Traducido para Rebelión por Caty R.
Todo partió de una red de traficantes que, bajo las máscaras respetables de la banca y las finanzas, lanzó la mayor operación de estafa y apuestas clandestinas de la historia. Porque las deudas incobrables, las supprimes y similares no son más que una falsificación.
«¡Los trabajadores no deben pagar una crisis de la que no son responsables!» De Atenas a Dublín, la misma protesta subleva a los pueblos contra los planes de austeridad. ¿Hasta dónde puede llegar esta revuelta? ¿Qué ocurrirá si los gobiernos no consiguen que se admitan las medidas draconianas impuestas por los mercados financieros? ¿Qué será de los Estados cuando las políticas inevitables, pero impuestas desde el exterior, sean inaplicables debido al rechazo interior? Nos encontramos en la tercera fase de una crisis que empezó en las finanzas, se propagó a la economía y ahora gangrena la política hasta el punto de amenazar con la implosión de nuestros sistemas democráticos.
No hemos llegado a eso, dicen los optimistas recalcitrantes: a pesar de toda su furia los islandeses, los griegos, los irlandeses o los portugueses acabarán por resignarse. A corto plazo, sin duda, a la larga es menos probable. Porque no se trata de una crisis pasajera de tesorería, sino de una crisis definitiva de solvencia. Todos esos países, y muchos otros, viven por encima de sus posibilidades y deberán llevar su nivel de vida al nivel de su producción con el fin de satisfacer a los inversores de los que no pueden prescindir. Con mercados financieros o sin ellos, es el destino común de cualquier súper endeudado.
Por lo tanto los pueblos van a descubrir que la austeridad no está dirigida a restablecer la prosperidad, sino a evitar la bancarrota, y que las primeras medidas exigirán otras cada vez más dolorosas. En resumen, que están totalmente arruinados y no pueden esperar ninguna mejoría por lo menos en un decenio. También descubrirán que no están solos en su desgracia, que la excepción se está convirtiendo en la regla. Otros grandes países -Gran Bretaña, España, Francia, Italia- los seguirán, todo el mundo lo sabe. De uno a otro la misma cuestión soplará en el mismo sentido hasta incendiar todo el bosque: ¿Por qué debemos aceptar nosotros lo que otros rechazan? La revuelta popular se alimentará por efecto de masa.
Pero el explosivo devastador que amenaza con arrasar con todo es el famoso eslogan: «Nosotros no hemos hecho nada, no debemos pagar». Porque no se puede dar ninguna respuesta. Si tomamos las dos crisis financieras en conjunto, la de las finanzas públicas y la de las finanzas privadas, es cierto que los pueblos fueron ampliamente cómplices y beneficiarios de la primera. Empujaron al gasto público y se beneficiaron de ventajas sociales no financiadas que ahora hay que reembolsar. Éste es el lenguaje que habría que utilizar con los franceses si la clase política se atreviera. Pero eso no tiene importancia frente al desastre de las finanzas privadas que precipitó la catástrofe.
La legalidad
Todo partió de una red de traficantes que, bajo las máscaras respetables de la banca y las finanzas, lanzó la mayor operación de estafa y apuestas clandestinas de la historia. Porque las deudas incobrables, las supprimes y similares no son más que la falsificación y ocultamiento de las deudas sanas, la «titrización», las maniobras fraudulentas dirigidas a hacer pasar por buenos los recortes fraudulentos y las operaciones arbitrarias de un casino parásito desconectado de la economía real. Todas esas actividades han creado el enriquecimiento sin causa ya que benefician a muy pocos en detrimento de todos. La demagogia ha provocado la crisis financiera pública y la rapacidad de las finanzas privadas. Los daños son tremendos y se deja a las poblaciones tiradas en la orilla con los restos del naufragio mientras los piratas navegan en alta mar en yates de lujo después de llevarse el botín. Sin duda se puede matizar esta exposición pero obviamente es la visión que surge entre las poblaciones que ahora están pagando.
Anteriores escándalos financieros como el asunto Enron acabaron en los tribunales y en la condena de los responsables. Para la mayor estafa que ha existido nunca, no se ha visto nada parecido. Sólo la oveja negra Madoff se pudre en el fondo de su calabozo, todos los demás disfrutan de la protección suprema: la legalidad. Los pueblos no pueden quejarse y los financieros no tienen de qué preocuparse, ya que todo es perfectamente legal.
Por lo tanto no se ha puesto en cuestión a ningún banquero o especulador. Como mucho los parlamentarios intentaron frenarlos. Incluso las agencias de calificación prosperan sobre el desastre que respaldaron. Parece que la ley está hecha únicamente por y para los traficantes, que les autoriza cualquier forma de enriquecimiento y los excluye de cualquier culpabilidad, incluso de cualquier cuestionamiento.
Este abuso de la legalidad secuestra a los pueblos, que soportarán todos los males sin poder decir una palabra; es la ley de Wall Street que se impone a Obama como a todo el mundo y constituye en la actualidad la amenaza más grave contra los Estados que componen un orden unánimemente reconocido como injusto.
Fuente: http://www.lemonde.fr/idees/article/2010/12/01/les-peuples-paient-la-crise_1447220_3232.html