Afirmé en la primera oración de mi artículo (Sinpermiso 20 febrero 2011) que «la escuela de economía ecológica ha contribuido a encender un debate importante sobre sustentabilidad». Señalé que esta corriente arrastra deficiencias teóricas significativas que, de no ser superadas, impedirán llevar a cabo un estudio riguroso sobre las fuerzas económicas que ocasionan la degradación […]
Afirmé en la primera oración de mi artículo (Sinpermiso 20 febrero 2011) que «la escuela de economía ecológica ha contribuido a encender un debate importante sobre sustentabilidad». Señalé que esta corriente arrastra deficiencias teóricas significativas que, de no ser superadas, impedirán llevar a cabo un estudio riguroso sobre las fuerzas económicas que ocasionan la degradación del medio ambiente. Debí añadir que tampoco podrá comprender los orígenes de la desigualdad social y la pobreza. La respuesta de Jordi Roca Jusmet confirma lo anterior y abre nuevas interrogantes sobre la relación entre la economía ecológica y la teoría neoclásica. Felizmente existe un espacio como SinPermiso para mantener este debate académico.
Es cierto que la economía ecológica (EE) dirige una crítica a la teoría neoclásica, como señala Roca Jusmet (RJ). El problema es que esa crítica tiende a ser superficial e incompleta. En algunos casos, revela desconocimiento sobre la teoría neoclásica. El hecho de que la EE sea un enfoque «en construcción y con muchos debates internos», como señala RJ, no es excusa para mantener estos errores.
Daly afirma que el mercado resuelve bien el problema de la asignación de recursos, pero es incapaz de resolver dos problemas, la distribución y la escala macroeconómica de producción. Esta es una afirmación que se repite en sus trabajos: desde su artículo «Towards an Environmental Macroeconomics» (publicado en Land Economics de 1991), hasta el libro citado por JR Our Common Good. Daly señala que el criterio de eficiencia que utiliza la teoría económica (optimalidad en el sentido de Pareto) no corresponde al de la justicia, y en eso tiene razón. Donde se equivoca es al creer que la teoría neoclásica sí llega a demostrar que el mercado asigna los recursos de manera eficiente (aun en el sentido limitado de un óptimo de Pareto). Eso querría decir que la teoría neoclásica habría sido capaz de demostrar que las fuerzas del mercado efectivamente conducen al equilibrio general competitivo (el óptimo de Pareto es una de las propiedades del equilibrio).
La realidad es que la versión más refinada de la teoría neoclásica, la teoría de equilibrio general, nunca pudo demostrar que las fuerzas del mercado conducen a un vector de precios de equilibrio. Los teoremas de estabilidad de los años cincuenta debidos a Arrow, Block y Hurwicz (1959), el trabajo de Scarf (1962) y los teoremas de Sonnenschein-Mantel-Debreu (1974) deberían haber sido suficientes para dejar de creer que el problema de la teoría del mercado es que su criterio de eficiencia es defectuoso.
Desgraciadamente, la bancarrota en el plano científico de la teoría neoclásica coincidió con el triunfo ideológico de sus conclusiones infundadas. Por eso se sigue enseñando de manera incompleta en las universidades. Los pésimos resultados en materia de estabilidad del equilibrio, para no mencionar los mapeos utilizados en la demostración de existencia, se esconden y se les escamotean a los estudiantes en los cursos de microeconomía. En las universidades se enseña el comportamiento maximizador de consumidores y productores individuales, pero nunca se enseña el modelo completo por una sencilla razón: los únicos resultados que se podrían presentar son negativos. Eso hace que cada año salgan de las universidades generaciones de estudiantes que creen que en alguna parte existe una teoría que muestra cómo el mercado asigna eficientemente los recursos. La crítica incompleta de la EE sirve para afianzar esa creencia. Hace mal la EE en seguir manteniendo viva la idea de que en algún lugar existe una teoría que demuestra que el mercado permite alcanzar asignaciones eficientes (aún en el sentido defectuoso de un óptimo de Pareto).
Uno de los temas más problemáticos en la EE tiene que ver con la función de producción agregada. Desde Georgescu Roegen, la función de producción agregada utilizada en modelos de inspiración neoclásica ha sido criticada por no incorporar los recursos naturales o no tomar en cuenta la finitud de los recursos o ignorar la Segunda ley de la termodinámica. Un ejemplo de esto puede verse en Daly (1997), pero los lectores podrán encontrar múltiples referencias entre los seguidores de la EE. Es importante detenerse a examinar este punto.
Durante casi dos décadas, entre los años sesenta y principios de los ochenta, se desarrolló un acalorado debate sobre la teoría del capital. En el debate, la función de producción agregada ocupó un lugar central. Los principales críticos de la función de producción agregada estuvieron vinculados a la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y fueron encabezados por Joan Robinson, Piero Sraffa, Luigi Pasinetti y Pierangelo Garegnani. Los defensores tuvieron su base en universidades en Cambridge, Massachussets, y estuvieron organizados alrededor de Paul Samuelson y Robert Solow. La crítica desde Inglaterra estuvo dirigida no sólo a las funciones de producción agregadas del tipo Solow, sino a cualquier esfuerzo por representar cantidades heterogéneas de bienes de capital como una cantidad de un solo «factor» llamado capital que fuera independiente de la distribución del ingreso y del movimiento en los precios relativos. La crítica abarcó el empleo de nociones como el período de producción promedio (introducido desde Böhm Bawerk y Wicksell), así como el uso de una medida en términos de valores monetarios para hablar del «capital» (como en las funciones de producción al estilo John Bates Clark, Wicksteed y sus seguidores).
El punto central de la crítica basada en los trabajos de Sraffa es que no es posible construir una medida del capital (entendido como colección de bienes de producción heterogéneos) que sea independiente de la distribución. Esto constituyó una crítica de grandes alcances para la teoría neoclásica en su versión marginalista. Si la productividad marginal del capital es lo que determina la parte del producto que corresponde al capital, para determinar dicha productividad marginal se requiere una medida del capital que sea independiente de la distribución. En un mundo de producción de mercancías por medio de mercancías, los precios están determinados por las condiciones tecnológicas de producción y por la distribución del producto. De este modo, en lugar de que la tasa de ganancia dependa de la cantidad de capital utilizado en la producción, es la cantidad de capital (medido en términos de valor) la que depende de la tasa de ganancia. La circularidad del razonamiento neoclásico fue descubierta y expuesta a la luz de una crítica demoledora.
La importancia del debate no debería haber pasado desapercibida. El mismo Samuelson admitió el veredicto, señalando que había que reconocerle a Sraffa el mérito de recordar a los nostálgicos de las parábolas y fábulas sobre la teoría del capital y las funciones de producción bien portadas que el mundo es más complicado de lo que parece. Extrañamente, Georgescu-Roegen se mantuvo silencioso en ese debate. No he encontrado ejemplos o citas en los que este autor utilice los términos de la controversia de los dos Cambridge sobre la teoría del capital en su crítica de la función de producción agregada.
En el debate que describe Daly (1997) entre Georgescu-Roegen y Solow-Stiglitz ninguno parece cuestionar la existencia misma del concepto de función de producción agregada. Todo el debate versa sobre si la mencionada función debería incluir o no una referencia a los recursos naturales como un argumento de la función y a las dificultades que habría que enfrentar en ese caso. Al ignorar toda referencia a la controversia sobre la teoría del capital, la EE parece zozobrar en el mundo de las parábolas a las que se refirió Samuelson y que hoy sigue contaminando el mundo académico.
JR señala que más bien habría que abandonar cualquier uso de dicho tipo de función teniendo en cuenta «los problemas de definir la cantidad de capital a nivel agregado». Se equivoca: el problema no es representar la cantidad de capital a nivel agregado. Los valores monetarios o los precios de los bienes de producción serían suficientes para agregar. La verdadera dificultad es que en esa versión de la teoría neoclásica los precios dependen de la distribución. Es decir, no existe una «medida del capital» que sea independiente del estado en el que se encuentran las variables de la distribución. La conclusión es clara: no existe una función de producción agregada neoclásica.
Quizás el problema original proviene de la visión de Georgescu Roegen sobre la multicitada función de producción. Hay que recordar que, a pesar de su nombre, la función de producción no tiene por objeto analizar las condiciones físicas bajo las cuales se lleva a cabo la producción. El objeto es demostrar que el ingreso de cada «factor» de la producción es igual a su producto marginal. El propio Georgescu-Roegen reconoce que el origen de la función de producción está en la obra de Wicksteed, The Co-ordination of the Laws of Distribution (publicada originalmente en 1894). Un corolario es que la combinación de estos «factores» de producción depende de sus precios relativos. Sale sobrando insistir en el extraordinario contenido ideológico de un proyecto analítico con estas características. Señalar que el defecto de la función de producción agregada es que ignora el papel de los recursos naturales constituye una crítica débil y desatinada. Lo que habría que resaltar es que la función de producción es un concepto indeterminado.
Las cosas se complican aún más para la EE. Ya hemos visto que esta corriente del pensamiento económico critica el empleo de la función de producción agregada. También hemos observado bajo qué términos pensamos que se trata de una crítica mal fundamentada. Desgraciadamente hay más malas noticias para la EE. En la teoría de equilibrio general no se utiliza una función de producción agregada. No hay capital y no existe «la» tasa de ganancia. En este contexto, ¿qué resta de la crítica de la EE a la teoría neoclásica? La verdad es que no queda nada, pues el objeto clave de su crítica a la teoría neoclásica no existe en la teoría de equilibrio general. Como dice Frank Hahn, con enemigos como éstos, la teoría del equilibrio general no tiene de qué preocuparse.
No soy yo quien va a defender la teoría de equilibrio general. Esta es una construcción plagada de problemas conceptuales de gran importancia. Lo principal es que nunca alcanzó los objetivos que se le encomendaron y eso es algo que la EE sigue ignorando. Por eso señalo e insisto: mientras la economía ecológica no desarrolle una crítica integral y profunda de la teoría neoclásica, no podrá alejarse de esa forma de pensar, ni podrá entender las fuerzas económicas que destruyen el medio ambiente y generan desigualdad.
Hay otro terreno en el que la EE se mantiene en la oscuridad: se trata de la teoría macroeconómica. Pareciera que su visión de la teoría macroeconómica se reduce a los modelos de crecimiento (donde aparecen las funciones de producción agregadas) o al uso del modelo IS-LM de la síntesis neoclásica. En este último caso, los autores de la EE que utilizan el modelo IS-LM (Daly y Farley no son los únicos) parecen ignorar casi todo sobre dicha construcción. No parecen estar conscientes de que al usar el modelo IS-LM se adopta una visión según la cual una economía capitalista siempre puede alcanzar el equilibrio, a menos que se lo impidan algunas «fricciones». En lugar de pensar al capitalismo como fuente de inestabilidades peligrosas, el IS-LM lo concibe como un sistema estable y autorregulado, por lo menos en el largo plazo. De ahí que el modelo permita siempre «alcanzar resultados keynesianos», es decir, equilibrio con desempleo. Esto tiene profundas implicaciones para el análisis de las crisis de las economías capitalistas.
El problema del modelo IS-LM no es sólo que tenga simplificaciones, como señala JR. Al final de cuentas, todos los modelos las tienen. El problema central de ese modelo es que de acuerdo con sus ecuaciones y relaciones funcionales, el capitalismo es un sistema que se mantiene en equilibrio y con uso pleno de los recursos, salvo cuando se ve afectado por fricciones, sobre todo en el mercado laboral. Todo eso, por supuesto, desempeña un papel ideológico determinante, incluso en los debates actuales sobre política macroeconómica.
Pero bástele a cada día su propio afán. En la próxima entrega de Sinpermiso examinaremos, de manera más general, las relaciones de la EE con la teoría macroeconómica, la moneda y el problema del crecimiento económico.
Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso. Acaba de publicar un importante e internacionalmente aclamado libro de teoría macroeconómica en la editorial londinense Zed Books: Rethinking Macroeconomics for Sustainability (Londres, 2011).
Referencias:
Daly, H. (1997):»Georgescu-Roegen versus Solow/Stiglitz», Ecological Economics, 22 [261-266].
— y John B. Cobb (1994):For the Common Good. Redirecting the Economy Toward Community, the Environment and a Sustainable Future. Boston: Beacon Press.
— y Joshua Farley (2004):Ecological Economics. Principles and Applications. Washington: Island Press.