSUR o Vive TV. Ésta transmite numerosos programas participativos realizados por las organizaciones populares así como producciones independientes y documentales sociales de Latinoamérica y del mundo entero. Este nuevo método de producción de una información «socialmente útil», que transforma los códigos de la comunicación comercial, inicia la praxis de cuarenta años de teoría crítica de la comunicación.
En lo que se refiere a RSF, Le Monde no dice que la primera corresponsal de RSF en Venezuela, María Sol Pérez Schael, miembro de la oposición, declaró al diario EL Universal que su corazón vibraba a la vista de los militares golpistas. Ni que en su revista Médias, el director de RSF Robert Ménard, escribía: «Los alters tienen todas las indulgencias para el ex golpista Hugo Chávez, ese caudillo de opereta que arruina su país y se contenta -de momento- con discursos a lo Castro sin demasiadas consecuencias reales para las libertades de sus conciudadanos»… Ni que la periodista Naomi Klein acusó a RSF de confundir libertad de expresión con libertad de empresa porque la mayor amenaza para la libertad de expresión ya no viene de los gobiernos, sino del monopolio privado de la comunicación.
El viejo truco de las empresas privadas de comunicación de proclamarse «medios de comunicación e información» les permite apelar a la «libertad de expresión» cuando se amenazan sus intereses. RSF todavía no existía cuando Armand Mattelard analizaba la alianza de la SIP (sociedad de propietarios de medios de comunicación) con los grandes medios de comunicación chilenos en el golpe de Estado contra Allende y escribía: «la investigación judicial sobre la administración del diario EL Mercurio, acusado de irregularidades fiscales, sirvió de pretexto para denunciar supuestas medidas coercitivas contra ‘la prensa libre’. El mensaje emitido por la prensa de la burguesía chilena vuelve de nuevo a su fuente, reforzado por la autoridad que le confiere el hecho de haber sido reproducido en el extranjero. Estamos en presencia de una SIP tautológica. Su campaña no es más que una enorme serpiente que se muerde la cola.»
Conclusión en la hora de los chacales
Uno de los asuntos que ignora Le Monde y que sin embargo caracteriza el proceso venezolano, es la crítica popular en todos los ámbitos. En los Consejos Comunales, en los medios de comunicación asociativos, en las manifestaciones y en las asambleas ciudadanas, la crítica sin bozal hace que las cosas se muevan. Cuando se pregunta a los venezolanos qué piensan de la revolución, surge una oleada de amargos reproches sobre la corrupción, la burocracia y las promesas incumplidas. Pero cuando se les pregunta para qué o porqué votan, la respuesta mayoritaria es: para que siga el proceso.
Al contrario que el sistema anterior, el actual permite transformar la crítica en cambios concretos. Esto explica que el presidente tenga cada vez mayor respaldo después de ocho años de gobierno, cuando se podría esperar el desgaste. Si los propios pueblos hacen la crítica, si conocen mejor que cualquiera sus problemas y las posibles soluciones, ¿por qué no escucharlos?
La crítica de Le Monde es de otra naturaleza. Es el punto de vista de una minoría insignificante desde donde Le Monde ataca el hecho de que las reservas de un banco central puedan servir para el desarrollo nacional, desde donde oculta los progresos de la soberanía alimentaria a través de la reforma agraria, los numerosos beneficios sociales de la integración del Sur a través de la OPEP, -a la que dentro de poco se unirá Ecuador- o la creación del Banco del Sur.
Pero a medida que esta política se extiende a Bolivia y Ecuador, Le Monde se encuentra en una posición difícil. Sin duda, a fuerza de despreciar al pueblo y acoplarse a los movimientos de la Bolsa, ha caído en la misma trampa que los medios de comunicación privados venezolanos: creer que el pueblo no existe y que se acabó la historia. En Francia la crítica a los medios de comunicación siembra, en un terreno todavía desigual, las ideas que permitirán algún día democratizar la información. No es una «ética» aparecida milagrosamente lo que hará «más objetivos» a Le Monde, Libération o TF1, sino, como proponía el Conseil National de la Résistance en 1944, la apropiación ciudadana de la información.
[1] «Los pies de Greta Garbo» es el título de un texto incluido en el libro de Julio Cortázar Nicargua tan violentamente dulce. En 1976 Cortázar, efectúa una visita clandestina a la aldea de Solentiname en Nicaragua y conoce de cerca el triunfo sandinista, experiencia que le fascina y a la que rinde homenaje en esta obra publicada en 1984. http://www.loquesomos.org/lacalle/tuopinion/Nicaragua.htm
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Sufragio_censitario
Thierry Deronne es licenciado en Comunicaciones Sociales por el IHECS (Institut des Hautes Etudes des Communications Sociales) de Bruselas, cofundador de las televisiones asociativas Teletambores y Camunare Rojo TV y actual vicepresidente de la televisión pública Vive Venezuela.
Texto original en francés: http://www.vive-fr.org/blog/index.php?2007/01/17/23-les-pieds-de-greta-garbo
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.