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Los problemas irresolubles

Fuentes: La Estrella Digital

El Centro de Investigación para la Paz, con motivo de su 20º aniversario, está recabando las opiniones de un buen número de personas con experiencia en el análisis de la situación mundial. Se les solicita que enumeren los principales problemas actuales en el contexto internacional y que propongan lo que, a su juicio, podrían ser […]

El Centro de Investigación para la Paz, con motivo de su 20º aniversario, está recabando las opiniones de un buen número de personas con experiencia en el análisis de la situación mundial. Se les solicita que enumeren los principales problemas actuales en el contexto internacional y que propongan lo que, a su juicio, podrían ser las soluciones.

La cuestión tiene su miga. Quizá no sea suficiente confeccionar una lista enunciativa, del tipo: terrorismo internacional, injusta distribución de recursos, militarización de las relaciones internacionales, etc., seguida de otro listado de fórmulas correctivas como: reforzamiento de la ONU, búsqueda de un desarrollo sostenible, desarme controlado, etc., aunque sea la respuesta más común a la cuestión planteada y se obtenga así un amplio catálogo de los problemas que aquejan a la humanidad y que amenazan seriamente su futuro inmediato. Y creo que eso no es suficiente porque el análisis de la actualidad parece revelar, cada día con más claridad, que esos problemas no son compartimentos estancos, donde cada uno espera, agazapado, para causarnos el mayor daño posible, con independencia de los demás. Y donde cada uno pueda ser aislado, neutralizado y eliminado, aplicando una fórmula concreta y «personalizada», sólo válida para él.

Me atrevería a sospechar que la cuestión fundamental radica en que esos «problemas principales» están estrechamente relacionados entre sí y tienen una raíz común desde la que todos se alimentan. Siendo así, lo que de verdad habría que investigar y desvelar es cuál es ese «problema básico» de la humanidad y estudiar la forma de resolverlo. Tarea harto más difícil pero mucho más eficaz si alguna vez pudiera llegar a buen fin. Marx fracasó en el intento, pero la vía que él desbrozó siempre estará abierta a nuevas tentativas.

Buscando pistas que ayuden en el empeño, en estas mismas páginas encontré el siguiente comentario de Martín Seco: «Se acaban de dar a conocer los últimos datos sobre el nivel de pobreza en EEUU. El último año, el número de pobres se ha incrementado en 4,3 millones, con lo que la cifra total se eleva ya a 35,8 millones, un 12,5% de la población. […] También en el último año 5,2 millones de norteamericanos han perdido su seguro médico, y son ya casi 45 millones de ciudadanos los que carecen de cobertura sanitaria».

Por ese mismo camino habría que seguir avanzando para rastrear dónde están las raíces del problema esencial. En Le Monde Diplomatique, el profesor Jean-Marie Harribey nos recordaba que la proporción entre los ingresos del 20% más rico y el 20% más pobre de la humanidad era en 1960 de 30:1 y hoy es de 80:1. Esto es así porque el crecimiento capitalista de la economía «crea las desigualdades que requiere para estimular la frustración y unas nuevas necesidades». No sobra recordar que el capitalismo exige a sus agentes activos unos beneficios siempre crecientes, lo que forzosamente reduce la proporción del valor añadido que puede dedicarse a sueldos y otros recursos sociales: enseñanza, salud, transportes, agua y alimentación, etc.

Está por confirmar que el llamado desarrollo sostenible no sea otra cosa que una gran falacia. Es decir, que un desarrollo que atienda a las necesidades actuales sin comprometer el futuro es imposible, si tales necesidades se mantienen al mismo nivel de hoy. Un estudio ha mostrado que si toda la humanidad consumiera y contaminara en la misma proporción que lo hace EEUU, sería necesario disponer de cuatro o cinco planetas como la Tierra para poder seguir viviendo en condiciones aceptables. De ser esto cierto, no es irreal pensar que estamos acercándonos al meollo esencial de la cuestión: la actual organización de la sociedad moderna y el paradigma estadounidense, como ideal para los pueblos en desarrollo al que todos aspiran, constituyen la fórmula que encierra en sí todos los males y, por tanto, es el germen de todos los problemas.

Empezamos a intuir que guerras, terrorismo, hambre, miseria, injusticia, opresión y toda la larga lista de lacras que hoy nos aquejan podrían entrar en vía de extinción progresiva si el concepto de desarrollo de la humanidad cambiara sus parámetros esenciales. Si, con palabras de Harribey, el desarrollo se concibiera como la «evolución de una sociedad que utiliza su incremento de productividad para reducir el trabajo de todos y compartir más equitativamente los ingresos de la actividad económica, en vez de seguir aumentando una producción que genera contaminación, degradación medioambiental, insatisfacción, deseos reprimidos, desigualdad e injusticia».

En resumen, todo parece indicar que el problema esencial de la humanidad, del que se derivan los conflictos concretos que en cada momento o lugar nos aquejan -y que son los que recaban la atención prioritaria- viene determinado por el modelo de sociedad adoptado. En él, el crecimiento económico, el consumismo acelerado y universalmente propagado, la necesidad de poseer nuevos bienes que aparentemente satisfagan necesidades siempre renovadas, se convierten en la finalidad de toda organización política, social o cultural. Incluso en la finalidad de la propia vida humana: trabajar para poseer, y poseer para acrecentar y renovar indefinidamente lo poseído.

De ser así, no hay solución a la vista. Habría que iniciar la larga tarea de reordenar las prioridades humanas y establecer un nuevo sistema de valores que recuperara algo perdido en los últimos tiempos: la solidaridad entre las gentes. Harto desacreditada la idea de libertad, a cuya sombra tanta sangre inocente se sigue derramando; bien confirmada la imposibilidad de la igualdad de hecho entre los seres humanos, de la trilogía revolucionaria francesa sólo nos quedaría la fraternidad. Parece difícil conjugarla con el culto al beneficio y al libre mercado, pero quizá no sea del todo imposible. En todo caso, será mejor intentarlo, mientras aún tengamos tiempo, que contemplar pasivamente cómo la humanidad camina hacia el caos generalizado.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)